domingo, 18 de mayo de 2008

Críticas de derecha e izquierda al gobierno de Lula

Emir Sader
LA JORNADA
El gobierno ha sido blanco de muchas críticas y elogios, de derecha y de izquierda –contrarias entre sí–, alternadas o simultáneas. La virulencia con que la derecha y los monopólicos medios de comunicación con que cuenta critican, provocan tanto una defensa exacerbada de quien las recibe como la impresión de que sus posiciones son compartidas por parte de la sociedad.

Las críticas de los medios privados son típicamente de derecha, esas que comparten con el bloque opositor: menos Estado, lo que no significa ahora para ellos menos financiamientos privados o exenciones fiscales, sino menos contratación de personal, menor gasto en política social, bajar impuestos; cambiar la integración latinoamericana y con el sur por la tradicionalmente sumisa al norte; ninguna reglamentación estatal, ni del mercado de trabajo, ni en la política de comunicaciones, ni en la circulación de capitales; más privatizaciones. Su utopía se concretaba en el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, con quien se identificaron plenamente. Les gusta cualquier candidato que derrote a Lula o restarle votos a quien termine siendo el candidato más fuerte para dar continuidad a la política del actual gobierno.

Es fundamental entender esas posiciones para que las críticas de la izquierda no se confundan con ellas, porque son absolutamente contrarias. Pongo un caso de confusión entre las dos que favorece a la derecha, sobre la discusión del CPMF (impuesto sobre los movimientos financieros, por sus siglas en portugués), que en su versión final trataba precisamente lo que la izquierda debería reclamar: un impuesto difícil de ser evadido y pagado por quienes disponen de más recursos, yendo a parar lo recaudado a la salud pública.

Todo lo que la derecha no quiere es una tributación que gravite sobre los más ricos, una que éstos no puedan eludir y cuyos ingresos se destinen a políticas sociales. Pero el senador del PSOL (partido socialista de izquierda radical) votó en contra, cometiendo un grave error al sumarse a la derecha y contribuyendo a confundir todavía más a la polarización entre derecha e izquierda. Consideran al régimen de Lula el enemigo principal, no les importa sumarse a la derecha para atacarlo, aceptan la polarización gobierno-oposición, tienen en común la voluntad de adelgazar la administración –de cualquier forma– con conciencia de que si el Partido de los Trabajadores (PT) no desaparece, ellos carecerán de posibilidades electorales. En lugar de la crítica –que apoya lo que el gobierno tiene de progresista–, atacan todo confiados en la posibilidad menor de construir una alternativa de izquierda al PT, lo que los relega a la intrascendencia política.

Las ambigüedades del gobierno son numerosas y el propio Lula afirma que nunca los ricos ganaron tanto y nunca los pobres mejoraron tanto su vida. Condenable la primera, elogiable la segunda. Esa es la primera gran crítica que el gobierno merece de la izquierda: no rompe con la hegemonía del capital financiero –en su modalidad especulativa– y, por el contrario, le da continuidad y consolida la independencia de facto del Banco Central, expresión política e institucional de esa hegemonía. Mantener las tasas de interés más altas del mundo, atraer al peor tipo de capital, no gravarlo con el fin de que circule libremente dentro y fuera del país y darle autonomía para que su representación directa en el gobierno defina una variable fundamental para la economía del país, así como también para los recursos en políticas sociales, es un error que tiene que ser reiteradamente criticado desde la izquierda.

Otro aspecto que merece la crítica de izquierda es la alianza con el gran capital exportador, señaladamente el agronegocio: por la forma de explotación de la tierra, por su carácter monopólico, por el uso de transgénicos, porque se vuelcan a la exportación de un producto como la soya, cargado de consecuencias negativas.

Es asimismo criticable que esa alianza esté inequívocamente en la base de la no promoción, que debería ser central para un gobierno la exportación de un producto como la soya, cargado de consecuencias negativas. Es asimismo criticable que esa alianza esté inequívocamente en la base de la no promoción –que debería ser central para un gobierno de izquierda– de la economía familiar y la seguridad alimentaria, así como de la marcha a todas luces insuficiente de la reforma agraria.

Un tercer aspecto central del gobierno –que debe ser objeto de la crítica de izquierda– es su negativa a caracterizar a Estados Unidos como cabeza del imperialismo mundial con todos los daños que causa a la humanidad, empezando por las “guerras infinitas”. Brasil no puede relacionarse con Estados Unidos sólo viendo que es un país rico; tiene que tener en cuenta que es la cabeza del bloque imperialista que, desde todo punto de vista –económico, financiero, tecnológico, político, militar, ideológico y mediático–, representa lo peor del mundo, responsable de la concentración de la renta, de las políticas de libre comercio, de la miseria, de la degradación ambiental, de las guerras, de la especulación financiera, de los monopolios mediáticos y por la propaganda de un estilo de vida mercantilista, etcétera. No tomar al imperialismo como referencia central en la actualidad supone cometer graves errores y correr siempre el riesgo de dejarse llevar por sus políticas.

Traducción: Ruben Montedónico

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