jueves, 29 de enero de 2009

La Amazonia, metáfora de los dilemas que atraviesan a la izquierda de América Latina

El gobierno de Lula permite la depredación, acusa el Movimiento de los Sin Tierra.
La selva, lugar de prueba de un nuevo paradigma civilizatorio, alertan en el Foro Social Mundial.
Luis Hernández Navarro (Enviado de LA JORNADA)
Belem, Brasil, 28 de enero. De la crisis global, a la crisis ambiental, a la crisis civilizatoria. La Amazonia como ejemplo vivo y candente del nivel que ha alcanzado la destrucción del medio ambiente. Esa fue la ruta central que el día de hoy siguió el Octavo Foro Social Mundial (FSM).
En diversas mesas de trabajo que sesionaron se fue elaborando un diagnóstico: la Amazonia es el escenario de una doble querella. La primera de ellas enfrenta a movimientos ambientalistas de todo el mundo que luchan por la preservación de la selva, con los gobiernos del área que reivindican su soberanía. La segunda confronta a los pueblos originarios y campesinos que viven en ese territorio, con gigantescos proyectos carreteros y energéticos impulsados por esos mismos gobiernos.
Detrás de ellas se encuentran tanto las diferencias y contradicciones existentes entre movimientos populares y gobiernos progresistas de América Latina, como la disputa por otro modelo de desarrollo o civilizatorio.
La Amazonia es una metáfora de los dilemas que atraviesan a la izquierda, tan grandes como la región misma. Latinoamérica ha crecido en los últimos años exportando materias primas. Los gobiernos progresistas han captado recursos extraordinarios para sus programas favoreciendo la explotación petrolera, minera y forestal, al tiempo que dan facilidades a la producción extensiva de soya. Pero la expansión de estas actividades ha provocado fuertes conflictos con comunidades indígenas y campesinas.
El río Amazonas es el más largo y caudaloso del planeta. Junto con Canadá, es la mayor reserva de agua dulce del mundo. Nace en los Andes del sur de Perú y desemboca en el océano Atlántico. Cuenta con más de mil ríos tributarios de importancia.
A su alrededor crece la mayor selva tropical del planeta, extendida sobre 5.5 millones de kilómetros cuadrados en Brasil (60 por ciento), Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y la Guayana Francesa. La riqueza de su biodiversidad es compleja y exuberante, pero su equilibrio es muy frágil: en parte de la selva la capa de humus no pasa de 30 o 40 centímetros.
La presión privada sobre esa tierra y esos recursos naturales es enorme. Se busca construir grandes presas hidroeléctricas, expandir la minería y los agronegocios, sembrar soya y engordar vacas. Según la Coordinación de Organizaciones Indígenas de la Amazonia Brasileña (COIAB), “la Amazonia perdió en los últimos 30 años, 80 millones de hectáreas de selva por actividades de desarrollo no duradero”. El riesgo de que la selva se vuelva una inmensa sabana de manera irreversible es real.
La humanidad entera debe estar preocupada por la Amazonia, dice el teólogo Leonardo Boff. Según él: “el FSM debe presionar al gobierno brasileño para que elabore una política clara, explícita y objetiva para conservarla. No lo ha hecho. Hay políticas puntuales para resolver conflictos de tierras e impedir el desmantelamiento de algunas regiones, pero no mucho más.”
Según él, la Amazonia es el lugar de prueba de un nuevo paradigma civilizatorio que es necesario construir, basado en una disminución de los niveles de consumo. Hay que reducir, reciclar y reutilizar, afirma.
Las voces que en el Foro alertan sobre el peligro que se cierne sobre la Amazonia son múltiples y diversas. Entre muchas otras se encuentran las de los campesinos del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, ambientalistas y científicos. Están, también, los activistas vegetarianos, que insisten en que detrás de cada hamburguesa que comemos, hay un árbol menos. “Al consumir carne usted está financiando la devastación de la Amazonia. No sea cómplice con este crimen. Vuélvase vegetariano”, advierte su propaganda. Y ponen como demostración cómo, entre 1990 y 2006, el hato ganadero en esa región aumentó en 180 por ciento, pasando de 26 millones de cabezas a 73 millones.
A lo largo del territorio del río Amazonas viven unos 135 pueblos originarios. Representantes de muchos de ellos se encuentran en el Foro, y han dedicado una parte muy importante de sus esfuerzos a alertar acerca de los peligros que penden sobre su hábitat. Vestidos con sus trajes típicos y con el cuerpo pintado de rojo y negro han invocado el espíritu de sus antepasados para salvar la selva. “Venimos a levantar la voz de los pueblos indígenas que no quieren ver sus tierras y sus aguas convertidas en mercancías que se venden”, dijo la aimara Viviana Lima.
Y es que, como dijo en el Foro Jorge Ñancucheo, representante de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, “sufrimos el avance de las multinacionales que llegan atropellando nuestros territorios, saqueando nuestra agua, nuestros bosques, nuestros recursos naturales. Antes teníamos a una economía en la que no había hambre, en la que no morían nuestros niños. Hoy los indígenas somos los más pobres de los pobres. Este modelo está en crisis pero no muerto.”
El avance de la modernidad salvaje sobre la selva amenaza también las tierras de indígenas, campesinos, extractores de caucho y pescadores ribereños. La situación es tan grave que el gobierno de Lula tuvo que asumir el amargo trago de la renuncia de Marina Silva, secretaria del Medio Ambiente y reconocida ecologista, cansada de tener que enfrentarse, prácticamente sola, con los voraces intereses de los grandes consorcios. “El gobierno de Lula –dicen los Sin Tierra– ha apoyado el avance de ese modelo depredador de la Amazonia.”
Devastación
Como ejemplo de ello está la denuncia hecha por investigadores sociales, representantes de pueblos indígenas y activistas rurales contra la empresa multinacional Vale do Rio Doce, culpable de la devastación del bosque amazónico. Originalmente fue una compañía estatal, pero Henrique Cardoso la privatizó en mayo de 1997. Es la empresa minera más grande de Latinoamérica y la segunda más grande del mundo. El corazón de sus operaciones es un vasto complejo en el Amazonas central, conocido como Carajás.
Conflictos como éstos son, de acuerdo con Ramón Mantovani, dirigente del Partido de la Refundación Comunista, expresión de la compleja relación que existe entre los movimientos populares y los gobiernos progresistas de la región. Según él, esos gobiernos que no provienen de la izquierda tradicional, no son gobiernos posneoliberales sino gobiernos que están en el centro de la lucha contra el neoliberalismo; que buscan romper con este modelo, pero aún no han salido de él. Están en la punta de la lucha pero, a pesar de sus propuestas de integración regional, siguen atados a un marco nacional.

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