sábado, 29 de agosto de 2009

El botón de Obama

Los Estados Unidos están entrando en una nueva era de declinación, producto tanto de sus contradicciones internas como del surgimiento de otras potencias en el mundo, y América Latina es el espacio “natural” en el que tiene que hacerse fuerte antes que su declive lo deje reducido a una potencia regional de segundo orden.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
El 6 de agosto pasado, el presidente Barack Obama respondió de la siguiente forma a las fuertes críticas que se le han hecho por no adoptar una postura más enérgica contra el golpe de Estado en Honduras: “No puedo apretar un botón y reinstalar a Zelaya”. Con esto, seguramente quería significar que él, como presidente de los Estados Unidos de América, tenía posibilidades limitadas de intervenir y cambiar el rumbo de los acontecimientos políticos en ese país.
Días más tarde, el 28 de agosto, al finalizar la Cumbre de Líderes de América del Norte, ante la insistencia en el tema, dijo que: “Los mismos críticos que dicen que los Estados Unidos no han intervenido lo suficiente en Honduras, son las mismas personas que dicen que siempre estamos interviniendo, y que los yanquis necesitan salirse de Latinoamérica. Si estos críticos creen que es apropiado que nosotros de repente actuemos de manera que en otro contexto ellos mismos considerarían inapropiado, creo que entonces eso indica que quizás hay algo de hipocresía... (y) ciertamente eso no va a dirigir las políticas de mi administración".
No queda claro, entonces, si los Estados Unidos no pueden o no quieren. La ambigüedad, sin embargo, es solamente declarativa, porque la administración de Barack Obama ha venido dando pasos precisos que muestran claramente qué es lo que quieren y pueden. Es decir que, cuando le interesa, sabe oprimir el botón.
Lo primero fue Honduras, zarpazo preciso que muestra cómo el gato imperialista se come al ratón díscolo, descuidado o débil. En ese país, dorará la píldora dándole largas al asunto hasta que, al final, cuando no sea más que un tigre de papel, seguramente restituirá a un Zelaya que solo regresará a la presidencia para legitimar las elecciones en donde saldrá electo un Micheletti-otro.
Lo segundo son las bases en Colombia. El botón de Obama se activó de manera precisa y se aseguró un rosario de bases en la boca del petróleo de Venezuela, el Canal de Panamá, las riquezas naturales de la amazonía, el acuífero Guaraní y la frontera con Brasil. Nada más y nada menos. Sabe lo que quiere el Obama este.
Al igual que en Honduras, en Colombia tiene un incondicional. Uribe no ha terminado, aún, ninguna intervención pública recitando el eslogan norteamericano “Dios salve a América”, como su par hondureño en la reunión con la delegación de la OEA en Tegucigalpa, pero por ahí anda. Como se sabe, Uribe es un rehén de los norteamericanos que le tienen un expediente bien gordo en el que se certifica sus viejas vinculaciones con el narcotráfico. Si se porta mal, a sus amigos no les va a quedar otra alternativa que aplicarle una receta igual a la de Manuel Antonio Noriega en Panamá.
Mister Obama ha demostrado que, como siempre, los Estados Unidos tienen muy claros cuáles son sus intereses, y los latinoamericanos también hemos mostrado cómo, con frecuencia, no sabemos comprender con claridad lo que ellos nos dicen. En relación con Obama, por ejemplo, obnubilados con el hecho de que es el primer presidente negro de la nación del Norte, creímos que cuando dijo en la Cumbre de las Américas que quería construir una “nueva era” en las relaciones de su país con los nuestros, se refería a una era de relaciones de respeto mutuo.
Pero no, Obama se refería a otra cosa. Él lo que quiso decirnos, y nosotros no entendimos, es que los Estados Unidos están entrando en una nueva era de declinación, producto tanto de sus contradicciones internas como del surgimiento de otras potencias en el mundo, y que América Latina es el espacio “natural” en el que tiene que hacerse fuerte antes que su declive lo deje reducido a una potencia regional de segundo orden.
Afortunadamente, en estos días las cosas no le salen tan fácilmente. La reciente reunión de UNASUR muestra que la disconformidad con lo que está haciendo es, prácticamente, unánime. Hasta Perú salió protestando.
Ahora se le quiere invitar a que se reúna con los presidentes de UNASUR para que discuta lo las bases. Es decir, a pesar de que Uribe habló durante cuarenta minutos en la reunión de Bariloche, es mejor hablar con el jefe directamente. Quién sabe si encuentre un espacio en su apretada agenda para darles cita.
En todo caso, al botón no lo pierde de vista.

La verdad sobre los Estados Unidos

La obra intelectual y política de Martí dio el santo y seña de lo que, desde entonces, se consolidaría como una tradición cultural de primer orden en la construcción de la identidad –múltiple y diversa- de nuestra América: el antiimperialismo latinoamericanista.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: Máximo Gómez y José Martí. Sobre la mesa, un ejemplar de "Patria").
“La verdad sobre los Estados Unidos”: bajo este título José Martí publicó en Nueva York, en 1894, un artículo con el que inauguró una nueva sección en el diario independentista cubano Patria, expresamente destinada a divulgar los “sucesos por donde se revelen […] aquellas calidades de constitución que, por su constancia y autoridad, demuestran las dos verdades útiles a nuestra América: el carácter crudo, desigual y decadente de los Estados Unidos, y la existencia, en ellos continua, de todas las violencias, discordias, inmoralidades y desórdenes de que se culpa a los pueblos hispanoamericanos[1].
La época en que Martí escribe este texto es también la del surgimiento de figuras y procesos determinantes en la configuración del imperialismo estadounidense: John D. Rockefeller consolidaba el primer trust moderno, la Standard Oil Company; el almirante Alfred Mahan desarrollaba su teoría de las invasiones estratégicas, colocando a la armada y los marines como bastiones del dominio militar; y James Blaine promovía el panamericanismo, como doctrina de dominio comercial y diplomático, a través de la primera Conferencia Internacional Americana (1889-1891)[2]. Esto por citar solo tres ejemplos de personajes cuya impronta quedó marcada –casi literalmente- a sangre y fuego en el diseño y evolución de la política exterior norteamericana.
En ese escenario, la obra intelectual y política de Martí dio el santo y seña de lo que, desde entonces, se consolidaría como una tradición cultural de primer orden en la construcción de la identidad –múltiple y diversa- de nuestra América: el antiimperialismo latinoamericanista.
No por casualidad, entonces, la actual coyuntura de la región nos remite a esa forma particular del antiimperialismo, y a la recomendación martiana de permanente estudio y vigilancia sobre los Estados Unidos. Esto es especialmente cierto ahora, porque una de las constantes del discurso político del presidente Barack Obama y las nuevas autoridades en Washington ha sido la necesidad –casi la urgencia- de que su país recupere el liderazgo hemisférico y mundial. Y resulta evidente que reconstruir esa hegemonía perdida implica tensiones y conflictos con una América Latina que ha empezado a transitar nuevos caminos, cada vez más alejados de la égida de la potencia del norte.
Dos acontecimientos recientes: la ambigüedad norteamericana frente al golpe de Estado en Honduras –casi un apoyo tácito a los golpistas-, y la firma de un acuerdo entre Washington y Bogotá para el uso de bases militares colombianas por tropas estadounidenses, sugieren que la administración Obama tampoco podrá mantener con nuestra región una relación que no esté regida por la razón imperial. Más aún si se realiza una lectura de estos hechos como continuidad del intervencionismo de nuevo tipo inaugurado por el expresidente George W. Bush en marzo de 2008, a través de la llamada “Doctrina Uribe” (perseguir a los terroristas allí donde se encuentren) y el bombardeo de los ejércitos colombiano y estadounidense a un campamento de las FARC en Sucumbíos, Ecuador, en flagrante violación de la soberanía del territorio de ese país.
Desde esta perspectiva, es posible ubicar las agresivas políticas republicanas de las dos administraciones de Bush, y ahora del gobierno Obama, en el marco más amplio del proyecto de expansión estadounidense: ese que inicia en 1847-1848 en la guerra contra México (aunque algunos autores lo señalan en 1823, con el nacimiento de la Doctrina Monroe[3]), que luego adopta rasgos monopólico-capitalistas a partir de 1880 y que, desde 1898-1902, con la primera “guerra imperialista” de anexión de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Hawai y Guam, define su perfil intervencionista (en lo político, militar y cultural) dominante a lo largo del siglo XX.
En el siglo XXI, la persistencia de las agresiones contra Cuba, o las maniobras de desestabilización en Venezuela, Bolivia y Ecuador, adquieren una profundidad político-cultural mayor a la luz de esa mirada histórica sobre el comportamiento y las reformulaciones contemporáneas del imperialismo en América Latina.
Por estos días, numerosos líderes políticos, intelectuales y organizaciones populares latinoamericanas, a los que se sumó recientemente el analista estadounidense Noam Chomsky en su visita a Venezuela (el pasado 24 de agosto), han levantado su voz para denunciar una avanzada imperial, ahora bajo la cuestionada excusa de la guerra contra el narcotráfico, por la vía del Plan Mérida y el Plan Colombia, y los mal llamados tratados de libre comercio y sus promesas de “desarrollo”, que deslumbran a las oligarquías de viejo y nuevo cuño.
Justamente, sobre los afanes norteamericanos de control económico –dimensión fundamental de la política de imperio-, Martí también alcanzó a revelar la trampa de “ese deseo de progreso tan vivaz y fogoso que no ve que las ideas, como los árboles, han de venir de larga raíz, y ser de suelo afín, para que prendan y prosperen, y que al recién nacido no se le da la sazón de la madurez porque se le cuelguen al rostro blando los bigotes y patillas de la edad mayor: monstruos se crean así, y no pueblos: hay que vivir de sí, y sudar la calentura[4].
Gobiernos y movimientos sociales de la región deben ejercer una tenaz oposición, en todos los frentes de lucha, al nuevo empeño militar-intervencionista del Pentágono y la amenaza que esto supone para los procesos de cambio. Esta es una condición ineludible para la defensa de esa mayor autonomía ganada por nuestros pueblos en los últimos años. La última cumbre de UNASUR en Bariloche, Argentina, fue solo el primer paso en esta ruta.
Retomar el diálogo entre las ideas martianas –con toda la riqueza de su angustia finisecular- y la realidad de América Latina en esta década, en sus desafíos y posibilidades, ha de ser una prioridad. Hay que buscar desde allí la verdad sobre los Estados Unidos.
Hoy más que nunca el legado de Martí, pensamiento y acción, mantiene su vigencia como esa “luz de permanente aviso”[5] que sale de su tumba -según nos dejó dicho-, y también de las de cada hombre y mujer que han luchado por la dignidad, la libertad y la independencia aún inconclusa de nuestra América.
NOTAS
[1] Martí, José. “La verdad sobre los Estados Unidos”, en Hart Dávalos, Armando (editor) (2000). JOSÉ MARTÍ Y EL EQUILIBRIO DEL MUNDO. México DF: Fondo de Cultura Económica. Pág. 233.
[2] González Casanova, Pablo (1991). IMPERIALISMO Y LIBERACIÓN. UNA INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE AMÉRICA LATINA. México DF: Siglo XXI Editores.
[3] Quesada Monge, Rodrigo (2001). EL LEGADO DE LA GUERRA HISPANO-ANTILLANO-NORTEAMERICANA. San José, Costa Rica: EUNED. Pág. 28
[4] Martí, José (1894). “La verdad sobre los Estados Unidos”, en Hart Dávalos, op.cit. Pág. 233.
[5] Martí, José (1894). “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, en Hart Dávalos, op.cit. Pág. 241.

Para una historia del pensar de los latinoamericanos

Para nuestra América no hay un pasado al cual regresar. En cambio, tiene diversos futuros entre los cuales optar. Es en ese sentido que cabe entender el hecho de que entre nosotros estén luchando nuevamente hoy las especies – pobres de la ciudad y el campo, trabajadores manuales e intelectuales de la economía formal y la informal, indígenas y campesinos – por el dominio en la unidad del género. O, si se quiere, por constituirse en el bloque histórico capaz de crear finalmente el mundo nuevo de mañana en el Nuevo Mundo de ayer.

Guillermo Castro H.
Para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Panamá
Para Atilio Borón
El quehacer cultural latinoamericano, incluso restringido a las formas en que nuestras sociedades han reflexionado y reflexionan sobre lo que son y lo que desean llegar a ser, constituye un objeto de estudio de extraordinaria complejidad. Al respecto, basta el ejemplo de la intimidad de los vínculos – nunca meras correspondencias reflejas – entre las obras de José Carlos Mariátegui y César Vallejo; de Paulo Freire y Jorge Amado; de Ernesto Guevara y Alejo Carpentier, o de Aníbal Quijano y José Arguedas. No es de extrañar, así, que el sociólogo comunista Agustín Cueva, uno de los hombres más cultos de su generación, llegara a soñar con el proyecto de construir una bibliografía literaria que - desde el Facundo, de Sarmiento, hasta los Cien Años de Soledad, de García Márquez y La Casa Verde (pero no más allá), de Mario Vargas Llosa - , ayudara a conocer y comprender el desarrollo del capitalismo en América Latina en su socialidad.
Esta complejidad aconseja abordar la formación y las trasformaciones del pensamiento latinoamericano de nuestro tiempo en su doble carácter de estructura y de proceso, como nos enseñara a hacerlo el maestro Sergio Bagú. En esta tarea, la cultura, entendida – con Gramsci – como una visión del mundo dotada de una ética acorde a su estructura, resulta una categoría indispensable para encontrar organización y sentido en nuestro quehacer intelectual. Así, la cultura se presenta a un tiempo como una estructura de valores que se expresan en objetos y conductas característicos, y como un proceso cuyo desarrollo en el tiempo esa estructura contribuye a organizar.
En esa perspectiva, el tiempo pasa a ser una categoría fundamental para la organización de nuestro entendimiento. Por lo mismo, hay que tratarlo con especial cuidado, para evitar sobre todo la confusión entre el tiempo cronológico, vacío de significado social, y el histórico, que sólo encuentra en lo social su significado. Para el primero, el registro es lo fundamental. Un siglo empieza al iniciarse su primer año, y concluye cuando su año cien termina. Para el tiempo histórico, en cambio, lo esencial es la valoración – un hecho de cultura. De ese modo, Fernand Braudel podía referirse a un siglo XVI “largo”, que iba de 1450 a 1650, para designar el período de transición desde las viejas economías – mundo de la Europa medieval a la economía mundial organizada en centros, semiperiferias y periferias a la vez cambiantes y constantes, que aquella Europa creó para el desarrollo del capitalismo y de su propia modernidad.
Este conflicto de tiempos opera entre nosotros a partir de una singular combinación de circunstancias. Somos en efecto un pequeño género humano, como lo advirtiera en 1815 Simón Bolívar, constituido de modo original en el marco del proceso, más amplio, de la formación del sistema mundial, y expresamos como ninguna otra región del mundo las contradicciones y las promesas en que ese sistema involucró a la Humanidad entera. Leer más...

Las bases militares en Colombia: el objetivo es… ¡Brasil!

Expertos argentinos explican las razones últimas de las bases militares en Colombia, como necesidad estratégica de EE.UU.: el objetivo es lograr la capitulación del poder nacional brasileño.
Diego Hernán Córdoba / Agencia Periodística del Mercosur
(Fotomontaje de APM)
En los centros del trazado estratégico estadounidense saben que pasó el tiempo de la potencia única y global. Para enfrentar a la Unión Europea (UE), China y Rusia, Washington quiere asegurarse el control de América Latina. El problema lo tiene en el Sur, por ello pretende acabar con Brasil. Las posibilidades de resistencia con que cuenta la región. El rol de UNASUR y otras iniciativas de integración. Sobre esos puntos se expresaron, en entrevista exclusiva con APM, los politólogos y expertos en geopolítica Marcelo Gullo - autor de los libros “Argentina-Brasil: La gran oportunidad” y “La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones” - y Carlos Alberto Pereyra Mele, del Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos.
"El interés geopolítico de Estados Unidos consiste en retrasar el paso de ser una potencia global a una potencia regional”, dijo Gullo.
La crisis que atraviesa Estados Unidos -manifestó- no es coyuntural, sino estructural, porqué, por primera vez desde 1970, se han disociado los intereses de la alta burguesía norteamericana con el Estado. A partir de la década del ´80 las industrias estadounidenses, buscando pagar salarios más bajos, se van al Asia para producir con destino al mercado norteamericano, lo cual produjo un lento proceso de desindustrialización dentro del propio territorio.
“Todo ello generó un enorme proceso de gente sin trabajo. Ese sería el eje conceptual de la crisis financiera global, dejando a Estado Unidos desindustrializado, sin suficientes empleos suficientes y con 40 millones de pobres”, destacó.
Estados Unidos aspira a mantener un papel protagónico y por consiguiente intenta expulsar a China de África e impedir la alianza entre Rusia y Europa occidental. “Esas dos grandes estrategias están fracasando, por eso tiene la necesidad de que América Latina sea su zona de influencia exclusiva; por tal motivo pone un pie en Colombia”, subrayó Gullo.
Estados Unidos sólo produce el 15 por ciento de la energía que consume y América Latina le provee el 25 por ciento de sus necesidades en materia de recursos.
En tanto, Pereyra Mele precisó que “Colombia es un país bioceánico, es vecino del que le vende el 15 por ciento del petróleo - Venezuela - y además limita con Ecuador, también país petrolero. Desde las bases navales de Málaga y Cartagena de Indias, Washington tiene rápido acceso al mayor punto de comunicación comercial del mundo, el canal de Panamá”.
La importancia geopolítica que tiene Colombia para Estados Unidos se expresa en lo táctico y en lo estratégico, explicó Gullo.
Desde el punto de vista táctico, dijo: el complejo industriar militar necesita crear focos bélicos, para justificar la producción y renovación del material bélico. Sin tal esquema, ese aparato no tiene con que justificar su existencia.Y desde una mirada estratégica, continuó, el objetivo es lograr la capitulación del poder nacional brasileño, y para ello traza un cerco en su derredor, comenzando en Colombia y con la idea de continuar por Bolivia y Paraguay.
En ese marco, América Latina está obligada a reforzar sus acuerdos regionales, como UNASUR, CAN y MERCOSUR, para evitar fracturas y controlar las turbulencias domesticas (como el golpe de Estado en Honduras), que posibiliten la expansión de las Fuerzas Armadas estadounidenses en el área.
Según Pereyra Mele, la solución al problema que plantea el avance estadounidense sobre América del Sur pasa por la defensa irrestricta de las áreas por donde fluyen y se conectan los tres sistemas hidrográficos más importante: el Orinoco, Amazonia y del Plata.
“Para ello se deben desarrollar políticas internacionales coherentes, dentro de las limitaciones que nos plantea la potencia hegemónica. Es muy importante profundizar el MERCOSUR y ampliarlo, darle mayor presencia a UNASUR y a los organismos de defensa regionales. Es necesaria la creación de un complejo industrial militar argentino-brasilero, para mejorar nuestras capacidades de defensa, sin dependencia externa, incorporando a otros países”, concluyó Pereyra Mele.
Para Marcelo Gullo, América Latina conforma una ecumene cultural única. “Lamentablemente, desde el punto de vista político está partida en dos. Por un lado México, América Central y el Caribe, zona de influencia exclusiva de Estados Unidos, y por el otro América del Sur”, subrayó.
Quizá podría agregarse respecto de esta última reflexión que el odio sistémico de los poderes estadounidenses a la Revolución Cubana quedaría explicado por haber sido ella la única experiencia concreta de freno a la hegemonía de Washington sobre las regiones Norte, Central y Caribe de América Latina.
Ante el desafío hasta aquí expuesto, “la responsabilidad principal es de Brasil, por ser la entidad con mayor poder relativo del área. El problema está en que la clase dirigente brasileña no comprende adecuadamente que para resistir la agresión estadounidense no necesita socios débiles, sino socios fuertes. Deben comprender que lo importante no es su industrialización aislada, sino la industrialización de toda América del Sur”, concluyó Gullo.
Los cambios de políticas militares que Barack Obama prometió en su campaña presidencial hasta ahora no se han cumplido. A menos que alguien crea que lo identitario pasa exclusivamente por la pigmentación de la piel, ni siquiera podemos decir que un afro-americano llegó a la presidencia.
Más allá de las palabras, Obama le solicitó al Congreso de Estados Unidos 83.400 millones de dólares en fondos extras, para financiar las aventuras bélicas en Irak y Afganistán; avanza con la instalación de nuevas bases militares en Colombia y mantuvo una posición más que ambigua respecto del golpe de Estado en Honduras.
El presupuesto que maneja el Pentágono es 50 veces superior al total de gastos militares que efectúa el conjunto de países del sistema internacional. Por supuesto, realiza las mayores inversiones a nivel mundial en investigaciones bélicas y espaciales. Semejante disponibilidad de recursos le permite a estados Unidos acometer en forma simultánea con injerencias bélicas en diferentes áreas del orbe.

La agenda de Bariloche: repercusiones de la Cumbre de UNASUR

Es la primera vez en Sudamérica que un tema de cooperación militar se discute en un espacio multilateral, antes los tratados militares se imponían sin ninguna posibilidad de discusión. Hay un nuevo escenario político en la región y se reafirma el rol de Unasur, que sale fortalecida de la reunión de Bariloche.

Jorge Rojas* /ALAI
1. La cumbre hizo evidente la preocupación de todos los gobiernos que integran Unasur sobre los alcances del convenio de cooperación militar entre Estados Unidos y Colombia, en términos de estabilidad política, seguridad, integridad territorial, soberanía, armamentismo y paz. En este sentido se explica la convocatoria a una reunión del Consejo Sudamericano de Seguridad, la intención de monitoreo y verificación del convenio entre Estados Unidos y Colombia y la implementación de un mecanismo de transparencia, que garantice que no habrán bases militares extranjeras en territorios de los países de América del Sur. Pese a su molestia, el gobierno colombiano cedió en este punto, aun cuando reafirmó que el acuerdo ya está finiquitado y no es sujeto de modificación alguna. Fue clave la intervención del presidente Hugo Chávez para identificar los peligros del convenió de cooperación en términos estratégicos de seguridad del gobierno de Estados Unidos. El presidente Correa de Ecuador demostró que no se necesitan esos acuerdos para combatir el narcotráfico y puso en evidencia el compromiso de su gobierno en la frontera con Colombia.
2. El armamentismo fue tema obligado en la cumbre, así como otros tratados y convenios militares que van a ser objeto de monitoreo por el Consejo Sudamericano de Defensa. El presidente Chávez se adelantó a ofrecer toda la información sobre el convenio militar suscrito por Venezuela con Rusia y con Irán.
3. Es la primera vez en Sudamérica que un tema de cooperación militar se discute en un espacio multilateral, antes los tratados militares se imponían sin ninguna posibilidad de discusión. Hay un nuevo escenario político en la región y se reafirma el rol de Unasur, que sale fortalecida de la reunión de Bariloche. La presidenta Bachelete hizo énfasis en la agenda tradicional y la nueva agenda de seguridad en la región y reafirmó la transparencia en el tema de armas y recursos de seguridad y en la cooperación multilateral.
4. Quedó clara la necesidad de un diálogo político entre Unasur y el gobierno de los Estados Unidos en torno a los temas de seguridad regional y lucha contra las drogas. La propuesta del presidente Lula tuvo acogida entre los mandatarios que integran la Unasur, aun cuando es significativa la oposición del presidente de Colombia. Si se mantiene el espíritu de “alianza entre iguales” expresado por el presidente Obama en Trinidad y Tobago, este diálogo es posible.
5. Avanza una propuesta cooperación regional y multilateral en la lucha contra el narcotráfico, previa evaluación de la eficacia de la militarización y la estrategia implementada mediante el Plan Colombia. El rol principal estará a cargo del Consejo Sudamericano de lucha contra el narcotráfico. Este será un nuevo escenario de debate público que demanda una decidida participación de la sociedad civil.
6. A pesar de las preocupaciones expresadas por el presidente Lula, la transmisión en directo por televisión contribuyó a moderar el lenguaje de los mandatarios y, al final, a las espontáneas manifestaciones de aprecio y respeto entre los presidentes de Colombia y Ecuador, como antesala de un eventual diálogo entre los dos gobiernos.
7. Fue muy importante la contribución de la presidenta Cristina Fernández para moderar la reunión en momentos críticos y asegurar un resultado positivo de la cumbre. Este pedido de la presidenta de Argentina, así como las gestiones previas del presidente Lula, ayudaron en esta dirección.
8. El presidente Uribe logró incluir a la OEA en los mecanismos que adopte el Consejo Sudamericano de Defensa, así como un consenso en torno a la necesidad de combatir el terrorismo y a los grupos ilegales, que no tuvo objeción en la cumbre. En cambio no fue bien recibida la propuesta de Uribe de declarar terroristas a los grupos guerrilleros colombianos y penalizar el consumo de drogas en los países sudamericanos.
9. Cada vez más se posesiona la interlocución de Unasur con la sociedad civil, en virtud del artículo 18 del organismo que asegura la participación ciudadana en las deliberaciones y decisiones. La Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz de Colombia logró hacer saber de todos los mandatarios y ministro de relaciones exteriores sus propuestas y reflexiones en torno a la crisis diplomática entre Colombia, Venezuela y Ecuador, la ampliación del convenio de cooperación militar entre Colombia y Estados Unidos y la urgencia de avanzar hacia una solución no militar del conflicto armado en Colombia.
10. Justamente el tema de la paz en Colombia, premisa necesaria para asegurar la integración, evitar la regionalización del conflicto y evitar más roces diplomáticos, fue planteado al final por el presidente Hugo Chávez y abre la posibilidad de que Unasur asuma un liderazgo en esta dirección.
*Asamblea Permanente de la Sociedad Civil por la Paz
Diplomacia Ciudadana por la Paz
San Carlos de Bariloche, 28 de agosto de 2009

Galeano: “La presencia norteamericana en bases militares de Colombia no solo ofende la dignidad de América Latina sino también la inteligencia"

"Hay un tiempo abierto de esperanza, una suerte de renacimiento que es digno de celebración en países que no han terminado de ser independientes, apenas si han empezado un poquito. La independencia es una tarea pendiente para casi toda América Latina", asegura el escritor uruguayo Eduardo Galeano.

Fernando Arellano Ortiz / www.cronicon.net

En la quiteña Avenida Amazonas, a pocos pasos del hotel donde se aloja, encontramos como cualquier transeúnte en la noche del domingo 9 de agosto a Eduardo Galeano, quien ha llegado a la capital ecuatoriana para asistir como invitado especial al acto de posesión del presidente Rafael Correa, ceremonia que se cumplió el pasado 10 de agosto. Lo paramos y nos identificamos para solicitarle una entrevista, a la cual accede con gusto.

“Ahora no puede ser, pero veámonos mañana después de la ceremonia de posesión de Correa”, nos dice el autor de Las venas abiertas de América Latina y de Espejos.
Como siempre, Galeano responde a las preguntas con ironía y no poco humor, por eso es que sus reflexiones se salen de lo común. Como latinoamericanista consumado, el escritor uruguayo en diálogo con CRONICON.NET hace un peculiar análisis de la realidad sociopolítica de nuestro hemisferio.

Tiempo abierto de esperanza

- ¿Después de 200 años de la emancipación de América Latina, se puede hablar de una reconfiguración del sujeto político en esta región, habida cuenta los avances políticos que se traducen en gobiernos progresistas y de izquierda en varios países latinoamericanos?

- Sí, hay un tiempo abierto de esperanza, una suerte de renacimiento que es digno de celebración en países que no han terminado de ser independientes, apenas si han empezado un poquito. La independencia es una tarea pendiente para casi toda América Latina.

- ¿Con toda la irrupción social que se viene dando a lo largo del hemisferio se puede señalar que hay una acentuación de la identidad cultural de América Latina?

- Sí, yo creo que sí y eso pasa por cierto por las reformas constitucionales. A mí me ofendió la inteligencia, aparte de otras cosas que sentí, el horror de este golpe de Estado en Honduras que invocó como causa el pecado cometido por un Presidente que quiso consultar al pueblo sobre la posibilidad de reformar la Constitución, porque lo que quería Zelaya era consultar sobre la consulta, ni siquiera una era reforma directa. Suponiendo que fuera una reforma a la Constitución bienvenida sea, porque las constituciones no son eternas y para que los países puedan realizarse plenamente tienen que reformarlas. Yo me pregunto: ¿qué sería de los Estados Unidos si sus habitantes siguieran obedeciendo a su primera Constitución? La primera Constitución de Estados Unidos establecía que un negro equivalía a las tres quintas partes de una persona. Obama no podría ser Presidente porque ningún país puede tener de mandatario a las tres quintas partes de una persona.

- Usted reivindica la figura del presidente Barack Obama por su condición racial, ¿pero el hecho de mantener o ampliar la presencia norteamericana mediante bases militares en América Latina, como está ocurriendo ahora en Colombia con la instalación de siete plataformas de control y espionaje, no desdice de las verdaderas intenciones de este mandatario del partido demócrata, y simplemente sigue al pie de la letra los planes expansionistas y de amenaza de una potencia hegemónica como Estados Unidos?

- Lo que pasa es que Obama hasta ahora no ha definido muy bien que es lo que quiere hacer ni en relación con América Latina, las relaciones nuestras, tradicionalmente dudosas, ni en otros temas tampoco. En algunos espacios hay una voluntad de cambio expresa por ejemplo en lo que tiene que ver con el sistema de salud que es escandaloso en Estados Unidos, te rompes una pierna y pagás hasta el fin de tus días la deuda por ese accidente. Pero en otros espacios no, él continúa hablando de ‘nuestro liderazgo’, ‘nuestro estilo de vida’ en un lenguaje demasiado parecido al de los anteriores. A mí me parece muy positivo que un país tan racista como ese y con episodios de un racismo colosal, descomunal, escandaloso, ocurridos hace quince minutos en términos históricos tenga un presidente seminegro.

En 1942, o sea medio siglo, nada, el Pentágono prohibió las transfusiones de sangre negra y ahí el director de la Cruz Roja renunció o fue renunciado porque se negó aceptar la orden diciendo que toda sangre era roja y que era un disparate hablar de sangre negra, y él era negro, era un gran científico, el que hizo posible la aplicación del plasma a escala universal, Charles Drew. Entonces un país que hiciera un disparate como prohibir la sangre negra tenga a Obama de presidente es un gran avance.

Pero por otro lado, hasta ahora yo no veo un cambio sustancial, ahí está por ejemplo el modo como su gobierno enfrentó la crisis financiera, pobrecito yo no quisiera estar en sus zapatos, pero la verdad es que terminaron recompensando a los especuladores, los piratas de Wall Strett que son muchísimo más peligrosos que los de Somalia porque éstos asaltan nada más que los barquitos en la costa, en cambio los de la Bolsa de Nueva York asaltan al mundo. Ellos fueron finalmente recompensados; yo quería iniciar una campaña al principio conmovido por la crisis de los banqueros con el lema: “adopte un banquero”, pero la abandoné porque vi que el Estado se hizo cargo de la tarea. (Risas).

Y lo mismo con América Latina, como que no tiene muy claro qué hacer. Han estado más de un siglo los Estados Unidos consagrados a la fabricación de dictaduras militares en América Latina, entonces a la hora de defender una democracia como en el caso de Honduras, ante un clarísimo golpe de Estado, vacilan, tienen respuesta ambiguas, no saben qué hacer, porque no tienen práctica, les falta experiencia, llevan más de un siglo trabajando en el sentido contrario, entonces comprendo que la tarea no es fácil. En el caso de las bases militares en Colombia no solo ofende la dignidad colectiva de América Latina sino también la inteligencia de cualquiera, porque que se diga que su función va ser combatir las drogas, ¡por favor, hasta cuando! Casi toda la heroína que se consume en el mundo proviene de Afganistán, casi toda, datos oficiales de Naciones Unidas que cualquiera puede ver en Internet. Y Afganistán es un país ocupado por Estados Unidos y como se sabe los países ocupantes tiene la responsabilidad de lo que ocurre en los países ocupados, por lo tanto, tienen algo que ver con este narcotráfico en escala universal y son dignos herederos de la reina Victoria que era narcotraficante.

No se puede ser tan hipócrita

- La reina británica que introdujo por todos los medios en el siglo XIX el opio a China a través de comerciantes de Inglaterra y Estados Unidos…

- Sí, la celebérrima reina Victoria de Inglaterra impuso el opio en China a lo largo de dos guerras de treinta años, matando una cantidad inmensa de chinos, porque el imperio chino se negaba a aceptar esa sustancia dentro de sus fronteras que estaba prohibida. Y el opio es el papá de la heroína y de la morfina, justamente. Entonces a los chinos les costó todo, porque China era una gran potencia que podía haber competido con Inglaterra en los comienzos de la revolución industrial, era el taller del mundo, y la guerra del opio los arrasó, los convirtió en una piltrafa, de ahí entraron los japoneses como perico por su casa, en quince minutos. Victoria era una reina narcotraficante y los Estados Unidos que tanto usan la droga como coartada para justificar sus invasiones militares, porque de eso se trata, son dignos herederos de esa fea tradición. A mí me parece que es hora que nos despertemos un poquito, que no se puede ser tan hipócrita. Si van a ser hipócritas que lo sean con más cuidado. En América Latina tenemos buenos profesores de hipocresía, si quieren podemos en un convenio de ayuda tecnológica mutua prestarles algunos hipócritas propios.

- Hace nueve años exactamente, usted le dijo en una entrevista en Bogotá concedida a este reportero la siguiente frase: “Dios guarde a Colombia del Plan Colombia”. ¿Cuál es ahora su reflexión respecto de este país andino que enfrenta un gobierno autoritario entregado a los intereses de los Estados Unidos, con una alarmante situación de violación de derechos humanos y con un conflicto interno que lo sigue desangrando?

- Además con problemas gravísimos que se han ido agudizando con el paso del tiempo. Yo no sé, te digo, no soy quien para darle consejos a Colombia ni a los colombianos, además siempre estuve contra esa mala costumbre de algunos que se sienten en condiciones de decir qué es lo que cada país tiene que hacer. Yo nunca cometí ese imperdonable pecado y no lo voy a cometer ahora con Colombia, solo puede decir que ojalá los colombianos encuentren su camino, ojalá lo encuentren, nadie se lo pueden imponer desde afuera, ni por la izquierda, ni por la derecha, ni por el centro, ni por nada, serán los colombianos quienes lo encontrarán. Y yo lo que puedo es decir que doy testimonio. Si hay un tribunal mundial que alguna vez va a juzgar a Colombia por lo que de Colombia se dice: país violento, narcotraficante, condenado a violencia perpetua, yo voy a dar testimonio de que no, de que ese es un país cariñoso, alegre y que merece mejor destino.

Reivindicando memoria de Raúl Sendic

- Hace muchos años, siquiera unas cuatro décadas, había un personaje en Montevideo que se reunía con un joven dibujante llamado Eduardo Hughes Galeano con el propósito de darle ideas para la elaboración de sus caricaturas, llamado Raúl Sendic, el inspirador del Frente Amplio del Uruguay…

- Y jefe guerrillero de los Tupamaros, aunque en aquella época todavía no lo era. Es verdad, cuando yo era un niño, casi de catorce años, y empecé a dibujar caricaturas, él se sentaba a mirar y me daba ideas, era un hombre bastante mayor que yo, con cierta experiencia, y todavía no era lo que después fue: el fundador, organizador y jefe de los Tupamaros. Recuerdo que le dijo a don Emilio Frugoni que por entonces era el jefe del Partido Socialista y director del semanario donde yo publicaba unas caricaturas tempranas, señalándome: “Este va a ser o presidente o gran delincuente”. Fue una buena profecía y terminé siendo gran delincuente… (Risas).

- ¿El hecho de que hoy el Frente Amplio esté gobernando el Uruguay y que un ex guerrillero como Pepe Mujica tenga posibilidades de ganar las elecciones presidenciales constituye una reivindicación a la memoria de Sendic?

- Sí, y de todos los que participaron en una lucha muy larga para romper el monopolio de dos, el bipolio ejercido por el Partido Colorado y el Partido Nacional durante casi toda la vida independiente del país. El Frente Amplio irrumpe hace muy poquito en el escenario político nacional y me parece muy positivo que esté gobernando ahora, aparte de que yo no coincido con todo lo que se hace y además creo que no se hace todo lo que se debería hacer. Pero eso no tiene nada que ver porque al fin y al cabo la victoria del Frente Amplio fue también una victoria de la diversidad política que yo creo que es la base de la democracia. En el Frente coexisten muchos partidos y movimientos diferentes, unidos por supuesto en una causa común pero con sus diversidades y diferencias, y yo las reivindico, para mí eso es fundamental.

- ¿Qué representa para usted como uruguayo el hecho de que un dirigente emblemático de la izquierda como Pepe Mujica, ex guerrillero tupamaro, tenga amplias posibilidades de llegar a la Presidencia de la República de su país?

- Con algún chance, no va a ser es fácil, vamos a ver qué pasa, pero creo que es un proceso de recuperación, la gente se reconoce justamente en el Pepe Mujica porque es radicalmente diferente de los políticos nuestros tradicionales, en su lenguaje, hasta en su aspecto y todo, por más que él ha tratado de vestirse de fino caballero no le sale bien, y expresa muy bien una necesidad y una voluntad popular de cambio. Creo que sería bueno que él llegara a la Presidencia, vamos a ver si ocurre o no, de todos modos el drama del Uruguay como el del Ecuador, por cierto, país en el que estamos conversando este momento, es la hemorragia de su población joven. O sea, la nuestra es una patria peregrina; en su discurso de posesión el presidente Rafael Correa habló de los exiliados de la pobreza y la verdad es que hay una enorme cantidad de uruguayos mucho más de lo que se dice, porque no son oficiales las cifras, pero no menos de 700 mil, 800 mil uruguayos en una población pequeñísima porque nosotros en el Uruguay somos 3 millones y medio, esa es una cantidad inmensa de gente afuera, todos o casi todos jóvenes, entonces han quedado los viejos o la gente que ya ha cumplido esa etapa de la vida en la que uno quiere que todo cambie para resignarse a que no cambie nada o que cambie muy poquito.

Baldositas de colores para armar mosaicos

- ¿Tras sus reputados libros Las venas abiertas de América Latina publicado en 1970, y Espejos, editado en 2008, que relatan historias de la infamia, el primero sobre nuestro continente y el otro de buena parte del mundo, hay espacio para seguir creyendo en la utopía?

- Espejos lo que hace es recuperar la historia universal en todas sus dimensiones, en sus horrores pero también en sus fiestas, es muy diferente a Las venas abiertas de América Latina, que fue el comienzo de un camino. Las venas abiertas es un ensayo casi de economía política, escrito en un lenguaje no muy tradicional en el género, por eso perdió el concurso de Casa de las Américas, porque el jurado no lo considero serio. Era una época en que la izquierda solo creía que lo serio era lo aburrido, y como el libro no era aburrido, no era serio, pero es un libro muy concentrado en la historia política económica y en las barbaridades que esa historia implicó para nosotros, cómo nos deformó y nos estranguló. En cambio, Espejos, intenta asomarse al mundo entero recogiendo todo, las noches y los días, las luces y las sombras, son todas historias muy cortitas, y hay una diferencia también de estilo, Las venas abiertas tiene una estructura tradicional, y a partir de ahí yo intenté encontrar un lenguaje mío, propio, que es el del relato corto, baldositas de colores para armar los grandes mosaicos, un estilo como el de los muralistas, y cada relato es una pequeña baldosita que incorpora un color, y uno de los últimos relatos de Espejos evoca un recuerdo de infancia mío que es verdadero y es que cuando yo era chiquito creía que todo lo que se perdía en la tierra iba a parar en la luna, estaba convencido de eso y me sorprendió cuando llegaron los astronautas a la luna porque no encontraron ni promesas traicionadas, ni ilusiones perdidas, ni esperanzas rotas, y entonces yo me pregunté: ¿si no están en la luna, dónde están? ¿No será que están aquí en la tierra, esperándonos?

“Vamos casi camino a una dictadura”

Gustavo Petro es el senador más amenazado de Colombia y ahora quiere ser presidente de la república. Un acuerdo democrático es la alternativa que propone para, según dice en voz alta, quitarles el poder a las mafias del narcotráfico y la clase terrateniente.
Katalina Vásquez Guzmán / Página12
Desde Medellín
Sin el abrigo antibalas que usa en Bogotá, el senador Gustavo Petro estuvo de recorrida en Medellín. Es el congresista más amenazado de Colombia y ahora quiere ser presidente de la república. Un acuerdo democrático es la alternativa que propone para, según dice en voz alta, quitarles el poder a las mafias. Su pequeño rostro bien rasurado y de ojos grandes es una de las imágenes que más representa la oposición colombiana. Al presidente Alvaro Uribe lo señaló, con pruebas y desde el Senado, de impulsar el proyecto paramilitar desde que fue gobernador de Antioquia y alcalde de Medellín, a la que vino para presentar la propuesta de gobierno con la que aspira a ser candidato presidencial por el Polo Democrático Alternativo (PDA).
Muchos de los escándalos que enredan al gobierno colombiano de los últimos meses, como las escuchas telefónicas ilegales a líderes de la oposición, magistrados y periodistas, fueron iniciados por una denuncia pública del senador Petro. Por eso, cuando camina por las calles de la ciudad repartiendo su propaganda, la gente le pregunta cuál será la próxima “olla podrida” que va a destapar. El vendedor de helados, el lustrador de zapatos, las cocineras de la feria, militantes, camarógrafos, periodistas y decenas de curiosos lo siguen hasta el café donde atiende esta entrevista con Página/12, mientras mordisquea una morcilla. Otros tantos abandonan el local comercial apenas ven entrar al ex guerrillero del desmovilizado Movimiento 19 de Abril (M-19).
–¿Por qué cree que Colombia necesita un candidato de izquierda?
–Yo, la verdad, no creo mucho en la opción de un gobierno de izquierda propiamente dicho en Colombia. Pienso más en un gobierno de transición, porque para poder ganar electoralmente hoy en Colombia, dada la “derechización” que la misma sociedad colombiana ha experimentado, hay que construir un bloque de fuerzas sociales y políticas. Y en esa táctica está mi gran discusión con el otro candidato del Polo a la presidencia, Carlos Gaviria. Vamos casi camino a una dictadura a partir de las reelecciones y de un crecimiento popular de visiones autoritarias cuasi fascistas. En ese escenario se impone la necesidad de la unidad del campo democrático de fuerzas que, sin ser únicamente de izquierdas, puedan construir la posibilidad de una nueva mayoría. Sería un gobierno de transición necesario para que la guerrilla de las FARC abandone definitivamente la guerra –sin lo cual un gobierno de izquierda no podrá jamás llegar al poder en Colombia– y para desmontar todas las medidas integrales que la extrema derecha mafiosa colombiana ha implementado.
–¿Cómo ve el intento reeleccionista de Uribe?
–Uribe se ha lanzado a una estrategia riesgosa para él, que es el referendo. No tanto porque no pueda sacarlo, sino porque al final se define en las urnas con un umbral de siete millones cuatrocientos mil votos que hoy son difíciles de conseguir para el uribismo. Si Uribe pierde el referendo, será lo que él denomina la hecatombe, pero para él. El gobierno pasaría al bloque democrático, si lo logramos conformar.
–En un país cuyo poder político está, como usted afirma, en manos de las mafias, ¿cuál es el papel de la oposición?
–Es una oposición que ha resistido y ha logrado triunfos. Hemos desatado debates neurálgicos que en cualquier otro país hubieran suscitado la caída de un gobierno y que tienen un efecto pequeño pero paulatino de deterioro de la mayoría uribista. De hecho, Uribe no pudo aprobar la convocatoria del referendo reeleccionista en el Senado sino con 56 votos, cuando él es propietario de 70 curules que lo apoyan. La debilidad del uribismo deriva de que decenas de sus parlamentarios están presos por vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo.
–¿Qué opina de la presencia militar de EE.UU. en Colombia y la región?
–Colombia decidió acordar con George W. Bush, prácticamente, una adhesión completa a su política internacional: guerra preventiva, guerra antiterrorista, guerra contra las drogas. Pero esta vez la diferencia está en el actual presidente. No vemos en la actitud de Barack Obama una claridad suficiente como para decirle a América latina que él no va a continuar las políticas de Bush y que por tanto ese acuerdo entre el Pentágono y el gobierno colombiano, que se hizo de manera clandestina incluso para el mismo Obama, no va. Aquí se impone un diálogo multilateral de América latina con Obama. Es indispensable un diálogo multilateral.

Honduras: a dos meses del zarpazo

Las fuerzas populares están abocadas a una lucha prolongada y ya no limitada a la meta inmediata del retorno de Zelaya sino a lo que resalta como aspiración mayoritaria del movimiento popular hondureño: la instauración de un régimen surgido de un gran proceso de consulta al electorado y de una Asamblea Constituyente de raíz y carácter popular, antioligárquico y por la justicia social.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA
Washington pudo haber desmontado por anticipado la aventura golpista en Honduras, pues el Departamento de Estado –no se digan el Pentágono y la CIA– conocía al dedillo los aprestos, en el país centroamericano y en Estados Unidos, para derrocar al presidente Zelaya. O podía haberlo hecho con posterioridad a la reunión de la OEA, cuando se manifestó el clamoroso rechazo latinoamericano a la asonada. Bastaba que hubiese congelado las cuentas bancarias en Estados Unidos y prohibido el ingreso a ese país de los jerarcas del gobierno gorila si es que le parecía excesivo el retiro temporal de los 600 militares que mantiene en la base de Soto Cano. Nadie puede discutir que al vecino del norte no le tiembla el pulso en materia de sanciones cuando son de su interés; y si no, allí están intactas las medidas que intentan matar de hambre y enfermedades al pueblo de Cuba hace casi medio siglo. En este caso se trataba de un simple tirón de orejas a los cabecillas oligárquicos del golpe que los hubiera rendido al instante puesto que –como a sus pares de América Latina– la vida les resulta insoportable sin casa en Miami y cuenta bancaria en Estados Unidos.
La cuestión central es que la oligarquía y el ejército hondureños han sido criaturas e instrumentos orgánicos de la potencia estadunidense desde fines del siglo XIX y de eso depende toda su fuerza militar y política, delegada por aquella. Por consiguiente, sobre Washington recae, cuando menos, la responsabilidad moral del golpe. Recuérdese que Honduras fue sede del virreinato de John Negroponte en los años 80: centro de actividad de escuadrones de la muerte, rampa de lanzamiento de la guerra contra la revolución sandinista y las insurgencias en El Salvador y Guatemala, epicentro del escándalo Irán-contras y de las operaciones de la CIA en América Central, entre cuyas piezas fundamentales están el architerrorista Luis Posada Carriles y Félix García, quien ordenó el asesinato de Che Guevara. El torturador Billy Joya, asesor de seguridad de Micheletti, pertenece a esa camada y es fundador de aquellos escuadrones de Negroponte.
En el mejor de los casos los gorilas fueron estimulados y empujados al golpe por poderosas fuerzas políticas del establishment estadunidense sabiendo de antemano que Obama no podría oponérsele enérgicamente ni siquiera por salvar la cara luego de sus rutilantes promesas en la Cumbre de las Américas. ¿Quién toma en serio hoy aquella cumbre con las bases en Colombia y su sombría amenaza?
En resumen, a dos meses del golpe de Estado queda claro que, en términos de acciones políticas, Washington no pasará del apoyo al Acuerdo de San José, concebido por el Departamento de Estado para que el régimen gorila se consolide dando tiempo a que expire el mandato de Zelaya o, tal vez, entregar a éste por unos días u horas, vísperas de elecciones amañadas, una presidencia atada de pies y manos, como la ha calificado su esposa Xiomara Castro. De allí la importancia de que se mantenga viva la solidaridad de los pueblos y de los gobiernos progresistas con la resistencia antigolpista pues será más difícil mantener el aislamiento diplomático de los gorilas una vez que se bañen en el Jordán de las elecciones.
En todo caso, el Frente Popular de Resistencia contra el Golpe de Estado ha dado una batalla ejemplar, mucho más consistente y prolongada que la imaginada inicialmente por sus dirigentes más optimistas pero insuficiente para derrocar a corto plazo a una dictadura militar apoyada bajo cuerdas por Estados Unidos. No hay la menor señal de que podamos esperar en lo inmediato la restitución del orden institucional en Honduras, aun en el improbable caso de una fugaz reinstalación de Zelaya. De la OEA no vendrá la solución.
De modo que las fuerzas populares están abocadas a una lucha prolongada y ya no limitada a la meta inmediata del retorno de Zelaya sino a lo que resalta como aspiración mayoritaria del movimiento popular hondureño: la instauración de un régimen surgido de un gran proceso de consulta al electorado y de una Asamblea Constituyente de raíz y carácter popular, antioligárquico y por la justicia social. Tal lucha sólo podrá triunfar si está asentada en la más estrecha unidad de las fuerzas populares puesto que su victoria no sólo implicaría un desafío a la oligarquía y al ejército hondureños sino al orden geopolítico decidido por Estados Unidos en nuestra región.

Los asesinos de Acteal

En los hechos de Acteal la política y la justicia quedaron subordinadas a la lógica de la guerra de baja intensidad. La liberación de 20 paramilitares ahora, debido a que no se siguieron los procedimientos del debido proceso, deja abierto el problema de la verdad.
Carlos Fazio / LA JORNADA
La matanza de Acteal fue una operación de guerra. Y como tal, un crimen de Estado. El asesinato de 49 indígenas tzotziles por paramilitares provistos con armas de alto calibre y balas expansivas dio inicio a una nueva fase de la guerra de baja intensidad del régimen de Ernesto Zedillo contra el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), sus bases de apoyo comunitarias y aliados civiles.
La acción genocida se inscribió en el contexto de una guerra irregular diseñada por la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) tras el levantamiento zapatista. La primera versión de la estrategia contrainsurgente está contenida en el Plan de Campaña Chiapas 94, atribuido al general Miguel Ángel Godínez, comandante de la séptima región militar (1990-95). El objetivo estratégico operacional de dicho plan era destruir la voluntad de combatir del EZLN, aislándolo de la población civil. Como objetivos tácticos figuraban la destrucción, desorganización o neutralización de la estructura política y militar de la insurgencia, para lo cual, junto con operaciones de inteligencia, sicológicas y de control de población, se instruía la organización y asesoramiento de fuerzas de autodefensa.
De manera textual se ordenaba organizar secretamente a ciertos sectores de la población civil, entre otros, a ganaderos, pequeños propietarios e individuos caracterizados con un alto sentido patriótico, quienes serán empleados a órdenes en apoyo de nuestras operaciones. Según el plan, las operaciones militares incluían el adiestramiento, asesoramiento y apoyo de las fuerzas de autodefensa y otras organizaciones paramilitares, tareas que quedaban a cargo de instructores del Ejército. Los paramilitares debían participar en los programas de seguridad y desarrollo de la Sedena. Entre otras tareas, debían suministrar información que alimentara las distintas ramas de la inteligencia militar (contrainformación, inteligencia de combate, inteligencia para el apoyo de operaciones sicológicas, inteligencia de la situación interna). Además, en coordinación con el gobierno de Chiapas y otras autoridades, la séptima región militar debía aplicar la censura a los medios de difusión masiva.
La Sedena estimaba entonces que entre tropa de elite y milicianos el EZLN contaba con 4 mil 800 efectivos, en tanto que su mar territorial (organizaciones de masas) abarcaba 200 mil personas. Los grupos paramilitares comenzaron a actuar en Chiapas casi a la par de la ofensiva militar del 9 de febrero de 1995. Dicha acción, conocida como la traición de Zedillo, falló en su intento por capturar al subcomandante Marcos y descabezar a la comandancia indígena, pero dio inicio a la fase de guerra sucia y paramilitarización del conflicto.
La campaña militar fue ejecutada por el comandante de la séptima región militar, general Mario Renán Castillo (1995-1997), egresado del Centro de Entrenamiento en Guerra Sicológica, Operaciones Especiales y Fuerzas Especiales de Fort Bragg, Estados Unidos. Él creó la Fuerza de Tarea Arcoiris y grupos de fuerzas aerotransportadas del Ejército. Siguiendo el ejemplo de los boinas verdes del Pentágono en Vietnam, dentro de la estrategia de guerra irregular también creó en Chiapas una docena de grupos paramilitares. Tal estrategia contrainsurgente, perfeccionada por los kaibiles en Guatemala en los años 80, consistía en reclutar, armar y entrenar indios para intentar matar, desde adentro, la semilla de la autonomía zapatista. Para los mandos castrenses, los ayuntamientos rebeldes representaban la decisión de un nuevo sujeto político independiente y autoafirmado al que había que destruir.
El crimen de lesa humanidad de Acteal fue una acción bélica orquestada con frialdad. Respondió a una lógica profunda: la intensificación del conflicto. El general Castillo aplicó en Acteal los lineamientos del Manual de guerra irregular, operaciones de contraguerrilla y restauración del orden, editado por la Sedena y cuya autoría se le atribuye. En él se enseña cómo combatir a la insurgencia. Citando a Mao Tse-Tung, se afirma que el pueblo es a la guerrilla como el agua al pez. Pero al pez, agrega, se le puede hacer imposible la vida en el agua, agitándola, introduciendo elementos perjudiciales a su subsistencia, o peces más bravos que lo ataquen, lo persigan y lo obliguen a desaparecer. Según el manual, para hacer de la vida del pez una pesadilla es preciso mantener acciones interrelacionadas entre las operaciones para controlar a la población civil y las acciones tácticas de contraguerrilla. En ese sentido, el involucramiento de civiles en operaciones militares estuvo coordinado con acciones sicológicas, la acción cívica y la implementación de una amplia red de información. Tal estrategia estuvo dirigida a tender un cerco sanitario en torno al EZLN, para fijarlo en un terreno previamente cuadriculado y, una vez aislado de su base social, intentar destruirlo y aniquilarlo.
En los hechos de Acteal la política y la justicia quedaron subordinadas a la lógica de la guerra de baja intensidad. La liberación de 20 paramilitares ahora, debido a que no se siguieron los procedimientos del debido proceso, deja abierto el problema de la verdad. Un informe recientemente desclasificado, elaborado por la Agencia de Inteligencia de la Defensa de Estados Unidos, confirma el vínculo directo entre el Ejército y los paramilitares en Chiapas y contradice la historia oficial y a los escribas revisionistas de Nexos y el CIDE.
Siguiendo hacia arriba la cadena de mando, la autoría intelectual de la matanza alcanza a los dos comandantes de la séptima región militar de la época; al secretario de Defensa, general Enrique Cervantes, y al comandante supremo de la Fuerzas Armadas, el entonces presidente Ernesto Zedillo.

Las Independencias

Insurrecciones indígenas como las de Túpac Amaru y Túpac Katari en Perú, Jacinto Canek en Yucatán, o Julián Quito y Lorenza Avimañay en la Audiencia de Quito, no fueron el preludio ni el anticipo de las luchas criollas por la independencia, sino algo radicalmente distinto. Fueron parte de un dilatado plan de liberación nacional indígena.
Jorge Núñez Sánchez * / El Telégrafo (Ecuador)
I
La ciencia histórica no puede limitarse a exaltar a los vencedores y a las causas triunfantes. Tiene que estudiar también lo que no triunfó o triunfó a medias y lo que fue derrotado entonces y quedó postergado, en espera de resolución definitiva.
Digo esto porque entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX hubo en América varios proyectos de emancipación paralelos y entrecruzados: uno, el de los siervos indígenas, que buscaban liberarse del dominio colonial y recuperar América para los nativos; otro, el de los esclavos negros, que aspiraban a la liquidación de la esclavitud y la conquista de libertad para todos; y otro más, el de los criollos o españoles americanos, que ansiaban independizarse de España para mejor controlar estos países y seguir dominando a indios, negros y mestizos.
Eran proyectos distintos, desiguales e inclusive opuestos de modo radical. Obviamente, el más avanzado era el de los criollos, que durante largo tiempo habían ido construyendo una identidad propia e identificándose como una nación en ciernes.
Dueños de florecientes plantaciones trabajadas por esclavos o de latifundios beneficiados por indígenas, los criollos constituían –según la precisa definición de Severo Martínez Peláez– una “clase dominante a medias”, pues tenían en sus manos el poder económico, la influencia social y los mecanismos culturales de Hispanoamérica, pero solo recibían las migajas del poder político y eso mediante la compra de cargos a la corona. Por lo mismo, deseaban una emancipación de España que les entregase el control del poder político en sus países y los convirtiese en miembros de una clase dominante con plenos derechos. Pero, desde luego, no querían hacer una revolución social como la francesa, que repartiera la tierra a los campesinos pobres y liquidara los derechos feudales.
Por su parte, los planes emancipadores de indios y negros, pese a su aparente primitivismo, apuntaban a una transformación profunda de la estructura socio–económica desarrollada durante los tres siglos coloniales. Los indios, en tanto que dueños originales del continente, y los negros, convertidos por la historia en una suerte de nueva etnia nativa, aspiraban a una emancipación personal que los liberara de la servidumbre o la esclavitud, y que les diera dominio efectivo sobre la tierra que cultivaban con su esfuerzo. Los reiterados motines indígenas, los alzamientos de resistencia a las reformas borbónicas, las sublevaciones de esclavos y el cimarronaje tienen que ser vistos en esta perspectiva general, dentro de esa común búsqueda de Libertad, Tierra y Soberanía, y no como fenómenos aislados o eventos históricos inconexos, ocurridos aquí o allá por causas particulares.
Nuestra historiografía, afectada por un incurable positivismo y empeñada en la descripción de fenómenos particulares, ha renunciado en gran medida al análisis de esos fenómenos generales, que fueran protagonizados por pueblos iletrados y gentes humildes, que en general no dejaron documentos ni testimonios escritos, pero que sabían perfectamente lo que querían e identificaban bastante bien a sus enemigos.
II
Las luchas de emancipación social de indios y negros alarmaron, desde fines del siglo XVIII, a las autoridades españolas, que planificaron formas de refrenarlas. Así, crearon un sistema continental de Milicias Disciplinadas, que sirviera para enfrentar las amenazas militares externas, como las inglesas, y las amenazas internas, como las sublevaciones indígenas y las rebeliones de esclavos. Estaba concebido para que lo financiaran los propietarios criollos, en defensa de sus intereses, dándoles a cambio las jefaturas de los nuevos cuerpos militares. La implantación del sistema se inició con la promulgación del “Reglamento de Milicias de Cuba”, redactado por el mariscal de campo Alejandro O’Reilly, en 1764.
En la zona andina, esas milicias fueron eficaces para aplastar o desanimar levantamientos indígenas. Así ocurrió en Quito, donde ellas reprimieron sangrientamente a los nativos sublevados de Guamote y Columbe, que en número de 30 mil se alzaron en 1803 contra el sistema colonial, proclamando "que se maten a los mestizos y españoles". Entonces, las milicias a caballo dirigidas por el corregidor Javier Montúfar, hijo del II Marqués de Selva Alegre, emplearon armas blancas y de fuego para reprimir a los alzados, que tan solo disponían de palos, chuzos y cuchillos.
Estos fenómenos relatados exigen que este bicentenario no sea solo ocasión para rememorar las luchas anticoloniales de los criollos, sino también las similares de los indígenas y negros que ansiaban su liberación, así sea que estas últimas no hayan tenido los alcances políticos, la continuidad histórica y el éxito que tuvieron las primeras. Porque esas luchas fueron también parte del drama colectivo de aquel tiempo y, en ciertos aspectos, como el de la propiedad de la tierra que reclamaban los indios, siguen siendo un problema pendiente de nuestros países.
La historiografía republicana no quiso o no pudo reconocer la existencia de otro movimiento de emancipación que no fuera el de los criollos. Embebida de patriotismo y nacionalismo, se ocupó más de apuntalar la construcción ideológica del Estado Nacional que de estudiar lo sucedido en aquel importantísimo periodo. Y por eso clasificaron a los movimientos de liberación de los indígenas y los esclavos negros bajo la denominación de “movimientos precursores de la independencia”.
Ese es un equívoco conceptual. Porque insurrecciones indígenas como las de Túpac Amaru y Túpac Katari en Perú, Jacinto Canek en Yucatán, o Julián Quito y Lorenza Avimañay en la Audiencia de Quito, no fueron el preludio ni el anticipo de las luchas criollas por la independencia, sino algo radicalmente distinto.
Fueron parte de un dilatado plan de liberación nacional indígena, que en diversos momentos tuvo una formidable influencia social y estremeció al sistema colonial entero, pero que fracasó por ser intermitente e inconexo y por carecer de actualización histórica, al no reconocer las nuevas exigencias de la realidad social americana.
*Historiador y antropólogo ecuatoriano.

Darío, Zelaya, el escritor y su época

Aun desde los márgenes, los poetas han jugado un rol social en consonancia con el tiempo que les tocó vivir: el golpe del pasado 28 de junio en Honduras con la destitución del presidente Manuel Zelaya, que resquebraja la paz en la región, ha sido repudiado por los artistas y escritores
Jorge Boccanera / LA VENTANA (Cuba)
(Ilustración: Rubén Darío, poeta nicaragüense)
Hace exactamente cien años un mandatario centroamericano —el presidente Zelaya— fue desalojado por la fuerza del poder. En procura de desarrollar un país pequeño y atrasado, Zelaya modernizó el Estado, instauró la educación gratuita y obligatoria, buscó una unión estrecha de los países de la región y pretendió impulsar un modelo por fuera de la esfera de influencia de los Estados Unidos, además de no autorizar que ese país instalara en el suyo una base militar.
Ese presidente fue el nicaragüense José Santos Zelaya y tuvo cerca a uno de los grandes poetas de la lengua española: Rubén Darío, a quien nombró representante de Nicaragua ante el gobierno de España. En 1909 el poeta se entera de su caída mientras corrige las pruebas de El viaje a Nicaragua e intermezo tropical, que incluye un capítulo sobre la gestión del liberal. En el momento en que le informan que Zelaya fue conminado a renunciar desde el exterior bajo amenaza de invasión, no duda en agregar una coda al libro adhiriendo al político depuesto:
“No puede negarse que el Gobierno de Zelaya realizó muchas obras en bien de la República... Se dice que los Estados Unidos han intervenido en todo esto. Si ello fuese cierto, como parece, es lamentable que nación alguna intervenga en los asuntos íntimos de Nicaragua, ni aun para hacer un canal”.
La destitución reciente de un homónimo de aquel mandatario nicaragüense, el presidente de Honduras Manuel Zelaya, reactualiza entre otros muchos temas, el diálogo del artista con su época.
Conciencia de la imaginación e imaginación de la conciencia, aun desde los márgenes, los poetas han jugado un rol social en consonancia con el tiempo que les tocó vivir. Lo han hecho sin descuidar la búsqueda formal y el trabajo con el lenguaje. Para el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón: “Es la poesía la que hace política, no la política la que hace poesía”. La intensidad del poema, más que en función a un tema, una consigna, una proclama, está en su calidad expresiva: de César Vallejo a Francisco Urondo, de Raúl González Tuñón a Fayad Jamis, de Clementina Suárez a Efraín Huerta, de Juan L. Ortiz a Roque Dalton, entre muchos.
La historia latinoamericana arroja ejemplos aquí y allá: José Santos Chocano junto a Pancho Villa en la Revolución Mexicana; Gabriela Mistral apoyando la lucha del general Augusto C. Sandino; José Martí cayendo en el Combate de Dos Ríos. Se suma Darío rechazando el intervencionismo y la opresión. En el poema “Los cisnes” del libro Cantos de vida y esperanza, advierte con interrogantes:
“¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?”
Darío nació siete años después de de la derrota del filibustero William Walker a manos de fuerzas conjuntas de Centroamérica. El hombre de Tennesse que se había autodefinido como “el favorito de los dioses”, estaba lanzado a conquistar un imperio propio para anexarlo a los estados esclavistas sureños.
Darío tiene plena conciencia de que la sombra de Walker —en el que paradójicamente convivían el hombre despótico con el lector fervoroso de Byron— planeaba sobre los cielos del istmo. A los 14 años publica artículos políticos en el diario La Verdad y dos años después su poema a Bolívar. Decidido impulsor de una Unión Centroamericana, Darío celebra la llegada al poder de José Santos Zelaya, que pone fin a 30 años de gobiernos conservadores en Nicaragua.
Describe a ese mandatario como “un caballero culto”, al frente de un gobierno “liberal y honrado” que “ha logrado imponer una voluntad de paz y de trabajo… Se ha establecido la libertad religiosa; el laicismo en la educación; la amplia libertad de testar; el mantenimiento del habeas corpus; ‘el voto activo, irrenunciable y obligatorio’; la justa representación de las minorías”, etc. Uno de los logros principales de Zelaya había sido la recuperación de la Mosquitía, disputada zona de Nicaragua bajo protectorado británico.
El poeta que redescubre la lengua castellana, que le otorga flexibilidad y nuevos ritmos; el poeta que exalta el poder de la palabra para desentrañar misterios con imágenes sensoriales y sensaciones plásticas, es el mismo Darío que reivindica una América indígena —la de Palenke, Utatlán, Moctezuma y “el inca sensual y fino”— y el que trabaja con un Zelaya en el exilio en la concreción del libro Los Estados Unidos y la revolución nicaragüense. Triste destino el de algunos “vates” centroamericanos: muere Darío en 1916 con una Nicaragua invadida; nace Ernesto Cardenal en 1925 en una Nicaragua invadida.
El golpe del pasado 28 de junio en Honduras con la destitución del presidente Manuel Zelaya, que resquebraja la paz en la región, ha sido repudiado por los artistas y escritores. La mayoría de sus intelectuales hondureños —académicos, escritores, músicos, artistas plásticos, científicos— han difundido un manifiesto contra el gobierno de facto. La nota la encabeza el “poeta nacional” de Honduras, Roberto Sosa, seguido de otros poetas como Rigoberto Paredes, Roberto Quesada, José González, Oscar Amaya Armijo y Fabricio Estrada, entre muchos que han alzado su voz reprobatoria.
Esa voz de condena dialoga con un pasado de intelectuales de fuste: el modernista Juan Ramón Molina —a quien Darío presenta como el mejor poeta de Centroamérica— condenado a prisión y a trabajos forzados por sus escritos políticos; Froylán Turcios: escritor, periodista, iniciador del cuento hondureño, Ministro de Estado que llegó a ser secretario del general Sandino y que debido a su ferviente defensa de la soberanía nacional fue desterrado a Costa Rica; Alfonso Guillén Zelaya: luchador contra todas las dictaduras que, insobornable ante las presiones de las compañías bananeras, terminó sus días en el exilio en México donde fundó la Universidad Obrera junto al dirigente azteca Lombardo Toledano.
Paradójicamente, para este 2009 el presidente depuesto de Honduras, Manuel Zelaya, había prometido repatriar los restos del poeta Alfonso Guillén Zelaya.

miércoles, 26 de agosto de 2009

El espejo de Uribe

Uribe no tiene ningún margen de autonomía para oponerse a cualquier pedido que provenga de Washington. Su misión es ser el Caballo de Troya del imperio y sabe que si se resiste a tan ignominiosa tarea su suerte no será distinta de la que corrió otro personaje de la política latinoamericana, presidente también él: Manuel Antonio Noriega, de Panamá.
Atilio A. Boron / ALAI AMLATINA
La Cumbre de la UNASUR en Bariloche [27 y 28 de agosto] tendrá que enfrentar dos gravísimos problemas que abruman a América Latina: el golpe militar en Honduras y la militarización de la región como resultado de la instalación no de una sino de siete bases militares norteamericanas en Colombia.
En relación a lo primero la UNASUR deberá exigirle a Barack Obama coherencia con sus propias declaraciones a favor de una nueva era en las relaciones interamericanas. Como lo hemos reiterado en numerosas oportunidades este golpe es un globo de ensayo para testear las respuestas de los pueblos y los gobiernos de la región. Y si tiene lugar en Honduras es precisamente porque fue ese el país más meticulosamente sometido a la influencia ideológica y la dominación política de Washington.
Fracasada la negociación de la OEA Washington procedió a suspender la emisión de visas para los ciudadanos de Honduras. Medida tibia, muy tibia, pero síntoma de que está tomando nota del clima político imperante en la región. Pero Obama debe hacer mucho más, y dejar de lado el falaz argumento que expresara hace unos pocos días cuando se refirió a la contradicción en que incurrirían los críticos del imperialismo al exigirle ahora que intervenga en Honduras. Es “irónico” –dijo en esa ocasión- “que algunos de los que han criticado la injerencia de Estados Unidos en América Latina se quejen ahora de que no está interfiriendo lo suficiente”.
Sabemos que Obama no está demasiado informado de lo que hacen sus subordinados civiles o militares, para ni hablar de los servicios de inteligencia. Pero debería saber, por ser tan elemental, que Estados Unidos viene interviniendo en Honduras desde 1903, año en que primera vez los marines desembarcaron en ese país para proteger los intereses norteamericanos en un momento de crisis política. En 1907, en ocasión de la guerra entre Honduras y Nicaragua, tropas estadounidenses se estacionaron durante unos tres meses en las ciudades de Trujillo, Ceiba, Puerto Cortés, San Pedro Sula, Laguna y Choloma. En 1911 y 1912 se reiterarían las invasiones, en este último caso para impedir la expropiación de un ferrocarril en Puerto Cortés. En 1919, 1924 y 1925 fuerzas expedicionarias del imperio volverían a invadir Honduras, siempre con el mismo pretexto: salvaguardar la vida y la propiedad de ciudadanos norteamericanos radicados en este país. Pero la gran invasión ocurriría en 1983, cuando bajo la dirección de un personaje siniestro, el embajador John Negroponte, se establecería la gran base de operaciones desde la cual se lanzó la ofensiva reaccionaria en contra del Sandinismo gobernante y la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo Martí. Obama no puede ignorar estos nefastos antecedentes y por lo tanto debe saber que el golpe contra Zelaya sólo fue posible por la aquiescencia brindada por su gobierno. Lo que se le está pidiendo es que Estados Unidos deje de intervenir, que retire su apoyo a los golpistas, único sustento que los mantiene en el poder, y que de ese modo facilite el retorno de Zelaya a Tegucigalpa. La Casa Blanca dispone de muchos instrumentos económicos y financieros para disciplinar a sus compinches. Si no lo hace es porque no quiere, y los gobiernos y pueblos de América Latina deberían sacar las conclusiones del caso.

En relación al segundo problema, las bases norteamericanas en Colombia, es preciso decir lo siguiente. Primero, que el imperio no tiene diseminadas 872 bases y misiones militares a lo ancho y largo del planeta para que sus tropas experimenten las delicias del multiculturalismo o de la vida al aire libre. Si las tiene, a un costo gigantesco, es porque tal como lo ha dicho Noam Chomsky en numerosas oportunidades, son el principal instrumento de un plan de dominación mundial sólo comparable al que en los años treintas alucinara a Adolf Hitler. Pensar que esas tropas y esos armamentos se desplegarán en América Latina para otra cosa que no sea asegurar el control territorial y político de una región que los expertos consideran como la más rica del planeta por sus recursos naturales -acuíferos, energéticos, biodiversidad, minerales, agricultura, etcétera- constituye una imperdonable estupidez. Esas bases son la avanzada de una agresión militar, que puede no consumarse hoy o mañana, pero que seguramente tendrá lugar cuando el imperialismo lo considere conveniente. Por eso la UNASUR debe rechazar enérgicamente su presencia y exigir la suspensión del proceso de instalación de las bases. Y, además, aclarar que este no es un “asunto interno” de Colombia: nadie en su sano juicio puede invocar los derechos soberanos de un país para justificar la instalación en su territorio de fuerzas y equipamientos militares que sólo podrán traer destrucción y muerte a sus vecinos. Cuando en los años treinta Hitler rearmó a Alemania los Estados Unidos y sus aliados pusieron el grito en el cielo, sabedores que el paso siguiente sería la guerra, y no se equivocaron. ¿Por qué ahora sería diferente?
Segundo: mientras Uribe sea presidente de Colombia no habrá solución a este problema. Él sabe, como todo el mundo, que Estados Unidos ha venido confeccionando un prontuario que no cesa de crecer en donde se lo califica de narcotraficante y de cómplice de los crímenes de los para militares. En 2004 el Archivo Federal de Seguridad de Estados Unidos dio a conocer un documento producido en 1991 en el que se acusa al por entonces senador Álvaro Uribe Vélez de ser uno de los principales narcotraficantes de Colombia, referenciado como el hombre número 82 en un listado cuyo puesto 79 ocupaba Pablo Escobar Gaviria, capo del cartel de Medellín. El informe, que puede leerse en: http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB131/dia910923.pdf ,asegura que el hoy presidente colombiano “se dedicó a colaborar con el cartel de Medellín en los más altos niveles del gobierno. Uribe estaba vinculado a un negocio involucrado en el tráfico de narcóticos en Estados Unidos. Su padre fue asesinado en Colombia por su conexión con los narcos. Uribe trabajó para el Cartel de Medellín y es un estrecho amigo personal de Pablo Escobar Gaviria ...(y) fue uno de los políticos que desde el Senado atacó toda forma de tratado de extradición”.
Por lo tanto, Uribe no tiene ningún margen de autonomía para oponerse a cualquier pedido que provenga de Washington. Su misión es ser el Caballo de Troya del imperio y sabe que si se resiste a tan ignominiosa tarea su suerte no será distinta de la que corrió otro personaje de la política latinoamericana, presidente también él: Manuel Antonio Noriega, quien una vez cumplida con la misión que la Casa Blanca le asignara fue arrestado en 1989 luego de una cruenta invasión norteamericana a Panamá y condenado a 40 años de prisión por sus vinculaciones también con el cártel de Medellín. Cuando Noriega dejó de ser funcional a los intereses del imperio pasó velozmente y sin escalas de presidente a prisionero en una celda de máxima seguridad en los Estados Unidos. Ese es el espejo en que día y noche se mira Uribe, y eso explica su permanente crispación, sus mentiras, y su desesperación por volver a ser elegido como presidente de Colombia, convirtiendo a ese entrañable país sudamericano en un protectorado norteamericano, y a él mismo en una suerte de procónsul vitalicio del imperio, dispuesto a enlutar a todo un continente con tal de no correr la misma suerte que su colega panameño.
- Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina.
www.centrocultural.coop/pled http://www.atilioboron.com

lunes, 24 de agosto de 2009

Honduras: perspectiva amarga

El Acuerdo de San José, inventado y promovido por el presidente costarricense, Óscar Arias, desde un inicio torpedeó la posibilidad de que los gobiernos del continente presentaran un frente unido de rechazo total y exigieran, en vez de la inclusión de los subversivos en un gobierno de “unidad nacional”, su castigo legal por todos los delitos cometidos durante y después del golpe de Estado.

Editorial de LA JORNADA (24 de agosto de 2009)

Ayer [domingo], al rechazar de manera terminante cualquier posibilidad de un retorno negociado del mandatario constitucional, Manuel Zelaya, a la presidencia de Honduras, la Corte Suprema de ese país ratificó su afiliación al gorilato que se ha entronizado en esa nación centroamericana y puso el último clavo en el ataúd del llamado Plan Arias, una propuesta de por sí obsequiosa con los golpistas que detentan el poder en Tegucigalpa.
Cuando están a punto de cumplirse dos meses de la interrupción del orden democrático hondureño y de las ilegales captura y deportación de Zelaya, parece haber quedado claro que el esfuerzo de la diplomacia internacional por restaurar la institucionalidad en Honduras ha desembocado en un callejón sin salida: el repudio universal generado por los golpistas y su empeño de conformar un régimen civil no ha sido suficiente para restablecer la democracia. Por el contrario, entre los gestores de ese trabajo se abrió paso la postura de que los golpistas merecían concesiones en la composición del gobierno; no otra cosa es el Acuerdo de San José, inventado y promovido por el presidente costarricense, Óscar Arias, quien desde un inicio torpedeó la posibilidad de que los gobiernos del continente presentaran un frente unido de rechazo total y exigieran, en vez de la inclusión de los subversivos en un gobierno de “unidad nacional”, su castigo legal por todos los delitos cometidos durante y después del golpe de Estado, pasando por los actos de brutalidad represiva que han cobrado ya varias vidas de zelayistas.
Ciertamente, Arias no habría podido realizar ese trabajo de zapa si no hubiese dispuesto del margen de maniobra que le ofreció la ambigüedad y la falta de coherencia del gobierno estadunidense ante el golpe; porque, si bien el presidente Barack Obama manifestó desde un principio su rechazo a los militares y civiles que participaron en la asonada y su respaldo a la legitimidad de Zelaya, en los días siguientes fue evidente que en Washington, dentro y fuera de la administración Obama, había sectores que no veían con malos ojos a los nuevos gorilas hondureños, particularmente en los ámbitos castrenses, en la llamada “comunidad de inteligencia” –es decir, el mundillo de las agencias de espionaje e injerencia externa del aparato gubernamental de Estados Unidos– y en el propio Departamento de Estado, encabezado por Hillary Clinton.
Obama, por su parte, encontró una salida a su propia ambigüedad al afirmar, hace unos días, la supuesta incongruencia de quienes tradicionalmente han pedido el fin del intervencionismo de Estados Unidos en América Latina y ahora demandan que Washington adopte un papel más activo contra los golpistas hondureños. Se trata, por supuesto, de un razonamiento falso: bastaría con que el habitante de la Casa Blanca refrenara las acciones y las inercias injerencistas de quienes respaldan en forma activa o pasiva a los integrantes del régimen espurio para que éste se volviera inviable en cuestión de días.
En esta circunstancia internacional, parece probable la perspectiva de que la camarilla que se hizo del poder en Tegucigalpa logre su propósito de mantenerse en él hasta noviembre próximo, cuando están programados los próximos comicios presidenciales, y organizar una simulación electoral que garantice el triunfo de un candidato a modo. Si esa posibilidad llega a concretarse, se habrá consumado la destrucción de la incipiente democracia hondureña y la imposición de un gobierno oligárquico carente de legitimidad.
Para los sectores que han mantenido una resistencia a todas luces heroica, pero carente de la cohesión y la organización que se requiere para desalojar por sí sola a los gorilas, se trata de una perspectiva amarga, pero tal vez inevitable, en la que los demócratas de Honduras tendrían que desarrollar un trabajo político y organizativo de largo aliento con el fin de restaurar la institucionalidad quebrantada.
Para la institucionalidad y la democracia de las naciones latinoamericanas en su conjunto, la mera posibilidad enunciada es un agravio y un precedente peligrosísimo: la perpetuación del golpismo hondureño por medio de una simulación electoral sería un mensaje de aliento al militarismo autoritario, represivo y criminal que devastó la región hasta hace un par de décadas.