domingo, 27 de junio de 2010

Lo que significa Honduras a un año del golpe

El golpe de Estado en Honduras tuvo implicaciones muy fuertes en Centroamérica, pero la onda expansiva de las consecuencias han sacudido a toda América Latina.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración de Allan Mcdonald)
El golpe de estado perpetrado en Honduras hace un año constituye un momento de corte para América Latina. Hay por lo tanto, en nuestro criterio, un antes y un después de este infausto acontecimiento.
Véase, por ejemplo, lo que sucedía y lo que sucede en Centroamérica: antes del golpe era evidente que las tendencias que inclinaban la balanza a favor de las posiciones progresistas asociadas a la ALBA y, en general, a los procesos nacionalistas antimperialistas latinoamericanos, estaban avanzando. La punta de lanza de estas posiciones era Nicaragua, pero Honduras y, en menor medida, Guatemala, daban pasos que los acercaban a estas posiciones. La incorporación a Petrocaribe en el marco de la crisis energética que azotaba al mundo en el caso de Guatemala, más la apertura de relaciones diplomáticas con Cuba, el funcionamiento de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala de Naciones Unidas, la CICIG, constituían hechos inéditos, hasta hacía pocos años inauditos, que asustaban a los recalcitrantes y cavernarios grupos dominantes guatemaltecos.
Honduras iba más allá en esa aproximación a la ALBA, y apenas unas semanas antes del golpe había tenido lugar una derrota política y simbólica para los Estados Unidos: en la Asamblea General de la OEA realizada en Tegucigalpa, al derogarse la resolución que en 1962 excluyó a Cuba de ese organismo. Esto fue visto como un triunfo de la diplomacia bolivariana.
En el Salvador, mientras tanto, habría que reseñar los convenios entre Petrocaribe y las alcaldías en donde gobernaba el FMLN; pero, más que eso, se veía venir la victoria del Frente en las elecciones que se aproximaban.
Solo el gobierno costarricense permanecía como bastión de la política norteamericana para la región.
El golpe de estado en Honduras paró en seco esta tendencia. Además de las implicaciones que este tuvo en la misma Honduras, en donde se instauró un régimen autoritario y represivo, tal vez la implicación más clara se puede ver en El Salvador. En efecto, ahí, el gobierno del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional ha caminado con pies de plomo para no despertar los resquemores del vecino del Norte. Claro que hay razones objetivas que ligan el destino de este pequeño país con los Estados Unidos; tal vez los dos más significativos lo constituyen el hecho que el 50.8% de sus exportaciones van hacia ese país, y que el 17% de su producto interno bruto se genera por las remesas enviadas por los trabajadores salvadoreños. Pero tan grande dependencia la tiene también Honduras, que había iniciado un camino en otra dirección.
Algo similar pasó en Guatemala, en donde inmediatamente la derecha pasó a gestar una serie de iniciativas orientadas a desestabilizar al gobierno socialdemócrata de Álvaro Colom.
Quiere decir todo lo anterior que la Centroamérica que encontramos el 26 de junio del 2010 es bastante distinta de la que existía el 26 de junio del 2009.
Estamos presentando las implicaciones que ha tenido el golpe en Centroamérica, pero la onda expansiva de las consecuencias han sacudido a toda América Latina.
A estas alturas, se puede apreciar con claridad que éste forma parte de una estrategia más amplia que busca retomar el espacio perdido de los Estados Unidos en la región, y que debe asociarse al establecimiento o utilización de bases militares en Colombia, y las alianzas con ejércitos y cuerpos policiales con la excusa del combate al narcotráfico.
Seguramente los principales objetivos es ponerle un freno a la política bolivariana de Venezuela y tratar de frenar a Brasil, que se erige como una potencia regional que paulatinamente comienza a tener peso global.
Como puede apreciarse, la política de la administración Obama hacia América Latina responde al dictum imperial que tiene un carácter de política de estado que trasciende a los gobiernos que coyunturalmente puedan estar en la Casa Blanca. Es cierto que esta política de estado no se lleva a cabo de forma llana y sin tropiezos. Al interior del establishment norteamericano existen diversas fuerzas con intereses disímiles, no pocas veces contrapuestos. El golpe en Honduras sacó a flote algunas de ellas e hizo vacilar a la posición oficial norteamericana. Pero, al final, se impuso la tendencialmente dominante en la etapa actual del imperialismo norteamericano: la de mano dura, que puede llegar a expresarse en la acción militar.
Larga y bravucona agonía le espera a la era de la dominación norteamericana.

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