sábado, 30 de enero de 2010

El modelo martiano

El modelo martiano es el del ser humano que piensa y actúa para cambiar la realidad. En ese sentido, el modelo Martí precede y entronca con el modelo Che: el modelo de la consecuencia entre lo que se piensa y se dice con lo que se hace.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración: "José Martí", de René Mederos)
En enero de 2009, el Comité Internacional de Solidaridad "José Martí", reunido en La Habana, Cuba, con el auspicio de la UNESCO y presidido por Armando Hart, acordó -a propuesta de la Cátedra Martiana de la Universidad de Panamá- declarar el 30 de enero como Día de la Identidad Latinoamericana. Con ello, se quiere celebrar el aniversario de la publicación en ese día del año 1891, en el periódico mexicano El Partido Liberal, del ensayo Nuestra América, escrito por José Martí para dar cuenta de la situación de nuestros países en las vísperas del siglo XX, y para proponer los principios sobre los que pensaba que cabría iniciar la construcción del mundo del porvenir. La decisión entonces adoptada considera a Nuestra América el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad, y busca promover su difusión, su lectura y su discusión siempre renovada en cada uno de nuestros países.
Martí es, en efecto, el político y pensador latinoamericano que mejor certifica los rasgos y características de América Latina a finales del siglo XIX, mismos que, en muy buena medida, siguen prevaleciendo hasta nuestros días.
En el centro de su pensamiento y su acción se encuentra la idea según la cual, para ser libres, primero tenemos que ser. Es decir, que solo podemos construir nuestra independencia en la medida en la que afirmemos en y ante el mundo nuestra especificidad, lo que somos.
No hay hombre más orgulloso en estas tierras de lo que somos que José Martí. Lo que llena de horror, amargura y vergüenza a otros, es en Martí alegría y celebración. En donde otros ven falencia él ve ventaja. Goza de nuestras especificidades, las ama, y solo le duele que los que ostentan el poder entre nosotros sean los primeros en dolerse de lo que somos y trasladen, poderosos como son, el apocamiento a todo el cuerpo social.
Esta contradicción está en el meollo de la dinámica socio-política latinoamericana de todo el siglo XX hasta nuestros días: ser como nosotros o ser como ellos. Entregarnos o afirmarnos; ser apéndices u organismos autónomos con cabeza propia.
¿Qué significa ser como nosotros?
En primer lugar, aceptarnos en toda nuestra complejidad: como un “pequeño género humano” estructurado por múltiples componentes en donde lo indio, lo negro, lo mestizo tiene, cada uno, un lugar preponderante.
Luego, entender esa complejidad como una riqueza y no como una minusvalía. Ha tenido que llegar el siglo XXI para que esa idea gane, paulatinamente, legitimidad.
Pero, tal vez, lo más importante del pensamiento martiano no es la certificación de la diferencia y la alegría y el orgullo de su existencia, sino el descubrimiento de la fuerza que ella entraña: fuerza política.
Es decir, cerebro y mano unidos; pensamiento y acción: buscarnos y encontrarnos a través de la reflexión pero no quedarnos ahí, sino transformar ese conocimiento (ese auto-conocimiento) en motor para la acción.
Su propia vida es un ejemplo en este sentido, y por eso Martí mismo es un modelo.
El modelo martiano es el del ser humano que piensa y actúa para cambiar la realidad. En ese sentido, el modelo Martí precede y entronca con el modelo Che: el modelo de la consecuencia entre lo que se piensa y se dice con lo que se hace.
La fuerza que tiene la oposición a ese modelo los lleva a ambos a la muerte.
Es este, entonces, en América Latina, un modelo contestario; es decir, una propuesta de ser que va en contra de la corriente, a contramano de lo dominante.
Martí como el Che son, por lo tanto, contra-modelos. Ambos son lo opuesto al modelo-pensador-en-su-torre-de-marfil. Son la antípoda del político que quiere ser como los otros (como Estados Unidos, por ejemplo). Están lejanos, ambos, del orondo que cree ver girar el mundo en torno suyo pues se entregan sin concesiones, y el eventual beneficio para sí mismos no les interesa.
Llegan hasta las últimas consecuencias.
Lo dominante teme su ejemplo, el modelo que representan, porque es subversivo. Los modelos de los de arriba son otros y están en otra parte: el presidente norteamericano J.F. Kennedy, por ejemplo, es uno de ellos. Lo nombran y citan con frecuencia. Podría citarse otro. Winston Churchill. Martí, por el contrario, es peligroso porque sus ideas mueven a la acción que pone en riesgo su poder.
El modelo martiano es totalmente actual, no ha perdido un ápice de vigencia. La razón es simple: las condiciones que le dieron origen siguen vigentes. Aquí estamos nosotros y allá están los Estados Unidos.
Algunas cosas han cambiado, afortunadamente. Una nueva época parece abrirse en la dirección martiana. Las nuevas tendencias se abren camino trabajosamente, con la jauría de lo tradicionalmente dominante acosando despiadadamente. Pero era igual antes, por eso Martí murió en combate.
Quien adopta el modelo martiano abre la caja de Pandora, libera tempestades, le pone el cascabel al gato.
Con las ideas y el ejemplo de Martí no se va de paseo, se va al combate.

Nuestra América del porvenir

Al cumplirse casi 120 años de su publicación, el ensayo "Nuestra América" de José Martí, uno de los manifiestos fundacionales de nuestra cultura moderna, mantiene intacta su vigencia. Quizá, porque expresa la utopía latinoamericana por excelencia y prefigura el mundo en el que ella será posible: el de la reinvención del continente con mirada, voz y sueños propios, y ya no como objeto de las pasiones renacentistas del viejo mundo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Ilustración: "Bolimartiano y más", de Ernesto Rancaño)
El 22 de enero de 1897, el diario costarricense La Prensa Libre informó de la publicación en Guatemala de un libro de Rafael Spínola, que compendiaba sus Artículos y Discursos. El más hermoso de ellos, decía el redactor, era el dedicado a José Martí, “que hoy duerme tranquilo en el lecho de los héroes, y que su memoria es inmortal[1]. Y a continuación, transcribía uno de los párrafos del texto de Spínola sobre el prócer cubano: “Su pasión se había hecho incurable: siempre que hablaba de Cuba su acento era el de un gemido: lastimaba el corazón de tristeza. ‘¡Nuestra América’, decía él, y se ponía a derrochar torrentes de belleza y de poesía, tesoros de elocuencia, raudales incalculables de infinita ternura!”.
Hacía veinte meses que Martí había muerto en el campamento de Dos Ríos, en Cuba, fatalmente herido de bala, mientras combatía en la Guerra Necesaria por la independencia de su país del imperio español; y casi ocho años antes, su ensayo Nuestra América, pieza fundamental del pensamiento latinoamericano, vio la luz en México, en las páginas de El Partido Liberal. Pero, tal y como lo anunciaba la emoción del artículo de Spínola y su divulgación en el diario costarricense, ya esa fórmula martiana que daba nombre a un proyecto de liberación nacional y de constitución de una identidad política y cultural, templaba la conciencia de latinoamericanidad en nuestros países.
En Costa Rica, por citar nuestro ejemplo más inmediato, a poco más de un año de iniciada la guerra hispano-cubana, el legado de las ideas nuestramericanas y del proyecto al cual convocaban, era visible en el funcionamiento de al menos 19 clubes de solidaridad con Cuba, como el Club General Maceo o el Club Hermanas de María Maceo –presidido este por María C. de Maceo y Josefina Loynaz del Castillo-.
Incluso, en febrero de 1897, La Estrella de Panamá llegó a afirmar que “quizá en ninguna parte hay como en Costa Rica tanto entusiasmo por la santa causa de Cuba”, a lo que La Prensa Libre agregaba que era honrosa la felicitación de las demás naciones latinoamericanas para “este pequeño pueblo, que siente latir su corazón por la independencia absoluta, no solo de Cuba, sino de los países infelices que, en este siglo de las luces, continúan siendo provincias autónomas de esas naciones que se atienen a su poder para hostilizar a los pueblos dignos”.[2]
Estaba realizándose allí, a la distancia, pero con la pasión y el dolor compartido de quien combate palmo a palmo, uno de los postulados que Martí desarrolló en su ensayo, cuando advertía que llegaba “la hora del recuento y de la marcha unida”, en la que “hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes[3]. De Cuba era la guerra, sí, pero en esa conflagración participaban, a su manera y en la medida de sus posibilidades, los pueblos de la América Latina toda, reunidos en un mismo espíritu de fraternidad, y con expresiones que, no por casualidad, se repetirán a lo largo de la geografía latinoamericana en otros momentos igualmente decisivos de una historia que ya entonces se entendía como nuestra: la guerra de liberación nacional y antiimperialista de Augusto Cesar Sandino en Nicaragua, entre 1927 y 1934, y la Revolución Cubana de 1959.
La vida itinerante de Martí, en los años previos al inicio de la Guerra Necesaria en 1895, le permitió forjar una amplia red de solidaridades en toda la región, donde su verbo y su pluma, como el arado mayor de la época, labró paciente y tenazmente el terreno donde sus ideas perfilarían la sementera de la identidad cultural latinoamericana, de nuestro modo de ser y estar en el mundo. Y en eso fue, qué duda cabe, el Capitán Araña que, al decir del escritor español Juan Ramón Jiménez, “tendió su hilo de amor y odio nobles entre rosas, palabras y besos blancos, para esperar al destino”.
Basta con repasar su correspondencia a lo largo de los años[4] para encontrar no solo la travesía de un hombre, sino también la de una causa continental en la que fue tejiendo, con extremo cuidado, la urdimbre de los pueblos que se reconocen, en sus diferencias y semejanzas, en la feliz fórmula que, desde entonces, nombra un destino común: Nuestra América.
Cansados del odio inútil –escribe Martí-, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos y se saludan. ‘¿Cómo somos?’, se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son”[5]. He aquí su manera de empujar el ideal a su consumación: hacer que los pueblos se conozcan, que se muestren en la riqueza de su cultura, liberada de los falsos dilemas de una civilización que, entrampada en la imitación de los modelos estéticos europeos y sus formas jurídicas, políticas y económicas, confundía sus pasos: “Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza”.[6]
Muy temprano, y con asombrosa claridad, Martí intuye la conflictividad inherente a la definición de nuestra identidad cultural, de lo específico latinoamericano: esa que surge de la oposición y resistencia de los pueblos de indios, mestizos y afrocaribeños, a la pretensión de las potencias occidentales de englobarnos en su proyecto civilizatorio (una “versión moderna de la pretensión decimonónica de las clases criollas explotadoras”, como apunta Roberto Fernández Retamar[7]) y de incorporarnos en la "verdadera" cultura (por supuesto, la de ellos, no la nuestra).
Ese hombre que “¡pertenecía al porvenir!”, como lo retrató Rubén Darío en su libro de 1896, Los raros, sueña un sueño colectivo en el que la América Latina deberá alcanzar el espesor de humanidad que su historia y su destino le reclaman. Esa será Nuestra América, la que hoy estamos llamados a forjar como realidad: la de los pobres de la tierra, la de los hombres y mujeres naturales que hacen suyo el pensamiento, la voz y la palabra universal. La América del porvenir, que debe nacer de las luchas del presente. “El deber urgente de nuestra América –dice- es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños[8].
No será este, sin embargo, un camino sin sobresaltos. Como explica el historiador costarricense Rodrigo Quesada Monge, si bien Martí proclama, sin reparos, “las posibilidades reales de construir una cultura latinoamericana”, no pierde de vista que “eso no sería posible sin comprender antes que el imperialismo haría todo lo que estuviera a su alcance para impedirlo” [9].
La amenaza del imperialismo fue una de las grandes preocupaciones que lo acompañó permanentemente. En Nuestra América, advierte de ese peligro que corren los pueblos latinoamericanos, y que viene “de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante [Estados Unidos] que la desconoce y la desdeña”.[10]
Y en su discurso de 1894, en la celebración del tercer año del Partido Revolucionario Cubano, describe con absoluta precisión las dimensiones de la lucha que está por emprender en su país, la primera guerra antiimperialista de la historia, que señala rumbos para las batallas que, como latinoamericanos, aún debemos librar: “Es un mundo lo que estamos equilibrando: no son solo dos islas las que vamos a libertar. […] La independencia de Cuba y Puerto Rico no es sólo el medio único de asegurar el bienestar decoroso del hombre libre en el trabajo justo a los habitantes de ambas islas, sino el suceso histórico indispensable para salvar la independencia nacional amenazada de las Antillas libres, la independencia amenazada de la América libre, y la dignidad de la república norteamericana”.[11]
En esa tarea, que asume con la solemne fidelidad de un apostolado, Martí sabe que no hay ocasión para la retirada ni el equívoco, y así lo reconoce en su último texto, la carta inconclusa que dirige a su amigo mexicano Manuel Mercado: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América[12].
En efecto, Martí –y con él miles de héroes, hombres y mujeres, anónimos unos y siempre recordados otros - no ofrendó su vida únicamente por la independencia cubana. Las décadas de reflexión lejos de su patria, la radicalización de su pensamiento y acción política, el ejercicio del periodismo, la poesía y la literatura, no desembocan solo en la Guerra Necesaria. Por el contrario, sus empeños logran articular, en unidad de sentido y con hondura de siglos, las voces y llamados que, desde Simón Bolívar, Francisco Bilbao o José María Torres Caicedo, por ejemplo, convocan con urgencia la integración de los pueblos de la que ya empezaría a conocerse como América Latina[13], frente a las amenazas del imperialismo –europeo y norteamericano- que penden sobre nosotros.
Nadie como él lleva tan lejos esa urgente necesidad de los latinoamericanos de afirmar su identidad cultural, en una coyuntura finisecular –el paso del siglo XIX al XX- que afectaría el curso de la historia universal: con el surgimiento de un nuevo imperio, los Estados Unidos, y una nueva forma de imperialismo: la del capitalismo monopólico, apoyado por una fuerza militar sin precedentes, que actuará como un despiadado instrumento de la dominación. Era, pues, el desplazamiento del eje metropolitano del viejo mundo, al norte del nuevo mundo.
En ese contexto, su obra política e intelectual –prácticamente inseparables una de la otra-, dio el santo y seña de lo que, desde entonces, se consolidaría como una vertiente central en la construcción de la identidad cultural –múltiple y diversa- de nuestra América: el antiimperialismo latinoamericanista, nuestra particular manifestación del nacionalismo, que como bien señala el Dr. Arnoldo Mora Rodríguez, constituye “una nueva dimensión de nuestro pensamiento filosófico-político [que] emerge como fuerza doctrinal significativa en nuestra historia[14].
Ante el imperialismo norteamericano y europeo, Martí propone en Nuestra América, ni más ni menos, que la conformación de una gran nación latinoamericana: el viejo sueño bolivariano, imaginado, en principio, solo como promesa de la aventura emancipadora; pero real porque late, vivo y trepidante, en la memoria y la historia de los pueblos que saltaron a la conquista de su independencia en 1810, y que todavía no hemos alcanzado definitivamente.
Al cumplirse casi 120 años de la publicación de Nuestra América, y con ocasión de celebrarse el bicentenario del inicio de las luchas emancipadoras de la América hispana, este ensayo, crisol de las ideas martianas y uno de los manifiestos fundacionales de nuestra cultura moderna, mantiene intacta su vigencia. Quizá, porque expresa la utopía latinoamericana por excelencia y prefigura el mundo en el que ella será posible: el de la reinvención del continente con mirada, voz y sueños propios, y ya no como objeto de las pasiones renacentistas del viejo mundo.
Concluida la primera década del siglo XXI, y recurriendo de nuevo a Quesada Monge, este ensayo representa, además, la mejor lección de política y humanidad “para los pueblos pobres de este sufrido planeta azul”, carcomido por “el imperialismo, con todas sus secuelas: un fanatismo supersticioso por la riqueza material, la obsesión por las apariencias y la ‘macdonalización’ de la cultura. Todas ellas haciendo estragos en la inteligencia y el espíritu de nuestros hombres y mujeres jóvenes”.[15]
En síntesis, Nuestra América es la promesa del porvenir que nos anima en un presente en el que, al mirar las actuales condiciones que viven los pueblos latinoamericanos, suma de sus aciertos y errores, y de la invencible esperanza que sobrevive a la traición, llegamos a las mismas conclusiones del apóstol: lo que Bolívar no dejó hecho, “sin hacer está hasta hoy”.

NOTAS
[1] “Hermoso libro”, en La Prensa Libre, 22 de enero de 1897. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Costa Rica.
[2] “De La Estrella de Panamá”, en La Prensa Libre, 16 de febrero de 1897. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional de Costa Rica.
[3] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos, Armando (editor) (2000). José Martí y el equilibrio del mundo. México DF: Fondo de Cultura Económica. Pág. 203.
[4] Recomendamos, en este sentido, la lectura de: Martí, José (2003). Cartas de Amistad (selección de Julio E. Miranda). Caracas: Colección La Expresión Americana.
[5] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos, op. cit. Pág. 209.
[6] Ídem.
[7] Fernández Retamar, Roberto (2004). Todo Caliban. San José, CR: Editorial de la Universidad de Costa Rica. Pág. 84.
[8] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos, op. cit. Pág. 211.
[9] Quesada Monge, Rodrigo (2001). El legado de la guerra hispano-antillano-norteamericana. San José, Costa Rica: EUNED. Pp. 92-93
[10] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Hart Dávalos, op. cit. Pág. 211.
[11] Martí, José (1894). “El tercer año del Partido Revolucionario Cubano”, en Hart Dávalos, op.cit. Pág. 241.
[12] “A Manuel Mercado (18 de mayo de 1895)”, en Martí, José (2003). Cartas de Amistad (selección de Julio E. Miranda). Caracas: Colección La Expresión Americana. Pág. 212.
[13] Véase: Fernández Retamar, Roberto (2006). Pensamiento de nuestra América. Autorreflexiones y propuestas. Buenos Aires: CLACSO Pág. 15; y Zea, Leopoldo (1992). Discurso desde la marginación y la barbarie. México D.F.: Fondo de Cultura Económica. Pp. 45-49.
[14] Mora Rodríguez, Arnoldo (2006). La filosofía latinoamericana. Introducción histórica. San José de Costa Rica: Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. P. 26.
[15] Quesada Monge, Rodrigo (2001). Op. cit. Pág. 95.

Nuestra América en el siglo XXI

Nuestra América debe presentar como respuesta a la fragmentación y decadencia bien evidentes del pensamiento occidental, la solidez de nuestra tradición cultural y su valor utópico encaminado al propósito de la integración y del equilibrio entre los hombres y las naciones. No nos perdamos en discusiones bizantinas que a nada conducen, estudiemos la historia concreta de nuestros pueblos y sus próceres y pensadores y encontraremos el camino de una identidad común.
Armando Hart Dávalos* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde La Habana
(Ilustración: "La izada", de Ernesto Rancaño)
Ha llegado al fin la hora de América, la Nuestra, la de Bolívar y Martí. La hora de la que nos habló el Apóstol, la de proclamar nuestra segunda y definitiva independencia y el 30 de enero, día de la publicación en México de su ensayo Nuestra América conmemoramos el día de la Identidad Latinoamericana. Fue Martí quien en ese visionario trabajo suyo nos llamó a interpretar y transformar nuestra realidad a partir de las condiciones concretas de los pueblos latinoamericanos. Ese llamado suyo mantiene plena vigencia en nuestros días. Allí advirtió hace más de un siglo de los peligros que amenazaban la independencia conquistada a comienzos del siglo XIX y a vencer el libro importado y las fórmulas copiadas de Europa señalando:

“La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. (...) El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”. [1]
Debemos tomar plena conciencia de que Bolívar y Martí tienen mucho que hacer en América, y lo primero será estudiar, describir y promover, a partir de sus vidas la identidad de nuestro “pequeño género humano’’ y avanzar hacia un mundo más solidario donde la justicia impere con un verdadero sentido de universalidad. Reconózcase eso y se podrán hallar las vías de un futuro posible, luminoso y grandioso de la especie humana. Solo de esta manera podemos enfrentar la tragedia que tenemos ante nosotros: la humanidad está amenazada de muerte.

Por primera vez en la dilatada historia del hombre existe el peligro real de que nuestra especie no pueda sobrevivir a causa de una catástrofe ecológica de enormes proporciones o de guerras devastadoras que rompan el equilibrio, cada vez más precario, que hace posible la vida sobre planeta Tierra.

Para salvar a nuestra civilización de la catástrofe que la amenaza debemos exaltar no solo el valor de la inteligencia y la razón, sino también el de la conciencia, el amor y la fraternidad entre los hombres. En Martí podemos encontrar un referente esencial para ese propósito a partir de dos ideas claves suyas: "Patria es Humanidad’’ y esta otra “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”.[2] He ahí las claves de lo que distingue a nuestra gran patria latinoamericana y caribeña y nos permite relacionarnos con el mundo.

La que Martí calificara como Nuestra América posee una tradición espiritual orientada a cambiar el mundo a favor de la justicia. Esta aspiración, la de la utopía latinoamericana y caribeña, se mantiene viva en la vida y obra de los más grandes próceres y pensadores de estos dos últimos siglos de historia.

Recordemos, en esta línea de pensamiento, a ese gran venezolano, Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, cuando señaló: “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Original han de ser sus Instituciones y su Gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otros. O inventamos o erramos”.

Nuestra América debe presentar como respuesta a la fragmentación y decadencia bien evidentes del pensamiento occidental, la solidez de nuestra tradición cultural y su valor utópico encaminado al propósito de la integración y del equilibrio entre los hombres y las naciones. No nos perdamos en discusiones bizantinas que a nada conducen, estudiemos la historia concreta de nuestros pueblos y sus próceres y pensadores y encontraremos el camino de una identidad común.

Los grandes cambios sociales y políticos en la historia han ido precedidos siempre de transformaciones en el campo de las ideas. Y Martí continúa abriendo la marcha. Dijo: “No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mítica del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.[3]

Unamos esfuerzos para promover, en la intelectualidad latinoamericana y caribeña con los fundamentos de nuestras tradiciones, la reflexión acerca de nuestro presente y de nuestro futuro, sobre la base del respeto a nuestras identidades culturales nacionales y regionales.

A 119 años de la publicación en El Partido Liberal, en México, del ensayo Nuestra América y con la vigencia impresionante de sus planteamientos abrámosle paso al entendimiento, a la comprensión y, en definitiva, para que nuestro continente pueda desempeñar el papel que le corresponde en el mundo de hoy y de mañana.

Hace falta la luz de la cultura, de nuestra tradición, de nuestra historia latinoamericana y caribeña, para iluminarnos el camino. No hay para nuestros pueblos otra solución que la unidad.
Para ir a sus esencias y recorrer este camino orientémonos por José Martí cuando dijo: “Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos.”[4]

En cuanto a Cuba, estamos en pie para salvar la Revolución Socialista, y desde luego la Revolución de Martí y de Bolívar. Y en esa obra de salvamento y de servicio histórico, la unidad constituye el primer objetivo de los revolucionarios, precisamente porque el enemigo promueve la división.

Ha llegado la hora de superar esquemas y dogmatismos que nos llegaron de fuera con diferentes etiquetas y estudiar la vida y la obra de todos los pensadores y forjadores de grandes ideas a lo largo de la historia. Es la única forma política y científica para hallar un camino que nos libere de los sistemas opresivos y nos permita arribar a una genuina humanidad, como la que soñaron los grandes próceres y pensadores. Y esto solo lo podemos hacer con principios científicos y cultivando el amor y la solidaridad.

Mientras en Europa y Estados Unidos se divide y antagoniza el patrimonio de los sabios, en América Latina y el Caribe se promueve la integración en todos los órdenes teniendo como fundamento la justicia como sol del mundo moral y el derecho, cuya esencia se halla en la búsqueda de la dignidad plena del hombre sin distinción de clase alguna tal y como postuló José Martí: “(...) dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos[5],

Esa es Nuestra América, la de Bolívar y Martí, dos gigantes que junto a la inmensa legión de próceres y pensadores, constituyen referentes indispensables para la búsqueda de los caminos que nos conduzca a ese mundo mejor al que aspiran millones de hombres y mujeres en todo el planeta.
*Ex Ministro de Educación y Cultura de Cuba. Presidente de la Sociedad Cultural José Martí.
NOTAS
[1] José Martí, O.C. “Nuestra América”, El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891, t. 6, pp. 16-
[2] J. Martí, O. C. Nuestra América, t. 6 p. 18
[3] Obra citada, Nuestra América, t. 6, p. 15
[4] Obra citada, Nuestra América, t. 6, p. 15
[5] José Martí, Periódico Patria, Nueva York, 14 de abril de 1893, t. 2, p. 298

El camino a Nuestra América

José Martí, fiel a la palabra de pase de su generación, no sólo creó una transformación en la conciencia de su tiempo, sino, y ante todo, un cambio radical en el sentido de las conductas sociales en la América Latina, que dejó abierta la posibilidad de una transformación profunda de la realidad en tiempos posteriores.
Guillermo Castro H.* / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Panamá
(Ilustración: "Martí", de Daussell Valdés)

“Después del mar, lo más admirable de la creación es un hombre. Él nace como arroyo murmurante, crece airoso y gallardo como abierto río, y luego – a modo de gigante que dilata sus pulmones, se encrespa ciego, y se calma generoso - ¡genio espléndido de veras, que sacude sobre los hombros tan regio manto azul, que hunde los pies monstruosos en rocas transparentes y corales!; ¡genio híbrido y extraño que cuando se mueve se llama tormenta, y cuando reposa, noche de luna en el Océano, lluvia de plata, y plática de estrellas sobre el mar.” José Martí[1]

Como un río, también, puede ser imaginado el proceso de formación y transformaciones del pensamiento de José Martí sobre la América nuestra, que viene a desembocar el 30 de enero de 1891 en la publicación - en México, en el periódico El Partido Liberal – del ensayo Nuestra América, que es como el acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad. Allí están, en síntesis fecunda, los frutos de una experiencia vital que iba ya de la frustración del primer movimiento independentista cubano, entre 1868 y 1878, a la del proyecto de una verdadera Reforma Liberal de las nuevas repúblicas latinoamericanas, que Martí vivió, en carne propia, durante sus residencias de exilado político en México, Guatemala y Venezuela, entre 1875 y 1880. Los textos que elabora a partir de 1884, en particular, nos conducen a lo largo de un río que crece – siempre en contrapunto con su descubrimiento de la entraña norteamericana – desde aquellos manantiales de origen hasta el delta cenagoso de la Conferencia continental convocada por Blaine en 1889, para desembocar –convertido en un Amazonas de razones y certezas sobre nuestra condición y nuestro destino – en el Océano de una historia aún en construcción.
En esta perspectiva, Nuestra América culmina y sintetiza, a un tiempo, el proceso de maduración de la pequeña burguesía cubana como clase nacional y, al propio tiempo, latinoamericana, en cuanto la crisis del colonialismo en Cuba coincide con el primer auge de la lucha contra los Estados oligárquicos en nuestra región. Así, hay en Nuestra América un fundamento vital de cubanía, como habrá en la guerra necesaria para independizar a Cuba de España, y preservarla de los apetitos anexionistas de los Estados Unidos, a la que convocará el Partido Revolucionario Cubano en 1895, un elemento de radical hispanoamericanidad.
La postura misma de quien convoca aquí a sus pares es la propia de un grupo social nuevo que, en las vísperas de la batalla por acceder al Estado, busca definir y promover su hegemonía mediante la sistematización de los intereses del conjunto de las capas subordinadas en un cuerpo único de doctrina, organizado en torno a una norma original de socialidad. En esa perspectiva, se busca aquí incitar a los pares hispanoamericanos de las capas medias cubanas en proceso de radicalización a adoptar un horizonte de visibilidad histórica nuevo, en el que se combinaban en un mismo proceso la lucha por la independencia nacional y por la revolución democrática.
Nuestra América puede ser vista, en efecto, como una declaración de deslinde del independentismo liberal – radical cubano respecto del liberalismo oligárquico que había venido a ser dominante en las demás sociedades hispanoamericanas. Esa declaración, elaborada a partir de las peculiares condiciones que signaban al independentismo cubano en ese momento histórico, vincula de manera original las contradicciones internas del Estado oligárquico, sus articulaciones externas con las estructuras de poder de un sistema mundial que ya evolucionaba hacia su fase imperialista de desarrollo, y los riesgos que ello planteaba para la independencia y el bienestar de nuestras sociedades, desde un una premisa por demás sencilla:
“A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no e el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno a de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.[2]
Aflora, aquí, una interpretación de la historia que distingue a la cultura nacional-popular latinoamericana en su sistematización martiana. Mientras la cultura oligárquica asumía la historia de América como una mera extensión de la europea, en Martí lo peculiar americano debe ser entendido en su especificidad, tal como se expresa en las capacidades de las sociedades que hacen esa historia. Aquí, el punto de referencia en el análisis es el que resulta de preguntarse “¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantados entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles?”, para ofrecer enseguida una respuesta de admirable precisión y dignidad: “De factores tan descompuestos jamás, en menos tiempo histórico se han creado naciones tan adelantadas y compactadas.”[3]
Este planteamiento asume a la política como cultura en acto, que exige recuperar y reinterpretar el pasado para superar el estancamiento de nuestro desarrollo natural provocado por tres siglos de violencia y explotación colonial, que tendían a prolongarse en las nuevas Repúblicas. Aquí, se nos dice, el problema de la independencia “no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu[4], que exigía llevar hasta sus últimas consecuencias los contenidos democráticos implícitos en las luchas de independencia como única garantía, además, para evitar una recolonización de nuevo tipo.
Esto, por otra parte, es concebido como una tarea a desarrollar por las masas mismas bajo la dirección de un grupo social nuevo, cuya ausencia de compromisos con el sistema de dominación le permitía avanzar en la definición de los intereses populares que afloraban en la creciente resistencia espontánea de los trabajadores del campo y de la ciudad al autoritarismo oligárquico, y de los medios que esos intereses requieren para ejercerse. Así, el programa político – cultural implícito en Nuestra América nos plantea la necesidad de conocer para resolver:
“Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.[5]
De aquí se transita sin dificultad a la tesis central de Nuestra América en materia cultural. Entre nosotros, se afirma, “el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”[6]
Más allá de la evidente referencia a Domingo Faustino Sarmiento – el más importante ideólogo del paleo liberalismo oligárquico, que en 1845 había sintetizado su programa en el llamado a luchar contra la barbarie americana en nombre de la civilización europea –, cabe resaltar aquí, medio siglo después, la contradicción de fondo entre dos modalides antagónicas de pensamiento. El proceso de conocimiento martiano es básicamente dialéctico y, por ende, capaz de percibir y llevar al plano de la acción política las tendencias fundamentales del proceso social y económico que lo determinaba en última instancia. El de Sarmiento, en cambio, opera mediante rígidas antítesis que le obligan a moverse en un ámbito escindido entre lo que es – y que él percibe con notable intuición- y lo que “debería ser”, planteándose por ejemplo que “de eso se trata, de ser o no ser salvaje”.[7]
Esto explica la capacidad de Martí para trascender la dicotomía misma de Sarmiento, al cuestionar la perspectiva de análisis en que podía tener algún sentido, para rechazar la interpretación de la realidad en torno a la cual se organiza la cultura oligárquica dominante en su tiempo, y destacar su carácter particular e interesado. Universal, aquí, es la propuesta martiana de vincular la discusión de los problemas nuestros al análisis de los conflictos que desgarraban a las mismas sociedades Noratlánticas que el Estado oligárquico reclamaba como su modelo evolutivo.
Las proyecciones de aquellos conflictos en América, a través de las agresiones francesa y norteamericana a México, las pretensiones expansionistas del Secretario de Estado James Blaine, el interés siempre renovado de los Estados Unidos por apoderarse de Cuba, o la injerencia británica en la guerra chileno-peruano-boliviana de 1879, son puntos de luz que iluminan el análisis de la experiencia histórica que lleva a Martí a sostener la necesidad de crear las condiciones que hicieran posible una activa defensa de los intereses nacionales y populares de las repúblicas hispanoamericanas. Así, dice,
“Con los oprimidos habría que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. […] La colonia continúo viviendo en la república; y nuestra América se esta salvando de sus grandes yerros – de la soberbia de las ciudades capitales, del triunfo ciego de los campesinos desdeñados, de la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas, del desdén inicuo [. . .] de la raza aborigen, - por la virtud superior, abonada con sangre necesaria, de la república que lucha contra la colonia”.[8]
De este modo, Martí politiza de manera consciente el análisis cultural para echarlo “todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera”.[9] Por lo mismo, siendo la crítica “ejercicio del criterio[10]es necesario dotar a ese criterio de los elementos de juicio que requiere para cumplir su misión mediante una transofrmación en la concepción misma y en los métodos y las formas del proceso de producción de conocimientos, planteados desde la más estrecha unidad entre práctica sociopolítica y conocimiento.
Aquí, el sentido práctico del conocimiento exige resultados prácticos; la cultura, popular por su origen, ha de serlo también por sus funciones, pues se debe a los intereses del sujeto que ha de realizarla en la práctica. Este sujeto es designado por Martí con el nombre genérico de hombre natural, para referirse al conjunto de las clases subordinadas – aquellos “trabajadores manuales e intelectuales”, del campo y de la ciudad, a los que se dirigiría veinte años después José Carlos Mariátegui -, asumidos como la arcilla fundamental para la obra del “gobernante-creador” que debe dotarlo de la conciencia necesaria sobre sus propios objetivos, y de las estructuras de trabajo intelectual capaces de expresarlos, dado que:
“en pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. […] ¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes al mundo, con antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen. En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen los rudimentos de la política”. [11]
Desde aquí, la interpretación de la historia en Martí alcanza uno de sus momentos más altos en la negociación-superación de la cultura dominante, al vincular el análisis de las contradicciones internas con los riesgos que emrgen de las transformaciones en curso en el sistema mundial. “Pero otro peligro, corre, acaso, nuestra América”,- dice – “que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales, y es la hora próxima en que se le acerque, demandando relaciones íntimas, un pueblo emprendedor y pujante que la desconoce y la desdeña”[12] Y eso lo lleva a dar un nuevo paso en la interiorización del análisis. La defensa, ante lo que no le viene de sí, debe surgir en nuestra América de sí misma, entendiendo que:
“El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita estará próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe. Por ignorancia llegaría, tal vez. A poner en ella la codicia. Por el respeto. Luego que la conociese sacaría de ella las manos”.[13]
El conocimiento al que se refiere Martí es, desde luego, el que resulta de una praxis histórica, y nunca de una mera actitud puramente reflexiva. Por lo mismo, la denuncia se fundamenta aquí en una comprensión general del movimiento histórico que permite derivar de ella la posibilidad de un papel activo para la América Latina en la escena mundial. Y, con ello, la cultura nacional-popular se revela como la única capaz, en este continente, de desempeñar un papel realmente universal. Aquí, de lo que se trata es de construir la cultura humana a través del aporte igualitario y original de todos los pueblos de la tierra, en cuanto la socialidad cordial es, en Martí, la norma por excelencia de lo humano. Por lo mismo, su llamado apunta a la preservación de derechos que no se niegan a otros, sustentado en una visión de la historia como devenir y del hombre como ser perfectible. De aquí, su advertencia mayor: “se ha de tener fe en lo mejor del hombre y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor para que se revele y prevalezca sobre lo peor. Sino, lo peor prevalece.” Por eso,
Ni ha de suponerse, por antipatía de aldea, una maldad ingénita y fatal al pueblo rubio del continente [. . .] ni se han de esconder los datos patentes del problema que pueda resolverse, para la paz de los siglos, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental[14].
Una conclusión abierta.
De Nuestra América acá, lo que había sido un conjunto disperso de brotes espontáneos de resistencia popular al proceso de consolidación del Estado Liberal Oligárquico pasa a convertirse en una racional y coherente concepción del mundo, organizada en torno a un pensamiento social dotado de sentido propio y capaz, por tanto, de generar una ética acorde con su estructura. Desde esa concepción del mundo, la razón y a la historia son concebidas como ámbitos de un conflicto social más amplio que ellas mismas, que obliga a relativizar lo términos son que hasta entonces habían sido pensadas.
Si para la oligarquía la historia es vista como un pasado que concluye y se justifica en el presente de su dominación, para el movimiento nacional – popular se trata de un proceso en marcha hacia la superación de toda forma de dominación. Del mismo modo, si la cultura dominante es esencialmente mimética y contemplativa, y se asume a si misma como producción de objetos para un sujeto ya formado, la cultura nacional-popular es ante todo actividad productiva del sujeto histórico necesario para superar el presente, esto es, adecuado a un objetivo de transformación social que la misma praxis política va redefiniendo en sus contornos y su alcance. De aquí que, mientras la cultura dominante se ofrece como una vía de movilidad dentro de una estructura social y a conformada, la cultura nacional-popular es asumida como vía de movilización de masas para transformar esa estructura social.
José Martí, fiel a la palabra de pase de su generación, no sólo creó una transformación en la conciencia de su tiempo, sino, y ante todo, un cambio radical en el sentido de las conductas sociales en la América Latina, que dejó abierta la posibilidad de una transformación profunda de la realidad en tiempos posteriores. Gracias a ello, el pueblo cubano supo después de 1898 que si vivía en una república mediatizada, ello se debía a que esa república había nacido de una revolución inconclusa. Y esta lección era válida para el resto de la América Latina, que supo grabarla en lo más hondo de su conciencia y de su cultura, y la asume hoy, una vez más, como la más importante de sus tareas pendientes.
*Doctor en Estudios Latinoamericanos de la UNAM. Presidente de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental.
NOTAS
[1] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XIX, 15: “Apuntes”. [ c. 1875 – 1877]
[2] J. M.:”Nuestra América”, O. C. , t. 6, p. 17
[3] J. M. “Nuestra Améica”, O. C., t. 8, p. 16.
[4] Ibid., p. 19.
[5] J. M.: “Nuestra América”, O. C., t. 6, p. 18.
[6] Idem, p. 17.
[7] D. F. Sarmiento: op. cit., p. 12.
[8] J. M: “Nuestra América”, O. C., t. 6, p.19.
[9] J. M.: “La exhibición de pinturas del ruso Vereschagin”, O. C., t. 15, p . 433.
[10] J. M.: “Carta a Bartolomé Mitre y Vedia” de 19 de diciembre de 1882, O. C., t. 9, p. 16.
[11] Ibid., p. 17-18.
[12] Ibid., p. 20.
[13] Ibid., p. 22.
[14] J. M. : “Nuestra América”, O. C., t.6, p. 22-23.

José Martí, la sorpresa de los enlaces

Yo estaba tan encandilado como ellos, como quien asiste a la presencia de un unicornio que bebe en una fuente. No salía de mi estupor: José Martí en boca de estos hombres y mujeres anónimos en Costa Rica, volvía a ganar, de pronto, rostro, movimiento, inesperadas cotidianeidades, que lo ponían a ser, en medio de la sintaxis vericueteante del hablar, una persona, un alguien familiar y vivo, haciendo lo que los demás, escapando por un momento de la solemnidad de las estatuas.

Froilán Escobar* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
(Ilustración: "Martí", de Ernesto García Peña)
José Martí fue un poeta integrador y original que no separaba la palabra de la vida. De la misma manera que no separaba el verso de la prosa. Para él sólo había un lenguaje. No existían, por tanto, tales dicotomías. La palabra había sido siempre receptora e impulsora de la realidad, porque una y otra, "por la ley del enlace", están indisolublemente unidas.
Martí consagró su vida a ese proceso de integración, hasta el punto que lo llevó a decir: "¡Verso, o nos condenan juntos,/ o nos salvamos los dos!" La palabra, además de un sentido, de una identidad, contiene una historia. Historia que, para Martí, siguiendo esa incesante sorpresa de los enlaces, es, a su vez, la gran configuradora de la palabra.
"Yo vengo de todas partes,/y hacia todas partes voy", decía en sus versos. Y en ese ir y venir suyo de la palabra a los hechos, de lo individual al sentimiento de comunidad humana con que creció "en su cuerpo el mundo", también vino a Costa Rica en dos ocasiones (1892 y 1893), para preparar lo que él llamó "la guerra necesaria" por la independencia de Cuba.
Por esa época ya tenía publicados dos cuadernos de poesía: Ismaelillo, Versos sencillos y dos más preparados pero sin publicar: Versos libres y Flores del destierro, además de numerosos artículos, crónicas, discursos, cartas, ensayos y una revista para niñas y niños (así lo puntualizó Martí) de la que solamente salieron cuatro números: La Edad de Oro, cuyos textos se recogerían por primera vez, en forma de libro, aquí en Costa Rica.
La salida de su primer cuaderno, en 1882, coincidió con la aparición del modernismo. Por su expresión y su visión, Martí es considerado uno de los poetas de ese importante movimiento literario de las letras hispánicas.
Para Martí, sin embargo, la poesía mayor era la otra, con la que buscaba la forma de alcanzar la plenitud histórica de nuestros pueblos. Porque, según su propio decir: "No hay letras, que son expresión, hasta que no hay esencia que expresar". Esto lo llevó a concluir: "No habrá literatura hispanoamericana hasta que no haya Hispanoamérica".
De esta manera, puso en tela de juicio la condición y las posibilidades de los escritores latinoamericanos de su tiempo. Hacer literatura para él, en estas tierras mestizas, no era ponerse al día con respecto a Europa (lo cual implicaba una actitud servil y colonial), sino descubrir que teníamos una realidad propia.
Pero no era el "descubrir" falaz de Cristóbal Colón —que creyendo haber llegado a las costas asiáticas, llegó a América—. Martí no quería que el descubrimiento fuera sobre la base de del error sino de la certeza, de la conciencia de lo que somos.
Esta definitiva lección no se limitaba, por supuesto, a la literatura. Para él la certeza se engendra con el contacto de aquello que nos sobrepasa. Y ese contacto que nos faltaba aún en las letras era, según decía: "el pueblo magno de que ha de ser reflejo".
Esta prédica, mediante la sorpresa de los enlaces, hizo que muchos modernistas se acercaran a Martí: y que del rebuscamiento imitativo en la expresión artística pasaran al orgullo de su condición americana.
Aquí en Costa Rica, siguiendo ese infatigable mecanismo de relación, podemos rastrear la huella de su pensamiento original. Yo, por mi parte, encontré la sorpresa. En La Mansión de Nicoya todavía quedan allí los ladrillos y los restos de pailas y calderas, desperdigados por las casas y calles del cálido pueblito. Son testimonio del ayer y de los materiales con que los cubanos que vinieron con Antonio Maceo en l892, construyeron el legendario ingenio azucarero.
Y lo mejor: todavía pude oír en las voces de los descendientes de aquellos cubano-costarricenses (pues las sangres ya andan juntas), que conocieron a José Martí en su segunda visita a Costa Rica, contar la historia de ese lejano encuentro como quien recuerda una fulguración.
Yo estaba tan encandilado como ellos, como quien asiste a la presencia de un unicornio que bebe en una fuente. No salía de mi estupor: José Martí en boca de estos hombres y mujeres anónimos, volvía a ganar, de pronto, rostro, movimiento, inesperadas cotidianeidades, que lo ponían a ser, en medio de la sintaxis vericueteante del hablar, una persona, un alguien familiar y vivo, haciendo lo que los demás, escapando por un momento de la solemnidad de las estatuas.
Quedé inmerso en esa susurración con una mezcla de asombro y nostalgia, porque poco a poco, a medida que el encuentro entre Martí y Maceo ganaba detalles, sonaban en el aire giros de palabras de mi patria como disparos de un combate lejano.
Francisca Castillo, en el momento de mi llegada, era una viejita casi centenaria, que vivía en Hojancha. Ella me contó la historia de su padre, Tomás Castillo Armas, con un dejo de tristeza y orgullo, como si rescatara su identidad entre los restos de un naufragio.
"Mi padre fue un cubano fiel. Él siempre hablaba de cuando llegó acá con Antonio Maceo y con Flor Crombet, y del ingenio que levantaron al pie del río Morote, donde trabajaba dándole punto de miel al azúcar.
"Por él supe que Martí estuvo aquí para pedirle a los cubanos que se devolvieran para dar otra vez la pelea por Cuba. Y se devolvieron. Sólo mi padre no pudo, porque ya tenía muchas viejeces arriba para el ajetreo de la pelea. Se quedó para soltar los huesos en esta tierra y ayudar a las familias de los que se fueron. Yo estaba niña entonces, pero no olvido ese recuerdo".
Ese es el Martí que estos hombres y mujeres han sabido preservar contra la erosión de los estereotipos y el vértigo de la memoria. Ellos hicieron que reviviera ese instante o esa serie de instantes, que nos permiten recordar y volver a ser, o, mejor: volver al ser latinoamericano en una nueva dimensión.
La dimensión que le dio Martí, que sólo alcanzó su verdadera dicha cuando, en carta a su amigo Manuel Mercado, pudo decir al fin: "... ya estoy todos los días en peligro de dar la vida por mi país y por mi deber...", superando así cualquier antítesis entre la palabra y el acto.
El hombre que no separó nunca el verso de la vida, con ese acto realizado a cabalidad daba testimonio de su plenitud, de la visión de síntesis de sus valores.
*Periodista y escritor cubano-costarricense. Premio Nacional de la Crítica en Cuba (1991 y 1993), y Premio Nacional Aquileo J. Echeverría en Costa Rica (2006). En 1991 publicó en Cuba "Martí a flor de labios", reeditada en 2008 en Costa Rica.

Lo nuestro es toda nuestra cultura

Martí distingue claramente entre la América anglosajona y la América Nuestra, la cultura latinoamericana que, más que una lengua, es parte de una misma cultura, de una misma historia, de una misma sensibilidad, de la misma piel morena, mestiza e indo-española.
Arnoldo Mora Rodríguez* / Para CON NUESTRA AMÉRICA
(Ilustración: "Martí", de Aldo Soler)
El nombre que para todos los latinoamericanos representa el fin de este siglo [XIX] y el inicio del nuevo siglo [XX], es decir, que encarna con su acción y su pensamiento el tránsito, la apertura a una nueva era histórica de nuestra América, es el patriota, intelectual y escritor y político cubano, prócer de su patria, de las Américas, José Martí. Su influencia y su presencia es tal que solo se le puede comparar en la historia de nuestro pensamiento latinoamericano, con el Libertador Simón Bolívar.
Este comienza el siglo y lo comienza con la gesta de una nueva era en la historia de nuestra América, nos abre a la historia y nos da la conciencia de nuestra identidad en su plena expresión. Martí, por su parte, culmina la obra de Bolívar no solo logrando la independencia para Cuba de España, de los últimos territorios que aún estaban formando parte del Imperio colonial, sino dando una nueva visión de la política.
Ante todo, Martí es intérprete y heredero y continuador de la gesta de Bolívar. Es el creador de la primera corriente estética que pondrá en el mapa de las culturas y de las letras mundiales, la región caribeña.
Su concepción de la política es diferente e innovadora. No piensa como Bolívar en crear primero un ejército para liberar su patria del yugo colonialista, sino en formar un partido que significativamente titula “Revolucionario”, pues, para él, la dimensión política es, ante todo, ética, pero abarca todos los aspectos de la vida humana: lo social, lo cultural, lo educativo y lo científico-técnico.
La base de toda esta transformación exterior es la de convertir al hombre en ciudadano y hacer que la conducta del ciudadano se funde en los valores cívicos. La idea detrás es central en este pensamiento. Pero también es concebida como identidad cultural. Lo nuestro es toda nuestra cultura: nuestra lengua, nuestra cultura popular, nuestra historia y es lo primero que se debe aprender en la escuela. La patria chica debe conducir a la patria grande.
Martí distingue claramente entre la América anglosajona y la América Nuestra, la cultura latinoamericana que, más que una lengua, es parte de una misma cultura, de una misma historia, de una misma sensibilidad, de la misma piel morena, mestiza e indo-española.
Por eso reclama la solidaridad de todos para la liberación de Cuba. Es toda América Latina la que se ve emancipada con la liberación de Cuba. Organiza un partido político porque la política es lo primero; mas, porque la guerra es necesaria, organiza también un ejército libertador al servicio de los ideales políticos y patrióticos, advertido por la experiencia de los militares latinoamericanos que se arrogan un papel mesiánico y terminan instaurando una dictadura.
En el pensar suyo es ya clásico citar textos como la carta de Jamaica de Bolívar y, en el caso de Martí, el equivalente es su ensayo titulado Nuestra América. Martí quien escribió abundantemente, en este ensayo nos dio lo mejor de su pensamiento y así es considerado en la historia, tanto de nuestras ideas, como de la literatura hispanoamericana.
De este clásico transcribimos algunos conceptos:
El deber urgente de Nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante, manchada solo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el mayor peligro de nuestra América… Se ha de tener fe en lo mejor del hombre, y desconfiar de lo peor de él. Hay que dar ocasión a lo mejor de que se revele y prevalezca sobre lo peor. Si no, lo peor prevalece. Los pueblos han de tener una picota para quien los azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad”.
*Filósofo costarricense, ex Ministro de Cultura y miembro de la Academia Costarricense de la Lengua. Este texto forma parte de su libro “LA FILOSOFÍA LATINOAMERICANA. INTRODUCCIÓN HISTÓRICA”, publicado en el año 2006, en San José de Costa Rica, por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. Se transcribe con autorización del autor.

Nuestra América: 100 años

La dolorosa vigencia del magistral ensayo "Nuestra América", ¿se deberá a que, en cierta forma, hemos sido retrotraídos a 1891, y la humanidad tiene de nuevo por delante el reparto, entre un grupo aún más pequeño de grandes potencias, del mundo ya repartido, la destrucción de los países pobres que osen oponerse a ello, y quizá una tercera, y última, guerra mundial?
Roberto Fernández Retamar* / LA VENTANA
(Conferencia dictada en 1991, con motivo del centenario de la publicación del texto de José Martí).
A mis hermanos Cintio y Fina, ausentes tan presentes en este Seminario gaditano sobre José Martí.
"Mas queda otro sendero todavía
que purga la codicia y la miseria:
la ruta vertical, la poesía."
ALFONSO REYES

No hay que vivir al día, sino a los siglos, aconsejaba Miguel de Unamuno. Y a un siglo, a cien años estamos de la aparición primera de "Nuestra América", como se subraya en el título que a la conferencia final de este Seminario dieron sus organizadores, quienes me honraron generosamente al encomendármela.
No es necesario, ni acaso soportable, que intente un pleonasmo de aquel trabajo mayor, sin duda conocido por ustedes: y ni qué decir que intente hacer con él lo que Pierre Menard hizo con el Quijote gracias a la escritura sobradora de Borges. Sólo voy a destacar que aquel trabajo conserva plena vigencia; a citar, porque es imprescindible, algunas de sus líneas; a reproducir algunas observaciones martianas que conducen a "Nuestra América" o, siendo posteriores, lo complementan, y finalmente a compartir con ustedes algunas conjeturas nacidas al calor de los cien años del texto. Ahora bien, de entrada hay que recordar que desde que, entre 1875 y 1877, aparece en Martí (quien vivía entonces exiliado en México y Guatemala) la expresión "nuestra América" para designar a los países que se extienden del Río Bravo a la Patagonia, tal expresión implica para él la existencia de otra América que no es nuestra, y a la que al menos a partir de 1884 llamará explícitamente "la América europea"; así como que el concepto "nuestra América" no permanece invariable en él, sino que se va cargando de sentido hasta alcanzar la incandescencia del ya secular ensayo cuya evocación nos reúne esta noche. Leer más...
*Poeta y ensayista cubano, presidente de Casa de las Américas.

“¡A caballo la América entera!"

No olvidemos. No podemos olvidar a los millones de mujeres y de hombres que desde Tejas hasta el cabo de Hornos, con aquella pelea enorme, dieron nacimiento a América Latina, a nuestra América, desde aquella América imperial de virreinatos, audiencias, inquisición y capitanías generales.
Pedro Pablo Rodríguez* / LA VENTANA
(Ilustración: "Batalla inmortal", de Antonio Ñico)
Con esta trepidante imagen, José Martí desenvolvía el 19 de diciembre de 1889 su relato del proceso emancipador hispanoamericano ante los delegados a la Conferencia Internacional Americana de Washington. Dos tesis centrales desplegaba el cubano en aquel discurso conocido con el nombre de “Madre America”. La primera: que aquel largo proceso en cuya conmemoración bicentenaria nos adentramos se desenvolvió a lo largo de todo el continente: “ la América entera” subió al caballo para el galope liberador. La segunda tesis de la formidable oración martiana es que esa epopeya fue original, partió de sí misma, por mucho que debiera a la ola y al entusiasmo revolucionario que sacudía a Europa durante los inicios de esta gran pelea nuestra.
Buscaba el cubano los sentimientos de sus oyentes, y les sacudía su orgullo por la patria grande fundada de un golpe formidable que abarcó más de un cuarto de siglo, justamente cuando aquellos que le escuchaban se reunían en la capital de Estados Unidos, convocados por el gobierno de ese país para establecer los mecanismos de su hegemonía.
Sabía muy bien Martí que continuaba entonces, a finales del siglo XIX, la batalla emancipadora, o, más bien, que se desenvolvía bajo los nuevos contextos definidos por el desborde del naciente imperio. De ahí, pues, que el orador recurriera al tema de la primera independencia, alcanzada, según él, gracias a la unidad y a la decisiva presencia de las masas populares (los indios, los rotos, los cholos, los negros, los gauchos, los araucos indomables, nos dice Martí), factores ambos —unidad y masas populares— imprescindibles para la nueva etapa que comenzaba.
No fue clase de historia aquel discurso llamado “Madre América”, sino fino, previsor y hondo análisis político sustentado en la interpretación de la historia, el entregado por aquel reconocido escritor y periodista que renovaba nuestra lengua, que estaba cambiando la sensibilidad literaria y que estaba transformando los paradigmas y las perspectivas al uso dentro del pensamiento latinoamericano.
José Martí, quien había proclamado en 1881 ante la clase ilustrada caraqueña su voluntad de escribir con la independencia antillana la última estrofa del gran poema de 1810, ya comprendía que las islas soberanas de Cuba y Puerto Rico serían los versos iniciales de un nuevo poema de libertad que sostendría sobre bases más justas la independencia continental, el equilibrio entre las dos Américas (la nuestra y la que no es nuestra), y hasta el equilibrio universal. Se trataba, decía, de “desatar a América y de desuncir al hombre”, de luchar por toda la justicia y no sólo por una parte de ella. Era, pues, en la conciencia de Martí, la hora de declarar la segunda independencia, esa aún no alcanzada, por la que bregamos ahora con paso acometedor y que enfrenta cada vez más la ofensiva enemiga del imperio del Norte.
La memoria, se dice mucho ahora, es elemento indispensable del alma de los pueblos, de su cultura e identidad. Y la memoria histórica no es cosa meramente de historiadores, sino de la conciencia social en pleno, destacadamente de los productores de la cultura artística y literaria. La independencia tuvo sus canciones, sus relatos, sus imágenes, sus símbolos incluso antes que su historia. Todos ellos dieron carne y sangre a los acontecimientos y forman parte de aquella historia, de nuestra conciencia y de nuestro presente. Estamos obligados entonces a saber de ellos y a explicárnoslos mejor en todas sus magnitudes y en todos sus alcances para así poder conservar esa memoria.
Como Martí, necesitamos aprehender aquel proceso para asumir nuestro presente, que goza de señales promisorias y a la vez indica peligros crecientes. Hay que montar a caballo otra vez para la acción unida, concertada en avance incontenible ante las nuevas y viejas dependencias y dominaciones. Nuestra madre América necesita del protagonismo popular para efectuar la verdadera y final independencia, la que nos haga marchar por nuestras propias avenidas y en función de nuestros intereses.
No olvidemos, no podemos olvidar. Haití, aplastado en la hora actual por la tremenda tragedia del sismo, fue nada más y nada menos que el iniciador del proceso liberador mediante una revolución social que exterminó la esclavitud que puso a temblar a las metrópolis y a las oligarquías esclavistas. Cuando proclamó su independencia, Haití corrió todos los riesgos que implicaba la solidaridad práctica con los patriotas del continente y únicamente pidió a cambio la abolición de la esclavitud. Se llegó a la victoria de Ayacucho porque antes hubo una revolución haitiana. Aprisa ahora nuestra América, a salvar a Haití.
No olvidemos, no podemos olvidar. Puerto Rico sigue siendo colonia, a pesar de que Bolívar quiso liberarla junto a Cuba, de que Martí creó el Partido Revolucionario Cubano con la misión de fomentar y auxiliar la independencia boricua, de que sus próceres mayores —Hostos y Betances— inscribieron en nuestra América el afán por Borinquen libre, de que Pedro Albizu Campos se alzó para que la bandera de la estrella solitaria sobre el triángulo azul representase al estado soberano desprendido de Estados Unidos.
No olvidemos, no podemos olvidar. Centroamérica no pudo mantenerse unida como quiso Morazán, y ahora hemos visto en Honduras la vuelta de las fuerzas diluyentes y hostiles de los nuevos intentos por caminar hacia la actuación unida en la región.
No olvidemos. No podemos olvidar a nuestros héroes: al cura Hidalgo que amaba a los indios; a Morelos, que quería abolir la esclavitud tanto como los privilegios; a Miranda, que murió en el castillo húmedo haciendo planes para el estado continental; a Artigas, que dio tierras a la gauchada; a San Martín, que cruzó los Andes con negros, indios y blancos de toda la región del Plata; a Bolívar, incansable y empeñoso que inventó a Colombia, que creía en el poder moral y que supo que éramos otros, un pequeño género humano; y a Manuelita, la trasgresora, la combatiente.
No olvidemos. No podemos olvidar a los millones de mujeres y de hombres que desde Tejas hasta el cabo de Hornos, con aquella pelea enorme, dieron nacimiento a América Latina, a nuestra América, desde aquella América imperial de virreinatos, audiencias, inquisición y capitanías generales.
Admirados y emocionados, inscribamos el bicentenario de la primera emancipación en este presente prometedor, con sagacidad de amauta, con rebeldía de cimarrones, con orgullo de latinoamericanos, el mismo orgullo noble que animaba a José Martí aquel frío día de diciembre de 1889 cuando leyó su discurso.
Oigamos entonces nuevamente la palabra nerviosa y acerada de José Martí en la sala neoyorquina donde reunió a los oyentes de “Madre América”: “¿Qué sucede de pronto, que el mundo se para a oír, a maravillarse, a venerar? ¡De debajo de la capucha de Torquemada sale, ensangrentado y acero en mano, el continente redimido! Libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo la América entera! Y resuenan en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores.”
¡A caballo la América entera para terminar la bicentenaria obra emancipadora!
*Historiador cubano, investigador del Centro de Estudios Martianos y profesor de la Universidad de La Habana.

José Martí en el fiel de América

¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu apóstol!

Wilkie Delgado Correa * / Adital

(Ilustración: "Martí", de Raúl Martínez)
Hoy es hora de evocar, en ocasión de la fecha de su nacimiento el 28 de enero de 1853, a José Martí, el Héroe Nacional de Cuba.
Nunca el pueblo de Cuba ni los pueblos de nuestra América, han dejado de tributar el merecido homenaje de recordación al hombre que sembrara luz eterna en la conciencia de sus hijos. Y tanto en los días grises y tristes como en los esplendorosos y felices, en los días en que ha sido posible e imposible celebrar estos aniversarios, el recuerdo del Apóstol ha estado presente. En los grises y tristes, para exhortar y alentar. En los días alegres, para aconsejar con dulzura y dirigir.
Siempre se han unido y agrupado los cubanos al conjuro de la memoria y la palabra de Martí, porque su palabra está vitalizada por el corazón y la sangre, y sólo la palabra así vitalizada puede agrupar a los hombres.
Hay que señalar, sin embargo, la especie de tragedia que vino a ser para los cubanos la evocación de José Martí, para que sirva ese señalamiento de denuncia que reivindique su memoria sagrada.
Efectivamente, desde el inicio de la República se instauró el homenaje a su memoria y, desde entonces, han marchado hacia fines distintos el homenaje de los hombres honrados y el de los hombres indignos.
Cuando nace Martí el 28 de enero de 1853 ya se encaminaban por suelo cubanos los ideales de la lucha independentista. Y cuando cae en Dos Ríos, en mitad del camino de su vida, abatido de balas y maldades, el 19 de mayo de 1895, la lucha iba alcanzando su destino.
Murió entero, "pegado al último tronco, al último peleador" -como lo había anunciado proféticamente- después de haber "cumplido la obra de la vida". Mas su desaparición no significó la muerte de sus pensamientos, sino la mutación magnífica de su cuerpo físico en cuerpo de ideas. Martí es y será -desde entonces- sus ideas y pensamientos como esencia de su vida de hombre de todos los tiempos.
Porque permaneció vivo y entero en su pensamiento, aún después de su muerte, es por lo que, durante mucho tiempo, los cubanos tuvimos que ver cómo se le profanaba de la manera más vil. Malabaristas de la palabra, integrantes de jaurías, filibusteros de la política, oportunistas de todas las ocasiones, arribistas de todos los barcos, fariseos de toda laya, empleadores y justificadores de todos los medios, las conciencias amaestradas y teledirigidas, talentos doblados a todos los servilismos, tiranos disfrazados de ovejas, azuzadores de odio, sembradores de intrigas y traición, fabricantes del engaño y la mentira, acometedores y acobardadotes de hombres, vendepatrias y sietemesinos, han utilizado, a través de los tiempos, la palabra del Apóstol como ropaje para encubrir sus pravas intenciones ante su pueblo, que le rinde sincera y devota pleitesía. Pero para suerte, esta intención ha sido inútil, por supuesto.
Unos u otros personajes viles han alzado al aire los pedazos de Martí que creían les podrían ser útiles para sus propósitos bastardos. "Mirad -han exclamado hasta desgañitarse- este es Martí. Oíd lo que dice". Si se quiere ejemplo más fehaciente, que linda en la comedia más vil y ridícula, es el nombre dado por el gobierno norteamericano a la Radio y a la Televisión mal llamadas Martí, apéndice contrarrevolucionario de la Voz de las Américas y agencia para la subversión de los Estados Unidos.
Así han tratado a Martí sus enemigos y los de su pueblo. Para un caso como éste pudieron haber sido dichas aquellas palabras suyas: "Me han presentado de tal modo, me han desfigurado de tal modo, me han exagerado con tales proporciones, se han movido contra mí por resortes y causas para mí desconocidas, me han cerrado con tales obstáculos el camino que yo había abierto, que presintiendo…" ¿Qué podía presentir, sino que tratarían de suprimirlo o suplantarlo?
¿Cómo debió sentirse durante todo ese tiempo? Pues dando tumbos como quien se cae a pedazos por el camino y sigue recogiendo de la tierra sus propios pedazos, como él dijera.
No nos debe extrañar, sin embargo, que los enemigos suyos y de su pueblo procedieran de tal modo. Hay que comprender que todo lo que hacen es para desviar nuestra mirada de esta aurora del pensamiento libertario y ético.
Los cubanos tenemos una dicha inmensa por contar con Martí como Maestro, y ser herederos directos de su credo libertario. Eso debiera ser suficiente para sentirnos orgullosos por siempre de nuestra nacionalidad y seguirle paso a paso la huella viva de sus pies.
Podemos estar orientados a pesar de la confusión y las oscuridades que emite el mundo que nos rodea, y al que pertenecemos por ser nosotros parte integrante de la humanidad, con sólo ir en seguimiento de los trazos de la luz de su palabra, que fue, en sus días, palabra de su tiempo; y que es hoy - gracias a su dilatada visión - palabra viva y ardiente de nuestro tiempo y de todos los tiempos.
No olvidamos que consagró su corazón a la tierra grave y doliente y que profetizó que jamás acabarían sus luchas; que no le esperaban más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que era preciso entrar para consolarlos y mejorarlos.
De ahí, que podamos asomarnos, a través de ese sol y esa luz martianos, a los paisajes que nos ofrece la vida de los hombres, de los pueblos y del mundo.
Nadie mejor para conducir o guiar que quien ya ha recorrido un camino. Y Martí nos puede llevar de las manos; puesto que conoció los males y desdichas que aplastaban al hombre, las tragedias que paralizaban y aniquilaban a los pueblos y las gangrenas que invadían el cuerpo y el espíritu de la humanidad. Y, aunque siempre conservó la pureza del corazón, sufrió más que nadie las acometidas y los ataques de los viles, pues como expresó "a un vil se le conoce porque abusa de los débiles". Y por medio de su padecimiento, pudo conocer a los que hacen sufrir a los hombres y a los pueblos, y por qué los hacen sufrir.
Porque quería la libertad de sus compatriotas y la independencia de su país, el régimen español lo lanzó al trabajo de las canteras, puso grilletes a sus pies, le hizo vivir la vida dura y criminal de la cárcel política colonial, le enseñó lo que costaba rebelarse frente a la explotación, el crimen, la tiranía y la mentira. De allí salió erguida, no obstante su endeblez, su venerable y recia figura de combatiente infatigable de una causa noble, justa y humana; alimentado de fervor e inquietud patrios, más que de alimento material alguno.
Porque respiró la falta de libertad en su patria encadenada, y sufrió por aspirar a ella y desearla, es que ha dejado a los cubanos y a los hombres del mundo, la más linda y verdadera definición de la libertad: "Es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado y a pensar y a hablar sin hipocresía".
Porque conoció a los hombres - esa fuerza capaz de derribar tiranos encumbrados -, nos dejó dicho que "un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado".
Fácil es ver que el pensamiento del Apóstol cubano continúa vigente para el mundo y está encarnado en la triunfante Revolución Cubana, de cuya génesis fue autor intelectual, como señalará Fidel en el alegato LA HISTORIA ME ABSOLVERÁ.
Al respecto, resultan reveladoras las afirmaciones de Fidel en aquel alegato histórico: "De igual modo se prohibió que llegaran a mis manos los libros de Martí; parece que la censura de la prisión los consideró demasiado subversivos. ¿O será porque yo dije que Martí era el autor intelectual del 26 de Julio? Se impidió, además, que trajese a este juicio ninguna obra de consulta sobre cualquier otra materia. ¡No importa en absoluto! Traigo en el corazón las doctrinas del Maestro y en el pensamiento las nobles ideas de todos los hombres que han defendido la libertad de los pueblos."
"Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!".
José Martí, caído en combate el 19 de mayo de 1995, vive hoy en la memoria de todos, pues como dijo en sus versos:
"[...] Cuando se muere / en brazos de la patria agradecida,/
la muerte acaba, la prisión se rompe;/ ¡empieza, al fin, con el morir, la vida!"

* Doctor en Ciencias Médicas.