sábado, 30 de octubre de 2010

Costa Rica: ¿bregando por el retorno del ejército?

Con tesón e inteligencia, se viene haciendo en Costa Rica una campaña que apuesta por el retorno del ejército. Primero fue el tema de la inseguridad; luego fue el problema del trasiego de drogas y la necesidad de militarizar espuriamente al país a través de la presencia de una verdadera armada Norteamérica; el último incidente es la alharaca que se arma en torno a un supuesto accidente con Nicaragua debido al dragado del río San Juan, fronterizo entre ambas naciones.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Una larga lista de hechos se encadena para sustentar el temor de que en Costa Rica se esté bregando, intensamente, por volver a la senda del militarismo. Como es sabido, en 1949 este país tuvo la lucidez suficiente de deshacerse de esa costosa y, las más de las veces inoperante, estructura que es el Ejército.
Fue un paso visionario dado sin mayores aspavientos, que en este país se simboliza con la figura del entonces presidente de la República, José Figueres Ferrer, dándole un mazazo a la pared de uno los cuarteles emblemáticos de la época.
Dado el papel que han jugado los ejércitos en nuestras tierras, luego de la debacle de los años duros en los que coroneles y generales se dieron a la tarea de perseguir a sangre y fuego a todo aquel que no pensara como su cavernícola cerebro dictaba, uno podría estar tentado a pensar que la decisión de los costarricenses constituyó una verdadera revolución silenciosa de profundas y duraderas consecuencias.
Porque abolir el ejército no significa solamente eliminar el aparato como tal sino, además, construir una estructura paralela e independiente que fortalezca el Estado de derecho y, más que eso, una cultura del diálogo y la negociación en la que ninguna de las partes puede acudir, aunque sea en última instancia, al garrotazo que dejé fuera de combate al contrincante. Ésta última es, sin duda, la más ardua de todas las tareas, porque se refiere a aquel ámbito de lo social que es más renuente a amoldarse de acuerdo a los cambios que eventualmente pueden darse en el orden de lo material.
Los costarricenses han hecho mucho en la construcción de ese camino civilista: hay una arraigada conciencia de las bondades que acarreó esa decisión del año 49, y han incorporado a su imaginario ideas de carácter mitológico que la aprueban y refuerzan. Así, los ticos se autocalifican como pacíficos, y buscan las raíces de tal caracterización hasta en los remotos tiempos coloniales e, incluso, en la bucólica tranquilidad de sus valles y montañas que, supuestamente, habrían perfilado un carácter nacional propicio para una introspección huraña.
La forma como se refieren a este “rasgo nacional” de su personalidad social llega casi a rozar una especie de determinismo biológico que establecería que los costarricenses son pacíficos “por nacimiento”.
Quiere decir todo esto que en el país el civilismo ha echado raíces profundas, hasta el grado de construirse un andamiaje ideológico que pone al civilismo como uno de los rasgos definitorios de la “especificidad” costarricense.
No todos, sin embargo, están contentos con esto. Los brotes militaristas aparecen aquí y acuyá con cierta frecuencia, y son de distinto orden e importancia. Por allá aparece, de pronto, un jefe policial enamorado de kepis y charreteras y no duda de exhibirse en público con su indumentaria que, vista en un contexto tan ajeno a tales embelesamientos, rápidamente es ridiculizada por la chanza popular.
Pero no todo es tan inocente. Hay otros que apuestan por algo más que la indumentaria próxima a lo circense de algún jefecito de policía. Atrás de tales intenciones hay intereses económicos y políticos para los que tener un ejército nacional puede significar un negocio con jugosos dividendos monetarios, o una forma “expedita” de burlar las a veces largas y tediosas vías de la negociación: conforme crece y se concentra la riqueza, aumenta el número de quienes se enervan por tener que compartir la toma de decisiones con los “fracasados” sin poder económico que ahora parecen ser “ingobernables”.
Pero en un contexto en el que se encuentran tan arraigadas las ideas contrarias al ejército, ¿cómo hacer?
Con tesón e inteligencia, se viene haciendo una campaña que apuesta por el retorno del ejército. Primero fue el tema de la inseguridad y de la incapacidad de la policía para hacerle frente: las casas del pequeño país centroamericano se transformaron en pequeñas fortalezas alambradas y proliferaron los condominios con guardas privados, a tal punto que hoy son más los policías de este tipo que los adscritos al Ministerio de Seguridad Pública.
Luego fue el problema del trasiego de drogas y, asociado a ello, la necesidad de militarizar espuriamente al país a través de la presencia de una verdadera armada Norteamérica que llegó a perseguir narcotraficantes con portaviones.
El último incidente es la alharaca que se arma en torno a un supuesto accidente con Nicaragua debido al dragado del río San Juan, fronterizo entre ambas naciones. Para la frontera fue enviada una pequeña “fuerza armada” costarricense, con policías en traje de fatiga, cascos y tolvas de balas atravesadas sobre el pecho, para enfrentar una amenaza que nunca apareció. En el bullicio participan interesados e ingenuos, instigadores y tontos que nunca faltan, y que siempre del lado costarricense remiten los recurrentes temas fronterizos entre ambos países a las conveniencias políticas de los nicas, perdiendo de vista lo que pasa bajo sus narices en su propio país.
Todos estos hechos deben ser entendidos en su conjunto, unidos por intenciones aviesas que buscan revertir una situación que constituye un avance social y político sin precedentes en América Latina.

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