sábado, 27 de marzo de 2010

Monseñor Romero y su santidad Ratzinger: dos iglesias

Ratzinger no persiguió a Romero porque la vida no le dio el chance, pero no habría dudado un instante en blandir su báculo censurador sobre su cabeza. La iglesia que hoy comanda Ratzinger es la esencia de la hipocresía, lo más alejado de las enseñanzas y el ejemplo del subversivo aquel de Galilea que murió crucificado en el Monte del Calvario, sacrificio que se conmemora precisamente en estos días.
Rafael Cuevas Molina/AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: Monseñor Romero)
Las décadas del 70 y 80 del siglo XX constituyeron para Centroamérica los años de la guerra. La estrecha cintura ístmica se incendió al calor del clamor de los más pobres que se levantaron contra las anquilosadas oligarquías y sus terribles ejércitos represores. En Nicaragua lograron tumbar a la dinastía de los Somoza, entronizada en el poder desde los años 30, cuando los Estados Unidos crearon la Guardia Nacional y pusieron al frente al primero de ellos, Anastasio Somoza García.
En Guatemala, luego de un primer intento insurreccional en la década de los 60, en los 70 nacen o se consolidan las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR), el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), la Organización del Pueblo en Armas (ORPA) y el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), que conforman la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Haciendo un recuento crítico de lo que había sido la experiencia insurreccional de los años 60, estas organizaciones revolucionarias guatemaltecas se insertarán en el corazón del mundo indígena guatemalteco, el epicentro de los más pobres entre los pobres de ese país, e impulsarán una verdadera sublevación que haría temblar las bases del régimen.
En El Salvador, el Pulgarcito de América, ese pequeño país en cuyas costas “bate la mar del Sur”, se escenificaría otro enfrentamiento que no se puede entender sin la incorporación masiva y consciente de amplios contingentes de los sectores populares. En efecto, siendo El Salvador un país de apenas 20,000 kilómetros cuadrados y con un territorio poco apto para que las guerrillas se pierdan en la densidad del bosque o la lejanía de la montaña, la organización popular fue fundamental para que naciera y floreciera.
Al igual que en Nicaragua, los cristianos jugaron un papel muy importante en ese proceso de organización. Ya desde los años 60, cuando los vientos del Vaticano II y las Conferencias de Medellín y Puebla habían propiciado que amplios sectores de la Iglesia Católica tomaran partido por los pobres de la Tierra, se había ido conformando esa corriente que en América Latina se llama la Teología de la Liberación.
En Centroamérica, esa toma de partido dio como resultado una participación activa en la organización de los sectores populares en lo que se conoció como las Comunidades Eclesiales de Base. Estas se constituyeron en verdaderos núcleos de concientización y acción revolucionaria y pasaron a convertirse, en muchas oportunidades, en el sustento de la acción insurgente.
Monseñor Oscar Arnulfo Romero no formó parte inicialmente de estos contingentes. Era un miembro tradicional del clero católico salvadoreño, alguien que engarzaba en el engranaje de una Iglesia al servicio de los grupos oligarcas que dominaban El Salvador. En el lapso de unos pocos años, sin embargo, fue abriendo los ojos a la realidad que le rodeaba en su pequeño país. Dicen los cristianos y teólogos que lo conocieron, que en él se realizó un verdadero proceso de conversión hacia la causa de los pobres.
Antes que él, otros sacerdotes se habían “convertido” a esa causa, y la represión gubernamental que se ensañó con ellos parece haber obrado en él un efecto detonador. Fue el caso, entre otros, del padre Rutilio Grande, quien fue asesinado en 1977 por un Escuadrón de la Muerte que lo emboscó en un empolvado camino rural.
Fue como un fogonazo en la conciencia de Romero; de ahí en adelante no tuvo respiro en exigir que cesara la represión y se aclararan los crímenes que se cometían por miles. Las palabras que pronunciaba en el momento mismo de su asesinato, y que están grabadas, hacen alusión a que estaba consciente que esa actitud le podía llevar a la muerte, la cual le llegó bajo la forma de una certera bala en el corazón el 24 de marzo de 1980.
Con apenas una año y medio de distancia, en noviembre de 1981, al otro lado del mundo, el entonces Papa de la Iglesia Católica, Juan pablo II, nombró al Cardenal alemán Joseph Ratzinger Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe; es decir, lo hizo jefe de la Inquisición, organización que se preocupa por fiscalizar la pureza de las ideas y prácticas cristianas, y mantenerlas acordes con la forma como las entiende la cúpula de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Como tal, la famosa Congregación ha sido una de las más acérrimas enemigas de esa Teología de la Liberación que cundió por América Latina, y ha perseguido a muchos de sus representantes.
Ratzinger no persiguió a Romero porque la vida no le dio el chance, pero no habría dudado un instante en blandir su báculo censurador sobre su cabeza.
La iglesia que hoy comanda Ratzinger es la esencia de la hipocresía, lo más alejado de las enseñanzas y el ejemplo del subversivo aquel de Galilea que murió crucificado en el Monte del Calvario, sacrificio que se conmemora precisamente en estos días.
El Vaticano es uno de los inversionistas más grandes en trasnacionales fabricantes de armas, de automóviles, de las comunicaciones. Los dedos del ex-jefe de la Inquisición apenas pueden doblarse por los anillos de oro macizo que los adornan. Camina bajo techos abovedados que envidian las más suntuosas construcciones de la nobleza europea. Jefea una institución acorralada por las demandas de abusos sexuales.
Romero y Ratzinger: dos Iglesias, dos formas de asumir la herencia del galileo.

Resistencia y liberación en Rodolfo Walsh

A 33 años de su desaparición física, Rodolfo Walsh sigue vivo en su obra y la memoria de su valiente ejemplo. Recordarlo y pensarlo en las actuales condiciones de la lucha política y cultural en nuestra América es indispensable, especialmente ahora que el periodismo y el ejercicio intelectual de la palabra reclaman un compromiso liberador cada vez más profundo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Es el Buenos Aires de 1977. El día: 25 de marzo. La Junta Militar, conformada por el general Videla, el almirante Massera y el brigadier Agosti, celebra el primer año de su gobierno, instaurado a partir del Golpe de Estado contra la Presidenta Isabel Martínez. Las ceremonias, los informes y los discursos oficiales hablan de una Argentina que no se corresponde con la realidad, pero la represión y el temor se encargan de que nadie denuncie esta extorsión de la verdad. O casi nadie.
Rodolfo Walsh, periodista y escritor de larga trayectoria, perseguido desde hace dos años por el delito de “pensamiento subversivo”[1], acaba de entregar en el buzón de correo, y en las principales agencias internacionales de noticias, una carta dirigida a la Junta Militar.
En el texto, por obra de la palabra y la firmeza ética de sus argumentos, daba voz y hacía visible lo que los militares silenciaban con la tortura y ocultaban con la desaparición de personas. “Lo que ustedes llaman aciertos –dice a la Junta- son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades (…). Han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina. Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”[2].
La carta representa más que una simple denuncia contra el régimen: se trata de la culminación de un acto de resistencia que el periodista, el ser humano, realiza y enuncia desde los encadenamientos –al decir de Foucault- de su experiencia y su historia personal. José Steinsleger lo explica así: “Walsh buscaba romper las ataduras que someten a los intelectuales al poder, para llegar a las masas trabajadoras[3], y eso intentó a través de sus libros, sus artículos y crónicas, su trabajo con los sindicatos y los cursos de periodismo que impulsó en fábricas y villas miseria de Buenos Aires, y en la creación de cadenas informativas de lucha contra el terrorismo de Estado.
En el marco de la relación opresor/oprimido en la que estaba inmerso, Walsh desafió y subvirtió los procesos de "normalización" de la conducta que impuso la “disciplina social” de la dictadura militar. Ciertamente actuaba en solitario, pero sabía que su causa, su resistencia, contenía a muchos: a los desaparecidos, a los muertos, a su familia, a los excluidos. Se trataba de una acción de afirmación individual, pero no egoísta, en tanto la solidaridad subyacía a su resistencia.
Al enumerar las razones que lo llevaron a escribir su manifiesto, el periodista daba cuenta también de las tácticas por medio de las cuales la Junta Militar ejercía su poder e intentaba someterlo y anularlo como ser humano: “La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años”[4].
Su crítica desnudaba los dispositivos y aparatos del régimen de producción de verdad, mediante los cuales la dictadura obligaba al cumplimiento y la obediencia a las reglas de su proyecto de transición de una sociedad disciplinada a una sociedad controlada, según la caracterización de Foucault[5], precisamente en los albores del neoliberalismo económico y cultural latinoamericano.
Así, Walsh denunciaba la barbarie de la exacerbación de los mecanismos disciplinarios del poder (la militarización de la sociedad, la censura, la arbitrariedad jurídica) y que, en el paroxismo de la dominación, modelaban a la sociedad argentina a imagen y semejanza de los campos de concentración. En uno de los pasajes de su carta se lee: “Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio”[6].
En este modelo de poder, es decir, la relación entre el gobierno de la dictadura y el ciudadano, la razón de Estado y la Seguridad Nacional se presentan como únicos criterios de validez, al punto de ser invocados para legitimar en la ilegalidad la restricción de los Derechos Civiles y la violación de los Derechos Humanos. Reginaldo Giraldo-Díaz observa en este tipo de fenómenos sociales el origen de la noción de biopolítica de Foucault, entendida como “los mecanismos, las técnicas, las tecnologías y los procedimientos por los cuales se dirige la conducta de los seres humanos mediante una tecnología gubernamental”; y el concepto de biopoder, definido como el poder que “intenta administrar la vida en multiplicidades abiertas[7].
En el caso de Walsh y la realidad de la Argentina de 1977, la biopolítica, como estrategia de poder, era la estrategia del poder absoluto que decidía lo que debía vivir y lo que debía morir; sus tácticas fueron el secuestro de parientes, la censura, la persecución política y la tortura. De aquí que la resistencia de Walsh se construya sobre la base de una experiencia límite – la de la propia vida en riesgo de ser extinta- y, en ese sentido, se transforma en una auténtica práctica liberadora, que expresa al ser humano como sujeto ético.
Justamente, como expresión de la racionalidad ética, la decisión de Walsh, su opción por la libertad y la plenitud de la vida negada por la dictadura, reivindica el principio de emancipación, la dignidad y la condición humana, incluso al precio de su muerte: tan solo unos minutos después de cumplir con lo que consideraba su deber, una vez depositada la carta en el buzón de correo, un comando de la Escuela de Mecánica de la Armada acribilló al “periodista subversivo” en una calle de Buenos Aires.
Steinsleger describe el momento de su muerte como un empeño de resistir hasta el final, hasta las últimas consecuencias: “Lo querían vivo, pero (…) se resistió con un arma de bajo calibre que a sus compañeros causaba risa: ’¿Pensás enfrentarte a los milicos con eso?’. Walsh los miraba con cara de esto es para no entregarme y elegir el modo de morir[8].
A 33 años de su desaparición física, Rodolfo Walsh sigue vivo en su obra y la memoria de su valiente ejemplo. Recordarlo y pensarlo en las actuales condiciones de la lucha política y cultural en nuestra América es indispensable, especialmente ahora que el periodismo y el ejercicio intelectual de la palabra reclaman un compromiso liberador cada vez más profundo.
NOTAS
[1] Bonasso, Miguel (2007). “Un hombre de honor, un testimonio”. Palabras en el acto de homenaje a Rodolfo Walsh durante la XVI Feria Internacional del Libro de La Habana, en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-80548.html
[2] Walsh, Rodolfo (1976). Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, en: http://www.rodolfowalsh.org/article.php3?id_article=33.
[3] Steinsleger, José (2007). “Rodolfo Walsh: un periodista con rango de tropa”, en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=48759 .
[4] Walsh. Op. cit.
[5] Giraldo-Díaz, Reginaldo (2006). “Poder y resistencia en Michel Foucault”, en Tabula Rasa. Revista de Humanidades, Enero-Junio, nº 4, Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca, Bogotá.
[6] Walsh. Op. cit.
[7] Giraldo-Díaz. Op. cit.
[8] Steinsleger. Op. cit.

De la Casa Blanca a las Damas de Blanco

Sólo hace falta que el personal diplomático de Gran Bretaña, Suecia, Alemania y Estados Unidos en La Habana -que no deberían intervenir en asuntos internos de otro país- se disfracen también de blanco y se sumen al circo de las ridiculeces coordinadas desde las oficinas de la SINA en Cuba.
Abner Barrera / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: el terrorista Luis Posada Carriles marchó en Miami en apoyo a las Damas de Blanco, el pasado 25 de marzo)
Un diezmado número de mujeres, asalariadas por los Estados Unidos, trataron de convertirse en noticia internacional en días recientes. Vestidas de blanco, al igual que en otras ocasiones, se presentaron en la Calle 23, una de las más céntricas de la capital cubana, intentando provocar al pueblo, subvirtiendo el orden y la paz social.
La cadena de televisión estadounidense CNN en español (fiel a su guión de siempre), presentó la noticia amarillista, porque se trataba de Cuba. Daniel Viotto el publicista encargado inició la noticia: “Los cuerpos de seguridad de Cuba arrestaron a varias mujeres que conmemoraban, pacíficamente el séptimo aniversario de la detención y condena de sus esposos. Fue un hecho tenso en La Habana. Se trata de un grupo perteneciente a las conocidas como Damas de Blanco, conocidas así en el mundo entero”.
Lo contradictorio fue que, mientras él leía “la noticia”, las imágenes que presentó la Televisión y lo que le respondió Shasta Darlington corresponsal en La Habana, fue diferente. Pero Viotto sordo y ciego -sólo escucha y ve lo que la empresa le ha enseñado respecto a Cuba-, insistió y preguntó a la corresponsal: “¿Se sabe algo, a dónde las llevaron en este autobús, luego de ser detenidas, violentamente como fueron llevadas y arrastradas prácticamente a la fuerza adentro del autobús?”
Las imágenes no muestran lo que él dice. Darlington tampoco afirma lo que Viotto señala, inclusive las mismas mujeres que hacían la manifestación dijeron que la policía no las estaba maltratando, sino más bien protegiendo, con el fin de evitar alguna provocación, porque cientos de personas (lo dice Darlington), les salieron al paso, denunciando que son mercenarias. Al final Darlington afirma que “Jamás las han arrestado”. Y el amarillista Daniel Viotto, decepcionado y triste admite: “¡O sea, las suben a los autobuses y las llevan a una de las casas de las señoras, pero no son arrestadas!”
La posición de Viotto es propia del publicista descabezado que tiene que repetir lo que sus patrones le mandan; el pobrecito ignora que La Habana, desde hace más de cincuenta años no es Madrid, Copenhague, Praga, New York ni Washington. En la Cuba Revolucionaria no hay violaciones ni represión, ahí se respetan los derechos humanos.
Cuando Tomás Borge le preguntó a Fidel en 1992: “En América Latina y otras geografías se habla con insistencia sobre supuestas violaciones en Cuba. ¿Cuál es la situación real de los derechos humanos en este país?”, Fidel respondió: “Si tú tomas en cuenta que a lo largo de más de 30 años jamás en nuestro país se ha utilizado medida de fuerza contra el pueblo, si en más de 30 años no se ha reprimido jamás una manifestación de obreros, de campesinos, de estudiantes, de ciudadanos; si en más de 30 años no se ha lanzado jamás a un policía, a un soldado, contra el pueblo a golpearlo, a reprimirlo, ni se ha usado un carro de bomberos, ni gases lacrimógenos, ni perdigones, que constituyen el pan nuestro de cada día en países capitalistas desarrollados y en países del Tercer Mundo, yo me pregunto: ¿habrá habido algún país con más respeto a los derechos ciudadanos, con más respeto a los derechos humanos que el que ha habido en nuestro país[1]
Quien vea en Cubadebate los videos de la Mesa Redonda sobre esa manifestación, comprobará las mentiras y los exabruptos de Viotto. Este tipo de periodistas no sólo están sentados en su cabina de transmisión en Atlanta, también están en las calles de La Habana, transmitiendo falsedades a sus respectivos países y empresas en el extranjero. Uno de ellos desde un teléfono celular vociferaba que, la policía estaba golpeando y reprimiendo a las mujeres. A lo que un transeúnte cubano le dijo: “Esa información está distorsionada, y estás engañando al mundo con esa información; aquí no hay policía ninguno, aquí está el pueblo revolucionario. No te equivoques, te estoy oyendo la información que tú estás dando… Tú eres periodista, y te respetamos, pero no engañes al mundo; estás engañando al mundo, estás mintiendo a esa audiencia; ese es un engaño tuyo. Aquí no hay policía alguno…”. Como puede verse, así es como estos profesionales del periodismo “informan” sobre Cuba al mundo.
La respuesta del pueblo revolucionario fue pacífica pero contundente. Una señora joven dice: “Tres mujeres equivocadas y pagadas por el enemigo que han venido a querer sabotear esta revolución y no se lo podemos permitir”. Otra mujer mayor, agrega: “Esta calle es de los revolucionarios, esta calle es de Fidel, esta calle es de la Revolución, esta calle es del pueblo”. Las imágenes con estas reacciones no fueron transmitidas por ni ninguna de las transnacionales de la información, llámese EFE (española) AFP (francesa), AP o UPI (estadounidenses).
¡Otro golpe para el Imperio! Los cientos de cubanos en esa manifestación corearon: “Ping pong fuera, abajo la gusanera“, “Ping pong fuera, abajo la gusanera“. Sucedió lo que expresa el dicho popular: Fueron por lana y salieron trasquilados. Pero esto tampoco fue transmitido por las agencias de noticias internacionales.
Como se sabe, el gusano se alimenta de materia en descomposición, de basura o de desechos que provienen de otros seres vivos; no tiene brazos ni piernas, son perezosos, vagos e incorregibles. Ese es el comportamiento de quienes pretendieron hacer disturbios en La Habana; viven de las bazofias que les envían de Miami. La gusanera cubana sirve al imperialismo en contra de la patria que los vio nacer; lo que defiende en la Isla es el dinero que les mandan mensualmente.
Entre las cosas cómicas de esa gente está el hecho de querer llamar la atención por sus trajes. Desde la Casa Blanca las tienen vestidas de blanco. En la cultura occidental este color simboliza pureza, inocencia, simplicidad, bondad y limpieza, precisamente todo lo que está ausente tanto en Washington como en esas mujeres. Sólo hace falta que el personal diplomático de Gran Bretaña, Suecia, Alemania y Estados Unidos en La Habana -que no deberían intervenir en asuntos internos de otro país- se disfracen también de blanco y se sumen al circo de las ridiculeces coordinadas desde las oficinas de la SINA en Cuba.
NOTA
[1] Fidel Castro: Un grano de maíz. Conversaciones con Tomás Borge. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, Cuba, 1992, p. 224.

Globalización. Un intento de precisar.

En esto de la globalización, andamos un poco como los evolucionistas del período inicial: hemos descubierto un problema cuya complejidad podemos intuir, pero no desentrañar a cabalidad.
Guillermo Castro H. / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Ciudad de Panamá
Quizás sea cierto, como lo señalaran los naturalistas de la segunda mitad del XIX, que la anatomía del hombre nos ofrece las claves fundamentales para ir a la comprensión de la anatomía del mono. Pero el hecho de que conozcamos el pasado desde los temores que nos inspira el futuro no autoriza, ni siquiera como metáfora explicativa, que intentemos explicarlo mediante una ampliación anacrónica del presente.
Esto, sin embargo, es lo que parece estar ocurriendo en la medida en que el concepto de globalización se extiende hacia campos cada vez más amplios del conocimiento humano. Así, por ejemplo, no faltan quienes, al encontrar en la globalización un primer medio de acercamiento crítico a las complejidades de la crisis por la que atraviesa el moderno sistema mundial, asumen ese concepto como expresión del carácter esencial del sistema en cuestión.
Esto puede y debe ser planteado en otros términos. La globalización, en efecto, designa a la etapa más reciente del proceso, mucho más vasto y complejo, de desarrollo del sistema mundial. Los orígenes de ese proceso se remontan al siglo XVI “largo”, como llamara Fernand Braudel, que va de 1450 a 1650, esto es, de cuando el mundo aún era lo que ya había sido, al momento en que entraba de lleno en lo que llegaría a ser. Ese sistema conocería además múltiples transformaciones a lo largo de su desarrollo.
Así, por ejemplo, tras el impulso inicial de sociedades aún organizadas en Estados dinásticos, dicho proceso generaría entre 1750 y 1950 una estructura política característica, integrado por Estados nacionales, a la que hoy llamamos sistema internacional. De entonces acá, también, en el plano cultural el proceso de formación y transformaciones del sistema mundial se vería por sucesivos imaginarios colectivos – civilización, progreso, desarrollo – que sirvieron para dotarlo de la capacidad de convocatoria y consenso necesaria para garantizar su permanencia.
En esta perspectiva, la globalización designa una etapa de desarrollo nueva, que apunta más allá del carácter internacional del sistema actual. Esa etapa ha nacido de cambios científicos y tecnológicos madurados de la II guerra mundial a nuestros días – desde la investigación de operaciones al desarrollo de la tecnología de la información, hasta llegar a la teoría de sistemas y las ciencias de la complejidad, etc. -, y tiende hoy a hacer de la tecnología su fetiche de punta.
Con todo, no es tanto en ese plano, como en el de los vínculos entre lo social y lo económico – esto es, en el de la política – donde parece estarse incubando el elemento de más vasto alcance en esta última transformación, aún en curso. Aquí, lo más relevante a primera vista parece estar ocurriendo en la renovación de estructuras de identidad y gestión anteriores al Estado nacional – como los movimientos sociales, los territoriales, y la ciudad – Estado -, que pasan a convertirse en protagonistas de diálogos (y conflictos) que ya no operan sólo en los planos nacional / internacional, sino también en los de lo global y lo local.
De este modo, a la triarquía característica del sistema internacional que conocemos – con su oposición nacional / regional (entendido como grupo de Estados nacionales) / internacional (entendido como sistema formal de conjunto) -, tiende a sucederla otra que vincula entre sí a lo local (entendido como síntesis de relaciones en flujo en el sistema global / lo regional (entendido como estructuras sectoriales de ese flujo) / global (entendido como sistema en su conjunto), que hace toda realidad particular un hecho glocal.
Esto puede ser nuevo en cuanto supera y trasciende al sistema inmediatamente anterior. Pero puede serlo menos de lo que parece, porque opera a partir de estructuras de larga duración previamente existentes (como las que dan forma a las culturas alimentarias en proceso de formación desde el Neolítico, ampliadas y restringidas a un tiempo por la organización de la producción de alimentos y de fuerza de trabajo a escala mundial del siglo XVIII en adelante, etc.), renovadas y refuncionalizadas ahora por el cambio tecnológico que anima el nuevo proceso de transformaciones en curso en el sistema mundial.
Cuando finalmente nuestra especie llegue a encontrarse en plenitud consigo misma, descubrirá que la realidad siempre ha sido una sola. Por ahora, hemos pasado del descubrimiento de sus facetas al de las diferencias en las longitudes de onda con que cada una emite lo que le corresponde de la luz que comparten todas.
En esto de la globalización, andamos un poco como los evolucionistas del período inicial: hemos descubierto un problema cuya complejidad podemos intuir, pero no desentrañar a cabalidad. El común de las personas se encuentra en el estadio de los que pensaban que el hombre descendía del mono. Una minoría sabe ya que se trata de dos especies distintas, y empieza apenas a comprender la evolución de la nuestra. Pero eso ya es un paso gigantesco de avance respecto a aquellos tiempos en que lo normal era creer a pies juntillas en el relato del Génesis.

Guerra antidrogas: debate necesario

Ante la inoperancia de la política de seguridad vigente, es deseable, en cambio, que las autoridades mexicanas promuevan un debate nacional sobre el tema, a fin de formular una estrategia de seguridad basada en consensos sociales.
Editorial de LA JORNADA de México (24 de marzo)
(Fotografía: el presidente Felipe Calderón recibió una delegación estadounidense encabezada por Hillary Clinton y Janet Napolitano)
La reunión celebrada ayer [23 de marzo] entre los gabinetes de seguridad de México y Estados Unidos, que en las horas recientes generó expectativas dado el nivel de la delegación visitante –integrada por la secretaria de Estado del vecino país, Hillary Clinton; la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano; el secretario de Defensa, Robert Gates; el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, Michael Mullen– y por producirse días después del asesinato de tres funcionarios del consulado estadunidense en Ciudad Juárez, concluyó sin que se concretaran –según puede verse– los temores de una nueva escalada injerencista de Washington, pero también sin que aparecieran soluciones verosímiles a la gravísima crisis de seguridad pública que padece nuestro país.

Según informó la canciller Patricia Espinosa, en el cónclave se acordó iniciar una nueva etapa de la Iniciativa Mérida que incluirá una estrategia de desarticulación de las organizaciones delictivas en ambos países, el desarrollo de una frontera segura y la adopción de medidas de apoyo mutuo para fortalecer a las instituciones de seguridad de México y Estados Unidos. Por su parte, Hillary Clinton reconoció la cuota de responsabilidad que corresponde a su gobierno por el contrabando de armas a México y por la insaciable demanda de drogas ilegales en el vecino país, en un gesto sin duda plausible, pero insuficiente: las autoridades estadunidenses tendrían, además, que emprender acciones serias y comprometidas contra el tráfico de estupefacientes en su propio territorio, donde la mayor parte de la droga procedente de Latinoamérica sigue llegando a manos de los consumidores, y contra el inocultable flujo de dinero producto de ilícitos que tiene lugar en el sistema financiero del país vecino.

El telón de fondo de la dificultad para concebir y aplicar medidas eficaces contra el narco parece ser la falta de una estrategia clara en la materia por parte de la administración de Barack Obama: concentrado en los asuntos domésticos y en la guerra de Afganistán, el ocupante de la Casa Blanca ha dejado el tema abandonado a la inercia y da la impresión de que no le queda más remedio que respaldar el plan calderonista, pese a que éste ha demostrado ser poco efectivo y hasta contraproducente en el combate al trasiego de drogas y a la violencia.

En tal circunstancia, las autoridades mexicanas no debieran esperar más de las estadunidenses en el ámbito de la lucha contra el crimen organizado. Ante la inoperancia de la política de seguridad vigente, es deseable, en cambio, que las autoridades promuevan un debate nacional sobre el tema, a fin de formular una estrategia de seguridad basada en consensos, y que muestren voluntad política para escuchar las opiniones de académicos, economistas, expertos en salud y seguridad pública, así como a las organizaciones surgidas de poblaciones agraviadas por el baño de sangre, a los familiares de las víctimas inocentes y a los representantes de comunidades desintegradas por la violencia. El gobierno federal no logrará el respaldo de la sociedad si no abandona la cerrazón que ha mostrado ante las demandas y los reclamos de la población.

Ese respaldo no podrá lograrse si siguen produciéndose episodios como el asesinato de dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey, el fin de semana pasado –sin que las autoridades hayan logrado dar hasta ahora una explicación convincente de los hechos–, y como el homicidio del presunto narcomenudista José Humberto Márquez Compeán, quien tras haber sido detenido en Santa Catalina, Nuevo León, apareció muerto en un lote baldío con huellas de tortura. Hechos como los referidos favorecen nuevos fracasos en el combate a la delincuencia, y mientras esos vicios no se corrijan, no habrá política nacional ni acuerdo bilateral que basten para contener el derramamiento de sangre en el país.

Manzana de la discordia

Hoy resulta crucial evitar que Honduras se vuelva una nueva fuente de desacuerdo entre las múltiples y diversas izquierdas de la región.
Guillaume Long / El Telégrafo (Ecuador)
(Fotografía: los presidentes de El Salvador y Guatemala, Mauricio Funes y Álvaro Colom, respectivamente, se reunieron con Porfirio Lobo en San Salvador, el pasado 16 de marzo).
Quizás el efecto geopolítico más nefasto del golpe de Estado en Honduras no haya sido el cambio en el equilibrio regional del poder entre izquierda y derecha, sino su potencial para encender, a largo plazo, la chispa de la discordia entre los gobiernos progresistas de la región.
Era inevitable que a medida que se fuese institucionalizando el golpe, algunos países empezaran a acercarse más a los golpistas hondureños. Una derecha radical en el poder en Colombia y Panamá se aproximó sin tapujos al golpista Micheletti. Más tarde, Porfirio Lobo, el producto de una jornada electoral marcada por la violencia, la censura y el fraude, fue premiado por el reconocimiento oficial de Perú, Costa Rica y República Dominicana.
Sorprendió más recientemente la decisión guatemalteca y salvadoreña de reconocer al nuevo gobierno hondureño. En particular, la decisión del presidente salvadoreño Mauricio Funes, que se ha alejado paulatinamente del FMLN, resulta poco promisoria para lograr un acercamiento con una creciente fila de detractores en el seno del partido. Muchos sectores de la izquierda latinoamericana, además, están cada vez más desilusionados con su gobierno.
Sintomáticamente, esta semana, el PSUV venezolano publicó una nota en su página web para darle al presidente salvadoreño una cálida bienvenida “al club de los serviles”.
Funes, que acaba de regresar de una visita a los EE.UU., podría no estar demasiado preocupado por las críticas que provengan de Caracas –después de todo, hace meses que Funes no se cansa de repetir que su modelo es el brasileño– pero su respaldo a Lobo también significa alejarse de Brasil, que se rehúsa hasta ahora a sancionar el golpe, pero que constituye un socio estratégico para El Salvador, con cuantiosas inversiones en el campo de los biocombustibles.
Brasil, por otro lado, empieza a delinear una posible salida al actual impasse hondureño. El 15 de febrero, el canciller Amorim declaró que “para nosotros, quizá lo más importante dentro de ese proceso de reconciliación sería crear condiciones para que el ex presidente Zelaya, que era el presidente legítimo hasta el 27 [de enero], pueda volver y participar en la vida política en Honduras”.
Los brasileños han sido enfáticos en que este retorno se debe dar sin persecución política ni judicial alguna. Después de alguna vacilación, Lobo finalmente aceptó la idea del retorno de Zelaya, aunque algunos miembros de su gobierno parezcan oponerse a esta solución, por lo que Lobo tendrá que convencerles de que no le conviene a Honduras ignorar, una vez más, los llamados de la comunidad internacional.
No se sabe aún cuáles serán las reacciones de los demás miembros de la UNASUR y de la ALBA ante un posible acuerdo que conlleve el retorno de Zelaya a Honduras y de Honduras a la comunidad interamericana. La última vez que los gobiernos de izquierda latinoamericanos se dividieron en bloques algo antagónicos fue cuando, hace un par de años, algunos apologistas del etanol se enfrentaron, de manera momentánea, a algunos defensores del petróleo. Hoy resulta crucial evitar que Honduras se vuelva una nueva fuente de desacuerdo entre las múltiples y diversas izquierdas de la región.

Antiguo dilema para la izquierda: el caso Brasil

¿Cómo pudieron los intelectuales brasileños de izquierda y Castro llegar a retratos tan diferentes de Lula? Es claro que estaban mirando dos cosas por completo diferentes.
Immanuel Wallerstein / LA JORNADA
(Traducción: Ramón Vera)
En ocasión de celebrar el trigésimo aniversario de la creación del Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, el principal periódico independiente de izquierda, Brasil de Fato, publicó entrevistas con cuatro de los principales intelectuales de izquierda. Los cuatro fueron activos alguna vez en el PT, de hecho se cuentan entre sus fundadores. Tres de ellos se retiraron del PT –el historiador Mauro Iasi se unió al Partido Comunista Brasileño, el sociólogo Francisco de Oliveira se unió al Partido Socialismo y Libertad y el historiador Rudá Ricci se hizo izquierdista independiente. El cuarto, el historiador Valter Poner, permanece en el PT y es una de las figuras principales de su facción de izquierda.
Expresaron cuatro análisis, sorprendentemente diferentes, de lo que Ricci llama el antiguo dilema de la izquierda brasileña: como ser popular y de izquierda. Pero por supuesto ése ha sido el dilema de la izquierda en todo el mundo, y sigue siéndolo hasta ahora.
Brasil es un lugar interesante para analizar este dilema y cómo se expresa. Es un país con una larga y activa tradición política, y hoy goza mucho de una situación multipartidista. Es también una nación cuya situación política ha mejorado mucho en años recientes, particularmente en los últimos 10 años. Y Brasil es un país que ha estado afirmando mucho liderazgo político en América Latina. Así que la pregunta se vuelve ¿cómo medimos la popularidad de un partido y cómo evaluamos sus credenciales de izquierda?
El periodista de Brasil de Fato abrió sus entrevistas apuntando que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva es una figura carismática, que es el mandatario más popular desde la redemocratización del país y que a lo largo de su historia el PT ha incrementado su apoyo entre los estratos más pobres de la población. Para que el partido se vuelva más popular, aseveró, tuvo que hacer concesiones al pragmatismo.
¿Cómo reaccionaron los cuatro intelectuales a esta premisa? Para Ricci, el lulismo se ha vuelto más importante que el partido, lo que invierte el concepto original del PT. El PT se americanizó dice él. Hoy es simplemente una maquinaria electoral. La izquierda encuentra difícil ser popular debido a su lastre teórico de origen europeo. La cultura popular, dice, es compleja y conservadora, y Lula dialoga con su cultura popular. El PT es estatista y desarrollista, y como tal conservador y pragmático. Así que el problema es retornar a la idea original de una utopía de izquierda democrática sin tornarse elitista.
Para Iasi, el PT se volvió uno de los dos principales partidos de Brasil, de centroizquierda con un programa pequeño burgués. El precio que pagó por el tamaño de su respaldo fue el abandono de los principios y las metas políticas que estaban presentes en su origen. El lulismo o el populismo es un modo de hacer que las masas accedan a las políticas que no fueron hechas en su interés.
Para Oliveira, el PT que comenzó con una base de trabajadores, de teología de la liberación y de movimientos de democratización, se ha vuelto simplemente parte de la jalea general del sistema partidista brasileño. Una perspectiva socialista no se basa en los pobres sino en un análisis de clase. Y en cuanto al programa del partido, la estatización, está 100 años atrasado, es parte de la dolencia infantil del estatismo. Es un programa para fortalecer las industrias brasileñas y no tiene nada que ver con la izquierda o el socialismo.
Poner ve la situación muy diferente. Él concuerda con que al principio el gobierno de Lula era social-liberal en su orientación. Pero después de 2005, se hizo hacia la izquierda. Sí, dice él, el partido es desarrollista. Pero hay dos variedades de desarrollistas –los conservadores y los demócrata-populares. Con la crisis del capitalismo, el socialismo está de vuelta al debate.
Lo sorprendente acerca de los tres análisis críticos es el miedo al populismo. Lo que sorprende de los análisis es la ausencia de cualquier discusión de geopolítica.
Justo unos días después del artículo de Brasil de Fato, Fidel Castro publicó una de sus Reflexiones periódicas en La Jornada, en la ciudad de México. Lula acababa de estar de visita con Castro. Éste dijo que conocía a Lula hace 30 años, es decir, desde la creación del PT. Dada la historia de Cuba y las dificultades de más de 50 años, Castro dijo que lo que tiene para nosotros una enorme trascendencia era la reciente reunión en Cancún donde se había decidido la creación de una Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe que incluía a Cuba y excluía a Estados Unidos y Canadá. Esta reunión fue en gran medida un logro de Lula.
Castro subrayó entonces la importancia y el simbolismo de esta última visita de Lula antes de que deje de ser presidente de Brasil. Recordó que en la década de 1980 tuvo un emotivo encuentro con él, su esposa y sus hijos en su sencilla morada y alabó de Lula “su placer de luchar… con intachable modestia”. Aquí no hay crítica alguna al lulismo.
Todo lo que los intelectuales brasileños de izquierda critican, Castro lo alaba –el desarrollo tecnológico de Brasil, el crecimiento del PIB, convertirse en una de las 10 más grandes economías del mundo. Aun en la cuestión de la producción de etanol, a la que Castro dice que se opone, no culpó a Lula. Comprendo perfectamente que Brasil no tiene otra alternativa, frente a la competencia desleal y los subsidios de Estados Unidos y Europa, que incrementar la producción de etanol.
Castro termina en esta nota: Una cosa es indiscutible: el obrero metalúrgico se ha convertido actualmente en un estadista destacado y prestigioso cuya voz se escucha con respeto en todas las reuniones internacionales.
¿Cómo pudieron los intelectuales brasileños de izquierda y Castro llegar a retratos tan diferentes de Lula? Es claro que estaban mirando dos cosas por completo diferentes. Los intelectuales brasileños de izquierda miraban primordialmente la vida interna de Brasil y expresaron su pena por el hecho de que Lula fuera, a lo sumo, un pragmático de centroizquierda. Castro miraba principalmente a Brasil en su papel geopolítico, que él ve que socava a su enemigo primordial, el imperialismo de Estados Unidos.
¿Cuál es entonces la prioridad para los intelectuales de izquierda? Ésta no es meramente una cuestión brasileña. Es una cuestión que debe preguntarse casi en todas partes, tomando en cuenta el curso de la historia y el estatus geopolítico del país en cuestión.

Evo avanza en las departamentales

Las encuestas muestran que, el próximo 4 de abril, el MAS puede ganar cinco de las flamantes gobernaciones y revalidar la reelección de Morales en diciembre de 2009, con el 64 por ciento de los votos. Sebastián Ochoa / Página12
Desde La Paz
(Ilustración de Umpiérrez)
El próximo domingo 4 de abril, Bolivia estará de elecciones regionales, una oportunidad de revisar cuánto varió el termómetro político del país desde diciembre, cuando Evo Morales fue reelecto con el 64 por ciento de los votos. Las últimas encuestas evidencian que el oficialista Movimiento al Socialismo (MAS) avanza tibia pero firmemente en los municipios y departamentos donde tradicionalmente perdió. Sin embargo, los de Santa Cruz y Beni, controlados por agrupaciones de derecha, seguirán siendo opositores al presidente aymara. Aunque Morales vaticinó triunfos para el MAS en siete de los nueve departamentos, los sondeos prevén que obtendrá cinco gobernaciones.

Con la implementación de la nueva Constitución, quienes antes eran prefectos pasarán a llamarse gobernadores. En el recuerdo quedaron los tiempos de la Media Luna, un grupo de cinco prefecturas opositoras al MAS cuyo nombre tomó de la forma que sus departamentos tenían en el mapa nacional. Aunque en varias oportunidades habían coqueteado con la posibilidad de dividir Bolivia, las autoridades de la Media Luna quedaron descalificados (alguno está preso, otro prófugo en Miami).

Según los reglamentos electorales, los prefectos que se postularan a la reelección tenían que renunciar primero. A principios de año lo hicieron los tres medialuneros sobrevivientes: el de Tarija, Mario Cossío; el de Beni, Ernesto Suárez; y el de Santa Cruz, Rubén Costas. Los tres, lo mismo que Morales, habían sido ratificados en el referéndum de agosto de 2008, cuando estaba en su pico el conflicto entre el oriente de Bolivia (el de la Media Luna) y el occidente (donde la hegemonía del MAS es indiscutible). Desde entonces, varios errores y fricciones internas entre los opositores fueron aprovechados por Morales, quien hoy compite cabeza a cabeza por controlar Santa Cruz, bastión de la derecha.

Según las encuestas, en ese departamento Costas tiene el 45 por ciento de apoyo. El socialista Jerjes Justiniano, del MAS, tiene el 35 por ciento. Muchísimo se redujo la distancia con relación al sondeo anterior, de febrero, que había dado 58 por ciento a Costas y 26 por ciento a Justiniano. Costas, que en sus buenos tiempos de 2008 había llamado “excelentísimo asesino” a Morales, ahora optó por un discurso conciliador. “Se debe trabajar aunadamente. Tiene que haber un encuentro con el gobierno. No podemos seguir en esta lucha de Tom y Jerry”, dijo, aunque no aclaró quién es el gato y quién el ratón.

El candidato de la agrupación Verdad y Democracia (Verde) también se mostró arrepentido por sus antiguas amistades de la Media Luna. “Tenía muchas diferencias con Leopoldo (ex prefecto de Pando), nunca creí en Manfred (Reyes Villa, ex prefecto de Cochabamba) y Pepelucho Paredes (ex prefecto de La Paz) me parecía repugnante”, dijo Costas.

Leopoldo Fernández está preso en la cárcel de San Pedro, acusado de autor intelectual del asesinato de trece personas en el departamento que gobernaba. Fue en septiembre de 2008, durante el intento de golpe de Estado cívico–prefectural finalmente sofocado por Morales. El juicio comenzará el 4 de mayo próximo. Manfred Reyes Villa, quien fuera revocado en el referéndum de agosto de 2008, quiso resucitar como presidente en las elecciones de diciembre pasado. Aunque obtuvo el 25 por ciento de apoyo, decidió fugarse a Estados Unidos para no responder ante la Justicia por posibles desfalcos durante su gobierno, que ascenderían a 14 millones de dólares. José Luis Paredes también fue del grupo de la Media Luna, hasta que fue revocado en el mismo referéndum de 2008. Actualmente no se sabe bien si está escondido en Bolivia o en el extranjero, atosigado por denuncias de corrupción durante su mandato.

En Beni, para enfrentar a Suárez fue elegida por el presidente Jéssica Jordan, una modelo y ex reina nacional de la belleza de 25 años. Mientras el opositor tiene el 42 por ciento de apoyo, la candidata del MAS llega al 27 por ciento, de acuerdo con la encuesta de Ipsos, Apoyo, Opinión y Mercado. En Pando, donde gobernó por décadas el actual reo de San Pedro, al parecer triunfará el MAS. Luis Flores, candidato oficialista, tiene el 43 por ciento de respaldo. Por su parte, el ex legislador Paulo Bravo llega al 26 por ciento de aprobación.

En Chuquisaca y en Tarija están empatados. En el primer departamento, el ex dirigente campesino Esteban Urquizo, del MAS, y el opositor John Cava, de Alianza por Chuquisaca, tienen 35 por ciento de apoyo cada uno. En Tarija, lindante con la Argentina, el candidato del MAS Carlos Cabrera Iñiguez y el ex prefecto Cossío, de Camino al Cambio, siguen igualados en 40 por ciento.

En La Paz, Oruro, Potosí y Cochabamba, los candidatos del MAS siguen punteros. En la sede del Ejecutivo, el 47 por ciento apoya a César Cocarico, quien entró en lugar del ex ministro Félix Patzi, renunciado por Morales luego de que la policía lo atrapara cuando conducía borracho. En Oruro, el 35 por ciento dice que votará por Santos Tito. En Potosí, el oficialista Félix Gonzales tiene el 55 por ciento de electores a favor. En Cochabamba, el ex presidente de la Cámara de Diputados, Edmundo Novillo, cuenta con el 51 por ciento de respaldo de los encuestados.

Ese día, cinco millones de bolivianos también elegirán alcaldes y asambleístas departamentales.

Chile: Los trabajadores y el Bicentenario

Mantienen plena actualidad las palabras de Recabarren de septiembre de 1910: “De todos los progresos de que el país se ha beneficiado, al trabajador no le ha correspondido sino contribuir a él, pero para que lo gocen sus adversarios”
Semanario El Siglo (http://www.elsiglo.cl/)
(Fotografía: trabajadores chilenos del salitre)
Hace casi un siglo, el 3 de septiembre de 1910, Luis Emilio Recabarren dictó en Rengo una conferencia que tituló “Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana”.
Faltaban quince días para que se cumplieran cien años de la constitución de la Primera Junta Nacional de Gobierno, elegida con el objetivo de mantener a nuestro país bajo el dominio del rey español, Fernando VII. Pero, ese acto se convirtió en el inicio del proceso emancipador, que culminó bajo el gobierno de O’Higgins en 1818.
Después, surgieron las formas capitalistas de producción y aparecieron los primeros destacamentos de la clase obrera, en Atacama, en los años 20 del siglo XIX.
LA VISIÓN DEL PRIMER SIGLO.
Recabarren dijo a comienzos de septiembre de 1910: “Hoy todo el mundo habla de grandezas y de progresos y los pondera y los exalta considerando todo esto como propiedad común disfrutable por todos.
Yo quiero también hablar de esos progresos y de esas grandezas, pero me permitiréis que los coloque en el sitio que corresponde y que saque a la luz todas las miserias que están olvidadas u ocultas.” ( Luis Emilio Recabarren: “Ricos y pobres”, en “Luis Emilio Recabarren. Obras”. Casa de Las Américas, 1976, página 60)
Recabarren sostuvo: “No es posible mirar la sociedad chilena desde un solo punto de vista, porque toda observación resultaría incompleta. Es culpa común que existan dos clases sociales opuestas, y como si esto fuera poco, todavía tenemos una clase intermedia que complica más este mecanismo social de los pueblos”. ( Ibidem. p. 61)
Agregó: “La clase capitalista, o burguesa como la llamamos, ha hecho evidentes progresos a partir de los últimos cincuenta años, pero muy notablemente después de la guerra de conquista de 1879 en que la clase gobernante de Chile anexó la región salitrera”. ( Ibidem. p. 62)
Sobre la clase obrera sostuvo: “Para atenuar su miseria en las horas tristes de la lucha por la vida y para detener un poco de feroz explotación capitalista, el proletariado funda sus sociedades y federaciones de resistencia, sus mancomunales. Para ahuyentar las nubes de la amargura creó sus sociedades de recreo. Para impulsar su progreso moral, su capacidad intelectual, su educación, funda publicaciones, imprime folletos, crea escuelas, realiza conferencias educativas.” (Ibidem. p. 71)
Recabarren resumió su posición: “Hay progresos evidentes en el siglo transcurrido, pero esos progresos corresponden a la acción de toda la colectividad y en mayor proporción, si se quiere, a la clase proletaria que es el único agente de producción, de creación, de ejecución de las ideas y de los pensamientos. Pero esos progresos ostensibles, son precisamente la causa de la miseria proletaria.”. (Ibidem. p. 93)
Durante los 90 años de existencia, a la fecha en que Recabarren dictó su conferencia, la clase obrera fue explotada sin compasión. El escritor y periodista José Joaquín Vallejo, en un artículo titulado “Mineral de Chañarcillo”, publicado en El Mercurio del 5 de febrero de 1842, denunciaba: “A la vista de un hombre semi-desnudo que aparece en la bocamina, cargando ala espalda 8, 10 y 12 arrobas de piedras (1 arroba = 11,5 kilos), después de subir con tan enorme peso por aquella sucesión de galerías, de piques y frontones; al oír el alarido penoso que lanza cuando llega a respirar el aire libre, nos figuramos que el minero pertenece a una raza más maldita que la del hombre, nos parece un habitante que sale de otro mundo menos feliz que el nuestro, y que el suspiro tan profundo que arroja es una reconvención amarga dirigida al cielo por haberlo excluido de la especie humana.” ( Citado por Domingo Amunátegui en “Historia Social de Chile”. Santiago, 1932, páginas 151 y 152)
De lo que Recabarren no habló en su conferencia de 1910, fue de las luchas reivindicativas de los trabajadores, que no aceptaron pasivamente la explotación de sus patrones. En 1834, ocho años antes de publicarse el artículo de Vallejo, en ese mismo mineral de plata de Chañarcillo, se había producido la primera huelga obrera de la Historia de Chile. En total los paros obreros sumaron 110 en el siglo XIX.
En los comienzos del XX, con el surgimiento de las Mancomunales, las huelgas obreras alcanzaron mucha fuerza, porque apareció la solidaridad de clase. Por ello, el gobierno reaccionario de Germán Riesco perpetró cinco masacres y el de Pedro Montt, una, pero la más terrible de todas, la de la Escuela Santa María de Iquique.
Durante el siglo XIX y hasta la segunda década del XX, la clase obrera fue una clase en sí. Tenía existencia objetiva, pero carecía de conciencia de clase y de organizaciones propias. Después de la Guerra del Salitre (1879 – 1883) se incorporó al proletariado chileno los obreros del salitre, que jugarán un importante rol en las luchas de los trabajadores.
Hacia 1882 llegaron a Chile las ideas del Manifiesto del Partido Comunista de Carlos Marx y Federico Engels, cuya primera edición apareció en Londres el 24 de febrero de 1848. También en 1882 se conmemoró por primera vez en nuestro país el Día Internacional de los Trabajadores.
En 1894, Luis Emilio Recabarren, nacido en Valparaíso el 6 de julio de 1876, se inició en la lucha social. En 1900 surgieron las Mancomunales.
En 1907 se produjo la masacre de la Escuela Santa María de Iquique. Aún no desaparecían sus consecuencias, cuando se cumplieron los cien años de la Primera Junta Nacional de Gobierno. El movimiento sindical vivía un período de reflujo, pero maduraban las condiciones para que el proletariado se transformara en una clase para sí.
EL MOVIMIENTO OBRERO CHILENO
El hecho más significativo al comenzar el segundo siglo a partir de la Primera Junta de Gobierno, fue el surgimiento del movimiento obrero chileno, que fue el resultado de dos factores: la existencia de una clase trabajadora muy combativa yla labor gigantesca de Luis Emilio Recabarren, el más grande educador y organizador de masas de nuestra historia, llamado, con razón, el padre del movimiento obrero chileno.
El movimiento obrero nació cuando el proletariado alcanzó la calidad de una clase para sí, adquiriendo conciencia de clase y contando con organizaciones propias: un movimiento sindical clasista y un partido revolucionario, el Partido Comunista, fundado en 1912. La reacción comprendió de inmediato el peligro que, para sus intereses, significaba el movimiento obrero.
Pero, la represión no aplastó al movimiento obrero, que tuvo importante participación en el triunfo del candidato presidencial del Frente Popular, Pedro Aguirre Cerda, el 25 de octubre de 1938.
Vinieron momentos de triunfos y traiciones. Hubo avances en la unidad: el Frente del Pueblo, en 1951; la CUT en 1953; el FRAP, en 1956; la UP en 1969. La victoria del 4 de septiembre de 1970.
El Gobierno Popular, encabezado por Salvador Allende, constituyó la más grande conquista del movimiento obrero chileno. El golpe fascista de 1973, una dura derrota para los trabajadores.
Durante la dictadura, los fascistas necesitaron aplastar el movimiento obrero para imponer el neoliberalismo. Por ello, el terrorismo de Estado tuvo como objetivo central destruir las organizaciones políticas, sindicales y sociales de los trabajadores. Arrasar con cualquier vestigio de democracia. La tiranía impuso a sangre y fuego el capitalismo más salvaje. Terminada la dictadura siguió imperando el neoliberalismo en lo económico, en lo político, en lo ideológico. El movimiento obrero salió muy debilitado y el terror fascista dejó su huella en en la conciencia de la población.
Hubo que volver, como en los tiempos de Recabarren, a crear conciencia de clase. Se libraron duros combates, de los obreros contratistas del cobre, los forestales, de las salmoneras, profesores, empleados fiscales, estudiantes secundarios y universitarios. Se lograron avances. Se sufrieron derrotas.
Se comenzó a romper la exclusión, eligiendo tres diputados comunistas.
Los 200 años de la creación de la Primera Junta de Gobierno de 1810, encontrará a Chile bajo un gobierno de la derecha oligárquica. Cuando la reacción, ahora gobierno, celebre con fuegos de artificio el Bicentenario de la Primera Junta de Gobierno (no de la Independencia), los trabajadores estarán en pleno combate defendiendo sus conquistas.
Mantienen plena actualidad las palabras de Recabarren de septiembre de 1910: “De todos los progresos de que el país se ha beneficiado, al trabajador no le ha correspondido sino contribuir a él, pero para que lo gocen sus adversarios”.

Izquierda extractivista

Los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana se encuentran con un dilema. En tiempos de crisis ambiental y cambio climático, son moralmente estimulados a adoptar políticas de preservación ecológica, reducción del efecto invernadero, contención de la deforestación y adopción de tecnologías limpias. Pero los recursos minerales, como el cobre y el petróleo, y grandes monocultivos, con relieve para la soja, todavía encabezan las listas de exportación de los gobiernos progresistas.

Tadeu Breda * / www.politicayeconomia.com

(Ilustración de Oilwatch Latinoamérica)
Elegidos con la promesa de escribir un nuevo capítulo en la historia de América Latina, los gobiernos de izquierda no tocan en lo que, para muchos, es el punto neurálgico de la construcción de una nueva realidad política y económica: el modelo de desarrollo primario-exportador.
Una encuesta realizada en Brasil a las vísperas de la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que se dio el último deciembre en Copenhague, concluyó que solamente 5% de los brasileños ven el calentamiento global como el gran problema del mundo. Una parte aún más chica de la población, alrededor del 1%, cree que la preservación de la biodiversidad debe ser priorizada por las políticas públicas. Urgente de verdad, dice el sondeo, es combatir la pobreza, la violencia y el hambre.
Los resultados del levantamiento reflejan el raciocinio que anima a los gobiernos de la llamada izquierda suramericana a la hora de sopesar las necesidades aparentemente contradictorias de preservación ambiental y crecimiento económico.
Desde la victoria de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998, hasta la de Fernando Lugo en Paraguay, en 2008, la ola electoral que condujo al poder a candidatos de origen popular e ideales socialistas tenía como objetivo poner un freno a las reformas neoliberales. El Estado anhelaba, así, reducir la dependencia externa y retomar el control de la economía.
“Había esperanzas de que la nueva izquierda promocionara cambios sustanciales en el modelo de desarollo, hasta entonces basado en la exportación de productos primarios”, recuerda Eduardo Gudynas, experto del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo.
Ello no ocurrió. Al revés, la Comisión Económica para la América Latina y el Caribe (CEPAL) señala que los productos primarios todavía corresponden a más de la mitad de las ventas externas de las naciones ahora dirigidas por gobiernos dichos progresistas. Encabezan las listas de exportaciones recursos minerales, como el cobre y el petróleo, y grandes monocultivos, con relieve para la soja.
Brasil es el país menos dependiente de los productos primarios, pero aún así sostiene el 51% de su economía con las distintas formas del extractivismo. Ya Venezuela, por ejemplo, apoya el 80% de su balanza de pagos sobre las rentas petroleras.
Eduardo Gudynas subraya que los nuevos gobiernos suramericanos no solo han hecho hincapié sobre las actividades primarias como también abrieron nuevos campos de operación extractivista y agroindustrial. “Es el caso de la minería en Ecuador, el apoyo a un nuevo ciclo en la explotación del hierro en Bolivia y el fuerte protagonismo estatal en promocionar el crecimiento minero en Brasil y Argentina, mientras la izquierda uruguaya se lanza a la prospección de petróleo”, explica.
El punto neurálgico
En un primer vistazo puede ser difícil notar los efectos colaterales del negocio primario-exportador. A la final, el crecimiento año a año de las ventas externas se traduce en cada vez más dólares para la economía. Y los países latinoamericanos están siempre necesitando dinero: nadie duda que todavía hay mucho qué hacer en términos de educación, salud, vivienda, empleo etc.
Sin embargo, el economista ecuatoriano Alberto Acosta recuerda que desde la época de la colonización las finanzas regionales estuvieron sometidas a la explotación y exportación de productos primarios. Y, a lo largo de los siglos, este tipo de actividad no fue capaz de brindar desarrollo humano a la mayoría de los latinoamericanos, aunque sí haya producido crecimiento económico.
A propósito, el último relatorio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) pone el grueso de los países del continente en posiciones bastante intermedias en el ranking mundial del bienestar. Brasil, por ejemplo, a pesar de estar entre las principales economías del mundo, sólo aparece en la 75a posición en lo que refiere al IDH.
“Seguimos creyendo equivocadamente que desarrollo es sinónimo de crecimiento, y que la manera más fácil de lograrlo es por medio de la exportación de recursos naturales”, lamenta Acosta. “Los actuales gobernantes tienen un reto muy grande entre las manos: no deben solamente conseguir equidad social, profundizar la democracia y superar el Consenso de Washington. Todo eso es indispensable, pero el verdadero cambio radica en transformar la manera como lidiamos con los recursos naturales.”
Ecuador ha dado pasos importantes en ese sentido al aprobar en 2008 una Constitución que reconoce derechos a la naturaleza y somete el progreso económico y social a una relación no-destructiva con los ecosistemas. La regla es utilizar los recursos del medio ambiente en una intesidad tal que le permita recobrarse de los daños ocasionados y seguir sus propios ciclos vitales. Pero en la práctica todavía no funciona.
Con el noble objetivo de reducir los niveles de pobreza, los gobiernos de la nueva izquierda latinoamericana se encuentran con un dilema. En tiempos de crisis ambiental y cambio climático, son moralmente estimulados a adoptar políticas de preservación ecológica, reducción del efecto invernadero, contención de la deforestación y adopción de tecnologías limpias. Al mismo tiempo, el compromiso histórico asumido durante las campañas electorales les obliga a mitigar la pobreza y estrechar el abismo social que aparta ricos y pobres en el continente más desigual del planeta.
La pobreza primero
La prioridad parece haber sido el combate a la miseria. Mas, para llevarlo a su término, el poder público necesita de recursos financieros, una vez que el modelo elegido para aliviar el hambre, sanear el trabajo infantil y reanimar las economías locales ha sido la transferencia de renta –o sea, una especie de sueldo mensual que el gobierno reparte entre las familias en situación de penuria–.
En Brasil, Lula creó la Bolsa Familia. En Bolivia, se instauró el Bono Juancito Pinto. Los uruguayos cuentan con el Plan de Asistencia Nacional a la Emergencia Social. En Ecuador surgió el Bono de Desarrollo Humano, y Argentina dio inicio al Programa de Familias. Existe también el Chile Solidario.
Como el Estado ha vuelto a asumir un rol más protagónico en la economía, hay más dinero en la caja. Bolivia es un buen ejemplo. Cuando nacionalizó el petróleo y el gas, el 2006, Evo Morales subió a 50% los aranceles sobre la venta de los hidrocarburos al exterior. La renegociación de los contratos y la reactivación de la estatal YPFB ayudaron a cambiar el cuadro económico del país.
El PIB boliviano se duplicó a los US$ 19.000 millones, las reservas internacionales se incrementaron, la inflación está bajo control y el cambio sigue estable. “Hemos dejado de ser el país más pobre de América del Sur”, conmemora Luis Arce, ministro de Economía.
Los nuevos recursos permiten a los gobiernos pasar a la parcela más pobre de la población una parte de los excedentes obtenidos con el extractivismo y, así, remediar los efectos de la pobreza.
“El Estado busca captar los excedentes del extractivismo y, al utilizarlos en programas sociales, consigue legitimidad para defender las actividades extractivistas”, analiza Eduardo Gudynas.
“Las acciones sociales necesitan de financiación creciente y, por lo tanto, los gobiernos se vuelven dependientes de la exportación primaria para captar recursos financieros.”
Lo mismo diferente
Las empresas estatales, empero, no actúan de manera muy distinta a la de las compañías extranjeras cuando el asunto es compromiso ambiental. Si las grandes transnacionales de la minería, del petróleo y del agronegocio justifican sus emprendimientos con promesas de progreso, empleo y bienestar, los gobiernos latinoamericanos siguen por la misma senda. La gran diferencia es el destino de las ganancias, que, ahora más que antes, se quedan en el propio país.
Aún así, y a pesar de estar justificada por nuevas realidades y argumentos, la devastación continúa.
El debate nacido dentro del gobierno brasileño entre Dilma Rousseff, ministra de gobernación, y Marina Silva, ex titular de Medio Ambiente, ilustra bastante bien lo que está en juego. Mientras Rousseff, coordinadora del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), peleaba por más celeridad en la conclusión de las obras de infraestructura, la heredera política del ecologismo popular amazónico, Marina, insistía en la importancia de los estudios ambientales para sanear los impactos de estas mismas obras sobre la naturaleza. Con el respaldo de Lula, Dilma venció la batalla, mientras Marina prefirió dejar el gobierno tras ganar fama como “traba” al desarrollo del país.
El resultado de la pelea dentro del gobierno brasileño dio mayor visibilidad, entre otros proyectos, a la construcción de las usinas hidreléctricas de Santo Antonio y Jirau, en el río Madera, y Belo Monte, en el río Xingú, que siguen con toda fuerza en la cuenca amazónica. Juntas, estas represas tendrán capacidad para generar 18.400 megawatios, que irán alimentar la expansión industrial en el sureste del país –en donde están São Paulo y Río de Janeiro– y la de la minería en la Amazonía.
Actualmente, según el geógrafo Arnaldo Carneiro, del Instituto Socio Ambiental, “mitad de la capacidad energética instalada en la región amazónica es consumida por la minería y la metalurgía, y el 20% de toda electricidad producida en el país es destinada a productos de exportación.”
El PAC brasileño promete pasar alrededor de US$ 20.000 millones para inversiones en generación y transmisión de energía en la Amazonía. Otros US$ 6.000 millones deben permitir la construcción y pavimentación de carreteras en la selva. Entre los proyectos en el area del transporte, apenas la pavimentación de dos caminos deben provocar la deforestación de 39 millones de hectáreas de selva y afectar más de 50 pueblos indígenas, algunos en aislamiento voluntario.
Contradicciones amazónicas
“Como otros proyectos de infraestructura, las carreteras son importantes para estimular la economía, interconectar localidades lejanas y proveer el acceso a servicios públicos, como escuelas y hospitales”, reconoce Arnaldo Carneiro. Sin embargo, el geógrafo recuerda que las carreteras también vienen posibilitando el robo de madera, el surgimiento de la minería informal y la apropiación ilegal de tierras indígenas. Bástese con decir que, según el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales (INPE), cerca del 75% de la deforestación ocurre en una franja de hasta 100 kilómetros alrededor de los caminos abiertos en la selva.
“El Estado brasileño está presente en la Amazonía, pero de manera esquizofrénica”, evalúa Carneiro, subrayando que, mientras el gobierno se esfuerza para reducir la deforestación, financia proyectos que ayudan a destruir la jungla.
Los cuestionamientos del geógrafo no hacen eco a los proyectos de la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Suramericana (IIRSA), que, con fuerte apoyo del banco brasileño de desarrollo, también está presente en la Amazonía. Por lo menos dos corredores interoceánicos están siendo planeados para conectar la porción brasileña de la selva a la cordillera de los Andes y al Pacífico, incrementando así la salida de los granos producidos por el avance de la agricultura de exportación sobre la Amazonía.
“Debemos buscar un modelo de desarrollo que genere empleo y fortalecer un tipo de produción que no destruya la selva, que no produzca tantas emisiones y a la vez dé una vida digna a la población”, opina el físico Luiz Pinguelli Rosa, de la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Lo que no se puede es que se viva en una situación confortable en EEUU y Europa y haya gente que ni siquiera tiene electricidad en casa.”
* T. Breda es periodista brasileño, residente en Sao Pualo. Una versión del presente artículo fue publicada en Brecha, Montevideo, 20 de marzo 2010. Reproducido con permiso del autor. Marzo 2010.

Socialdemocracia y progresismo

De la mano de los gobiernos progresistas suramericanos, y a la sombra de la futura quinta potencia global -Brasil-, está naciendo un nuevo modelo de sociedad diferente de lo que conocíamos hasta ahora.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Los procesos políticos que suceden en el cono sur de América Latina suelen ser considerados, por unos cuantos analistas, en sintonía con la experiencia de las socialdemocracias europeas. Sin embargo, presentan particularidades que impiden utilizar conceptos nacidos en otros tiempos para comprender otras realidades, ya que los gobiernos llamados progresistas responden a procesos originales en un momento muy particular del capitalismo global.
Después de la Segunda Guerra Mundial se generalizó en buena parte de Europa occidental un modelo que implicó una clara ruptura respecto a las socialdemocracias de las primeras décadas del siglo XX, incluso aquellas que fueron catalogadas como reformistas por los revolucionarios de la Tercera Internacional. Así, los nuevos partidos socialdemócratas controlaban los grandes sindicatos a través de los cuales monopolizaron la representación del mundo del trabajo. En segundo lugar, aceptaron sin rechistar la economía de mercado y establecieron compromisos con las burguesías que se plasmaron en el Estado del bienestar, que beneficiaba a las clases que en la preguerra habían luchado entre sí por la hegemonía en la sociedad. Por último, un vasto aparato de control partidario aseguraba el cumplimiento de los pactos sociales, correspondiendo a la socialdemocracia el control del trabajo en el taller a través de una vasta burocracia partidaria y sindical.
En América Latina, lo más cercano a este modelo fue el varguismo en Brasil y el peronismo en Argentina, que se apoyaron además en la creación de grandes empresas estatales que jugaron un papel destacado en el proyecto desarrollista. Estos procesos, al igual que las socialdemocracias europeas, estuvieron estrechamente ligados a la potencia de la clase obrera organizada en sindicatos, donde la base tenía cierto margen de maniobra con el que las burocracias estatales y sindicales debían contar a riesgo de verse desbordadas desde abajo. Los trabajadores tenían derechos que no estaban en cuestión, y la mayor parte de los de abajo se referenciaban en esos derechos, ya sea para defenderlos o conquistarlos cuando aún no habían sido reconocidos.
El progresismo sudamericano tiene una genealogía completamente diferente. Es, en todos los sentidos, hijo del neoliberalismo, o sea de la impronta del capital financiero y del enorme poder de las empresas multinacionales, a las que hoy ningún Estado tiene capacidad de controlar. Las diferencias entre ambos proyectos no son menores. La cúspide del poder la comparten un Estado disminuido, incapaz de dirigir la sociedad, y capitales poderosos en los que tienen un peso considerable los fondos de pensiones, coadministrados por ex dirigentes de las centrales sindicales. Esto hace que hoy los estados apoyen los procesos de concentración y centralización del capital, que busca así competir en mejores condiciones en el mercado global. Es lo que está haciendo el gobierno Lula, apoyando fusiones y creando las condiciones para que las empresas brasileñas se conviertan en grandes multinacionales.
En segundo lugar, los progresistas ya no hablan de derechos universales, sino de inclusión y ciudadanía, que pretenden construir en base a transferencias monetarias que son en realidad nuevas formas de clientelismo. Como han renunciado a cualquier reforma estructural, que creen espantaría a los inversionistas, se limitan a mitigar la miseria de las mayorías con migajas que no incomodan ni dificultan la acumulación ni la expropiación de los bienes comunes que realiza a diario el modelo extractivista. En tercer lugar, como no estamos ante un modelo productivo sino especulativo, financiero-extractivista, no puede haber ni derechos, ni Estado social, sino creciente marginalización de los de abajo, que se resuelve con asistencialismo y militarización de las barriadas periféricas pobres.
En resumidas cuentas, profundización del capitalismo, desorganización creciente de la sociedad, domesticación de la mayor parte de los movimientos, y represión para los obstinados. Esto se completa con una novedosa asociación entre capital y Estado, convertido en una suerte de central de inteligencia que orienta la centralización y verticalización del capital, según la feliz expresión del sociólogo brasileño y fundador del Partido de los Trabajadores Luiz Werneck Vianna (IHU Online, 21 de marzo). Por lo que conozco, es en Brasil donde con mayor intensidad se está debatiendo la deriva del progresismo, quizá porque el nuevo imperialismo brasileño comandado por Lula, fue un golpe político inesperado para la generación de fundadores del PT.
De la mano de los gobiernos progresistas, y a la sombra de la futura quinta potencia global, está naciendo un nuevo modelo de sociedad diferente de lo que conocíamos hasta ahora, como diferente es el modelo chino. El sociólogo Francisco de Oliveira, también fundador del PT, lo define como una base muy amplia de pobres y arriba una clase formada en el proceso de concentración y centralización del capital (IHU online, 22 de marzo); que no son en rigor los clásicos burgueses, o sea que no están sólo los propietarios de los medios de producción sino una amplia camada de administradores, muchos de ellos provenientes de la izquierda y los sindicatos.
Esta es una de las novedades. La segunda, es que los pobres tienen ahora acceso al consumo: teléfonos celulares, ropa de baja calidad, motos y a veces hasta coches en cuotas.
Pero el poder del trabajo es cada vez menor, a diferencia de lo que sucedía con la socialdemocracia que, mal o bien, buscaba evitar un deterioro del poder de sus representados para mantener el suyo. Cuando el Estado ha sido cooptado por el capital centralizado y los movimientos convertidos en meras organizaciones, calco y copia de las ONG, relanzar la lucha social no será tarea sencilla. Entre otras razones, porque el progresismo y sus intelectuales buscan erradicar el espíritu crítico, la creatividad colectiva y el deseo de confrontación que caracteriza a cada ciclo de luchas.

El liberalismo, triunfo ideológico de la derecha

Superar el modelo neoliberal supone no solo desarrollar un nuevo modelo económico sino un modelo político que democratice profundamente las estructuras del Estado y se adapte a las necesidades de profunda democratización de nuestra sociedad: de la propiedad de la tierra, del capital financiero, de los medios entre tantos otros aspectos.
Emir Sader / Carta Maior y Rebelion
(Traducción de Susana Merino)
La crisis de 1929 había colocado al liberalismo a la defensiva o hasta fuera del campo ideológico de los debates, por existir consenso en culparlo de la anarquía de los mercados existente en la base de la mayor crisis vivida por el capitalismo. El modelo keynesiano, la economía soviética centralmente planificada y los modelos fascistas -especialmente en Alemania e Italia– tienen componentes antineoliberales tanto en el plano económico como en el político.
El agotamiento del ciclo largo expansivo del capitalismo de la segunda posguerra permitió el renacimiento del liberalismo en el plano económico, con el diagnóstico de que solamente la desregulación de la economía permitiría recuperar el crecimiento. Fue un diagnóstico vencedor, ante el agotado keynesianismo –y con él la social democracia- y ante la ausencia de una interpretación anticapitalista que disputase la hegemonía del nuevo modelo ascendente, que retomaba las tradiciones liberales en el plano económico.
Por otra parte, el fin de la URSS y del campo socialista permitieron recomponer la vigencia del liberalismo político, a partir de las teorías del totalitarismo –que partiendo de la polarización democracia/totalitarismo como predominante para interpretar la historia contemporánea, busca amalgamar en dicha categoría al nazismo y al socialismo soviético-. El esquema formal de la democracia liberal ganó carácter de valor universal, convirtiéndose en la propia definición de la democracia, con sus reglas generales: elecciones periódicas, separación de los poderes del Estado, pluralidad de partidos, prensa “libre”, identificada como prensa privada.
Esa ofensiva liberal – ya sea en las dos dimensiones la económica y la política o ya sea en una de ellas - funcionó como un vendaval en el campo teórico arrasando con las resistencias keynesianas, especialmente en el campo de la izquierda. Como si, condenados al capitalismo, fuese mejor optar por su versión “democrática”, es decir liberal, aunque estuviese acompañada del ideario económico neoliberal. Ya que sería un freno defensivo contra las recaídas –consideradas estructurales– del socialismo en totalitarismos.
Un análisis fundamental de Perry Anderson demuestra como los teóricos clásicos de la radicalización de la democracia y en un caso, la fusión del socialismo y el liberalismo –como John Rawls, Habermas, Bobbio- terminan defendiendo a las “guerras humanitarias” como forma de imponer los valores supuestamente universales del liberalismo (Nota: Anderson, Perry, “Arms and Rights: The Adjustable Center”, en Spectrum, Ed. Verso, Londres 2005).
El eurocentrismo, ahora en la versión yanqui del “modo de vida usamericano” creció en todos los cuadrantes, conquisto aires de universalismo, se mareó con el derecho a invadir, destruir, ocupar, imponer su modo de vida, como si hubiese sido legitimado por un derecho universal. (Terminada la URSS, Tony Blair recicló la OTAN para transfomarla en un bastión de los “derechos humanos” en el mundo, acuñando la expresión “guerra humanitarias” nueva bandera de los imperios, especie de “imperialismo humanitario “ o de “imperialismo de los derechos humanos” contra las periferies).
El socialismo reducido al destino totalitario, el capitalismo al inexorable destino de la democracia se redujo a la democracia liberal, el sistema económico a capitalismo.. Desaparecerán esas especificidades, con el socialismo desaparecerá también su antípoda –el capitalismo- como victoria de la tesis del “fin de la historia”. Todo lo que aconteciere se producirá en el horizonte de la democracia liberal y de la economía de mercado, lo demás serían retrocesos, no avances.
La fuerza ideológica de la derecha procede del renacimiento del liberalismo. Aun con el agotamiento del modelo neoliberal, su expresión política parece sobrevivir sin heridas, como si entre ellos no existiesen relaciones umbilicales. La democracia reinstaurada en el Brasil tuvo límites claramente liberales, que no alteraron las relaciones de poder –de la tierra, del dinero- heredadas de la dictadura, a tal punto que ha sido víctima indefensa de las políticas neoliberales, de absoluta mercantilización de la sociedad a las que resultó funcional.
Superar el modelo neoliberal supone no solo desarrollar un nuevo modelo económico sino un modelo político que democratice profundamente las estructuras del Estado y se adapte a las necesidades de profunda democratización de nuestra sociedad: de la propiedad de la tierra, del capital financiero, de los medios entre tantos otros aspectos.
Superar el neoliberalismo como un objetivo urgente significa también encarar la superación del liberalismo y del capitalismo. Crear un nuevo bloque social, político y cultural de fuerzas de nivel nacional que hegemonice el proceso de transformaciones antineoliberales, en una dinámica de construcción de nuevas formas de poder popular y de una sociedad humanista, solidaria, socialista.

sábado, 20 de marzo de 2010

Cuba: piedra de toque

Carente de tantas cosas como es, la isla asceta desborda más allá de ella lo que tiene. Hay médicos suyos en cientos de rincones del mundo, maestros, ingenieros, técnicos, profesionales. Cuba rebosa y se entrega. Se quita el magro bocado de la boca y lo da al hambriento, al enfermo, al marginado.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Nuevamente, los matones del barrio se ponen vociferantes y el coro de los pequeñitos les hace eco. Cuba, en una esquina, es lapidada y escupida por gordos infatuados olorosos a perfumes caros que ven el mundo sobre el hombro. Transgresora de las reglas de las apariencias, la isla responde al hostigamiento mostrándose como es, asceta, resistente, solidaria y sonriente.
Rodeada como está, cercada, váyase a La Habana y véase la efervescencia cultural que ahí se vive, la cantidad de gente de todas partes discutiendo, proponiendo, intercambiando. Un pequeño mundo creativo, un “planeta Cuba” que no duerme.
Húrguese en la historia reciente de la isla, y saltarán a la palestra nombres esenciales de poetas, escritores, pintores, dramaturgos de todo el continente a los que ella recibió de muchas formas, como madre, amiga o confidente. Ahí quedaron sus huellas, sus ideas, sus alegrías, sus secretos.
Hasta Cuba han ido a restañar heridas los que se entregan hasta el límite del riesgo de la vida.
Derramó bálsamos salvíferos sobre los miembros tumefactos, dio respiro a los pulmones atascados, alivió dolores.
Los que la anatemizan y arrinconan no pueden ofrecer sino migajas del banquete, hacen alharaca y pretenden que se olvide su naturaleza rapiñera. Su ayuda humanitaria llega en barcos de guerra; aprovechan el menor resquicio para poner un pie en la puerta, llegan hasta la cocina y se quedan, erigiendo sus banderas como picas en Flandes.
Carente de tantas cosas como es, la isla asceta desborda más allá de ella lo que tiene. Hay médicos suyos en cientos de rincones del mundo, maestros, ingenieros, técnicos, profesionales. Cuba rebosa y se entrega. Se quita el magro bocado de la boca y lo da al hambriento, al enfermo, al marginado.
Cuba la loca, Cuba la tonta, Cuba la que ofrece la mano en un mundo en el que todos cuidan la pequeña y mezquina esquina en el que están transitoriamente. Los gordos infatuados y su coro de ángeles le dan consejos, la amonestan, y desearían poder abofetearla, corregirla, escarmentarla, meterla en el redil en el que apacientan huesudas vacas flacas, sus hermanas.
En las calles de La Habana hay edificios con balcones derruidos, escaleras oscuras y corredores descascarados. La gente se aglomera y recoge el pan de la mañana. La ropa desteñida y mil veces usada se pega a los cuerpos sudorosos. Nadie tira granadas en medio del gentío, como en el corazón de San Salvador a solo dos horas de viaje de esas calles; ni le arrancan los aretes a las señoras dejándoles sangrantes los lóbulos de las orejas, como en cualquier calle de otra ciudad latinoamericana; ni se oye el ulular de las sirenas en las noches de la ciudad que duerme o baila pero no se desangra.
En los hemiciclos sofisticados de las grandes ciudades de París, Nueva York o Bruselas, suben los elegantes oradores a estrados desde donde resuena su voz aumentada por los altavoces, los diarios, las revistas, las televisoras. Se casan ellos con la modelo de moda, se rozan con los reyes, vacacionan en yates que surcan el Mediterráneo, se broncean, salen en las revistas del corazón y no saben en donde está Haití hasta que algún malhadado terremoto la borra del mapa.
En Cuba muchas veces no hay micrófono, y el público suda en habitaciones en las que se dejan abiertas las ventanas para que refresque. Los que hablan y los que escuchan están modestamente vestidos. No hay aspavientos vedetistas, ínfulas de sabelotodos, amonestadores, orientadores de los destinos del mundo. Saben, usualmente, más que los demás, pero la cola del pavo real no la conocen.
Es, como ha sido en los últimos 50 años, referente imprescindible. Pateada, escupida, vilipendiada sigue enhiesta en el corazón del Caribe.
Cuba es piedra de toque.