domingo, 26 de julio de 2009

Una lucha cada vez más generalizada y radical

En Honduras, los sectores populares que han resistido al golpe desde hace casi un mes, radicalizan su desobediencia civil a las autoridades espurias y no cejan en su resistencia. Su ejemplo radical sostiene y empuja a Zelaya, como ha pasado y sigue pasando en otras partes de América Latina en esa relación dialéctica entre el pueblo y sus dirigentes.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
Han quedado atrás los años oscuros cuando Eduardo Galeano, desde el Cono Sur dijo, en un artículo publicado en el Semanario Brecha, sentirse como un niño perdido en la tormenta.
Afortunadamente.
En un lapso de poco más de diez años, esa América Latina que se encontraba en medio del saqueo neoliberal, levantó cabeza y echó, de nuevo, a andar. La cada vez más generalizada lucha organizada de los pueblos latinoamericanos a la que asistimos hoy, es el resultado de años de acumulación de fuerzas, y de búsquedas que fueron encontrando las vías para llegar hasta las instancias del poder político a través de múltiples vericuetos que no siempre llegaban a buen puerto. Piénsese, solo a manera de ejemplo, en la sucesión de presidentes en Bolivia, en la “ingobernabilidad” ecuatoriana, en los motines caraqueños, en el protagonismo urbano de los piqueteros bonaerenses.
Una época explosiva, convulsa, que fue transformando a esta parte del mundo en el referente más importante de la oposición al mundo unipolar al que se pretendía que habíamos arribado para la eternidad luego del derrumbe de la Unión Soviética.
Los sectores dominantes reaccionaron visceralmente. Los cambas bolivianos sacaron a relucir un racismo solo equiparable al de su homólogo de clase hondureño que tildó al presidente de los Estados Unidos de “negrito” que no sabe nada de nada. Algo que se ha ido aprendiendo, sin embargo, es que cada vez que se logra sortear alguno de los obstáculos que éstos ponen, los procesos se radicalizan, van más allá. Cuando no es así, se corre el riesgo de detenerse, que prácticamente es equivalente a morir.
Esta radicalización ha sido etiquetada por la derecha latinoamericana y estadounidense como adscripción al “chavismo”. Chavista equivale a ser lo que antes era el comunista o rojo, o guevarista, o fidelista, y antes masón. Es una etiqueta descalificadora que pretende evidenciar y marginar, pero también justificar las acciones que en contra se puedan tomar contra el etiquetado: a los “chavistas”, garrote.
Muchos latinoamericanos odian el “chavismo”. Es gente común y corriente que no forma parte de las elites dominantes de sus países. Cuando se conversa con ellos, lo primero que hay que preguntarles es dónde se informan para conformar su opinión. La imagen que tienen del proceso que se lleva a cabo en Venezuela se ha perfilado, en buena medida, a través de los medios de comunicación tradicionales. Ellos también están asustados “esperando a los bárbaros”, como decía Kavafis.
El “modelo chavista” ha sido, entonces, demonizado. El 20 de julio recién pasado, el señor P.J. Crowley, vocero del Departamento de Estado norteamericano, respondió a preguntas sobre si Washington percibía un alejamiento entre Zelaya y el gobierno venezolano: “creemos que sí”, dijo, “estábamos escogiendo un gobierno modelo y un líder modelo al cual deberían seguir los países de la región, (y creemos) que el liderazgo actual en Venezuela no sería el modelo”. Al final, la guinda del pastel: “Si esa es la lección que el presidente Zelaya ha aprendido de este episodio, sería una buena lección.”
Zelaya, mientras tanto, mal portado, ha llegado a la frontera con Honduras desde Managua. Ahí, acampa y espera la llegada de sus familiares y simpatizantes que, a campo traviesa, intentan sortear los retenes que el ejército ha instalado en las carreteras.
En Honduras, los sectores populares que han resistido al golpe desde hace casi un mes, radicalizan su desobediencia civil a las autoridades espurias y no cejan en su resistencia. Su ejemplo radical sostiene y empuja a Zelaya, como ha pasado y sigue pasando en otras partes de América Latina en esa relación dialéctica entre el pueblo y sus dirigentes.
Son los pueblos cansados los que avanzan, en Honduras, a través de la montaña. Los acontecimientos no responden a las tonterías maniqueas del Departamento de Estado sobre el “modelo chavista” y otras sandeces.

sábado, 25 de julio de 2009

Honduras: (en)clave de la geopolítica en Mesoamérica.

Mesoamérica se perfila como un escenario prioritario de la “restauración conservadora”, que se ejecuta por medio de dos vías: una, la exportación de la Doctrina Uribe y la “guerra contra el narcoterrorismo” en el marco de la Iniciativa Mérida -o Plan México- financiada por EE.UU.; y la otra, la utilización de Honduras, enclave histórico de la política exterior norteamericana, como campo de prueba y error: aquí se diseña un modelo de desestabilización aplicable en otros países.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Ilustración de Gervasio Umpiérrez)
El desarrollo de los acontecimientos en Honduras, las maniobras del Departamento de Estado de EE.UU. para postergar el regreso de Manuel Zelaya a su legítima presidencia y la peregrinación de los golpistas a Bogotá en busca de apoyo; la instalación de nuevas bases militares norteamericanas en Colombia y el conflicto que esta decisión ha abierto con la Alianza Bolivariana (ALBA); así como la ofensiva retórica, mediática y judicial antiterrorista desplegada, a nivel internacional, por el presidente Álvaro Uribe, nos obligan a ubicar la crisis hondureña en un contexto mayor: el del reposicionamiento de las fuerzas e intereses que, desde la potencia del Norte y sus aliados, dan forma a la geopolítica mesoamericana.
En este contexto, hablar de Mesoamérica supone mirar la región más allá de los límites con que tradicionalmente se la ha definido – de México hasta el norte de Costa Rica-, para extenderlos ahora hasta el Putumayo (suroeste de Colombia), en virtud de los generosos esfuerzos realizados por Uribe, desde el año 2006, en la construcción de una “arquitectura regional” favorable al proyecto hegemónico imperialista, en connivencia con los sectores dominantes (políticos y económicos) mexicanos y centroamericanos.
En efecto, la ampliación del Plan Puebla Panamá (ahora conocido como Iniciativa Mesoamericana) hasta las coordenadas del Plan Colombia, junto a la firma de los tratados de libre comercio (NAFTA y CAFTA), han configurado una zona de exclusivo control económico, político y militar estadounidense, solamente desafiada por las movilizaciones populares y el ascenso al poder ejecutivo, en distintos países de esta subregión, de gobiernos identificados con el movimiento histórico que vive América Latina en las tendencias nacional-populares y del llamado “progresismo”, como son los casos del FSLN, en Nicaragua; el FMLN, en El Salvador; el giro socialdemócrata en Guatemala, con Álvaro Colom; y finalmente, el acercamiento del gobierno liberal hondureño de Zelaya a la ALBA.
La problemática mesoamericana no puede ser comprendida sin esta referencia indispensable a su renovada condición de frontera geopolítica y económica de los EE.UU., cuyas élites la conciben como su último bastión frente a los procesos de cambio iniciados en nuestra América durante la última década.
Esto nos permite plantear que desde Honduras, los intereses del imperialismo, las élites político-empresariales, las viejas y nuevas oligarquías centroamericanas y las cúpulas religiosas más conservadoras, intentan establecer un nuevo enclave político (y militar, si es preciso) que, a la manera de una onda expansiva, permita articular la contraofensiva de la derecha, a escala mesoamericana, primero, y latinoamericana después.
Mesoamérica se perfila como un escenario prioritario de la “restauración conservadora”, que se ejecuta por medio de dos vías: una, la exportación de la Doctrina Uribe -inaugurada en el ilegal ataque del ejército colombiano a un campamento de la insurgencia de las FARC en territorio de Ecuador, en marzo de 2008- y la regionalización de la “guerra contra el narcoterrorismo y el crimen organizado”, en el marco de la Iniciativa Mérida -o Plan México- financiada por EE.UU.
Lejos de ser un incidente aislado, la Doctrina Uribe goza de buena salud. Así lo demuestra la mancomunidad de intereses expresada por el Presidente de México, Felipe Calderón, en su visita a Bogotá el pasado mes de mayo, y que se traduce en el apoyo brindado a las autoridades colombianas para la persecución, judicial y política, de intelectuales (el Dr. Miguel Ángel Beltrán) y estudiantes (Lucía Morett) en territorio mexicano.
Asimismo, el anuncio de la instalación de entre cinco y siete bases militares de EE.UU. en Colombia, considerado un abierto desafío a la ALBA, dados los conflictos que mantiene Uribe con los gobiernos de Nicaragua, Ecuador y Venezuela, resulta funcional a las intenciones de afectar al bloque bolivariano, y fortalecer las posiciones geoestratégicas norteamericanas.
Súmese a lo anterior la campaña mediática contra el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, por la aparición de un sospechoso video con el que se pretende vincularlo a las FARC: una vendetta que responde a la orden de captura dictada por la Fiscalía ecuatoriana contra el ex Ministro de Defensa Juan Manuel Santos (investigado por el ataque a Sucumbíos), y en la que trasluce, también, un cierto resentimiento del Pentágono por la decisión soberana del pueblo ecuatoriano de prohibir la presencia de fuerzas militares extranjeras en su territorio, específicamente en la base Eloy Alfaro, en el puerto de Manta.
La otra vía que hace parte de esta estrategia de restauración conservadora, es la utilización de Honduras, enclave histórico de la política exterior norteamericana, como campo de prueba y error: aquí, en nombre de la democracia y la institucionalidad, se pone a prueba la unidad latinoamericana, al tiempo que se miden las posibilidades y límites de la diplomacia internacional, con el doble objetivo de fracturar la Alianza Bolivariana y diseñar un modelo de desestabilización aplicable en otros países.
Lo sucedido desde el golpe de Estado del 28 de junio contra Zelaya, hasta al desenlace fatal de las negociaciones en San José, revela la pedagogía del terror (muerte y represión social) de la derecha centroamericana, cuya lección amenazante para nuestra América puede resumirse en una frase: “No se acerquen a Chávez”, que es tanto como decir: no hay alternativas al sacro orden neoliberal –ni lugar para los pueblos.
Esta línea de acción es reforzada, sistemáticamente, por los informes del Departamento de Estado norteamericano (el ejercicio de la cartografía imperial), el último de los cuales señala a Venezuela como un cuasi narco-estado.
Como se ve, la sucesión de hechos en los últimos meses y la coincidencia de las formas políticas que se invocan para llevar adelante las pretensiones restauradoras, ofrecen argumentos suficientes para concluir que lo que ocurre en Honduras, y en la Mesoamérica ampliada, no responde a la casualidad: por el contrario, vemos aquí a los gigantes que llevan siete leguas en las botas, que salen al paso de la marcha de los pueblos de nuestra América y quieren aplastarlos.
¿Y el gobierno de EE.UU? Con su proyecto de reforma de salud entrabado en el Congreso, el presidente Barack Obama luce más preocupado por la política doméstica que por los asuntos regionales. Si, como pregonó en la Cumbre de Trinidad y Tobago, pretende forjar un nuevo tipo de relaciones con América Latina –y no solo con sus oligarquías-, Obama eligió un camino equivocado: le confió la política exterior a personajes que, tras las bambalinas de los discursos, siguen urdiendo las tramas de la dominación imperial tendidas desde principios de los años 1990 por las dinastías Bush y Clinton, y que perviven en los pasillos de la administración demócrata, en las agencias de seguridad del estado y en las instituciones políticas estadounidenses.

Honduras: resistencia al golpe y prueba para EE.UU.

En las últimas cuatro semanas ha quedado claro que el fracaso de las mediaciones de la Organización de Estados Americanos y del gobierno de Costa Rica se explica, en buena medida, por la actitud poco firme asumida por la Casa Blanca, que se refleja, entre otras cosas, en su negativa a retirar a su embajador en Tegucigalpa y a suspender la totalidad de los programas de asistencia que mantiene con Honduras.
Editorial de LA JORNADA (25 de julio)
A casi un mes de que inició la asonada oligárquico-militar que ha suspendido la vigencia democrática y el estado de derecho en Honduras, y luego del fracaso de las gestiones del presidente costarricense Óscar Arias por solucionar la crisis en aquel país centroamericano, el mandatario constitucional, Manuel Zelaya, arribó ayer (viernes) al puesto fronterizo de Las Manos –en los límites de Nicaragua–. Cruzó a territorio hondureño arropado por una multitud de simpatizantes y, tras permanecer ahí varios minutos, regresó al lado nicaragüense luego de exhortar de nuevo a los mandos castrenses participantes en la aventura golpista a bajar sus fusiles y dialogar.
El acto, aunque simbólico, como lo calificó el propio Manuel Zelaya, constituye una muestra más de la inviabilidad y debilidad del proyecto golpista –que no ha podido consolidarse, a pesar de que ha tenido 28 días de margen de maniobra– y pone de manifiesto nuevamente que en Honduras se desarrolla un admirable movimiento de resistencia popular, a pesar de los actos represivos del ejército y la policía en ese país, excesos que ayer fueron desplegados una vez más en contra de los simpatizantes de Zelaya, con un saldo de al menos dos heridos. Asimismo, da cuenta de que el rechazo a los golpistas se mantiene vivo y creciente, no obstante los intentos del gobierno espurio que encabeza Roberto Miheletti de proyectar al mundo una imagen de falsa estabilidad.
Frente a estos elementos sería inadecuado e improcedente que la comunidad internacional abandone a los hondureños en la lucha que llevan a cabo en defensa de la democracia; antes bien, es necesario que los gobiernos y los pueblos de la región refuercen las medidas de apoyo a Honduras y profundicen las presiones en contra del régimen de facto. En este contexto, resulta obligado reiterar la importancia del papel de Estados Unidos, país que pareciera ser la última instancia de presión diplomática en la actual crisis, y que no ha podido, sin embargo, sustentar plenamente con hechos el repudio expresado en varias ocasiones por el presidente Barack Obama ante el golpe de Estado.
En las últimas cuatro semanas ha quedado claro que el fracaso de las mediaciones de la Organización de Estados Americanos y del gobierno de Costa Rica se explica, en buena medida, por la actitud poco firme asumida por la Casa Blanca, que se refleja, entre otras cosas, en su negativa a retirar a su embajador en Tegucigalpa y a suspender la totalidad de los programas de asistencia que mantiene con Honduras. Adicionalmente, en los últimos días se han expresado nuevos disensos en el seno de la administración encabezada por Barack Obama con relación a la crisis hondureña: ayer mismo, la secretaria de Estado estadunidense, Hillary Clinton, calificó de imprudente el intento del presidente hondureño de ingresar a su país, y el vocero de esa misma dependencia, Philip Crowley, señaló que cualquier retorno (de Zelaya) a Honduras sería prematuro, declaraciones que colisionan con la postura del mandatario afroestadunidense, quien ha insistido una y otra vez en apoyar la restitución inmediata del legítimo presidente.
A estas fisuras dentro del gobierno de Washington deben añadirse los cabildeos emprendidos en la Casa Blanca y el Capitolio por representantes de los intereses de la oligarquía hondureña, así como las maniobras emprendidas por los estamentos conservadores de la clase política estadunidense que han intentado utilizar el golpe de Estado como un factor de confrontación partidista e instrumento de presión propagandística en contra de Obama, a quien buscan presentar como aliado de personalidades tradicionalmente críticas de Estados Unidos, como Fidel Castro o Hugo Chávez.
En la circunstancia actual, sin embargo, Washington debe entender que la claudicación ante las presiones señaladas tendría efectos desastrosos para el proyecto de política exterior emprendido por el actual mandatario estadunidense –y, por ende, para la imagen internacional de su gobierno– y contribuiría a afianzar un precedente nefasto para América Latina y para el mundo. Es necesario, por tanto, que la administración de Obama defina en lo inmediato un plan de acción que refleje el rechazo inequívoco de su gobierno hacia el golpismo hondureño y que contribuya, de esa manera, al enorme esfuerzo que realiza la sociedad de ese país por restituir el orden constitucional y la legalidad.

EEUU acelera la fase militar del Plan Colombia

Colombia actualmente es el país más comprometido con las políticas norteamericanas de “contención” en América del Sur. Sus vecinos inmediatos, Venezuela y Ecuador, han sido objeto de constantes provocaciones tanto por Bogotá como por Washington. El incremento significativo de militares norteamericanos en Colombia creará aún más tensiones entre los países de la región con Bogotá.
Marco A. Gandásegui, hijo. /http://marcoagandasegui.blogspot.com/
Informes indican que antes de fin de mes, EEUU acordará con el gobierno colombiano en Bogotá un acuerdo mediante el cual se distribuirán tropas norteamericanas en, por lo menos, siete bases del país andino. El ministro de Defensa, el general Freddy Padilla anunció que el acuerdo tendrá una duración inicial de 10 años. La principal instalación militar es Palanquero, apenas a 100 kilómetros de Bogotá, a orillas del río Magdalena. Las tropas norteamericanas también operarán desde la base de Apiay en los llanos orientales de Colombia así como en Barranquilla, en la base Alberto Puowels, en la costa del Caribe.
El acuerdo militar entre los dos países incluye un incremento de visitas de naves de guerra norteamericanas a los puertos de Málaga, en el Pacífico, y Cartagena, en el Caribe. Los voceros militares colombianos señalan que los nuevos arreglos le permitirá a EEUU reemplazar la base que opera en Manta, instalada en el norte de Ecuador. Washington tiene un total de 220 efectivos que hacían 8 vuelos diarios. Manta ha servido para identificar barcos y aviones sobre el espacio aéreo de Colombia y otros países de la región.
El acuerdo que permitirá a EEUU ocupar a Colombia por diez años, también extendería el pacto actual para incrementar la presencia de hasta 1400 soldados y contratistas militares estadounidenses en territorio colombiano.
La base de Palanquero se abrió a operaciones norteamericanas en abril de 2008. En 1998 un helicóptero que operaba desde Palanquero bombardeó a una comunidad al norte de Bogotá matando a 17 personas. El incidente fue encubierto hasta que los grupos de defensa de los derechos humanos obligaron al gobierno de Bogotá a admitir la responsabilidad de las Fuerzas Armadas colombianas en la masacre.
En la capital norteamericana, el Congreso está a punto de aprobar una partida para invertir 46 millones de dólares en la ampliación de Palanquero. En la actualidad, Palanquero cuenta con una pista aérea de 3500 metros de longitud, dos hangares y aloja la división más importante de la Fuerza Aérea colombiana.
La embajada de EEUU en Bogotá se niega a hacer declaraciones. El embajador William Brownfield señaló hace poco que EEUU no invertiría en la construcción de nuevas bases. Al contrario, dijo, su país sólo hará uso y modernizará las instalaciones ya existentes en Colombia. Brownfield era embajador de EEUU en Venezuela en 2002 cuando la conspiración para derrocar al presidente Hugo Chávez fracasó. Washington no negó su participación en ese golpe frustrado por el pueblo venezolano.
Colombia actualmente es el país más comprometido con las políticas norteamericanas de “contención” en América del Sur. Sus vecinos inmediatos, Venezuela y Ecuador, han sido objeto de constantes provocaciones tanto por Bogotá como por Washington. El incremento significativo de militares norteamericanos en Colombia creará aún más tensiones entre los países de la región con Bogotá. Según declaraciones de un militar colombiano a una agencia de noticias de EEUU, el Pentágono (Departamento de Defensa) pretende convertir a Colombia en un hub (“centro de operaciones”) para sus operaciones militares. Quienes se oponen en el Congreso de EEUU a la ampliación de la presencia de su país en Colombia están preocupados por los efectos que tendrá esta política intervensionista en la región. Además, a EEUU no le conviene, dicen, comprometerse más en los conflictos internos de Colombia.
El escenario colombiano se asemeja mucho al Vietnam de hace 40 años cuando EEUU desplegó tropas en ese país para luego atacar a los países vecinos de Indochina (Laos y Camboya). En este caso, EEUU podría estar pensando en Venezuela y Ecuador, de paso repetir una invasión-castigo a Panamá.
A pesar del hermetismo, el documento oficial del Pentágono, “Estrategia hacia una ruta global” ofrece algunas pistas sobre las intenciones de EEUU. El documento fue presentado en abril de 2009 en la base aérea de Maxwell, en Alabama, EEUU. El documento señala que Palanquero puede servir como una “base para la seguridad cooperativa” desde donde se podrían “ejecutar operaciones móviles”. En otras palabras, se convertiría en una plataforma para realizar operaciones militares en la región. Según el mismo documento, “la mitad del continente puede ser cubierto desde Palanquero por un transporte militar C-17 sin tener que reabastecerse”.
Tanto el senador opositor colombiano, Gustavo Petro, quien calificó este plan como “una violación de la soberanía”, como el candidato a la Presidencia, Rafael Pardo, se oponen a los planes de Bogotá y Washington. Pardo, que está en campaña para las elecciones de 2010, se queja del secretismo y la naturaleza provocativa de una presencia militar de EEUU en Colombia. Según Petro, “lo que busca el acuerdo es tener tropas norteamericanas en Colombia. Un país soberano debe respetarse por el hecho de que sólo las tropas colombianas son las que tienen derecho a estar en Colombia”.
El canciller colombiano, Jaime Bermúdez, quien viajo a Washington para defender el proyecto en una Comisión del Senado de ese país, aseguró que las operaciones militares de EEUU no penetrarían el territorio de otros países sin el permiso correspondiente. “Se trata de un acuerdo entre Bogotá y Washington que cubre sólo territorio colombiano”. El presidente colombiano, Alvaro Uribe, ha declarado muchas veces que sus tropas cruzarían todas fronteras para defender su país. Así lo han hecho en múltiples ocasiones en Venezuela, Ecuador y Panamá. Las declaraciones de Bermúdez parecen no coincidir con la historia reciente de agresiones colombianas en los países vecinos.
En la actualidad, EEUU mantiene alrededor de 600 efectivos y contratistas militares en Colombia. Los “asesores” norteamericanos están incrustados en las divisiones del Ejército colombiano, tienen sus propias oficinas y han entrenado a miles de oficiales desde 2000.
- El autor es docente de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena.

Colombia: El drama de cuatro millones de desplazados

Cifras y hechos del mismo Estado colombiano contradicen la política de Seguridad Democrática, plan militar bandera del presidente Uribe, respaldado por Estados Unidos.
Juan Diego Restrepo / APM
Dos millones 644 mil 149 personas fueron desplazadas en Colombia entre 2000 y 2008, según cifras reconocidas por el Estado. La cifra podría rondar los 4.100.000, conforme a los datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

La situación se complica cada día que pasa en Ituango. Hasta el día 16 de julio, 402 familias de campesinos, cerca de 1040 personas, abandonaron sus casas, sus animales y sus cosas en el campo y se desplazaron al pueblo.

El éxodo comenzó cuando las FARC presionaron a la comunidad a desplazarse y amenazaron con continuar el minado de campos si el Ejército no se retira de la zona. Ituango es un municipio situado a 195 kilómetros de Medellín, en un área controlada por los paramilitares y con presencia de las FARC.

Los campesinos fueron instalados por el alcalde en varias áreas del municipio. Ahora esperan la ayuda necesaria del Estado y las garantías para volver a sus tierras. Mientras tanto, el gobierno no quiere reconocerlos como desplazados y demora las ayudas. El alcalde del pueblo declaró que se le agotan los recursos para atender la emergencia.

Colombia es la nación que más Minas Antipersonas tiene sembradas en todo el mundo. Según el programa de Naciones Unidas para la infancia (UNICEF), 6.942 personas han sido heridas por pisar algunas de estas minas en el único país de América en el que se sigue sembrando el artefacto.

La cuestión es minar campos para impedir el acceso del enemigo y poder controlar el territorio. Los campos minados coinciden con áreas sembradas de coca, como es el caso de Ituango.

Si corre con suerte y no muere, quién pisa una mina generalmente pierde alguna de sus piernas o sufre quemaduras en su cuerpo. Comienza entonces el drama de la recuperación y la aceptación de un cuerpo mutilado acompañado del desplazamiento; las víctimas y sus familias suelen migrar a las ciudades.

Se calcula que más del 30 por ciento de las víctimas son civiles. Los eventos en los que se pisa una mina suelen ocurrir mientras realizan sus labores cotidianas o laborales; mientras traen o llevan agua; mientras caminan a sus casas, trabajan la tierra, van a la escuela; mientras cazan, mientras juegan.

En los niños el efecto es aún más dramático. Por su corta estatura, las amputaciones suelen ser más altas y la explosión puede alcanzar los órganos más expuestos. Según la UNICEF, 649 niños fueron contabilizados como víctimas de una Mina, entre 1990 y 2008. El 100 por ciento de las víctimas se halla bajo la línea de pobreza y el 97 por ciento de los eventos suceden en áreas rurales.

El minado es uno de los motivos del desplazamiento que se vive en Ituango. Habría que sumarle el confinamiento forzoso, los homicidios selectivos, los casos de masacre y el reclutamiento de menores; todos estos eventos fueron denunciados por la comunidad y por organizaciones de derechos humanos.

En diálogo con APM, José Higuita, un campesino de la vereda Los Sauces explicó que hay dificultad para alimentar a los refugiados. Agregó que “algunos de nosotros llevamos casi un mes fuera de nuestras casas, tuvimos que dejarlo todo cuando el Ejército instaló campamentos en algunos caminos y los enfrentamientos con las FARC se agudizaron. Yo soy padre de cuatro niños y no voy a dejarlos en medio del fuego cruzado”.

Acción Social, la entidad estatal encargada de atender la emergencia, sólo había reconocido hasta hoy a 229 personas desplazadas, las que llegaron primero, así que las ayudas no alcanzan para todos.

“Todos somos desplazados. No venimos por el mercado que nos dan. Nosotros lo tenemos todos en las fincas, nuestros cultivos, todo. Aunque debo explicarle a usted que las fumigaciones a los cultivos de coca cercanos acaban también con los cultivos de plátano, frijol y frutas”, expresó Higuita, quién agregó que la situación se complica cada vez más para el campesino.

A lo que más le teme la comunidad es al minado. Higuita cuenta que en su familia no ha habido víctimas por alguna de estas explosiones, pero agrega que “Una de mis bestias (vacas) pisó una mina en octubre pasado. Tres bestias tenía yo. Fue muy doloroso verla quejarse de dolor y optamos por sacrificarla. Uno recuerda la mirada del animalito y se le rompe todo”.

El desplazamiento es la ampliación de la gran propiedad. Los campesinos dejan sus tierras y el latifundista las siembra. La coca es uno de los sembrados más atractivos para paramilitares y guerrillas que financian su maquinaria bélica.

La población se desplaza entonces a las periferias de las grandes ciudades o a las cabeceras de los pueblos ¿Recuperarán algún día lo que les pertenece?

ACNUR afirma que la cifra de desplazados ronda los 4.100.000 personas. Se cuestiona así las cifras oficiales del Estado colombiano que cuentan a 2.644.199.

El subregistro está justificado por varias razones. Las políticas públicas tienden a no reconocer la magnitud del problema, caso de Ituango, porque puede afectar la gestión del gobernante o porque exige una mayor inversión social.

Los grupos armados amenazan a las víctimas, quienes ante el miedo optan por guardar silencio. En muchos casos, se ha podido demostrar que la población desconoce los mecanismos de denuncia o desconfía del Estado.

En siete años de la presidencia de Uribe, las cifras son alarmantes: en 2008 fueron desplazadas 227.127 personas según la vicepresidencia de la República. 15.246 en los meses de enero y febrero de este año 2009. Sin embargo, la política de Seguridad Democrática sigue implantándose en el territorio nacional, proponiendo la guerra como solución al conflicto y desconociendo la opción del diálogo.

Sudán es el país con mayor número de desplazados en el mundo, le sigue Colombia.

Diciembre de 2008. La Corte Interamericana condenó al Estado colombiano por el asesinato del defensor de los derechos humanos Jesús María Valle. Este abogado, nacido en Ituango, fue baleado en su oficina mientras presidía el Comité de Derechos Humanos de Medellín.

Días antes de su asesinato, el entonces Gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe, lo señaló como “enemigo del ejército”. Valle había denunciado la colaboración de militares de la IV Brigada del Ejército en las masacres de El Aro y La Granja.

Las ACCU (Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá) comandadas por Salvatore Mancuso entraron, en una noche del 1996 y en otra del 1997, en los corregimientos de El Aro y la Granja. Destruyeron ambos poblados, quemaron 42 casas, asesinaron y descuartizaron a 19 personas y desplazaron a la totalidad de la población, 702 personas.

Años después, preso, Mancuso confesó su autoría en la masacre de El Aro, y admitió que el general Alfonso Manosalva, comandante de la IV Brigada, le entregó la información y los mapas para efectuar la matanza, además lo abasteció con armamento. Fueron municiones del Ejército las que se usaron contra los habitantes del pueblo.

Otro paramilitar condenado por la Corte, Francisco Villalba, declaró que quién ordenó y planeó la masacre de El Aro fue el entonces gobernador Álvaro Uribe. El hecho no se pudo probar, Mancuso desmintió a Villalba, quién a la vez apareció asesinado en su casa.

La muerte de Jesús María habría de sumarse a la larga lista de asesinatos de hombres y mujeres dedicados al peligroso oficio que es defender los derechos humanos en Colombia. La comunidad espera el apoyo del resto de la sociedad. Al día de hoy, la prensa colombiana apenas si ha reseñado la crisis en Ituango.

Mientras tanto, las ayudas no llegan. Los desplazados se enfrentan a las acusaciones de tener infiltrados de la guerrilla que estarían alentando el éxodo, con el fin de poner en jaque al gobierno.

Se necesitan alimentos, asistencia médica, los estudiantes están desescolarizados y la comunidad sigue ante la incertidumbre de cuándo podrá regresar a la tierra que les pertenece.

Una liberación por completar

Nuestros gobiernos progresistas pueden y deben contribuir al necesario proceso de formación de conciencia, de expansión y fortalecimiento de la contracultura popular, de organización de los sectores sociales populares y los interesados en cambiar más profundamente la situación y sus perspectivas. Pero no pueden hacer más de lo que pueden las alianzas que los hicieron factibles, ni más de lo que el sistema en su conjunto puede sobrellevar.
Nils Castro Herrera / ADITAL
Como sabemos, en el último decenio varios países latinoamericanos han tenido alguna forma y grado de desplazamiento político a la izquierda. Esto ha ocupado la atención de muchos analistas y hoy disponemos de una importante cantidad de explicaciones que, pese a la diversidad de métodos y posiciones, coinciden en sus principales señalamientos sobre las causas y formas de ese fenómeno.
Sin embargo, todavía hay pocas previsiones concretas sobre cuánto más esta tendencia se podrá extender y profundizar o, en caso de revertirse, lo que pudiera sobrevenir en su remplazo. Esto reabre en cierta perspectiva un tema clásico: el de la dialéctica entre reforma y revolución o, más precisamente, el de si estamos o cuándo pudiéramos estar ante unas condiciones que efectivamente demandan replantearlo.
En general se recuerda cómo, tras el brutal ciclo de las dictaduras, el reflujo de las rebeliones guerrilleras y la reinstauración de las democracias civiles, sobrevino la ofensiva neoconservadora y con ella la imposición de los "reajustes estructurales" resumidos en el denominado Consenso de Washington. Acontecimientos que, en el ámbito externo, coincidieron con el cambio de estrategia en China, el colapso de la URSS y el "campo socialista", así como los efectos que por varios años esos acontecimientos le infligieron a las certidumbres, el prestigio y la convocatoria de las izquierdas.
El pasado ha muerto, pero…
En ese contexto, nuestros pueblos azotados por las consecuencias de la deuda externa, las amenazas de la hiperinflación, el temor al regreso de los militares y la escasez de alternativas ideológicas viables no obtuvieron las democracias que hubieran deseado, sino aquellas que les fueron concedidas en las transiciones pactadas entre los generales, los partidos tradicionales, la política norteamericana de la época y las autoridades financieras internacionales. Es decir, una modalidad de democracia restringida que no satisfizo muchas de las principales expectativas populares pero restableció cierta parte de los derechos civiles, libertades públicas y esperanzas electorales antes conculcados.
Esa democracia, básicamente concebida para descompresionar el ambiente social, regular la rotación entre administraciones oligárquicas formalmente electas, así como restringir la participación de opciones contestatarias, fue naturalmente débil frente a la ofensiva neoconservadora y las tesis neoliberales que ésta implantó. Destinada a administrar políticamente el servicio de la deuda externa, a aplicar las reformas recetadas por el Consenso de Washington y a mantener bajo control sus previsibles efectos sociopolíticos, hoy todavía la llamamos "democracia neoliberal" por el contenido de la gestión económica que le tocó implementar. Leer más...

América Latina: 1760-2010 (segunda parte y final).

Ciegas a la historia, de espaldas a los pueblos, las oligarquías sólo atinaron a mirarse el ombligo. Y mientras a finales de 1989 un tal John Williamson presentaba el documento que sería conocido como Consenso de Washington, los venezolanos ya habían recordado, en las calles, la advertencia de El Libertador contra las “… formas democráticas tomadas en préstamo de Europa, que carecían del fundamento social que había en Europa, y no había en América” (Carta de Jamaica, 1815).
José Steinsleger / LA JORNADA
En los últimos 20 años de nuestra América, los pueblos emprendieron la marcha final en pos de la segunda independencia, y para decidir de una vez sobre sí mismos. Caracas (febrero de 1989) y Chiapas (enero de 1994) oxigenaron los nuevos modos de entender la emancipación social efectiva. Ambos estallidos no surgieron del repollo. En coincidencia con el bicentenario de Simón Bolívar (1983), un grupo de oficiales del ejército venezolano fundaron una célula revolucionaria antimperialista, y en el simbólico 1992 los indígenas chiapanecos derribaron la estatua del conquistador español Diego de Mazariegos erigida en el centro de San Cristóbal de las Casas.
Ciegas a la historia, de espaldas a los pueblos, las oligarquías sólo atinaron a mirarse el ombligo. Y mientras a finales de 1989 un tal John Williamson presentaba el documento que sería conocido como Consenso de Washington, los venezolanos ya habían recordado, en las calles, la advertencia de El Libertador contra las “… formas democráticas tomadas en préstamo de Europa, que carecían del fundamento social que había en Europa, y no había en América” (Carta de Jamaica, 1815).
En Guadalajara, los demócratas de importación celebraron la primera reunión cumbre de presidentes iberoamericanos (1991). Años después, sin chistar, se adhirieron a la Alianza para el Libre Comercio de las Américas (Alca. Miami, 1994). En tanto, los intelectuales independientes (o sea, sumisos) sólo tenían ojos para especular, embobados, acerca de la más que previsible implosión del llamado socialismo real.
La respuesta no se hizo esperar. En sendas movilizaciones populares, ocho presidentes elegidos (más tres de carácter interino y un pelele golpista en Caracas) fueron derrocados: Fernando Collor de Melo (Brasil, 1992), Carlos Andrés Pérez (1993), Abdalá Bucaram (Ecuador, 1997), Raúl Cubas (Paraguay, 1999); Jamil Mahuad (Ecuador, 2000), Fernando de la Rúa (Argentina, 2000), Gonzalo Sánchez de Losada (Bolivia, 2003) y Lucio Gutiérrez (Ecuador, 2005).
Luego, las urnas consagraron a un ramillete de gobernantes que, con mayor y menor énfasis, cuestionaron el capitalismo salvaje. Tales fueron las posturas de Hugo Chávez (1999), Néstor Kirchner y Lula da Silva (2003); Evo Morales (2005), Manuel Zelaya y Daniel Ortega (2006); Cristina Fernández y Rafael Correa (2007). Y, con menor énfasis, Tabaré Vásquez (2004), Michelle Bachelet (2006), Fernando Lugo, Álvaro Colom, Leonel Fernández (2008) y Mauricio Funes (2009).
En consonancia con el espíritu de El Libertador, Venezuela emprendió la agenda solidaria: Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba, 2004), Banco del Sur y Consejo Energético del Sur (2007), Unión de Naciones del Sur (Unasur), Parlamento Suramericano y Consejo de Defensa del Sur (propuesto por Brasil), incorporación de Cuba al Grupo de Río (2008), derogación de las medidas que en 1961 expulsaron a Cuba de la OEA (San Pedro Sula, Honduras, 2009).
A mediados de mayo de 2008, un grupo de expertos de Washington concluyó que en América Latina se había acabado la hegemonía de Estados Unidos. Semanas después, el secretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Thomas Shannon (actual embajador en Brasil), arriesgó la peregrina idea de que la atención dada por su país a otras partes del mundo (léase Irak), abrió espacios en la región para un líder como Chávez.
Si lo primero se presta a duda, lo segundo es falso. George W. Bush y Hillary Clinton, Barack Obama y Condoleezza Rice siempre creyeron en la ideología neogolpista, prevista en la Carta Democrática de la OEA, y adoptada un tenebroso 11 de septiembre de 2001. La carta dice lo que Obama dijo con respecto a Chávez: La democracia va más allá de las elecciones. Pero todos sabemos que él no gobierna democráticamente. ¿Quiénes son todos?
En todo caso, el imperio cuenta con muchos brazos para imponer su concepción de democracia: el brazo político (Fundación Nacional para la Democracia: NED, por sus siglas en inglés, 1983), el electoralista (Fundación Internacional para Sistemas Electorales, IFES, 1987), el empresarial (Centro para la Empresa Privada Internacional, CIPE), el asistencialista (Agencia Internacional para el Desarrollo, USAID), el gangsteril (Fundación Cubano Americana), los brazos académicos y de cooperación, y un sinfín de brazos mediáticos (Sociedad Interamericana de Prensa, grandes cadenas de televisión). Y, por supuesto, con el Comando Sur y la CIA, par de brazos mayores que acaban de restaurar el orden democrático en Honduras.
El golpe contra Manuel Zelaya, presidente legítimo de Honduras, ha suscitado múltiples interrogantes. ¿Vuelta a los viejos tiempos? No lo creo. En otras épocas los militares daban un golpe y en menos de 48 horas dominaban la situación. No parece ser el caso de Honduras. Bautizados por el hambre crónica y el despojo sistemático de sus productos y riquezas, los hondureños están dando pruebas de que jamás volverán a vivir como extranjeros en su propia tierra.

1959-2009: El despertar de Nuestra América

La historia se encargó de enseñarnos que no ha concluido y que en su subsuelo late con intensidad la rebelión antisistémica, aunque bajo nuevas e inusitadas formas y a partir de nuevos sujetos. Carlos Rivera Lugo / Rebelion y Claridad
Al semanario puertorriqueño Claridad por su inclaudicable fervor revolucionario durante estos pasados cincuenta años.
El periódico Claridad nació hace medio siglo bajo el signo de la revolución. Si bien en lo inmediato se funda como instrumento de lo que se conoce en ese momento en Puerto Rico como la “nueva lucha por la independencia”, el contexto estratégico de la iniciativa se caracteriza por la ruptura histórica que marca el retorno a la América nuestra de la inconclusa agenda libertadora. Ésta da comienzo con la primera derrota del otrora todopoderoso imperio estadounidense en Cuba.

La Revolución cubana de 1959 nos devuelve no sólo la esperanza de que otro mundo mejor sea posible, sino además la voluntad para soñarlo y, sobre todo, realizarlo en la práctica. Sí, Fidel y el Che nos pusieron a soñar nuevamente más allá de lo dado y a desear transformarlo todo de raíz. Nos obligaron a reconfigurar la conciencia a partir de una ética nueva de vida fundamentada en el valor del bien, de lo justo y de lo común, más allá de la tiránica e inmoral valorización materialista y utilitaria del capitalismo. Hasta los teólogos cristianos se vieron compelidos a reanudar su opción preferente por los pobres. Los filósofos quisieron reencauzar su pensamiento para hallar nuevamente el ser en la praxis, es decir, en la práctica comprometida como criterio de verdad.

Hasta la dialéctica parecía tomar su curso esperanzador al ir desmintiendo la sentencia hegeliana acerca de nuestra condición como “pueblos sin historia”, condenados a vivir como meros apéndices de la historia de los pueblos del Norte. A partir de la Revolución cubana, Marx retomó su diálogo con la América Latina, aunque esta vez en términos más simpáticos que sus primeros acercamientos a raíz de la gesta independentista bolivariana.

Debido al virus ideológico estalinista que había arropado al movimiento comunista internacional, poco se conocía en ese entonces de las reflexiones críticas de Marx acerca de las características particulares del modo de producción en contextos coloniales, como la América nuestra, y las fuerzas revolucionarias potenciales de los lazos comunitarios que persistían bajo éste. Parecía inclinado a entender que la revolución social sólo se despertaría entre nosotros a partir de la justa valoración de nuestra propia historia, no necesariamente idéntica a la historia europea.
La crítica de Marx a Bolívar parecía partir de su apreciación acerca del carácter incompleto e insuficiente del proyecto de Estado de la gesta independentista suramericana. Para éste, el estado-nación bolivariano era más aparente que real, en la medida en que no se sostenía sobre las energías del conjunto de la sociedad civil, sobre todo sus sectores plebeyos. Esto tuvo como resultado una artificial construcción estatal autoritaria, sustentada por unas elites oligárquicas criollas con fuertes tendencias de mando bonapartistas. Como nos relata el escritor mexicano Carlos Fuentes en su novela La campaña: “La república criolla se iba a desentender de la esclavitud de hecho; sólo iba a reformarla en derecho”.

De ahí que, según Marx, esta primera independencia naciese coja. Para completarse haría falta su revolucionarización social, es decir, la potenciación para de la auténtica historia de nuestros pueblos a partir de sí mismos. Para Marx, la revolución no puede ser una obra que se emprende por encima de la sociedad sino como acción que construye desde la misma sociedad. Es por ello que con la Revolución cubana se inaugura en Nuestra América la gesta de la segunda independencia, esta vez presidida por el imperativo de la revolución social.

La verdadera independencia

En febrero de 1962, en la histórica Segunda Declaración de La Habana, se proclama la hora de la liberación definitiva de los pueblos: “Ahora, esta masa anónima, esta América de color, sombría, taciturna, que canta en todo el Continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir. Porque ahora, por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o en el tráfico de las ciudades o en las costas de los grandes océanos y ríos, se empieza a estremecer este mundo lleno de razones, con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y por otros. Ahora sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados de América Latina, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia”. Y concluye: “Porque esta gran humanidad ha dicho: ¡Basta! y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes, ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia”.

Sin embargo, al igual que les ocurrió a los bolcheviques soviéticos en su momento, la clase burguesa, tanto en su versión imperial como criolla, pretendió aislar y destruir la joven Revolución. El intento fallido de invasión por Playa Girón en abril de 1961, le produce a los Estados Unidos su primera derrota militar en la América nuestra. Airado decreta en 1962 un criminal bloqueo total contra Cuba para someterla de hambre.

La escalada de la agresión estadounidense contra Cuba lleva al gobierno revolucionario cubano a buscar la ayuda de la Unión Soviética. A finales de ese mismo año, se produce en torno a Cuba la llamada crisis de los misiles entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Tras una negociación secreta entre los presidentes de ambos países, Nikita Jrushchov y John F. Kennedy, la URSS acepta retirar sus misiles de Cuba a cambio de la garantía de Estados Unidos de que no invadirá a Cuba. Las negociaciones se condujeron de espaldas al gobierno cubano, en total desprecio a la soberanía de la isla.

Jurando que no permitiría el surgimiento de otra Cuba en la América nuestra, el presidente Lyndon B. Johnson no titubeó en autorizar la invasión militar de la República Dominicana en abril de 1965. Washington alegaba la infiltración comunista del movimiento constitucionalista, encabezada por el Coronel Francisco Caamaño Deñó, quien aspiraba a devolver a la presidencia al líder del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), Juan Bosch, el primer presidente democráticamente electo por los dominicanos luego del fin de la sanguinaria dictadura de Leónidas Trujillo. Fue depuesto a sólo siete meses de su gobierno como resultado de una conspiración derechista apoyada por Estados Unidos.

El orden de batalla

Ante la prepotencia imperial, sólo quedaba ampliar la apuesta política. Desde La Habana se empezó a irradiar una agenda de transformación continental desde la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Se encendió la lucha guerrillera en Venezuela, Perú, Brasil y Argentina. La guerra antiimperialista se quiso apuntalar a partir de la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y la América Latina, mejor conocida como la Tricontinental. El Che Guevara se encargó de apadrinarla desde las selvas bolivianas.

Antes que el filósofo francés Michel Foucault articulase desde Paris la idea paradigmática de que la verdad se constituye a partir de una posición de combate, dado que en el fondo la sociedad toda es un orden de batalla, estuvo la praxis del Che y de tantos otros en tierras de Nuestra América. Detrás de toda relación de poder, nos dice Foucault, yace “una lucha a muerte, de guerra” y como tal la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios.

Las ideas de los intelectuales no surgen de la nada, sino que se forjan a partir de las luchas concretas. Son éstas las fuentes constitutivas de las nuevas verdades que nos guiarán acerca de la naturaleza del poder. “Dos, tres, muchos Vietnam”, sentenció el Che. Le siguió el filósofo francés: “Para resistir se tiene que ser como el poder. Tan inventiva, tan móvil, tan productiva como él. Es preciso que, como él, se organice, se coagule, y se cimente. Que vaya de abajo hacia arriba, como él, y se distribuya estratégicamente”.

La muerte del guerrillero heroico en octubre de 1967, así como de otros combatientes durante ese periodo, tales como el cura colombiano Camilo Torres, el periodista argentino Jorge Ricardo Massetti y el brasileño Carlos Marighella, en medio de la intensificación de las estrategias contrainsurgentes del imperio, sólo sirvieron para abonar la radical agricultura. La rebelión brotó por todos lados, desde los estudiantes mexicanos de Tlaltelolco hasta los guerrilleros tupamaros o montoneros de las urbes uruguayas y argentinas. La Unidad Popular encabezada por Salvador Allende produjo la inédita victoria de 1970 vía las urnas en Chile. El nuevo poder, al igual que en Cuba, asumió un rostro obrero-campesino.

La contrarrevolución neoliberal

Sin embargo, más allá del triunfalismo que reinaba entre nosotros, la realidad se encargó de darnos unas dolorosas lecciones de humildad. Se impuso nuevamente la férrea ley del orden social y político de batalla: a mayor rebelión, mayor fue la represión. El fuego revolucionario se apagó con ríos interminables de sangre. La contrarrevolución neoliberal, promovida desde Washington, hizo su entrada en escena en 1973 sobre los hombros del sátrapa mayor, el dictador chileno Augusto Pinochet, seguido luego por otros sátrapas menores, aunque no menos sangrientos, en el resto del Cono Sur. El terror se constituyó en el criterio legitimador del nuevo orden civil. Los sobrevivientes fueron forzados a la claudicación, al exilio o al silencio a la espera de mejores días.

Tendremos que aguardar a la gesta nacionalista de Omar Torrijos en Panamá y la Revolución Sandinista de 1979 para recuperar la esperanza. En el caso de Panamá, Torrijos alcanzó negociar con el presidente estadounidense James Carter la recuperación de la soberanía sobre el Canal. No obstante, en el caso de Nicaragua, desde el Washington del neoliberal Ronald Reagan, se coordinó una guerra contrarrevolucionaria que le fue desangrando. En 1990 los sandinistas son desplazados electoralmente del gobierno y se impone en el país poco a poco la contrarrevolución neoliberal. Poco después, los acuerdos de Paz de 1992 pusieron fin también a una cruenta guerra emancipadora en El Salvador encabezada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Se percibe poco a poco a través de la América nuestra una tendencia incipiente hacia la sustitución de la política de las armas por las armas de la política.

Las invasiones militares de Estados Unidos a Granada en 1983, poniendo fin al régimen socialista que allí gobernaba, y a Panamá en 1989, ésta última para perseguir y arrestar como vil delincuente al jefe de gobierno, dan testimonio nuevamente del profundo desprecio que el imperio tiene de la autodeterminación y soberanía nacional de nuestros pueblos.

Con el colapso a partir de 1989 del “socialismo real” y, muy particularmente, de la URSS, Estados Unidos se consolida como hiperpotencia dentro de un nuevo orden mundial unipolar regentado casi absolutamente desde Washington. Junto a ello, se revive la otra pretenciosa idea hegeliana acerca del liberalismo como etapa final de la historia y, a partir de ella, la descalificación histórica de toda utopía que no se conforme a este juicio. Se forja el nuevo discurso ideológico de lo “políticamente correcto”, que se impone por todo el mundo como pensamiento único de la contrarrevolución neoliberal. George Orwell tuvo razón en vaticinar el advenimiento de un orden totalitario, aunque finalmente no será éste apuntalado por el “socialismo real”, como pensaba, sino que por la euforia de un capitalismo que aparentemente se alzaba con la victoria histórica sobre el socialismo.

En la América nuestra, el nuevo orden neoliberal se consolidó por medio de la imposición del funesto Consenso de Washington, que de consensual no tuvo nada. El imperio afina su proyecto de hegemonía neocolonial y anuncia la integración para el 2005 de un solo mercado desde el Norte hasta el Sur de las Américas, regentado desde Washington: el funesto Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

El nuevo protagonista de la historia

Sin embargo, la historia se encargó de enseñarnos que no ha concluido y que en su subsuelo late con intensidad la rebelión antisistémica, aunque bajo nuevas e inusitadas formas y a partir de nuevos sujetos. La dialéctica histórica no hay quien la suspenda y ésta confirma una y otra vez la naturaleza contradictoria de todo hecho o proceso social: más allá de lo dado se encierra siempre un hecho o proceso que le niega y, potencialmente, le supera. Es la continuación de ese “movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual”, ese inapelable criterio de la verdad del que nos hablaron Marx y Engels.

La primera evidencia de la constitución progresiva de un proceso de resistencia contrahegemónica fue el Caracazo de 1989, esa rebelión civil protagonizada mayormente por los marginados de las barriadas populares de la capital venezolana contra los efectos devastadores del neoliberalismo. Le siguió el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el 1 de enero de 1994, el cual introduce nuevamente la fuerza histórica de ese nuevo sujeto que, ya desde la década del sesenta del siglo pasado, el psiquiatra martiniqueño Frantz Fanon había sentenciado sería el novel protagonista que motorizaría una vez más la historia de la lucha de clases: “los condenados de la tierra”, los marginados y excluidos del orden civilizatorio capitalista.
Los Zapatistas representan la entrada en escena del indígena, largamente postergado como sujeto en los discursos no sólo de la derecha sino que también, en general, de la izquierda. De paso, armados de un “marxismo abierto” y crítico proponen otra manera de ver la guerra como también la política. El poder no se toma, se construye, insisten, al margen del Estado actual, es decir, desde la constitución de una esfera pública cada vez más ampliada al margen de ese Estado y afincada en las instancias locales de la sociedad. En ese sentido, le dan la espalda al Estado capitalista, el cual entienden como un nudo problemático irreformable de relaciones sociales que está inescapablemente comprometido con la reproducción permanente del capital como relación social alienante, desigual y opresiva. En la alternativa, hacen su apuesta política a la construcción, desde las comunidades indígenas, de un nuevo orden autogobernado, es decir, caracterizado por nuevas relaciones sociales y de poder, efectivamente democráticas.

Ahora bien, el “movimiento real” a partir del cual se va articulando un nuevo proceso de lucha contrahegemónica no se atiene a libretos ideológicos fijos y se nos presenta a través de una multiplicidad de vías según las particularidades de cada país. En 1999 se inicia la revolución bolivariana en Venezuela bajo el gobierno del presidente electo Hugo Chávez Frías y en el 2003 ascienden a las presidencias de Brasil y Argentina, también por la vía electoral, el obrero socialista Luiz Inácio Lula Da Silva y el peronista Néstor Kirchner, respectivamente. Estos tres mandatarios fueron los principales responsables de producir la defunción del Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) al confrontar al gobierno de Estados Unidos con sus demandas a favor de un orden económico internacional más equitativo. En la alternativa, sentaron las bases para la promoción de unos procesos progresistas e independientes de integración regional.

La sublevación de octubre de 2003 en Bolivia culminó con el eventual triunfo electoral, dos años más tarde, del primer candidato indígena a la presidencia, el socialista Evo Morales Ayma. A partir de éste se inaugura un proceso histórico de constitución de un inédito Estado plurinacional, multicultural y plurisocietal, bajo el mando de un nuevo bloque de fuerzas históricas con decisiva influencia del indigenismo y los movimientos sociales en general. En octubre de 2004, triunfa en los comicios presidenciales de Uruguay, el candidato centroizquierdista Tabaré Vázquez. Luego de su triunfo electoral del 2006, los Sandinistas vuelven al gobierno en Nicaragua con Daniel Ortega en la presidencia. En el 2007, con el triunfo decisivo en las urnas de su centroizquierdista Alianza País, Rafael Correa asume la presidencia en el Ecuador para dar inicio, al igual que Venezuela y Bolivia, a sendos procesos de refundación de los órdenes sociales y jurídico-políticos de sus respectivos países.

La América nuestra se convierte en un referente de potenciación radical de la democracia. En Paraguay la izquierda se alza también con la victoria electoral y el ex-obispo católico Fernando Lugo asciende a la presidencia. En Guatemala, en noviembre de 2007 el centroizquierdista Álvaro Colom obtiene el triunfo en los comicios presidenciales. Igual resultado obtiene luego el candidato presidencial del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Mauricio Funes, en marzo de 2009.

Todo ello marca un histórico giro a la izquierda de la política en Nuestra América, el cual estuvo acompañado de un relativo declive en la influencia de Estados Unidos en la región bajo la administración de George W. Bush. El ciclo de medio siglo inaugurado en 1959 bajo el signo de la revolución, culmina así su profundo quiebre epocal.

Incluso, hay quienes ven en la elección del afronorteamericano Barack Obama a la presidencia estadounidense, un atisbo del mismo signo transformacional. Al gobierno del presidente Obama le ha tocado el reto de redefinir las relaciones interamericanas y está por verse si tendrá la visión y la fuerza para hacerlo fuera de la perspectiva imperial que ha prevalecido desde el pronunciamiento de aquella nefasta doctrina que afirma su destino manifiesto para regir, a partir de sus intereses, sobre las Américas. Al respecto, nuevamente Cuba se erige como la mayor prueba de fuego, ante el reclamo que le hace a Washington la casi totalidad de los gobiernos de la América nuestra para que ponga fin al criminal y fracasado bloqueo que mantiene contra ese heroico pueblo hace ya casi cincuenta años.

Ya es hora, pues, que Washington se entere que somos pueblos con una historia propia.

El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.

26 de Julio de 1953, mucho más que una fecha

El año del centenario del natalicio de José Martí -1953- se presentaba nada halagüeño. Pero ese mismo año sucedió algo de suma importancia en Cuba que frenó la caída en picado, produciéndose, a partir de entonces, un ascenso moral y cultural de amplio alcance social; me estoy refiriendo al asalto a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo,
Paco Azanza Telletxiki / http://baragua.wordpress.com
A principios de los cincuenta, el panorama político de la sociedad cubana vivía un vacío ético alarmante. El 10 de marzo de 1952 y mediante un golpe de Estado apoyado por la CIA, Fulgencio Batista se hizo con el poder derrocando a Carlos Prío Socarrás. Para justificar su golpista intervención, Batista alegó que Prío tenía sumido al país en la bancarrota, donde las drogas y el juego eran elementos habituales en el diario acontecer de la Isla –en realidad, Prío fue eliminado de la escena política cubana porque se estaba distanciando de los intereses del gobierno yanqui, no a favor del pueblo sino de su propio bolsillo-. Aunque aquella afirmación era cierta, el nuevo lacayo del imperio norteamericano –nuevo relativamente, porque entre 1940 y 1944 presidió por primera vez la República- no hizo otra cosa que agravar la ya caótica situación de la población cubana que, de manera ilegal, gobernó hasta el primero de enero de 1959, día en que, junto a sus más estrechos colaboradores, huyó del país cargado de dinero público. Cabe recordar que Batista derogó la Constitución de 1940 e intentó, en vano, legalizar la situación política creando unos “Estatutos Constitucionales”.
Con estos antecedentes, el año del centenario del natalicio de José Martí -1953- se presentaba nada halagüeño. Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! –expresó Fidel en su alegato “La historia me absolverá"-. Pero ese mismo año sucedió algo de suma importancia en Cuba que frenó la caída en picado, produciéndose, a partir de entonces, un ascenso moral y cultural de amplio alcance social; me estoy refiriendo al asalto a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo. El asalto al Moncada –segunda fortaleza militar del país por aquel entonces- supuso la respuesta necesaria al golpe de Estado, y, además, la heroicidad de los combatientes repercutió de manera decisiva en la situación política y social de toda la Isla. Los asaltantes no obtuvieron la victoria militar, pero sí, sin duda, una victoria política muy importante, ya que con la gesta había surgido un movimiento cuya trascendencia ética y política era incuestionable. Sin embargo, la victoria política no llegó exenta de grandes sacrificios.
Era domingo de carnaval aquel 26 de Julio de 1953 en Santiago de Cuba cuando, de madrugada – a las 5 y 15 a.m.-, un grupo de ciento setenta y cinco jóvenes de la llamada Generación del Centenario, a las órdenes de Fidel Castro, inició el asalto. El objetivo del mismo era requisar el armamento para, posteriormente, convocar a la huelga general en todo el país y leer el último discurso de Eduardo Chibás. Raúl Castro y su grupo llegaron a tomar el Palacio de Justicia, como estaba previsto, y Abel Santamaría, con el suyo, hizo lo propio con el Hospital Civil, sitos los dos edificios junto al cuartel. Pero un accidente imprevisible hizo que el grupo de Fidel no pudiera tomar la fortaleza. Aquella calurosa mañana, la fatalidad quiso que la mejor arma que poseían los revolucionarios –el factor sorpresa- quedara neutralizada al toparse con una pareja de la llamada “guardia cosaca”. A pesar de ello, la supremacía correspondió a los asaltantes, quienes causaron al ejército treinta bajas, de ellas once muertos y diecisiete heridos. Pero el Moncada acogía en su interior a más de mil soldados de la tiranía, contra los que, eliminado el mencionado factor sorpresa, poco o nada se podía hacer. De modo que los revolucionarios optaron por retirarse, luego de combatir durante dos horas y cuarenta y cinco minutos, aproximadamente.
En caso de no poder tomar el cuartel, la consigna era retirarse a Siboney para, desde allí, procurar llegar a las montañas de la Sierra Maestra y proseguir la lucha. Pero tampoco la retirada resultó de manera satisfactoria. Muchos fueron detenidos y posteriormente asesinados, unos pocos lograron escapar y salir al extranjero, otros, perseguidos por las fuerzas represivas, fueron detenidos días después, sometidos a juicio y condenados a prisión.
Fidel fue capturado el primero de agosto en las estribaciones de la Gran Piedra por una patrulla militar al mando del teniente Sarría que, siendo una excepción en aquel ejército, se negó a entregarlo al comandante Pérez Chaumont, conduciéndolo al Vivac santiaguero para presentarlo ante los tribunales. El comportamiento del teniente Sarría salvó, sin duda, la vida del jefe del asalto. Anteriormente, en el momento de la detención, Sarría tuvo que poner freno a los guardias de su patrulla, ya que estos querían asesinar a todo el grupo de detenidos, a Fidel entre ellos. ¡Las ideas no se matan!, hubo de expresar repetidas veces el teniente para persuadir a sus agresivos subordinados.
La represión desatada por los tiranos contra los asaltantes fue de lo más salvaje que uno puede imaginar; para probar esta afirmación sobran los ejemplos. Apresados tras el asalto, a Abel Santamaría le sacaron los ojos y a Boris Luis Santa Coloma –hermano y novio de Haydée Santamaría respectivamente- le arrancaron los testículos. Una veintena de combatientes –entre los que ellos se encontraban- fueron sacados con vida del Hospital Saturnino Lora y trasladados por los soldados de la tiranía al asaltado cuartel, donde por orden de Batista –éste ordenó matar a diez prisioneros por cada soldado muerto- fueron salvajemente torturados y asesinados. En ese mismo hospital cumplieron su misión Haydée Santamaría y Melba Hernández, quienes igualmente fueron detenidas y llevadas al Moncada. Estas dos mujeres fueron testigos de excepción de la masacre allí cometida. Si no las ultimaron a ellas también fue porque un fotógrafo, que acompañaba a la periodista Marta Rojas, simuló hacerles una fotografía -no tenía película en la cámara- y, regándose la noticia de que en el cuartel había dos mujeres detenidas, los soldados ya no podían presentarlas como muertas en combate. A otros compañeros los asesinaron en el Hospital inyectándole en las venas aire y alcanfor. Pedro Miret sobrevivió y, en el transcurso del juicio, denunció el hecho.
Después, los cadáveres de algunos combatientes fueron dispersos por diferentes lugares del cuartel. A otros los arrojaron en las proximidades de El Caney y Siboney... también de Songo y La Maya, para simular su muerte en combate.
Los participantes en el asalto al cuartel de Bayamo no tuvieron mejor suerte. Basta citar un solo ejemplo para mostrar la masacre allí cometida: Tras ser detenidos, Hugo Camejo y Pedro Véliz fueron ahorcados atados con una cuerda al cuello y arrastrados por un vehículo en el Callejón de Sofía, cerca del cementerio de Veguitas. Al igual que a sus compañeros, a Andrés García Díaz le aplicaron el mismo método asesino. Dado por muerto, éste sin embargo, sobrevivió y pudo denunciar el hecho.
Nadie duda de los horrendos crímenes cometidos por los subordinados de Chaviano y Pérez Chaumont –siendo estos, a su vez, ordenados por Batista-. Existe, además, una prueba irrefutable que los certifica: De las 70 personas que murieron el 26 de julio y en días posteriores a manos de la tiranía, sólo ocho cayeron en combate; el resto de los cadáveres, sin excepción alguna, presentaban signos de evidentes mutilaciones y salvajes torturas.
Dante dividió su infierno en 9 círculos: puso en el séptimo a los criminales, puso en el octavo a los ladrones y puso en el noveno a los traidores. ¡Duro dilema el que tendrían los demonios para buscar un sitio adecuado al alma de este hombre... si este hombre tuviera alma! Quien alentó los hechos atroces de Santiago de Cuba, no tiene entrañas siquiera -la cursiva es de Fidel refiriéndose a Fulgencio Batista y Zaldivar.
Fidel fue separado del resto de sus compañeros y juzgado en una pequeña sala del Hospital Saturnino Lora, habilitada para la ocasión. Era 16 de octubre de 1953 y, en su autodefensa, pronunció su alegato final ya mencionado en estas líneas y conocido como “La historia me absolverá”. Igual que a todos sus compañeros, un día después fue trasladado al reclusorio nacional de Isla de Pinos –hoy Isla de la Juventud-. Los meses de prisión no mermaron un ápice las ansias libertadoras de los revolucionarios, todo lo contrario; entre sus rejas fueron definiendo su condición ideológica –Martí fue el autor intelectual del asalto al Moncada- y maduraron el reinicio de una guerra popular contra la tiranía, trazando estrategias de futuro.
Los moncadistas nunca aceptaron la libertad a cambio de condiciones previas y deshonrosas propuestas en algún momento por sus adversarios. Fue la presión de la opinión pública la que, finalmente, consiguió la amnistía de 1955 para todos los presos políticos, incluidos los participantes del asalto al cuartel Moncada, materializándose ésta el 15 de mayo.
Ya en la calle –mientras estuvo preso nunca perdió contacto con el exterior-, Fidel aceleró el proceso organizativo del Movimiento, y se creó una dirección nacional. Fue el 12 de junio cuando se confeccionó la estructura de su aparato dirigente y se adoptó el nombre de Movimiento Revolucionario 26 de Julio.
La situación política estaba cada día más tensa. Fidel era vigilado de cerca por las fuerzas represivas, de modo que, aun habiendo anunciado al salir de prisión que seguiría en Cuba, decidió marcharse fuera de la Isla para preparar la insurrección armada. El 7 de julio de 1955, antes de partir hacia México redactó esta carta:

Me marcho de Cuba, porque me han cerrado todas las puertas para la lucha cívica.
Después de seis semanas en la calle estoy convencido más que nunca de que la dictadura tiene la intención de permanecer veinte años en el poder disfrazada de distintas formas, gobernando como hasta ahora sobre el terror y sobre el crimen, ignorando que la paciencia del pueblo cubano tiene límites.
Como martiano pienso que ha llegado la hora de tomar los derechos y no pedirlos, de arrancarlos en vez de mendigarlos.
Residiré en un lugar del Caribe.
De viajes como este no se regresa o se regresa con la tiranía descabezada a los pies.


Como todo el mundo sabe, de México regresó el 2 de diciembre de 1956 en el yate Granma, junto a otros ochenta y un expedicionarios. Cumplió con el contenido de su histórica frase: En el año 1956 seremos libres o seremos mártires. Tras un desembarco accidentado, parte de ellos lograron llegar a la Sierra Maestra. Con el paso del tiempo el Ejército Rebelde fue aumentando en efectivos y en aceptación por parte del pueblo. Sus acciones fueron cada vez más osadas y eficaces, a pesar de estar en clara desventaja con respecto al ejército del tirano, que era abastecido y entrenado por los yanquis. Finalmente, cinco años, cinco meses y cinco días después de los asaltos a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo se proclamó el triunfo de la Revolución.
No es extraño que en Cuba, pues, el 26 de Julio de 1953 sea mucho más que una fecha y que, coincidiendo con ésta, cada año se celebre el Día de la Rebeldía Nacional. En Cuba saben muy bien a que se tradujo aquel heroico suceso del Moncada. Por eso en la Isla irredenta, desde entonces, siempre es 26 de Julio.

domingo, 19 de julio de 2009

América Latina: los medios de comunicación.

Los medios de comunicación alternativos como Telesur, que no habían existido nunca en América Latina; o las radios comunitarias, son expresión de los nuevos tiempos que están soplando en nuestro continente y, por eso, quienes quieren quedarse anclados en el pasado se ensañan con ellos. No los dejarán en paz, pero nosotros vamos a defenderlos.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
(Fotografía: soldados hondureños agreden al equipo periodístico de Telesur)
Toda América Latina se ha transformado en un gigantesco campo de batalla en el que los acontecimientos se suceden con gran celeridad. No hace más de un mes que se perpetró el golpe de estado en Honduras, y ya aparece una nueva maniobra para tratar de desprestigiar al presidente ecuatoriano, Rafael Correa, desde Colombia. No hay tregua ni la habrá. Es en este continente en donde se han gestado las más importantes y radicales repuestas al modelo neoliberal en el mundo, en donde se están presentando las búsquedas más profundas por encontrar vías propias de desarrollo que tomen en cuenta a los secularmente postergados.
Esta batalla se da en un contexto en el que los medios de comunicación de masas poseen un enorme poder de convocatoria y de perfilamiento de la opinión pública. No se trata solamente, sin embargo, de esta capacidad de modelamiento de las conciencias, sino de la posesión monopólica que sobre ellos tienen grandes capitales nacionales y transnacionales. Televisa, en México; O Globo, en Brasil; CNN, desde los Estados Unidos; el grupo PRISA, en España. Son conglomerados que poseen la más avanzada tecnología, la mayor cobertura, los profesionales más capaces, que tiene la posibilidad de estar en sintonía con el espectador durante las 24 horas del día. En muchas oportunidades, son los únicos que tienen los recursos para llegar al teatro de los acontecimientos, y su visión es la que las pequeñas televisoras y diarios de la mayoría de los países del mundo reproducen. Se trata de la construcción del sentido común del pensamiento único, que hace que todo lo que se piense fuera de él suene a disparate.
Por eso, no es casualidad que en Honduras detuvieran y corrieran a los periodistas de Telesur, que se ha transformado, prácticamente, en el espacio alternativo continental. Sin Telesur, poco o nada sabríamos de lo que está pasando al interior de Honduras y, a no dudarlo, las grandes transnacionales de la noticia no tendrían ni siquiera que tratar de guardar las apariencias como han tenido que hacerlo ahora.
Telesur nace de la experiencia venezolana, que tuvo que padecer en carne propia, de manera dramática, la manipulación mediática. El caso paradigmático sucedió en el golpe de estado del 2002. Existe un documental al respecto que recomendamos que vean nuestros lectores, La revolución no será trasmitida, que descubre de forma diáfana esta situación. De ahí en adelante, la Revolución Bolivariana adquirió plena conciencia que la de los medios de comunicación era una batalla fundamental que había que dar y ganar. Y en esas están.
En donde se están desarrollando procesos que toman en cuenta a las grandes mayorías, surgen como hongos los proyectos de comunicación alternativos: las radios y las televisoras comunitarias, los periódicos barriales. Muchos de ellos no cubren más que unas cuadras, unas cuantas manzanas, algunas calles, una pequeña comunidad, un pueblo. Hace unos años, fui entrevistado por una de estas radios comunitarias en la isla de Margarita, Estado de Nueva Esparza, en Venezuela. Los amigos de esta radio de cuyo nombre no guardo memoria me preguntaron sobre Centroamérica y lo que aquí pasaba. Conversamos cerca de una hora, tomamos café, gozamos de la conversación. Al día siguiente, al salir a la calle, la gente me saludaba, me preguntaba cosas, quería seguir la charla que se había iniciado la tarde anterior en la radio. Nunca nada que dije tuvo tanto eco.
Es parte de la democracia participativa. Es la voz de los que nunca han sido escuchados, el pueblo en toda su abigarrada multiplicidad, los jóvenes, las mujeres, los niños y los ancianos, los trabajadores, las amas de casa, los artistas y los artesanos.
En esa oportunidad que estuve en Margarita, la persona que me entrevistó me contaba de cómo, al principio, miraba con escepticismo la experiencia: “¿una radio que solo la oyen los vecinos?, ¿para qué?”, y de cómo, casi por casualidad, empezó a colaborar. Ahora, espera con ansias las seis de la tarde, hora en la que transmite su programa. Se prepara, estudia, se informa. Cada vez se exige más porque la gente lo apremia con sus preguntas y sus comentarios. Pronto enlazarían con otras radios de comunidades aledañas. Se había transformado en una celebridad.
Los medios de comunicación alternativos como Telesur, que no habían existido nunca en América Latina; esas radios comunitarias como la de la isla Margarita, son expresión de los nuevos tiempos que están soplando en nuestro continente y, por eso, quienes quieren quedarse anclados en el pasado se ensañan con ellos. No los dejarán en paz, pero nosotros vamos a defenderlos.

Callar a Chávez

Con su discurso de no injerencia en los asuntos centroamericanos, aplicado solo al presidente venezolano pero no a los EE.UU., Oscar Arias intenta atenuar el papel que desempeña el Departamento de Estado norteamericano en la trama, ejecución y eventual solución del golpe en Honduras y, en un sentido más amplio, en la geopolítica centroamericana.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Primero fue el Rey de España en una cumbre iberoamericana. Ahora son muchos otros -aprendices de súbditos- los que emulan al borbónico Juan Carlos y pretenden “callar” y aislar al presidente venezolano, Hugo Chávez, excluyéndolo del debate sobre el golpe de Estado en Honduras y la ineludible restitución del presidente legítimo Manuel Zelaya.
Al momento de escribir estas líneas, el único resultado concreto de las reuniones en San José, entre representantes del gobierno de Zelaya y una delegación de los usurpadores, ha sido precisamente ese: la estrategia de aislamiento de Chávez puesta en escena por el presidente Oscar Arias, quien pidió, en clara alusión a las críticas del mandatario venezolano sobre el “diálogo”, que “nos dejen a los centroamericanos resolver los problemas de los centroamericanos”.
Estas manifestaciones de falso patrioterismo, sobre todo porque quien reclama la no injerencia en asuntos de la región es un personaje que menosprecia la idea de la integración centroamericana, serían solo un incidente verbal de no ser porque el gesto ha sido replicado, sistemáticamente, por los medios del Grupo de Diarios de América, las empresas de comunicación devotas de la Sociedad Interamericana de Prensa y los infaltables analistas de CNN (incluido un fugaz vicepresidente de Costa Rica, aficionado a la escritura de memorandos con estrategias de manipulación y terror social).
Estos portavoces de algunos de los más rancios y antidemocráticos factores políticos de la región pretenden desviar las miradas de la cuestión fundamental: Honduras era un capítulo más, que recién empezaba a ser escrito, de la fractura de la dominación oligárquico-neoliberal en América Latina; pero a partir del golpe, las derechas y los intereses imperiales utilizan al país como cabeza de playa de la restauración conservadora –al decir de Emir Sader-, apelando para ello a todos los mecanismos posibles, sin ningún reparo democrático.
La maniobra retórica ejecutada por Arias, entonces, persigue dos objetivos políticos: el primero, sacar del escenario de normalización del golpe a Chávez y el bloque de países de la Alianza Bolivariana (ALBA), que tan incómoda ha resultado a los intereses del imperialismo en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago y, más tarde, en la reunión ministerial de la OEA en San Pedro Sula, que culminó con el desagravio a Cuba.
Sin voces críticas de ese sospechoso proceso de “diálogo” que se ensaya en San José, la estrategia de dilación de las negociaciones, apoyada por una cierta resignación frente a los hechos consumados y la campaña mediática de demonización de Zelaya y Chávez, los golpistas de Micheletti y el general Romeo Vásquez asegurarían su permanencia en el poder y las buenas maneras diplomáticas quedarían a salvo. Véase, en apoyo a esta tesis, que ya Arias habla de un eventual gobierno de conciliación, de amnistías a políticos y militares, de elecciones anticipadas y otras fórmulas que sólo servirían como camisa de fuerza para la democracia hondureña.
El segundo objetivo del discurso de no injerencia de Arias es atenuar el papel que desempeña el Departamento de Estado norteamericano en la trama, ejecución y eventual solución del golpe en Honduras y, en un sentido más amplio, en la geopolítica centroamericana. No debe olvidarse que, finalmente, quien mueve los hilos de la negociación, y por supuesto de su mediador, es la Secretaria de Estado Hillary Clinton. No en vano fue ella quien bendijo su mediación y mantiene contacto directo con Arias, para estar al tanto de los avances en las conversaciones.
Aunque nadie en Washington lo reconozca, salvo los halcones que exhiben sus garras por estos días (Otto Reich y compañía), la alteración del orden democrático en Honduras y su impacto en la correlación de fuerzas políticas en Centroamérica –que tiende a favorecer a los sectores populares y progresistas-, crea las condiciones adecuadas para que EE.UU. ejerza mayor influencia (política, económica y militar), y especialmente, para romper la Alianza Bolivariana por su eslabón más débil: el que se gesta en el patio trasero del imperio.
De ahí que el presidente costarricense, obediente al orden hegemónico, reclame la no intervención de Chávez o la ALBA, pero no hace lo mismo con los EE.UU. ni con los asesores estadounidenses –cercanos a la familia Clinton- del golpista Micheletti. Arias parece retratarse a sí mismo como un fervoroso partidario de la idea, extendida en las esferas del imperialismo, de que la frontera sur de la potencia norteamericana ya se extiende más allá del Darién.
Está claro: las derechas latinoamericanas y sus diversos aliados mandan a callar y aislar a Chávez porque, también, quieren acabar con la insurgencia de los pueblos de la América ofendida, como dice un verso de Cintio Vitier.
Esos pueblos que, desde hace más de una década, y después del inmenso baño de sangre a que fueron sometidos por las dictaduras militares -satélites de la política de Washington-, alzan ahora su voz, gritan, reclaman, exigen y luchan por sus derechos, decididos como están a construir, no sin contradicciones, una sociedad otra.
Mientras Chávez y los líderes nacional-populares de la región muestran su solidaridad y luchan, a su manera, junto al pueblo hondureño que está en las calles y junto al presidente Zelaya, otros mandatarios, como Barack Obama, acaso presa de los intereses y fuerzas que mueven los engranajes del imperio, navegan en las aguas de la ambigüedad y la ambivalencia política, refugiándose en un sospechoso silencio sobre las cuestiones esenciales de lo que se define Honduras.
Sin duda, hay silencios que matan. A la democracia, primero, y luego a los pueblos.

Sabían y ayudaron un poquito

Las conversaciones sobre un arreglo pacífico que tienen lugar en Costa Rica, en las que el presidente Oscar Arias actúa de mediador a pedido de Obama, son una farsa. Pero tienen un costado importante: entrañan un reconocimiento oficioso del régimen impuesto. Arias ya anunció que tratará de “presidente” tanto al golpista Micheletti como al mandatario elegido en las urnas y depuesto. Esto sí que es ecuanimidad
Juan Gelman / Página12
La Casa Blanca conocía desde hacía meses el golpe que se preparaba en Honduras, aunque ahora los voceros del Departamento de Estado finjan una inocencia sorprendida. El actual embajador estadounidense en Tegucigalpa, Hugo Llorens, lo sabe muy bien: el 12 de septiembre de 2008 llegó al país centroamericano y, nueve días después, el ahora golpista general Romeo Vásquez declaraba por la emisora HRN que lo habían buscado “para botar del gobierno al presidente Manuel Zelaya Rosales” (http://www.proceso.hn/, 21-9-08). Agregó: “Somos una institución seria y respetuosa, por lo que respetamos al Señor Presidente como nuestro Comandante General y nos subordinamos como manda la Ley”. Igualito que Pinochet antes de alzarse contra Salvador Allende. Cualquier semejanza es apenas obra de la realidad.
El 2 de junio de este año, Hillary Clinton acudió a Honduras para participar en una reunión de la OEA. Entrevistó a Zelaya y le manifestó su disconformidad con el referéndum que el mandatario planeaba llevar a cabo simultáneamente con las próximas elecciones presidenciales. Funcionarios norteamericanos señalaron que “no creían que ese plebiscito fuera constitucional” (The New York Times, 30-6-09). Seis días antes del golpe, el diario hondureño La Prensa informaba que el embajador Llorens se había reunido con políticos influyentes y jefes militares “para buscar una solución a la crisis” causada por el referéndum (http://www.laprensahn.com/, 22-6-09). La “solución” encontrada es notoria.
Es difícil suponer que los mandos militares de Honduras, armados por el Pentágono y formados en la Escuela de las Américas, que a tantos dictadores latinoamericanos les enseñó cómo hacerlo, se hayan movido sin el acuerdo de sus mentores. Por lo demás, los golpistas no ocultaron las razones de su acto: Zelaya se estaba acercando demasiado al “comunista” de Chávez, el venezolano más odiado por la Casa Blanca: en julio de 2008, bajo su mandato, Honduras adhirió a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA), el nuevo “eje del mal” en América latina. Demasiado, ¿verdad?
Demasiado, sí, porque Honduras es territorio estratégico para el Pentágono, que desde la base de Soto Cano, donde se estacionan efectivos de la fuerza aérea y de la infantería estadounidenses, no sólo domina América Central: este verdadero enclave es fundamental en el esquema militar de EE.UU. para una región rica en recursos naturales. Aunque nunca tocó los intereses de las corporaciones extranjeras ni de los dueños locales del poder económico, Zelaya constituía un peligro de “desestabilización”. Cabe señalar que el referéndum sobre la convocatoria o no de una Asamblea Constituyente que podría permitir la reelección de Zelaya no era vinculante. Nadie se molestó en Washington por la reforma constitucional que permitió en Colombia la reelección de Alvaro Uribe, gran aliado de EE.UU., que ni siquiera fue plebiscitada. Es que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
Los golpistas hondureños son impresentables. El general Romero Vásquez Velásquez, echado por Zelaya, de regreso con el golpe y autor del secuestro y expulsión del presidente, fue alojado en la penitenciaría nacional en 1993 junto con otros diez miembros de una banda acusada de robar 200 automóviles de lujo (http://www.elheraldo.hn/, 2-2-93). Era entonces mayor del ejército; como general, se dedica a robar un gobierno elegido en las urnas. Otro impresentable es el ministro consejero Billy Joya, que no hace honor a su apellido (o sí, según se mire): fue jefe de la división táctica del batallón B3-16, el escuadrón de la muerte hondureño que torturó y “desapareció” a numerosas personas en los años ’80. El “Licenciado Arrazola” –uno de sus alias– es un experto en la materia: estudió los métodos de las dictaduras argentina y chilena (http://www.michelcollon.info/, 7-7-09). Son antecedentes conocidos, pese a lo cual, o por eso mismo, fue elegido para formar parte del régimen golpista, tan democrático pues.
La represión en Honduras continúa. El jueves de la semana que pasó fue detenido el padre de Isis Obeid Murillo, el joven de 19 años asesinado por el ejército en el aeropuerto de Tegucigalpa: tuvo la peregrina idea de exigir públicamente justicia para su hijo (http://www.wsws.org/ , 11-7-09). Los salvadores de la democracia expulsaron a periodistas de Associated Press, desaparecieron de la pantalla al Canal 21 y efectivos armados ocuparon el canal 36 (Miami Herald, 1-7-09). Es la concepción de la libertad de prensa que caracteriza a los golpistas.
La Casa Blanca sigue blanda con lo que calificó de “acto ilegal”. Hillary se niega a llamarlo “golpe de Estado” porque eso implicaría automáticamente el cese de la ayuda económica y militar estadounidense a Honduras. Las conversaciones sobre un arreglo pacífico que tienen lugar en Costa Rica, en las que el presidente Oscar Arias actúa de mediador a pedido de Obama, son una farsa. Pero tienen un costado importante: entrañan un reconocimiento oficioso del régimen impuesto. Arias ya anunció que tratará de “presidente” tanto al golpista Micheletti como al mandatario elegido en las urnas y depuesto. Esto sí que es ecuanimidad.