sábado, 26 de diciembre de 2009

El pesebre de Carlos Guzmán en Guatemala

El nacimiento de los Guzmán es realmente impresionante, no solo por las temáticas que recrea sino, también, porque cada una de las piezas que lo componen son creadas por encargo por artesanos guatemaltecos, algunos de los cuales poseen habilidades artesanales que desaparecerán con ellos cuando mueran.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com

En América Latina, cada vez se acostumbra menos elaborar el famoso nacimiento, pasito o pesebre heredado de la tradición hispana, que tiene como motivo central imágenes de la Virgen María, San José y el Niño Jesús, acompañados por el buey, la mula, los Reyes Magos y una pléyade de pastores que llega a adorar al Niño. Por sobre todos ellos, una Estrella de Belén de cartón piedra, adornada con brillantina, atraviesa el cielo.
Claro que esto no es sino uno de los muchos aspectos en los que la celebración de la festividad de las Navidades ha cambiado en nuestros países, de tal forma que hoy, al decir de Gabriel García Márquez, lo que tenemos es un “desastre cultural” que se centra en un consumo desaforado en el que el nacimiento ha quedado relegado a una esquina marginal.
Antes, dice el mismo García Márquez, “los pesebres domésticos eran prodigios de imaginación familiar. El niño Dios era más grande que el buey, las casitas encaramadas en las colinas eran más grande que la virgen, y nadie se fijaba en anacronismos: el paisaje de Belén era completado con un tren de cuerda, con un pato de peluche más grande que un león que nadaba en el espejo de la sala, o con un agente de tránsito que dirigía un rebaño de corderos en una esquina de Jerusalén. Encima de todo se ponía una estrella de papel dorado con una bombilla en el centro, y un rayo de seda amarilla que habría de indicar a los Reyes Magos el camino de la salvación. El resultado era más bien feo, pero se parecía a nosotros…”[1]
En Guatemala, sin embargo, desde hace varios años Carlos Guzmán Böckler, conocido antropólogo (quien junto a Jean Loup Hebert escribiera en la década de los 70 el famoso libro Guatemala, una interpretación histórico social), hace junto con su familia un pesebre (o nacimiento, como se le dice en Guatemala), que se vincula con la ancestral tradición, pero la recrea y sitúa en el corazón de nuestra época. Debe advertirse que el doctor Carlos Guzmán no celebró antes las navidades por razones ideológicas.
Los fines de año no había en su casa ni nacimiento, ni árbol (pino, ciprés o pinabete), ni lucecitas de colores parpadeantes, hasta que descubrió, con el tiempo, el papel de las tradiciones en la preservación de la memoria popular, y la posibilidad de, sobre ellas, ir más allá en función de las necesidades de la contemporaneidad.
El nacimiento de los Guzmán es realmente impresionante, no solo por las temáticas que recrea sino, también, porque cada una de las piezas que lo componen son creadas por encargo por artesanos guatemaltecos, algunos de los cuales poseen habilidades artesanales que desaparecerán con ellos cuando mueran.
El año 2008 pedí al Dr. Carlos Guzmán que me enviara algunas fotos y la explicación del nacimiento que había instalado ese año. Su respuesta fue la siguiente (las notas aclaratorias son nuestras):
“Se trata de cuadros que tienen enlace entre sí ya que la temática básica es la Guatemala contemporánea; se busca, por una parte, contrastar la Navidad Blanca que se ha inoculado en la mente colectiva de mucha gente con todos sus estereotipos compuestos por nieve, coros en inglés, regalos a granel, "pavo" (ya no quieren decir chompipe) nueces, uvas, etc. Ésta tiene su rincón correspondiente, y en él se puede ver un tren de modelo viejo, ya que los ecos del primer mundo nos llegan siempre con retraso. Por otra parte, trato de resaltar la multitud de danzas verdaderamente populares que se bailan en diferentes ámbitos del país y que constituyen indirectamente la respuesta indígena a la prédica cristiana. Por ello, he ido atesorando grupos completos de cada baile hechos con mucho primor por artesanos antigüeños, en especial, los elaborados por Hilario Tavín. Por ello, están incluidos el PAA BANK, EL BAILE DE LA CONQUISTA, EL DEL TORITO Y EL DEL VENADO; también va una posada.
Como no puede faltar el mercado esta ahí representado y la camioneta[2] que ingresa es asaltada por MAREROS[3] (hechos a propósito en diciembre pasado), también policías que se están haciendo BABOSOS[4]. La procesión del NAZARENO[5] converge en una plaza donde esta la infaltable cantina en donde hay dos bolos fondeados[6]. También es de notar la presencia en la parte posterior de las iglesias de personajes aliviando alguna carga intestinal. Así mismo, están presentes capillas evangélicas y sus respectivos pastores ya que su aumento es cada vez mayor[7]. Y no puede faltar el recordatorio de los 200 mil y pico de guatemaltecos caídos durante la contienda recién pasada, razón por la cual esta la base militar que cuenta con un cementerio enfrente y es amenizada atrás por una orquesta de esqueletos. Y para marcar él único punto de unión no precisamente grato entre el primero y el tercer mundo, colocamos a OSAMA BEN LADEN y sus muchachos en una cueva del árido territorio pakistaní. Y como contraste en una cueva muy tropical están algunos elementos del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), ya que oficialmente no están vencidos y siguen representando una esperanza para los campesinos mayas ya sean chiapanecos, huehuetecos o del Quiché.”
Como ya dijimos, el resultado es digno de admiración. Una muestra más que el presente debe afirmarse sobre el pasado visto con los ojos del futuro.
NOTAS
[1] . Véase ARGENPRES CULTURAL en http://cultural.argenpress.info/2009/12/estas-navidades-siniestras.html
[2] . Bus.
[3] . Miembros de las Maras, organizaciones delictivas.
[4] . “se están haciendo babosos”: que no le prestan ninguna importancia a lo que sucede.
[5] . Procesión de Nazareno: una de las tradicionales procesiones que se realizan en Semana Santa.
[6] . “bolos fondeados”: borrachos durmiendo.
[7] . La presencia de las iglesias protestantes se incrementó de forma dramática en Guatemala durante los “años de la guerra” (1970-1990), cuando fueron utilizadas como parte de la dimensión ideológica de la guerra cotraninsurgente.

2010: la hora de la marcha unida

Para nuestra América el 2010 será, como dijo Martí, “la hora del recuento, y de la marcha unida”, en la que “hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El año 2009 nuestroamericano, con sus triunfos y derrotas, culmina con la invitación a reflexionar sobre el destino de los procesos de cambio en América Latina y nos impone la necesidad de pensar el 2010, con su evocación de los bicentenarios independentistas, como el momento oportuno para profundizar y radicalizar -social y democráticamente- la revolución latinoamericana.
No son pocas las amenazas que se tienden sobre nuestros países: desde las más concretas, visibles en la nueva estrategia de reposicionamiento militar y geopolítico de los Estados Unidos, hasta aquellas más veladas, pero que asoman a través de las construcciones mediáticas que intentan crear un "clima de opinión" propicio para emprender diversas maniobras desestabilizadoras e intervencionistas. En ese sentido, es ilustradora una reciente publicación de la revista Newsweek, que predice –por enésima vez- la muerte de Fidel Castro y el derrocamiento militar de Hugo Chávez para el próximo año. Sin duda, así lo desea Washington, y hará todo lo que esté a su alcance para cumplir la profecía.
Pero si resulta imprescindible prepararse para nuevas arremetidas de los imperialistas y anexionistas de aquí y de allá, aún más lo es el celoso cuidado del rumbo que, desde adentro, seguirán las principales tendencias de cambio en nuestra América, que se enuncian o definen a sí mismas como herederas del pensamiento y los proyectos indigenistas, bolivarianos, martianos, sandinistas, antiimperialistas y antioligárquicos emprendidos desde hace más de dos siglos. En este sentido, el texto del embajador venezolano Roy Chaderton ("¿Y si perdiéramos las elecciones?"), que publicamos en esta edición de CON NUESTRA AMÉRICA, contituye un llamado de atención sobre la actual situación de la Revolución Bolivariana, con lecciones para todo el continente.
De Centroamérica al Cono Sur, el buen gobierno y el mandar obedeciendo, lúcidos conceptos que nos enseña el movimiento zapatista, deben ser pilares de la gestión de los gobiernos, partidos y funcionarios progresistas y nacional-populares, tanto en cuestiones de política interna, como en el fortalecimiento de la nueva arquitectura de la integración regional; y particularmente, en el impulso efectivo, real, de las alternativas posneoliberales y del “buen vivir” en la relación naturaleza-sociedad.
De no ser así, las transformaciones iniciadas desde finales de la década de 1990, verían seriamente comprometidas sus posibilidades de avanzar en la construcción de sociedades otras, es decir, aquellas empeñadas en subvertir las lógicas de la exclusión social y la economía de rapiña impuestas por el neoliberalismo en la región, y que se constituyeron en el sistema y modelo de desarrollo –todavía- dominante en buena parte de nuestros países.
En definitiva, para nuestra América el 2010 será, como dijo Martí, “la hora del recuento, y de la marcha unida”, en la que “hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.
Los líderes políticos, los movimientos sociales –cuya resistencia y movilización hicieron posible el ascenso de las nuevas fuerzas políticas latinoamericanas- y los pueblos todos, deben estar a la altura de las exigencias de este momento histórico.
Si renunciamos a esa necesaria unidad, renunciaremos también a la posibilidad de avanzar por nuestros propios caminos.

Colombia-Venezuela: La paz regional y continental está en riesgo

Las denuncias del gobierno colombiano ante la comunidad internacional son un abono para acciones futuras en contra del actual gobernante de los venezolanos; son parte de una tensión que se puede prolongar por varios meses o por años, en procura del momento adecuado para actuar y destruir al ‘enemigo’ que califican.
Carlos Gutiérrez / Le Monde Dimplomatique (Nº 85, Colombia)
Es una película que ya estrenaron. Vieja. Proyectada en diferentes ocasiones y latitudes. De argumento y desenlace conocidos. El incremento de las tensiones Colombia-Venezuela, con Estados Unidos agazapados y atizando, en un filme ya sufrido en sus consecuencias por millones de pobladores de países como Nicaragua e Iraq.
Ahora avanza una acción de similares características en la frontera común con movimientos de peones. Es una verdad de perogrullo: Estados Unidos busca elevar la tensión entre los países vecinos y aclimatar un escenario de confrontación, con el cual y a través del cual justificar, además de la desestabilización de gobiernos legítimos, una guerra convencional. Es un hecho que no se puede dejar de considerar.
Así como sucedió en el país centroamericano en los años 80 del siglo XX, durante los últimos meses del presente 2009 –con el telón de fondo, para que Venezuela se extenúe en un conflicto con su vecino–, en los estados de Táchira y Zulia, fronterizos con Colombia, se aclimata un escenario de inseguridad:
  • El asesinato en masa amplía su número, la intimidación por parte de grupos armados ilegales gana espacio; el narcotráfico irradia su influencia cultural, social y de corrupción de autoridades; y el posible incremento de la violencia merodea en la cotidianidad de sus pobladores. La presencia paramilitar en esas zonas se hace cada día más evidente. Al igual que los grupos armados, creados, financiados y operados por los Estados Unidos en Nicaragua, con retaguardia y asesoría en Honduras, la infiltración paramilitar en Venezuela aplica hostigamiento a la población civil con el cobro de ‘vacunas’ a la actividad económica, y la creación de un clima de inseguridad y zozobra, que, sumados al sabotaje contra la economía nacional, son el propósito fundamental de estas fuerzas. Este es un factor.

Por ahora, y apenas en la disposición del terreno de operaciones para las acciones por venir, ya se dejan ver las cartas marcadas: las autoridades colombianas legalizan el uso del territorio nacional por parte del ejército de los Estados Unidos. Ante la amenaza en cierne, las denuncias del presidente de Venezuela, dada tal insensatez, es ampliada y multiplicada por los medios de comunicación oficiosos de Colombia, que lo tildan de guerrerista sin reparar en el origen de sus denuncias y sus decisiones. En paralelo, el gobierno Uribe no desatiende: acude al escenario internacional en su disputa, más allá de la OEA, donde las Naciones Unidas aparecen como epicentro político de los hechos futuros.

Como se sabe, ningún pueblo anhela la guerra. Despertar su fantasma o sus reales consecuencias puede llevar a horadar o quitar el apoyo a un gobierno, así se diga popular o en realidad sea popular. Sucedió así en Nicaragua en los años 80, cuando el desgaste de la guerra para neutralizar la contra y sus consecuencias sociales y económicas llevaron al electorado a castigar a los sandinistas. Es decir, votaron por la paz. Hasta el más ‘despistado’ de los analistas reconoce ahora que los contra fueron una estrategia de los Estados Unidos para quebrar el gobierno de los hijos de Sandino. Y en efecto, lo consiguieron.
Ahora, frente a la Revolución Bolivariana, se repite el intento. Con unas mejorías del libreto, claro está, y Colombia como actor en el papel que tuvo Honduras. Del lado colombiano se orquesta tanto la diplomacia como la propaganda de guerra. Un falso nacionalismo se insufla, respondiendo a una estrategia conocida y usada desde hace décadas en todo el mundo. Un mensaje, un método, a través de los cuales el otro es el guerrerista, el malo, el culpable. El ‘terrorista’.
No es de extrañar, por tanto, que la denuncia del presidente venezolano del Acuerdo que autoriza el uso de bases militares colombianas por parte de tropas de los Estados Unidos, y el llamado a su pueblo a prepararse para neutralizar el paso siguiente en su operación –la guerra–, hayan sido utilizados por los agentes colombianos, y difundida así –sin importar el costo de ese juego para la paz regional, así como para millones de personas que pudieran sufrir sus consecuencias de manera directa– por parte de los medios de comunicación oficiosos, como un redoble de tambores para invadir a Colombia.
Observe el lector que en este caso, y según el libreto de guerra política, el otro es el malo, y quien desea y pretende la guerra. Así acusa y lo asevera la embajadora colombiana ante las Naciones Unidas: “Los continuos pronunciamientos y acciones hostiles del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, de otros altos funcionarios de su gobierno y del Estado venezolano, en contra de Colombia, constituyen recurrentes y serias amenazas de uso de la fuerza, en contravención de lo dispuesto por el artículo 2 numeral 4 de la Carta de la Organización de las Naciones Unidas, que establece la obligación de los Estados miembros de abstenerse de recurrir a la amenaza de la fuerza en sus relaciones internacionales. En efecto, desde que asumió el poder el Presidente de Venezuela han sido sistemáticas y cada vez más graves las amenazas a Colombia” (1).

El ‘terrorista’ se construye

Dada la variable y la correlación de fuerzas en el continente, se estimula la guerra para derrocar un gobierno. Para dificultar e impedir su gestión, para arrebatarle logros y el apoyo social. Pero también se hace ver al otro como un peligro para la paz mundial, como un amigo de terroristas, es decir, como uno de ellos, por lo cual es legítimo aislarlo, sancionarlo y destruirlo.
Con un esquema parecido, Saddam Hussein fue denunciado por el gobierno de Bush ante la comunidad internacional como poseedor de armas de destrucción masiva, pero también como aliado de Al Qaeda, acusaciones que el gobierno mismo de los Estados Unidos tuvo que reconocer después que eran falsas. Esta contradicción y la situación ilegal en el orden internacional que ello entraña no impide, sin embargo, que sus tropas sigan ocupando a Iraq ni que la comunidad internacional, con su sistema de seguridad, juzgue a los gobernantes y los altos mandos militares que diseñaron y autorizaron estas operaciones. Bush, Blair y Aznar se mueven tranquilos.
Y en un marco consabido, prosigue la citada embajadora colombiana ante las Naciones Unidas: “2. Es igualmente preocupante la ostensible afinidad del presidente Chávez y su apoyo a los grupos armados ilegales farc y eln”(2). De acuerdo con la legislación internacional, quien apoya terroristas es por igual uno de ellos, y por tanto merecedor del mismo castigo. Ocupar su territorio, capturarlo en un vuelo internacional, o incluso ejecutar un atentado en contra suya, todo es posible y ‘legítimo’, en tanto es un terrorista, es decir, alguien en contra de la paz mundial. No importa si después se dice que todo fue una equivocación.
Por tanto, las denuncias del gobierno colombiano ante la comunidad internacional son un abono para acciones futuras en contra del actual gobernante de los venezolanos; son parte de una tensión que se puede prolongar por varios meses o por años, en procura del momento adecuado para actuar y destruir al ‘enemigo’ que califican. Un escenario y un desafío que con toda seguridad preocupan al vecino Jefe de Estado –que lanzó su frase de “guerra de 100 años en el continente”– y que pudieran desencadenarse, monitoreados y con puestos de mando a pesar de lo dicho para tal fin (3), desde las bases del ejército de Estados Unidos en Colombia. Desvelo además para todo ciudadano de esta América.
Es justificada la inquietud, cuando en la guerra contemporánea y con el poder aéreo de los Estados Unidos, la estrategia militar se convierte en la previa combinación de ataques aéreos de aniquilamiento y destrucción simultánea de los puntos primordiales y secundarios de la infraestructura militar, económica, de comunicación y de defensa de un país. Iraq ejemplifica de la mejor manera el curso de una confrontación. Un curso frente al cual no cabe olvidar ni dejar pasar que, en un multitudinario desfile del pueblo armado, Hussein anunció la “madre de todas las guerras”. Un desfile y una consigna que no inhibieron al Pentágono.
¿Cuándo la fase final o el golpe principal del plan pudieran llevarse a cabo?
El momento lo decide la lucha política en curso y su entorno institucional y de cifras electorales. En particular, el visto bueno para esa operación puede surgir de los resultados de las elecciones de 2010 (Asamblea Nacional) y 2012 (presidencial) en Venezuela. Mientras tales momentos llegan, se ponen en marcha otros dispositivos que contribuyen al desgaste de la gestión de Hugo Chávez:
  • Incremento de las operaciones de sabotaje a partir de incursiones fronterizas de fuerzas paramilitares.
  • Estímulo del incremento de la oposición interna, en coordinación con acciones de inconformidad, buscando efectos en organismos internacionales y de desestabilización.
  • Ajuste de una unidad opositora y un ‘programa’ alrededor de las candidaturas a la Asamblea y el candidato presidencial para vencer la acumulación chavista en sus 10 años de gobierno.
De ahí que el factor fundamental que decide el desenlace de este escenario sea el propio gobierno venezolano. En particular, el carisma de su Primer Mandatario y su capacidad o no para evitar errores y poner en marcha un liderazgo colectivo y un movimiento social, más allá de una ‘muchedumbre’ electoral que rompa con el estilo individualista, característico de los gobiernos de todo tipo del siglo XX; que deposite en su pueblo y su organización social, en sus diferentes instancias, la mayor cantidad de poder posible. Dos factores tales bien pudieran neutralizar la estrategia imperial en marcha.
La extranjerización de las bases y aeropuertos colombianos tiene un mensaje inequívoco de confrontación. Se acorta el tiempo para cualquier maniobra de respuesta.

NOTAS
1 Carta de Claudia Blum, embajadora colombiana ante las Naciones Unidas, al Presidente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, noviembre 11 de 2009.
2 íd.
3 Tanto el gobierno colombiano como el de los Estados Unidos han insistido en que desde estas bases no se atacará a ningún país vecino. La misma embajadora de Colombia ante las Naciones Unidos lo precisa: “Este acuerdo no sólo no afecta a terceros Estados, sino que se circunscribe al único y exclusivo propósito de combatir el tráfico ilícito de drogas y el terrorismo, en estricta observancia de los principios de la igualdad soberana, de la integridad territorial de los Estados y de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados” (sic). íd.

¿Y si perdiéramos las elecciones...?

Si ahora Venezuela es de todos, tenemos que estar al alcance de todos y comprometidos para alcanzar a todos. Nunca antes tuvimos tantas oportunidades para educarnos; ni esta libertad de expresión que debemos garantizar sobre nuestras justas emociones; nunca antes se veló tanto por la familia y los niños ni hubo tantos propietarios privados como bajo el Proceso Bolivariano, pero la mentira mediática ha logrado calar entre compatriotas confundidos, pero rescatables, a quienes tenemos que acercarnos sin arrogancia sectaria.
Roy Chaderton Matos* / Tele Sur
Podríamos perder si no revisamos, rectificamos y reimpulsamos radicalmente. Fidel dijo una vez que el Presidente Chávez no podía ser el Alcalde de todos los pueblos de Venezuela. Tampoco puede saber todo lo que pasa ni hacerle seguimiento a todas sus instrucciones. Así es entendido por los funcionarios públicos y militantes de la Revolución que atienden bien su parcela burocrática, partidista o social para mejor servir la causa del socialismo y la democracia. Tenemos cuadros bien preparados y comprometidos con la Revolución que cumplen su compromiso con el Pueblo, acompañándolo solidarios a un futuro de justicia social, democracia y paz; pero otros, incrustados en el Proceso Bolivariano disfrutan las mieles del poder, subestiman a los trabajadores o abandonan a sus compatriotas humildes y en su autismo revolucionario no escuchan la voz de la calle. Por eso, por ejemplo, aún vemos colas de ancianos obligados a caer en las garras de un gestor o tener que madrugar para coger un número.
Entonces, obligados a enfrentar un serio problema de cuadros y valores éticos, cuando identificamos un funcionario competente y honesto a la vez, nos malacostumbramos a utilizarlo simultáneamente en el Gobierno y en el PSUV con el riesgo de que “se nos quemen los dos conejos”, hasta que aprendamos que no necesariamente un buen activista hace un buen administrador ni viceversa, y que no hay que confundir camaradería con encompinchamiento.
Soy de los pocos altos funcionarios de la V República formados desde abajo hasta altas posiciones en la IV República. A los 18 años como dirigente juvenil de COPEI en Miranda, junto con varios ingenuos acudí a dirigentes adultos para denunciar señales de corrupción en funcionarios demócratas cristianos. Con trato condescendiente nos respondieron que “el futuro sería nuestro, que éramos ejemplo del testimonio cristiano, pero que lo dejásemos de ese tamaño porque podíamos perjudicar al Partido...” Fue mi debut con la Realpolitik y desde entonces, durante mi prolongada militancia política, presencié la progresiva descomposición de nuestra democracia representativa. Por eso hoy ruego a Dios que nuestra democracia participativa no sufra también la metástasis de la solidaridad automática o la lenidad que pueden convertirnos al final en los peores enemigos de nuestra propia causa.
También, joven veinteañero, durante mis inicios como diplomático en Europa Oriental, tuve la educativa oportunidad de ser testigo de la desviación de un proceso socialista hacia un sistema de partido único, manchado de injusticia social, pobreza, culto a la personalidad, violación de los derechos humanos y corrupción.
Por el contrario, el primer gran logro de la Revolución Bolivariana fue la dignificación de los excluidos, con normas constitucionales que blindan el valor de la dignidad de la persona humana y consagran el bien común. Así, tras diez años de revolución, entre incontables logros, nuestro Pueblo es hoy más culto, está más alerta y se expresa mejor que antes de Chávez porque está mejor educado y también gracias a un intenso debate político que lo ha llevado a tomar la calle por sus derechos; sin palos, machetes ni fusiles; blandiendo sólo un mágico librito azul…
No es poca cosa, como diría Cristina Kirchner, pero la exaltación de los derechos ciudadanos y las grandes conquistas sociales y políticas no son una fuente inagotable ni segura de apoyo popular o de votos, ni el prestigio del Presidente es necesariamente endosable a los Partidos que lo respaldan. El Pueblo se acostumbra rápido a lo bueno: democracia participativa, Barrio Adentro, educación para todos, Mercal y las otras Misiones, consejos comunales, libertad de expresión extrema, medios alternativos, TELESUR, explosión cultural, ferrocarriles, represas, autopistas, crecimiento agroindustrial y petroquímico, hospitales, sistemas de Metro, diversificación de socios, satélites, seguridad social, protección a los niños y ancianos, medios alternativos, funiculares, turismo popular, grandes estadios, triunfos deportivos, política energética soberana, diplomacia audaz, mundial y exitosa, etc., pero ya millones de beneficiados olvidaron o ignoran que las nuevas conquistas populares eran sólo un sueño para los excluidos hasta hace diez años. Hoy son un derecho adquirido y el Pueblo, con toda razón, exige más y mejor; por eso castiga en las urnas electorales los errores mayores, la negligencia y la corrupción.
La solidaridad y la participación marchan muy bien, pero los valores éticos y cívicos claman por refuerzo. ¿Será quimérica una Venezuela sin consumismo ni sobornos, con una oposición patriótica, sin delincuencia extendida ni empresarios parásitos y especuladores; con libertad de expresión e información veraz, sin difamación, con adulantes bajo control; sin baches ni desagües obstruidos, con una jerarquía eclesiástica cuadrada con los pobres, con construcciones bien terminadas, con una capital humanizada y bien cuidada, sin casinos ni colocaciones bancarias oficiales fraudulentas, donde los autobuses no tomen ni bajen pasajeros en las esquinas, donde la gente use las pasarelas y no bote basura en la calle o en las quebradas; sin contratistas o intermediarios civiles o militares que aligeren trámites o “resuelvan” y repartan, etc. “Detallitos”, entre muchos más, que todos los venezolanos tenemos que asegurar para vivir cada vez más libres y mejor bajo la revolución.
Aterrorizan los supermilitantes manganzones y corruptos camuflados de rojo, para sacar provecho de nuestro Proceso. Sectarios y excluyentes, ahuyentan a muchos venezolanos indecisos e incluso comprometidos. Aterrorizan los neoburgueses burócratas enamorados de su propia importancia, que no reciben ni responden a quienes están obligados a servir, mientras con gestos halagadores procuran una miradita de aprobación desde las alturas; como a quienes se les ocurrió la “revolucionaria” idea de que no habría estación de Metro para Las Mercedes en Caracas, pasando por alto que los ricos no llegan allá a los restaurantes de lujo en transporte público, por cierto muy deficiente, sino en sus propios carros y que esa estación sería ideal para los trabajadores de la zona y para los pacientes del centro médico gratuito “Salvador Allende”. Además, para colmo, hay que calarse a unos cuantos gorrones internacionales que se cuelan entre los miles de generosos camaradas y compañeros que nos apoyan en todo el mundo. Nuestros compatriotas cubanos ya sufrieron esta experiencia con el llamado “turismo de izquierda o de solidaridad”.
En ocasiones parece que tuviésemos carencia de contraloría social y abundancia de chismosos y acusetas. Atemoriza cuando nos empantanamos en intrigas chavistas, hasta el extremo de que “entre bomberos sí se pisan la manguera”. Así, sucesivos cambios de autoridades oficiales arrastran “masacres” de sus colaboradores; absurdo que hizo escribir a uno de los personajes más respetados de nuestro Proceso: “¡Parece que hubiera ganado Rosales!”. En ese micro clima fértil a los valores de la ultraderecha neoliberal está brotando el imposible histórico de un chavismo sin Chávez; pero jamás de un chavismo sin reales.
La corrupción nos preocupa y nos ocupa; pero la inseguridad, primera preocupación nacional, afecta más al Pueblo pobre y a la clase media. Las clases media alta y alta gozan de vigilancia privada, protección electrónica, guardaespaldas y escapaditas al exterior. Entretanto, la muerte no es un albur sino una lotería con todos los números para los trabajadores, porque cualquier día a cualquier hora, al subir un cerro o bajar una quebrada, puede sorprenderlos indefensos. De allí que una receta segura para perder elecciones es extrapolar a la revolución el perverso concepto neoliberal de que el mercado lo compone todo, con la ingenua creencia de que la mano invisible de la justicia social, por sí sola, acabará con la delincuencia.
Podríamos perder las elecciones parlamentarias no por impensables aciertos de nuestra uribista oposición, encompinchada con la ultra derecha extranjera e imperial, sino por nuestras limitaciones para comunicar los aciertos de la revolución, así como la reluctancia a admitir y rectificar nuestros errores o castigar a los culpables de destrozos oficiales. En verdad, el daño mayor que nos ha causado esa antipatriótica oposición es aturdir nuestra capacidad autocrítica, porque de tanto que nos ha difamado no le creemos cuando denuncia nuestros errores ciertos. El ejemplo de los inaceptables retrocesos y desmantelamientos en nuestros sensacionales avances en el sistema de salud pública llama a la ira colectiva.
Ya es hora de que cada uno asuma sus propias responsabilidades; es una sinvergüenzura contrarrevolucionaria que pusilánimes y perezosos esperen cómodamente a que el Presidente se entere y actúe. Ya es hora de que algunos personajes con poder oficial hablen de política, de socialismo, den la cara con su nombre y apellido y corran riesgos por nuestro proceso.
Ya perdimos un referéndum en el 2007 por una farragosa oferta e incapacidad para desmentir las falacias desestabilizadoras sobre la propiedad privada, la educación, la integridad familiar y la escasez, que ya por cierto comenzaron a reciclar para las próximas elecciones. Es el veneno inoculado por la canalla mediática entre los segmentos más frágiles y manipulables de nuestra clase media y popular que votaron contra nosotros. Al propósito, asumamos la reflexión de Fidel cuando señaló que en Venezuela no puede haber cuatro millones de oligarcas.
Nunca antes tuvimos tantas oportunidades para educarnos; ni esta libertad de expresión que debemos garantizar sobre nuestras justas emociones; nunca antes se veló tanto por la familia y los niños ni hubo tantos propietarios privados; nunca antes tuvimos una revolución feminista; nunca antes la clase media fue tan protegida y defendida como bajo el Proceso Bolivariano, pero la mentira mediática ha logrado calar entre compatriotas confundidos, pero rescatables, a quienes tenemos que acercarnos sin arrogancia sectaria.
Si ahora Venezuela es de todos, tenemos que estar al alcance de todos y comprometidos para alcanzar a todos. Venezuela es el joropo recio que tanto amó mi padre, un “musiú” a quien se tragó esta tierra; pero también es gaita, bambuco, joropo tuyero, polo coriano, galerón, vals, fulía, malagueña, merengue, tamunangue, polo margariteño, etc. También es José Angel Lamas, Juan Bautista Plaza, Rafael Isaza, Teresa Carreño, Pedro Elías Gutierrez, Vicente Emilio Sojo, Luis Felipe Ramón y Rivera, el Indio Figueredo, Fulgencio Aquino, Benito Quiroz, Ángel Custodio Loyola, Juancho Lucena, Vicente Emilio Sojo, Antonio Lauro, Moisés Moleiro, María Luisa Escobar, Laudelino Mejías, Conny Méndez, Armando Molero, Nelly Mele Lara, Chucho Sanoja, Antonio Estévez, Alí Primera, Billo Frómeta, Luis Mariano Rivera, Aldemaro Romero, Otilio Galíndez, etc. etc. etc.
Nuestro país es como una Orquesta con un gran Director, a quien tenemos que acompañar sin desafinar. Las disonancias echan de la sala al público que estamos obligados a atender, conservar y comprometer con una buena ejecución. La música atrae, no separa; es armonía, no gritos, pero a veces gritamos tanto que no nos pueden escuchar.
La golpista oposición que con un potencial del 40% del electorado se retiró de las elecciones para la Asamblea Nacional dos días antes del evento, en espera de los marines, podría ponerse más inteligente y prepararse para las elecciones del 2010, dirigida por el Imperio, la dictadura mediática y Uribe, además de animada por sus triunfos regionales previos, con la ventaja de que el portaaviones Chávez no será candidato el próximo año. Entonces podría ocurrir, ¡Dios no lo quiera!, que si gana la oposición unida, aunque sea por un punto como en el 2007, terminaríamos en la bochornosa situación de además de cornudos, apaleados.
¡Qué vergüenza ante nuestro Pueblo y ante los pueblos del mundo, si una revolución histórica como la bolivariana, llegase a fracasar por culpa de unos cuantos corruptos e incompetentes que se pretenden inmunes e impunes ante la Justicia; sin dar tiempo al surgimiento de la mujer nueva y el hombre nuevo!
En el supuesto, ojala negado, de que en consecuencia perdamos las elecciones del 2012 ante una oposición unida con el apoyo financiero y mediático de la escoria global, ¡olvídense! de que habrá una transición democrática civilizada y que un nuevo gobierno también democrático procederá a rectificar errores heredados y a reconciliar a los venezolanos polarizados, mientras los perdedores nos depuramos y preparamos la batalla democrática para recuperar el poder seis años después.
Envenenado y manipulado por los medios de ultraderecha, con el apoyo de sus amos internacionales, un escualidísmo triunfante comenzaría por desmantelar, luego reprimir y finalmente vendría a matar. Los represores y pelotones de linchamiento serían azuzados, entre otros, por los criminales querrequerres de Globovisión, RCTV y El NAZIonal pero, en una mueca de ironía, podría ocurrir que tuvieran más posibilidad de sobrevivir “nuestros” corruptos por haber imbricado oportunamente sus intereses con los corruptos de la Cuarta República y la “Sexta”. Todo esto es fantasía, hasta ahora, pero si no cumplimos con las RRR; por ahora…
Entonces perderíamos la patria y el socialismo: sólo nos quedaría la muerte.
En ese supuesto indeseable más que una estupidez sería un crimen.
Por eso, no podemos optar entre vencer o morir…
¡NECESARIO ES VENCER!

*Embajador de Venezuela en la Organización de Estados Americanos

Valenzuela clásico y moderno

Arturo Valenzuela ha vuelto a la región pero para pararse en la vereda de enfrente. Ahora da consejos en nombre de Estados Unidos con más arrogancia académica que tacto diplomático. El nuevo Valenzuela, el que pasó por Georgetown para terminar en Foggy Bottom, el que entró en contacto con la comunidad de inteligencia estadounidense al ocupar un importante cargo en el Consejo de Seguridad Nacional durante el segundo gobierno de Clinton, es un Valenzuela reloaded con ideas nuevas. O no tan nuevas, pero distintas a las de ayer.
Santiago O’Donnell / Página12
Costó reconocerlo, pero el Arturo Valenzuela que pasó por la Argentina con tanto ruido esta semana (16 de diciembre) es el mismo Valenzuela que se lee en la Universidad de Buenos Aires. Generaciones enteras de estudiantes a lo ancho de América Latina, al llegar a la bolilla “Chile” en sus cursos de política comparativa, se han topado con los clásicos textos del ahora encargado para la región del gobierno de Obama. Para Valenzuela, su gira inaugural por los países del Cono Sur marca un regreso a sus orígenes. Aunque se haya salteado su país, Chile, el objeto de estudio de gran parte de su producción intelectual, para no mezclarse con la campaña electoral.
Pero, ¿es el mismo Valenzuela?
El tiempo pasa, el mundo cambia, la vida cambia y las ideas se acomodan. En los años ‘70 y ‘80 el joven profesor Valenzuela usaba en sus artículos herramientas marxistas y weberianas para criticar recetas y preconceptos impuestos desde el norte para analizar la problemática latinoamericana. Los autores de esas recetas, agrupados bajo la llamada teoría de la modernización, sostenían que el subdesarrollo de la región obedecía a factores culturales y sociales: la influencia de la filosofía tomista, las ideas feudales del catolicismo y las relaciones premodernas que perpetuaban las culturas indígenas.
Esas influencias producían decisiones “irracionales” que impedían el desarrollo, escribieron los modernistas de la posguerra desde universidades europeas y norteamericanas. “En la Argentina, la aristocracia terrateniente tradicional siente desprecio por el trabajo manual y la construcción de industrias, y eso continúa siendo un factor en la educación de muchos estudiantes”, escribió S. M. Lipset, uno de los padres de la teoría de la modernización.
Pero para el Valenzuela clásico, el de la universidad, el problema principal para alcanzar el desarrollo en la región no era la cultura, sino la desigualdad de los términos de intercambio entre los países centrales y la periferia. O sea, la influencia estadounidense, que a través de sus multinacionales, organismos de crédito y acciones de gobierno dictaba las condiciones de ese intercambio desigual.
En otras palabras, para cumplir sus objetivos económicos, los países centrales necesitaban que los países periféricos siguiesen siendo periféricos. Y las elites latinoamericanas, de manera muy racional, replicaban el modelo de dependencia hacia adentro de sus propios países, generando más desigualdad y tensión social. Ese era el problema y los modernistas simplemente lo ignoraban, escribía Valenzuela.
Treinta años después, una generación de jóvenes líderes provenientes del gremialismo combativo, el catolicismo de base y la izquierda revolucionaria, esos actores “irracionales” que tanto criticaban los modernistas, se han abierto camino para tomar el poder por vía de la democracia, con el mandato y la intención de implantar distintos proyectos de desarrollo, con mayor o menor grado de autonomía con respecto a la hegemonía estadounidense.
En ese contexto, Valenzuela ha vuelto a la región pero para pararse en la vereda de enfrente. Ahora da consejos en nombre de Estados Unidos con más arrogancia académica que tacto diplomático. El nuevo Valenzuela, el que pasó por Georgetown para terminar en Foggy Bottom, el que entró en contacto con la comunidad de inteligencia estadounidense al ocupar un importante cargo en el Consejo de Seguridad Nacional durante el segundo gobierno de Clinton, es un Valenzuela reloaded con ideas nuevas. O no tan nuevas, pero distintas a las de ayer.
Ahora opina que la influencia de Estados Unidos en la región es benévola. “Las democracias latinoamericanas ya no enfrentan amenazas de apoyo estadounidense a las elites que temían que cualquier movimiento reformista era un frente para la expansión soviética. Estados Unidos se ha unido a otros países del Hemisferio Occidental para crear mecanismos que impiden la viabilidad de interrumpir las democracias constitucionales”, escribió el ya por entonces ex funcionario de Clinton en un “paper” publicado en el 2004, “Democracias latinoamericanas interrumpidas”.
Ahora dice que los obstáculos para el desarrollo de la región están en sus sistemas políticos. En el mismo “paper”, Valenzuela escribió que la baja representatividad de los partidos, las peleas entre los presidentes y los Congresos y la falta de consensos para instalar un programa de gobierno han abatido el espíritu democrático que barrió la región durante la restauración de los ‘80, dando paso a democracias débiles, que en algunos casos han derivado en dictaduras, como ocurrió en Perú con Fujimori, o gobiernos “cuasiautoritarios”, como sería el caso con la Venezuela de Chávez.
En ese trabajo, como lo viene haciendo desde hace más de una década, Valenzuela argumentó a favor de la imposición de esquemas parlamentaristas en la región, supuestamente para fortalecer sus sistemas políticos y hacer más eficaces a sus Estados. En su “paper” Valenzuela no se priva de ofrecer ejemplos a seguir, aunque se traten de modelos europeos como los que tanto había criticado cuando intentaron imponerlos los modernistas: la tercera y cuarta repúblicas francesas, Europa occidental a partir de 1789, la Polonia y la República Checa del poscomunismo.
El nuevo Varenzuela dice que es la cultura presidencialista latinoamericana la que impide hacer las reformas que permitirían alcanzar un grado más alto de desarrollo. Y que esa cultura es difícil de cambiar a favor del parlamentarismo porque es heredera de “historias” y “tradiciones” muy arraigadas en la región. Uno sospecha que para el hoy funcionario estadounidense, esas mismas “historias” y “tradiciones” estarían detrás de la “inseguridad jurídica” que tanto le preocupa.
Entonces, Valenzuela, representante del sistema presidencialista por excelencia, Estados Unidos, concluye que ese esquema no se adapta bien a la cultura latina. Por eso nos aconseja adoptar la “prudencia” de Jefferson y Madison, en vez de copiar la letra de la Constitución que ellos escribieron para su país.
En la década pasada las ideas sobre el parlamentarismo latinoamericano de Valenzuela, o más bien las de su maestro, Juan Linz, generaron un intenso debate entre los politólogos de la región y hasta llegó a celebrarse en Brasil un plebiscito sobre ese sistema de gobierno que fue ampliamente derrotado.
Hoy los líderes de la región parecen seguir el camino del “desarrollo dependiente asociado” que tipificaron Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto en los ’70. Algunos sumaron mecanismos de democracia directa inspirados en la “razón populista” que propone el politólogo Ernesto Laclau.
Para el nuevo Valenzuela, estos últimos están destinados a fracasar porque la llave del desarrollo es la ciudadanía política: partidos fuertes y equilibrados, elecciones competitivas, separación de poderes, libertad de expresión. Durante su gira sudamericana el funcionario de Obama habló mucho de estos temas en público y en privado con gente “moderna” como Macri, Cobos y Cavallo.
En cambio, no se le escucharon muchas definiciones sobre la desigualdad social y la pobreza estructural que persiste en la región según pasan los siglos y cambia la orientación de los gobiernos. Para el enviado de Obama, los conceptos de ciudadanía social y ciudadanía económica parecen ser meros ideologismos.
Néstor Kirchner, Aníbal Fernández y Héctor Timerman ya se encargaron de contestarle al hoy representante de los intereses regionales de Estados Unidos. Pero el mejor crítico del nuevo Valenzuela es el Valenzuela clásico, el de la universidad, aquel abanderado del enfoque dependentista desarrollado en la CEPAL de Raúl Prebisch.
Allá por 1978, en uno de sus trabajos más citados, “Modernización y Dependencia: Perspectivas Alternativas para el estudio de América Latina”, Valenzuela escribió: “La modernización de un país o unidad regional sólo se puede entender a partir de su inserción histórica en un sistema político-económico global... En los países periféricos el desarrollo de estructuras que producen ganancias a los grupos dominantes no conduce a la ganancia colectiva ni a un desarrollo parejo.”
Lo que cambia entre el centro y la periferia no es el nivel de racionalidad, sostenía el joven Valenzuela, sino la estructura del sistema de incentivos. Ese sistema, según el lugar que se ocupa dentro de él, produce distintos comportamientos. Entonces “el cambio surge del realineamiento de las relaciones de dependencia a lo largo del tiempo”.
Esas relaciones cambiaron durante el gobierno de Bush, cuando Estados Unidos apostó todo a las guerras en Medio Oriente y descuidó la región, permitiendo la emergencia de actores postergados. Esos actores parecen haber estudiado bien al Valenzuela clásico. Por eso les cuesta tanto digerir las viejas recetas y nuevas lecciones que vino a impartir el Valenzuela moderno.

A 20 años de la invasión de EU a Panamá

La fiebre imperialista de Washington de instalar sus bases militares por todos los lugares posibles de América Latina es quizás la amenaza directa más grave a nuestras soberanías que sufrimos en la época actual.
Jorge Turner / LA JORNADA
El 20 de diciembre se cumplieron 20 años de la infame invasión militar a Panamá por parte de Estados Unidos, ordenada por el entonces presidente George Bush padre. Debido a la desproporción de fuerzas entre agresores y agredidos, mi amigo Chuchú Martínez, valiéndose de una metáfora, calificó dicha invasión como el equivalente a la garra de un tigre hiriendo el rostro de un niño.

Pero yo prefiero decir, en una forma aun más llana, que aquel combate se pareció mucho al pleito entre un lobo y un cordero. Y, en ese pleito tan disparejo, hubo, según cálculos de Ramsey Clark, ex procurador de Estados Unidos, más de 7 mil panameños muertos.

Panamá es un pequeño país que en aquellos tiempos contaba con un modesto ejército (ahora ya desaparecido), el cual carecía de verdaderos cuerpos de aviación, y de marina, sin baterías antiaéreas efectivas y que se reducía a fuerzas terrestres. Y, encima, la cúpula del ejército panameño interpretó las señales previas al ataque, durante dos años, como formas de presión para que cambiara su política, siendo sorprendida.

En consecuencia, Panamá no tuvo la menor posibilidad de una resistencia importante al poderoso desplante norteamericano de fuerzas que hasta se dio el lujo de experimentar algunas armas novedosas que podría usar Estados Unidos más adelante en futuras guerras eventuales de mayor calibre. Leer más...

No basta ser político para ser revolucionario

Lo que pasa en Venezuela, El Salvador o en Honduras, no es inesperado. Los defensores de la “democracia capitalista” aparecen como lo que son, defensores a ultranza de un modelo de exclusión social y de explotación, de un régimen que exprime al máximo a los trabajadores, acumula riquezas para unas pocas familias y mantiene una sociedad totalmente desigual.
Salvador Ventura / Diario Colatino (El Salvador)
(Fotografía: Salvador Sánchez Cerén y Mauricio Funes, vicepresidente y presidente de El Salvador, respectivamente)
El Diario de Hoy publicó recientemente los resultados de una encuesta donde supuestamente la mayoría de personas consultadas “aprueba” la descalificación del presidente Funes, al vicepresidente Salvador Sánchez Cerén, sobre su apoyo al socialismo del siglo XXI, a la realización de la V Internacional y la condena al imperialismo norteamericano. El citado medio de publicidad dice también que “la mayoría de personas encuestadas no respaldan un sistema socialista” para El Salvador y prefieren “vivir en democracia”. Varios puntos por analizar, rechazar o comentar.
Lo que pasa en Venezuela, en nuestro país o en Honduras, no es inesperado. Los defensores de la “democracia capitalista” aparecen como lo que son, defensores a ultranza de un modelo de exclusión social y de explotación, de un régimen que exprime al máximo a los trabajadores, acumula riquezas para unas pocas familias y mantiene una sociedad totalmente desigual.
El capitalismo respeta la democracia mientras puede –y hoy en día puede cada vez menos y en menos lugares—, pero renuncia a ella con toda tranquilidad cuando se trata de sostener el régimen de explotación de los obreros.
Abundan los ejemplos en varias partes del mundo, Estados Unidos, desde luego, a la cabeza, y marca la pauta para muchos otros, grandes y pequeños, tras de los cuales se esconden los empresarios ansiosos de ganancias cada vez mayores. Estos no se oponen a una corriente socialista de manera tan simple, lo hacen porque peligra su propia acumulación de riquezas.
Esta realidad está teóricamente generalizada desde hace mucho tiempo, en la tesis marxista de que ninguna clase social entrega el poder sin lucha, sin recurrir a todas las armas a su alcance. NADA NI NADIE HA PROBADO LO CONTRARIO.
Los “teóricos” de la vía pacífica no pasan de ser racionalizadores de sus buenos deseos, en el mejor de los casos, o de su miedo, en el peor. Por eso era previsible que en Venezuela, como en todas partes donde se anuncia la construcción del socialismo, así sea la versión noruega o la canadiense, la violencia entra en escena al mismo tiempo que se van produciendo modificaciones al sistema.
Aquí, en El Salvador, con el solo anuncio de la revisión tributaria, los “grandes empresarios” han puesto el grito en el cielo y se están oponiendo tenazmente a tan tibias reformas.
Todos estos hechos internos, desde luego, se han mezclado con las declaraciones del vicepresidente Sánchez Cerén, quien por cierto nunca ha sido “santo de la devoción” de los sectores oligárquicos.
En Venezuela, el presidente Hugo Rafael Chávez Frías, ha dicho que las protestas y las “calenturas” de los oligarcas, no lo desviará de su propósito de construir un nuevo modelo económico, es decir, el Socialismo del siglo XXI, ni mucho menos de armar a sus millones de seguidores para en determinado momento enfrentar las agresiones.
Las direcciones revolucionarias tienen el deber de reducir “los dolores del parto”, de hacer que el tránsito del capitalismo al socialismo se haga con el mínimo de sacrificios para los trabajadores.
En Honduras, los grandes empresarios y terratenientes todavía viviendo en la época feudal, procedieron de la manera más burda y cavernícola, por supuesto contando con la aprobación del imperialismo y de asesores de la CIA quienes claramente estuvieron desde el principio detrás del golpe de Estado que expulsó del gobierno al presidente Manuel Zelaya Rosales.
En este sentido, parece muy obvio que en Honduras había un tramo de camino por recorrer pacíficamente. Teniendo el gobierno, pero no el poder, parecía posible ir construyendo gradual, pero firmemente, los organismos de poder con una mayor participación de la población, de manera tal de ir introduciendo algunas reformas al sistema económico tan feudal que priva en esa nación centroamericana. Jamás nosotros escuchamos que de “entrada” se quisieran sentar las bases para arribar a un modelo socialista; con todo, el presidente Zelaya se encontró más temprano que tarde con la violencia reaccionaria.
Las mínimas prestaciones como el aumento del salario mínimo, el reparto de parcelas agrícolas, la adhesión al ALBA y el anuncio de lograr una mayor participación de los hondureños en las gestiones gubernamentales hicieron salir a los gorilas de las jaulas y causar pánico entre los sectores económicamente poderosos.
En nuestro país también ocurren cosas extrañas, patéticas: las declaraciones aisladas del vicepresidente de la república han causado escozor en la piel y en el cuerpo de los oligarcas. Estas personas ancladas en la prehistoria creen que esas sencillas palabras, más las revisiones al sistema tributario o los públicos anuncios de introducir cambios en el anquilosado sistema educativo nacional, nos llevan irremediablemente a un proceso de cambios graduales e incruentos que de un solo golpe le quitarán el poder a la burguesía y se le entregará a los trabajadores.
Esta quizás sería la última apreciación y comentario, con todo había que señalar que cada país tiene sus condiciones específicas, y sólo en función de ellas puede establecerse de una manera correcta cuál es el momento de la organización, de la acumulación de fuerzas y cuál el de lanzarse al ataque, para decirlo de una forma simbólica. Venezuela no es lo mismo que El Salvador u Honduras.
Aquí se alaba y se festeja el derroche, la corrupción generalizada y el modelo de privilegios que caracterizó a los cuatros regímenes areneros. Pero basta que un político se pronuncie a favor de un modelo más justo y equitativo para que salten los reaccionarios y toda la jauría se vuelva contra el que se atrevió a hacer públicas semejantes declaraciones. ¡Ah raza de víboras!
El Salvador más temprano que tarde tiene que tomar una decisión sobre su futuro: nadie está pensando por el momento en construir un sistema socialista.
Lo que ocurre ciertamente es que con la expulsión de los areneros del gobierno, las cosas han alcanzado un nivel de cambio que obliga a la crítica. A la revisión de programas como el educativo, el de salud y las políticas agropecuarias. Por ejemplo, los gobiernos de Arena abandonaron totalmente el agro por considerar que era más rentable (para los capitalistas) importar la mayoría de alimentos, enlatados o no.
Por el contrario, el primer gobierno de “izquierda” piensa lo contrario y por ello se ha acelerado la entrega de títulos de propiedad de las parcelas agrícolas. Lo mismo en la educación: la niñez fue ignorada por los regímenes anteriores; ahora al nomás comenzar el año lectivo, se entregarán uniformes, útiles escolares y zapatos a más de un millón de estudiantes.

Lo que se jugó en el caso hondureño: perspectivas

Estados Unidos es un imperio en declinación. Su necesidad de consolidar un estricto control sobre América Latina (recursos naturales, fuerza de trabajo, consumidores de chatarra, nichos mercantiles) se hará más imperiosa en esta fase de despliegue de la mundialización. La violencia de las oligarquías estará también más flor de piel en tanto disminuye su acceso a ‘buenos negocios’ y aumentan la irritación e incertidumbre sociales.
Helio Gallardo / ALAI
El “caso hondureño”, un golpe de Estado promovido por políticos-empresarios, aparatos clericales, instituciones políticas locales y una línea del Departamento de Estado de Estados Unidos de América (EUA), y materializado por militares, se inscribe como continuidad de la política interna y de la geopolítica hemisférica del siglo XX.
El esquema es sencillo: un gobierno latinoamericano constitucional, pero que se considera hostil a la acumulación global y a sus monopolios (con sus diversos enclaves locales) y que quizás alienta alguna forma de movilización y organización de los sectores populares, es liquidado mediante la acción concertada de los poderes militar, político-económico, clerical y mediático.
El caso más publicitado en la segunda mitad del siglo XX es el chileno, condensado en la muerte de Salvador Allende y la conformación de una dictadura empresarial-militar extendida por 17 años y que fue forzada a dar paso a un régimen de gobierno ‘democrático restrictivo’ que prolonga el “estilo de existencia” y juridicidad propios del posicionamiento chileno tanto en el sistema de la mundialización como en la geopolítica encabezada por EUA en el hemisferio.
Por supuesto el ‘caso hondureño’ del 2009 no es un calco de la experiencia chilena de los setenta. La historia no se repite precisamente porque de alguna manera se aprende de ella. Y las situaciones también son diferentes. En Honduras, por ejemplo, el golpe no se extiende como un régimen de Seguridad Nacional encabezado nominalmente por militares. Se utiliza a los militares nativos como brazo armado del capitalismo global y de sus socios locales. Lo común es el golpe de Estado, la utilización de la fuerza, el aplastamiento del ‘enemigo’, el desprecio por derechos humanos, el injerencismo. Lo nuevo es la explícita concertación de actores e instituciones locales e internacionales, el cínico protagonismo empresarial y clerical, la manipulación mediática. También fue nueva (aunque había sido anunciada por las amenazas de golpe en Bolivia y Paraguay) la solidaridad de la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos y de la OEA con la institucionalidad hondureña y su representante, el depuesto presidente Zelaya. Constante es asimismo la resistencia de sectores populares, mejor o peor organizados, y su neutralización o derrota. Por desgracia, reaparece con fuerza el punto de la impunidad de los golpistas, tanto locales (militares, políticos y empresarios, iglesias) como internacionales, e incluso su exaltación.
El éxito del golpe de Estado en Honduras, es una derrota para la OEA y su Carta Democrática Interamericana, un aviso para los gobiernos latinoamericanos de que la interrupción institucional, más o menos sangrienta, se llevará a cabo en todos los lugares que reúnan las condiciones determinadas por las fuerzas golpistas y una amenaza directa para quienes adhieren o coquetean con experiencias que buscan la integración de gobiernos y pueblos latinoamericanos (como el bolivarismo o Unasur) o levantan discursos que promueven un mejor trato y una mayor cuota para la fuerza de trabajo urbana y rural en la distribución de la riqueza socialmente producida. Ni hablar de quienes aspiran que trabajadores y ciudadanos se organicen y expresen independientemente desde sus necesidades sentidas.
Interesa en este artículo destacar cómo la situación hondureña fue acompañada y coreada por un discurso mediático que, en lo central, repite un único guión escrito, sin duda, por sectores del Gobierno de EUA. Leer más...

¿Estado o comunidad?

El Estado liberal moderno, manejado por la burguesía desde la revolución inglesa, es una forma de Estado particular, pero de ninguna manera la única. La superación de esta forma estatal no significa la disolución empírica del Estado como tal –que en sentido estricto es un postulado–. Y éste es el debate actual.

Enrique Dussel / LA JORNADA
Pareciera que las comunidades de los pueblos originarios actuales en América Latina pudieran desarrollar un modelo democrático político más adecuado que la forma de Estado burgués moderno. Tal posición es defendida por aquellos que piensan que la disolución del Estado es condición de posibilidad de un ejercicio justo de la política.
En su última obra, Commonwealth, Antonio Negri considera nuevamente la forma Estado como una institución propia de la modernidad burguesa (lo mismo que J. Holloway y otros intelectuales) que hay que superar para iniciar lo que pudiera llamarse propiamente la política.
Esta tesis, como es sabido, fue defendida por el anarquismo (como el de Bakunin). K. Marx se opuso a este último en el sentido de que desde el campo social, por la lucha de clases en el nivel económico, había que superar a) el trabajo asalariado y b) el capital como condición de posibilidad de c) la disolución del Estado, y no por una lucha política directa (como los anarquistas) contra el Estado.
Esta triple negación es el tema que expone con gran solvencia el antiguo asistente de G. Lukacs, expulsado muy joven de Hungría, István Mészáros, en su obra reciente Más allá del capital (2006). La diferencia de Mészáros, con respecto de los otros pensadores nombrados, es que expone a partir de esa triple negación la manera como Marx llega a una importante conclusión: De aquí que él [Marx] mantuviera su definición preponderantemente negativa de la política hasta en sus últimos escritos, a pesar de su claro reconocimiento de que es necesario involucrarse en la política (Mészáros, p. 532), y por esto mismo no resulta en modo alguna sorprendente que Marx jamás haya logrado trazar aunque fuese los perfiles desnudos de su teoría del Estado (p. 564). Esto no niega que la elaboración de una teoría marxista del Estado es tanto posible como necesaria hoy en día (Ibid.). Es decir, la deficiencia del marxismo posterior a Marx en torno a la cuestión del Estado se origina en este hueco teórico del mismo Marx que debemos llenar urgentemente. Pero el hueco teórico no es sólo sobre el Estado, sino en una labor que Marx nunca pudo cumplir en el campo político; es decir, desarrollar una crítica de todo el sistema de las categorías de la filosofía política burguesa (crítica que realizó en el campo económico).
Hablando personalmente con Samir Amin en un Foro Social Mundial de Porto Alegre me decía: El Estado egipcio fue el primer Estado en sentido estricto de la historia mundial, hace 5 mil años. De la misma manera el incario en el Perú antes de la conquista, la organización política de las ciudades mayas o el altépetl azteca (como muestra) son estados tributarios (como los clasificaría Darcy Ribeiro en su obra El proceso civilizatorio). De manera que el Estado liberal moderno, manejado por la burguesía desde la revolución inglesa, es una forma de Estado particular, pero de ninguna manera la única. La superación de esta forma estatal no significa la disolución empírica del Estado como tal –que en sentido estricto es un postulado–. Y éste es el debate actual.
Algunos, como hemos dicho, en nombre de la organización política (o meramente social) de las comunidades originarias, tal como se encuentran hoy, las oponen a una forma de Estado liberal burgués, y se inclinan por el modelo de democracia directa de las comunidades indígenas actuales, sin Estado por lo tanto. En primer lugar, olvidan que las actuales comunidades son el resto de las naciones originarias que antes de la conquista (en las civilizaciones urbanas) tuvieron Estado, que comprendía a veces millones de miembros (como entre los incas). Allí había una organización estatal, no burguesa ni liberal, pero había Estado. En segundo lugar, pueden ser tomadas como un modelo ejemplar para ser aplicado a situaciones analógicas como las asambleas de barrios, pequeñas aldeas, fábricas, etcétera, donde la participación de democracia directa es esencial.
Pero, como hemos indicado en una colaboración anterior, esta participación en la base (y a través de mediaciones de la participación hasta el poder ciudadano en el nivel del Estado federal) no se opone, sino que debe fiscalizar las instituciones de la representación del Estado (transcapitalista, transliberal, transmoderno).
De manera que si oponer “representación versus participación” es una falsa contradicción (ya que hay que articularlas y definirlas en sus funciones distintas), de la misma manera “Estado versus comunidad democrática directa” es también una falsa contradicción, porque hay que saber articular ambas dimensiones en diversos niveles.
En un nuevo Estado (más allá del Estado moderno y burgués, que se iría acercando a la disolución del Estado por la disminución de la burocracia, la participación de las mayorías democráticamente en las decisiones, la transparencia de la representación, etcétera) la participación debe arrancar en la base de todas las instituciones (estatales) a partir de comunidades (cuya vida puede aprender muchísimo de los pueblos originarios tal como se encuentran en la actualidad en América Latina). Esto no se opone a que haya que inventar instituciones de participación a escala municipal, del Estado local o provincia, hasta llegar al Estado federal (por ejemplo, con el indicado poder ciudadano de la Constitución bolivariana). Pero esto no elimina, porque sería un idealismo voluntarista, la necesidad de la representación en los indicados niveles (municipal, del estado local o provincia, etcétera), que serían fiscalizado, mucho más estrictamente por las instituciones de participación.
Si alguien expresa: La comunidad es socialismo-comunismo, habría que tomarlo con cuidado. En el nivel de la base popular: sí. Pero esto no es lo mismo que el socialismo-comunismo en el nivel de las comunidades políticas de millones de ciudadanos como pueden ser las de Brasil, Ecuador o la India.
Intentar poner como modelo a) la organización de la comunidad en la base poco numerosa (con la participación del ciudadano por medio de una democracia directa, lo que debería implementarse) con b) la organización de millones de ciudadanos es idealismo político, moralismo anarquizante; es comprometerse sólo en el nivel social, y optar por una posición negativa ante la política (puerta que dejó abierta el mismo Marx en la interpretación de I. Mészáros), lo que hace cometer decisiones estratégico-políticas discutibles. Y la cuestión es aún políticamente más relevante en situaciones como las que se dan en Bolivia, Venezuela o Chiapas, y por ello son posiciones que deben ser debatidas explícitamente, para no caer en dogmatismos vanguardistas o utópicos (en el sentido negativo de este último término).

La voz oscura de los últimos. Identidad latinoamericana en Nicolás Guillén [1]

"Este andar por la América del Sur del que ahora vengo, significa para cualquiera de nosotros una inolvidable peripecia, una jugosa experiencia que nos enseña cómo son de semejantes y hasta de iguales los grandes problemas en cuya solución estamos empeñados. Nuestra caña se llama petróleo en Venezuela, café en el Brasil, carne en la Argentina, plátanos en Colombia, salitre en Chile y engendran el mismo dolor de pueblo, la misma angustia, idéntica miseria. Por fortuna, suscitan también parejas rebeldías": Nicolás Guillen.
Norberto Codina / LA VENTANA
La síntesis de la obra guilleniana, su poesía, su prosa (crónicas, artículos, ensayos), su epistolario y su propia vida, se interrelacionan armónicamente como las partes de un todo, de su vocación cubana, antillana y universal, de donde sobresale su esencia latinoamericana como resumen y expresión acabada de una trayectoria vital, ideológica y literaria. No en balde la gran mayoría de los estudiosos, aun aquellos que han tenido visiones más polémicas o parcialmente desacertadas de su obra, coinciden en que El son entero, publicado en Buenos Aires, en 1947, es el libro “que mejor redondea a Guillén”.[2] Indiscutiblemente, en este, el poeta avanza desde el territorio del idioma, el mestizaje y la confrontación ideológica, hasta la plenitud de la expresión latinoamericana.
Mariano Picón Salas, quien fuera un conocedor de nuestra literatura primigenia, consideraba como un desafío de las generaciones por venir, la profundización de los estudios latinoamericanos: “Ya las gentes del siglo XXI pondrán todo su énfasis en asuntos que a nosotros se nos escapan”[3]. Y uno de los aspectos a desarrollar de los orígenes comunes, son los vasos comunicantes que hacen que: “A pesar de las diferencias y de los contrastes telúricos, desde los días de la colonia la reacción del hispanoamericano ante el mundo tiene una identidad y un parentesco mucho mayor del que se supone”.[4]
De estos presupuestos iniciales de nuestra cultura Guillén escribiría: “Pensamos en el descubrimiento de América... ¿Fue obra de una sola cultura, de una sola ‘raza’? ¿Fue obra exclusiva de España? Indudablemente no. Los conocimientos matemáticos indispensables para la navegación —de origen asiático— fueron introducidos en la península ibérica por los árabes muchísimo antes de que Colón naciera”. [5]
Sobre esta mixtura de civilizaciones, que sirve de antecedente a la literatura que hoy nos es familiar, se van gestando antecedentes de la relación de lo cubano y lo americano. José Antonio Portuondo en su ensayo “Proyección americana de las letras cubanas”, se refiere a la Historia de la música colonial en México de Miguel Saldívar, el cual estudia “que en 1776 comenzaron a circular en México unas coplas escandalosas que habían penetrado por el puerto de La Habana, traídas por las flotas: Qué te puede dar un fraile / por mucho amor que te tenga / un polvito de tabaco / y un responso cuando mueras”. Portuondo al referirse a alguno de estos ejemplos de la cultura popular tradicional, señala: “Aquí está ya, en germen, nuestra poesía mulata, la gran poesía de Nicolás Guillén: su alegre desenfado, la intención satírica, la musicalidad, la presencia de la muerte”. [6]
Los textos académicos a veces tienden a ver parcelas de la poesía negra, o caribeña, o social, y olvidan que todo esto se fragua en una suma poética e ideológica que es su condición latinoamericana. Aquí el idioma es un vector que el poeta domina, otro español, “la lengua perdida”, como bien la nombrara Ezequiel Martínez Estrada. En su polémico y apasionado ensayo: “La poesía afrocubana de Nicolás Guillén” (definición con la que el mismo Nicolás estaría en desacuerdo), Martínez Estrada señala que uno de los aportes más importantes del poeta a la lírica del continente es la singularidad en el uso del idioma. “Guillén trae la cultura arcaica de los pueblos ágrafos y las modulaciones de sentimientos que no necesitan obligatoriamente de la palabra [...] el polen de las culturas ágrafas africanas, que por corrientes subterráneas pueden remontar al lecho del Ganges o del Anáhuac y el Tauantinsuyu de las civilizaciones americanas”. [7]
Don Ezequiel lo resumiría así: “La presencia de Guillén en las letras castellanas es la de un americano insurrecto”. [8] El poeta se nutre de esas raíces que se cruzan entre España y África, pero a su vez se independiza tomando de cada cual lo que le es imprescindible: “no es dialectal, pero tampoco se entrega, en lo más noble y grande de su mensaje, al avasallamiento de la lengua de los vencedores. Pertenece al pueblo vencido”. [9]
Juan Marinello al hablar del poder de la lengua gustaba recordar lo que Unamuno ya había precisado perspicazmente al decir “que la lengua española había dicho en América cosas que nunca dijo en España”. [10] Al abordar el uso del idioma en el autor de Sóngoro cosongo, Marinello lo define con esta bella y sugerente imagen: “precisaba alumbrar el oro novísimo por galerías perfectas, había que expresar lo negro antillano en un lenguaje asequible a negros y a blancos en el que no se escape por las duras mallas del castellano el acento de África en su variante americana. Nicolás Guillén dio con la difícil expresión”. [11]
La presencia africana y la insularidad, teniendo en la lengua y la cultura española sus códigos de comunicación, hacen de la poesía guilleniana, la síntesis caribeña que como una gran corriente submarina nos integra al continente, haciendo el viaje inverso de las primeras piraguas arahuacas. La cultura, y en particular el baile, la música, la pintura y la poesía, han logrado atravesar las fronteras que aún lo político, económico o ideológico no han podido cruzar. El idioma es el cuerpo vivo y múltiple donde se funde el mestizaje y establece sus nuevas formas, desde una historia de origen diverso. Es esa lengua de todos, una patria común con sus singularidades en Brasil o en las Antillas menores.
El brasileño Adelto Gonzalves coloca la obra del poeta camagüeyano en el contexto continental, y en la interrelación sociológica y cultural que legitima el mejor reconocimiento de su importancia. Es interesante cómo el elemento africano o indio se refleja en la literatura continental como fenómeno de simbiosis:
"Guillén es, con certeza en la poesía, lo que el escritor peruano José María Arguedas en la novela, el caso más significativo de simbiosis cultural en América Latina. Su obra fue una contribución decisiva para que el sociólogo y antropólogo también cubano Fernando Ortiz crease en 1940 el neologismo transculturación, hoy indispensable para comprender la historia de Cuba, y, por razones análogas, la de toda la América en general". [12]
El mestizaje es la piedra angular de esa transculturación que se ha dado también en llamar, en lectura más política, integración latinoamericana, pero que en la historia subterránea de los pueblos tiene fuerza como el sincretismo religioso, que viene desde la magia tribal, pasando por la santería del barracón y el cimarronaje, hasta el cristianismo oficial de las clases dominantes, y que Nicolás retrata en la “Canción del bongó”: “En esta tierra, mulata / de africano y de español / (Santa Bárbara de un lado, del otro lado Changó)”. [13]
Las naciones emergentes del siglo XIX, las que oportunamente Darcy Ribeiro definió como “pueblos jóvenes”, y significativamente las que forman el Caribe, fueron las últimas en concluir el proceso descolonizador, y recipiente de las principales corrientes migratorias del continente, ya sean europeas, asiáticas, y/o africanas, son portadoras en su cultura del eclecticismo propio de su formación mestiza.
Un mínimo acercamiento, una simple asociación de amistades, países, cartas, crónicas y versos en el contexto de un largo viaje y un libro, resumen muy sucintamente lo que pudiera ser el capítulo fundamental, que desde lo cubano y antillano proclamaría la expresión latinoamericana. Pero nadie mejor que él para dar fe de ese cúmulo de experiencias. A un año de la publicación de El son entero, en un almuerzo que se le ofreció en el Pen Club de La Habana, en marzo de 1948, a su regreso del recorrido por Nuestra América declara su pertenencia:
"Lo nuestro está más cerca del espíritu latino que nos llegó mediante España, Francia y Portugal, eso sí me es querido de cerca, de apretarlo contra el corazón. Y este andar por la América del Sur del que ahora vengo, significa para cualquiera de nosotros una inolvidable peripecia, una jugosa experiencia que nos enseña cómo son de semejantes y hasta de iguales los grandes problemas en cuya solución estamos empeñados. Nuestra caña se llama petróleo en Venezuela, café en el Brasil, carne en la Argentina, plátanos en Colombia, salitre en Chile y engendran el mismo dolor de pueblo, la misma angustia, idéntica miseria. Por fortuna, suscitan también parejas rebeldías". [14]
Palabras leídas durante el homenaje que la Fundación Bernardo Feitosa, la Universidad del Estado de Ceará, su Secretaria de Cultura y la Fundación José de Alencar ofrecen a la Casa de las Américas por sus cincuenta años de vida.
NOTAS
[1] Conferencia impartida en: Nicolás Guillén. Congreso Internacional Hispanidad, Vanguardia y Compromiso Social. Universidad de Castilla la Mancha, Ciudad Real, 15 al 18 de octubre de 2001. Congreso Internacional en Homenaje a Nicolás Guillén. Universidad Veracruzana, Jalapa, 14 al 17 de mayo de 2002. Festival Mundial de Poesía. Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallego”, Caracas, 25 de marzo de 2004. Publicada en Archipiélago, no. 40, año 9, México, abril- junio, 2003, pp. 28-32.
[2] Enrique Anderson Imbert: Historia de la Literatura Hispanoamericana, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1966, p.173.
[3] Óscar Rivera-Rodas escribió “(…) Picón Salas buscó el desarrollo de las ideas de la descolonización y una ética antiimperialista, con una convicción afirmativa orientada al futuro”. Revista Casa, La Habana, número 250, 2008. p. 31.
[4] Mariano Picón-Salas: De la conquista a la Independencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, p.17.
[5] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, ed. cit., t. III, p.147.
[6] José A. Portuondo: Crítica de la época y otros ensayos, Universidad Central de Las Villas, 1965, pp.168-169.
[7] Nancy Morejón: Recopilación de textos sobre Nicolás Guillén, serie Valoración Múltiple, Casa de las Américas, La Habana, 1974, pp. 74-78.
[8] Ídem.
[9] Ídem.
[10] Juan Marinello: ob. cit., p. 403.
[11] Ibídem, p. 78.
[12] Adelto Gonzalves: “Nicolás Guillén o itinerario de un poeta”, en Revista Iberoamericana, no.152-153, 1990, p. 1171.
[13] Nicolás Guillén: Obra poética, 2 t., Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1995, t. I, p. 98.
[14] Nicolás Guillén: Prosa de prisa, t. III. p. 367.

sábado, 19 de diciembre de 2009

América Latina: mentalidad colonizada

Desde los albores de nuestra vida republicana, nuestros sectores dominantes se han sentido traicionados por la suerte al haber nacido aquí, en esta tierra que, como dijo el presidente Oscar Arias en su alocución en la pasada Cumbre de las Américas, ha hecho las cosas mal.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración: "Calavera del catrín", del grabadista mexicano José Guadalupe Posada).
El 15 de diciembre pasado, en una conferencia de prensa ofrecida en la sede de la Cancillería de la República de Costa Rica, el señor presidente Oscar Arias Sánchez dijo, literalmente, que a él le encantaría ser ciudadano canadiense.
Aunque es un exabrupto, hay muchos en nuestros países que quisieran ser canadienses, o estadounidenses (ciudadano de “los Estados”, dicen), o franceses, o alemanes. Quisieran ser de cualquier país metropolitano, de los que están “en el centro”, en donde pasan las cosas que consideran verdaderas. Claro que es muy feo que lo diga un presidente, pero qué le vamos a hacer: es nuestra mentalidad colonizada.
Desde los albores de nuestra vida republicana, nuestros sectores dominantes se han sentido traicionados por la suerte al haber nacido aquí, en esta tierra que, como el mismo antes citado Oscar Arias dijo en su alocución en la pasada Cumbre de las Américas, ha hecho las cosas mal.
Por eso, al decir de Eduardo Galeano, quieren “ser como ellos”. Como Suiza, por ejemplo. Costa Rica y Uruguay, cuando quieren decirse cosas buenas, levantarse la autoestima, compararse con sus vecinos, se dicen la Suiza centroamericana o la Suiza de América. Acorde con esa mentalidad colonizada dominante, ambos países sienten tener poblaciones bastante blanquitas, lo que quiere decir que tienen pocos indios y negros en su composición étnica.
Todos sabemos que eso es mentira, que son construcciones imaginarias ridículas, pero ahí están.
Tener un apellido de origen sajón, teutón o nórdico es signo de superioridad. Si sus apellidos son, por ejemplo, Pérez Gómez, no habrá problema en hacerse conocer como Pedro Pérez. Pero si fuera, pongamos por caso, Pérez von Shopenhauer, entonces será Pedro Pérez von Shopenhauer. ¡Faltaba más! Da alcurnia el apellido “extranjero”, y en paisitos de mentalidad colonizada, abre puertas.
Dadas las fechas por las que transitamos, vuelva el lector a ver a su alrededor. Vea los cipreses artificialmente nevados que decoran esas catedrales contemporáneas que son los centros comerciales (los mall, como le dicen en algunos países). Observe los renos del Polo Norte (ese que se está quedando sin hielo), la barba blanca de ese señor gordo enfundado en un traje invernal en el que seguro le dará un soponcio en alguna de esas catedrales del consumo ardientemente tropicales de San Pedro Sula, en Honduras; de Maracaibo, en Venezuela; o de Guayaquil en Ecuador.
Un escritor, un músico, un artista se consagra en América Latina cuando se vuelve “universal”. ¿Y qué significa, para nosotros, volvernos universales? Pues que expongan nuestros cuadros en Europa, aunque sea en una cafetería de un pequeño poblado del norte de Inglaterra; que nos hagan alguna edición de nuestro librito en algún ayuntamiento español, aunque sea el de San Luís de Puente Abajo, aldea perdida en el seco paisaje de Castilla La Mancha.
Nadie está a salvo. Las universidades, esas a las que José Martí llamaba en su ensayo Nuestra América a enseñar al dedillo la historia de América, se engolosinan hoy con impulsar el “emprendedurismo” entre el estudiantado, anglicismo que quiere significar que hay que armar a los muchachos y muchachas con las herramientas que les permitan ser competitivos. Lo primero que deben aprender estos “emprendedores” es el inglés, porque ese es el universo que les es afín.
Cuando aparece quién busca volver los ojos a los elementos propios recibe la sonrisa irónica, la burla, el desprecio porque lo que vale es lo que se certifica afuera. El viernes 18 de diciembre, un columnista costarricense llamado Julio Rodríguez, que escribe en el periódico de derecha La Nación, hace alusión a la edición española de Foreign Policy que, dice, publicó una lista sobre “Los 100 pensadores del 2009”; menciona también que ahí mismo hay una entrevista al ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Juntando la entrevista y la lista, el columnista de marras hace las siguientes reflexiones: 1) ¡Qué profundo Clinton!; 2) no hay en la lista del Foreign Policy ningún pensador progresista de América Latina, de lo que debemos deducir que los pensadores progresistas de América Latina son malos y que todos deberíamos ser como Clinton (¡!).
Es lo mismo que querer ser canadiense.

Los "buenos", los "malos" y Hillary.

Para desgracia del poder imperial, sus "malos latinoamericanos" siempre tendrán rostro de pueblos. Como Sandino. Como el Che. Como Allende. A través de ellos, de su legado, sus ideas y sus múltiples y diversos continuadores –hombres y mujeres-, nuestra América seguirá librando sus irrenunciables luchas de liberación e independencia.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Según la Secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, la verdadera democracia, o al menos la que su gobierno está dispuesto a reconocer como tal en América Latina (no hablemos ya de Irak o Afganistán), es aquella que, por ejemplo, se labra patrióticamente en México, Honduras y Colombia, a fuerza de “guerra contra el narcotráfico”, golpes de Estado y bases militares. Pero nunca será democracia aquella que se revigoriza y legitima constantemente en las urnas, en referendos y elecciones presidenciales y legislativas, y en el empeño –siempre perfectible- de transformación social y cultural, como serían los casos de Venezuela y Bolivia.
Todo esto se desprende de las palabras de la señora Clinton al presentar, el pasado 11 de diciembre, los resultados de un informe sobre política exterior y las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. La prensa internacional dio cuenta de sus declaraciones, y en todas ellas se advierte la prepotencia que nace, o bien de la ignorancia del “Norte revuelto y brutal que nos desprecia”, como dijera José Martí, o bien de los apetitos inconfesables de dominio y control que han guiado, históricamente, a todos los imperios modernos.
El repertorio de Clinton incluyó críticas para lo que considera “inclinaciones antidemocráticas” de los procesos políticos en Bolivia, Nicaragua y Venezuela y las relaciones de estos países con Irán (aunque deliberadamente omitió referirse a la visita del presidente iraní a Brasil); además, silencio absoluto –y nada inocente- sobre la penetración militar estadounidense en Colombia; promesas de redención democrática made in USA para Cuba; reivindicación del Acuerdo de San José-Tegucigalpa, aderezado con la ambigua solidaridad hacia el golpismo hondureño, apelando para ello a un slogan más publicitario que político: “Queremos ayudar a los hondureños a ayudarse a sí mismos”. Y finalmente, elogios para el aliado mexicano Felipe Calderón.
Todo esto dicho al mejor estilo del dictum empleado por el expresidente George W. Bush en su guerra terrorista contra el terrorismo: “están con nosotros o están en contra nuestra”, que ahora la señora Clinton reformula así: “Estados Unidos no puede resolver solo los problemas de nuestro hemisferio u otra parte del mundo, pero los problemas no pueden ser resueltos sin que Estados Unidos esté involucrado”.
La continuidad de las políticas de Bush en el gobierno de Barack Obama no se limita solo al discurso público y la recurrente intimidación diplomática: recién el día 14 de diciembre, y por aclamación, la Cámara de Representantes estadounidense resolvió excluir a Bolivia de la nueva extensión de la Ley de Preferencias Comerciales Andinas (ATPDEA). Se castiga al país suramericano por no enlistarse en la “guerra contra el narcotráfico” de Washington. Una muy sutil manera de ejercer un bloqueo comercial y ratificar, de paso, las sanciones impuestas por el cowboy texano poco antes de finalizar su mandato.
Es la vieja historia de los buenos y los malos que Noam Chomsky, en su libro Ilusiones necesarias. Control del pensamiento en las sociedades democráticas (1992), desmenuza al analizar el modelo de propaganda que ha funcionado en los Estados Unidos desde las primeras décadas del siglo XX, al servicio de los intereses del estado imperial. Explica Chomsky: “como entienden los autores de cuentos de niños, la vida es sencilla cuando hay héroes que admirar y amar, y diablos que temer y despreciar (…) El reparto de los personajes en los asuntos internacionales incluye a héroes que luchan por la libertad, la democracia, la reforma y todo lo bueno, y diablos que son violentos, totalitarios y generalmente repelentes. La mayor parte de los actores carecen de importancia, son parte del decorado. La inclusión en una u otra categoría significativa está determinada por la colaboración con los intereses de la élite, o por el daño que se les ha causado”.
Así imponen su ley los imperios: cuando no la escriben a sangre y fuego sobre los cuerpos de los dominados, lo hacen sobre sus mentes y el sentido común de la época. Y esto, precisamente, es lo que hace la señora Clinton: ampliar el reparto de héroes y villanos, el guardarropía del diablo de Washington, para luego justificar toda clase de maniobras intervencionistas.
En el guión del Departamento de Estado, "los buenos" se ufanan de su abolengo oligárquico, de su sensatez –tan cercana al entreguismo- para abrazar la globalización neoliberal y su heroísmo para aliarse con (o someterse a) los poderosos.
Para desgracia del poder imperial, sus "malos latinoamericanos" siempre tendrán rostro de pueblos. Como Sandino. Como el Che. Como Allende. A través de ellos, de su legado, sus ideas y sus múltiples y diversos continuadores –hombres y mujeres-, nuestra América seguirá librando sus irrenunciables luchas de liberación e independencia.