domingo, 12 de abril de 2009

Enajenación y desenajenación

Hoy, cuando en otras condiciones se intenta avanzar en la construcción de sociedades de nuevo tipo, no debe perderse nunca de vista esa desiderata de la que, en última instancia, depende el éxito de la empresa: si no se tiene en la mira un nuevo ser humano con nuevos valores, que debe empezar a construirse desde ahora, tarde o temprano la historia pasará factura.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
(Ilustración: "Forjando el amparo", mural de Pavel Égüez)

La ambición más grande del ser humano, decía el Che, es ver al ser humano liberado de su enajenación, y para ello proponía reconstruir la sociedad sobre valores que no son los del capitalismo. Al Che no se le escapaba, claro, que el ser humano debe liberarse de las apremiantes necesidades materiales: del hambre, del trabajo explotador, de la carencia de cobijo y, en general, de aquellas condiciones que no permiten una vida digna. Pero, siendo éstas la base necesaria, consideraba que no era suficiente. El ser humano necesitaba crecer más allá de la mera reproducción de la vida para ser realmente eso, un ser humano. En la terminología de su tiempo, se trataba de construir un hombre nuevo. Hoy abogamos por un nuevo ser humano.
Ya Marx, sobre todo en los Cuadernos económicos y filosóficos de 1844 y, en general, en sus trabajos que luego Louis Althusser llamaría “de juventud”, se había ocupado extensamente del tema, pero éste no nació con él pues una larga tradición lo antecedía y le servía de base en el pensamiento filosófico de Occidente. Rousseau, Fichte, Hegel, Feuerbach, por ejemplo, se habían ocupado, desde el particular punto de vista de cada uno, del ser enajenado. Para todos, la enajenación era una suerte de robo que la sociedad le hacía a la esencia humana, la cual se caracterizaría por un plus sobre sus características animales. Es decir, reconociendo la conexión ineludible con la naturaleza (que en el caso de lo humano sería su pertenencia al reino animal), lo específicamente humano estaría dado por ciertos rasgos y características que lo distanciaban y diferenciaban de lo animálico. Dentro de la tradición marxista, esa diferencia nacería, básicamente, de las posibilidades del ser humano de realizar trabajo creativo, que tendría como base y conditio sine qua nom el desarrollo cerebral específico alcanzado por el homo sapiens.
Pero en la sociedad dividida en clases sociales –no solo en el capitalismo, por cierto- nos dice Marx, el trabajo se transforma en trabajo enajenado, es decir, en un trabajo no-libre, cuyo producto no le pertenece a quien lo realiza. Este momento de la enajenación se expresa, también, en la enajenación en el proceso de producción, pues éste se realiza solamente para obtener, a cambio de él, lo suficiente para renovar la fuerza de trabajo y ésta, ¿cómo se renueva?: comiendo, descansando, durmiendo, es decir, a través de las funciones que, en el ser humano, nos ligan a lo animal. Quiere decir que el ser humano no solamente es despojado del producto de su trabajo sino que con él, también, de su esencia humana, pues se eleva al rango de mayor satisfacción y realización aquello que lo liga con lo animal, mientras que aquello en lo que debería realizar su humanidad (el trabajo) lo vive como una carga que solo ejecuta para poder sobrevivir. Se ha invertido la relación: lo que es humano en el ser humano es vivido como animálico, y lo que es animálico es vivido como humano. Este sería el núcleo esencial de la enajenación, la fuente nutricia de una sociedad enajenada que, al invertir los términos, desatiende, deja de lado, desprecia los valores propiamente humanos.
De ahí, entonces, la necesidad de reestructurar la sociedad, de ponerla nuevamente sobre sus propios pies y no de cabeza, al revés como está ahora. Para ello, es necesaria una verdadera revolución, es decir, un trastrocamiento rotundo. Marx no dice, nunca, a través de qué vías políticas se realiza ese trastrocamiento, y solo alcanza a decir que la nueva estructuración social, en la que no existiría el Estado, los medios de producción serían colectivos y no existiría, por lo tanto, el trabajo enajenado, es el comunismo. Cómo llegar a él sería la tarea que se autoimpondrían los socialistas de finales del siglo XIX y los del XX, entre ellos Vladimir Ilich Lenin, Lev Trotsky, Rosa Luxemburgo y mucho otros. De ellos nació la idea de una sociedad de transición, a la que llamaron socialista, en la que se irían creando las condiciones para transitar al comunismo, a la sociedad desenajenada.
El América Latina, en los años 60, el Che pensó que las características del ser humano desenajenado debían de empezar a construirse en esa etapa intermedia llamada socialismo; un artículo suyo, publicado en el semanario uruguayo Marcha, dirigido por Carlos Quijano, llamado El socialismo y el hombre en Cuba da cuenta de forma sintética de su concepción al respecto. En él, el Che establece una relación estrecha, de mutua condicionalidad, entre los factores materiales y los ideológico-culturales. Es necesario, dice, crear la base que permita la satisfacción de las necesidades básicas, pero es también sumamente importante crear una nueva conciencia que permita atisbar a un nuevo ser humano. El acentuar en este segundo aspecto le da al pensamiento del Che y, en general, a la Revolución Cubana, un sello distintivo en el concierto de las búsquedas que se dan en el siglo XX por una sociedad de nuevo tipo. No pocas veces esta actitud fue tachada de “voluntarista”, en la medida en que no hacía depender la transformación de la conciencia en primer lugar de los cambios en la base material de la sociedad, sino que le atribuía un lugar estelar a la voluntad de cambiar, es decir, al esfuerzo consciente por transformarse en otra cosa, luchando contra lo que se consideraba que eran las taras del pasado e intentando construir, cotidianamente, un nuevo perfil.
La juventud más lúcida de la América Latina de los años 60, 70 y 80 asumió esa tarea que, en las condiciones en las que se realizaba, estaba –según las palabras del mismo Che- teñida de sacrificio cotidiano. Miles de muchachos y muchachas ofrendaron su vida a lo largo de todo el continente, amparados en el ideal de construir una sociedad nueva, libre de enajenación.
Hoy, cuando en otras condiciones se intenta avanzar en la construcción de sociedades de nuevo tipo, no debe perderse nunca de vista esa desiderata de la que, en última instancia, depende el éxito de la empresa: si no se tiene en la mira un nuevo ser humano con nuevos valores, que debe empezar a construirse desde ahora, tarde o temprano la historia pasará factura.

1 comentario:

karlx1978 dijo...

Este el de la enajenación es uno de los temas menos tratados en Cuba, no podemos hablar de unidad, de capacidad crítica, de conciencia socialista de combatividad y beligerancia ante el enemigo, si no empenzamos a identificar nuestras formas concretas de enajenación y sus fuentes, eso es lo que mas me preocupa la invisibilización del fenómeno se explica buena parte de los vicios y errores de nuestra sociedad y como ello desvirtúa las cosas a tal punto que confundimos lo ridículo con lo heroico o lo pedestre con lo sublime