sábado, 5 de marzo de 2011

Recordar en marzo: Rutilio Grande y Monseñor Romero

En Rutilio Grande y en Monseñor Romero se unió la fe y la justicia, y eso se constituyó en una buena nueva que irrumpió en un mundo deshumanizado por la opresión y la represión.

Carlos Ayala Ramírez* / Adital

Del origen de la palabra "recordar” se dice que viene del latín "recordari”, formada de "re” (de nuevo) y "cordis” (corazón). Según esto recordar quiere decir mucho más que tener a alguien presente en la memoria; significa volver a pasar por el corazón. Cuando recordamos tomamos distancia de la urgente actualidad para sacar a luz todo ese pasado nuestro y ponerlo de nuevo a resonar. Marzo, para la historia de la Iglesia salvadoreña y latinoamericana, es ciertamente un mes para recordar en el sentido original de esta palabra, es decir, volver a pasar por el corazón la vida y el legado de dos mártires: el padre Rutilio Grande (asesinado el 12 de marzo de 1977) y Monseñor Óscar Romero (asesinado el 24 de marzo de 1980). Del primero queremos recordar su utopía cristiana (animadora de nuevas realidades históricas) y del segundo su profecía (que cargó con los horrores de esa realidad).

La utopía que inspiraba la vocación del padre Grande, la podemos visualizar en su conocida homilía del 13 de febrero de 1977, pronunciada en una gran concentración popular en Apopa, a raíz de la expulsión del padre Mario Bernal; el contexto era ya de una clara persecución a la Iglesia que había hecho su opción por los pobres y la justicia. Algunos párrafos de esa importante homilía describen en un lenguaje bíblico popular, tanto sus sueños de futuro como la realidad por la que atravesaba el país en ese momento.

Decía Rutilio:"Un Padre común tenemos todos los hombres. Luego todos somos hijos de tal Padre, aunque hayamos nacido del vientre de distintas madres aquí en la tierra. Luego todos los hombres, evidentemente, somos hermanos. Todos por igual unos de otros. Pero Caín es un aborto en el plan de Dios. Y existen grupos de caínes…Dios, el Señor, en su plan, a nosotros nos dio un mundo material… Un mundo para todos, sin fronteras. Así lo dice el Génesis…Luego, una mesa común con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete. Y que para todos llegue la mesa, el mantel y el conqué…”.

Dijo además: "Las estadísticas de nuestro pequeño país son pavorosas a nivel de salud, a nivel de cultura, a nivel de criminalidad, a nivel de subsistencia de las mayorías, a nivel de la tenencia de la tierra. Todo lo arropamos con una falsa hipocresía y con obras suntuosas. ¡Ay de ustedes, hipócritas, que de dientes a labios se hacen llamar católicos y por dentro son inmundicia de maldad! ¡Son caínes y crucifican al Señor cuando camina con el nombre de Manuel, con el nombre de Luis, con el nombre de Chabela, con el nombre del humilde trabajar del campo…”.

La idea central de su predicación fue la del padre común; esta idea pertenece a la tradición cristiana y tiene consecuencias muy concretas: los bienes de la tierra, obra del creador, son comunes y se ordenan al bien de todos los seres humanos; éstos son simples administradores y no propietarios de los bienes, de modo que el derecho a la propiedad se considera limitado y relativo; retener en exclusividad los bienes comunes es un robo y, consiguientemente, deben ser devueltos a los pobres, no en calidad de beneficencia, sino de justicia. La utopía por la que dio la vida el padre Rutilio es la que proclama los bienes compartidos, la fraternidad, la igualdad, el amor incluso a los enemigos y la justicia. En una palabra, la utopía del reinado de Dios.

¿Y qué decir de la profecía de Monseñor Romero? Profecía y martirio han estado estrechamente vinculados en su vida. En este sentido, es considerado un profeta en la línea de los grandes profetas de Israel. En efecto, José Luis Sicre, un experto biblista, sostiene que "un auténtico profeta en el sentido bíblico de la palabra surge rara vez. En la historia de Israel quizás no hubo más que ocho o diez. Ustedes (los salvadoreños) –afirma Sicre- han tenido la suerte de haber conocido a uno de ellos: a Monseñor Romero”.

La profecía del arzobispo mártir, partió de su amor y de su compromiso hacia los pobres. Él consideraba que la Iglesia traicionaría su mismo amor a Dios y su fidelidad al evangelio si dejara ser "voz de los sin voz”, si dejara de ser defensora de los derechos de los pobres, si dejara de ser animadora de todo anhelo justo de liberación, si dejara de ser orientadora, potenciadora y humanizadora de toda lucha legítima para construir una sociedad más justa. Según Monseñor Romero, el mundo de los pobres nos enseña dónde debe encarnarse la Iglesia para evitar la falsa universalización que termina siempre en connivencia con los poderosos. El mundo de los pobres nos enseña cómo ha de ser el amor cristiano que busca ciertamente la paz, pero desenmascara el falso pacifismo, la resignación y la inactividad. El mundo de los pobres nos enseña que la sublimidad del amor cristiano debe pasar por la imperante necesidad de la justicia para las mayorías y no debe rehuir la lucha honrada. El mundo de los pobres nos enseña que la liberación llegará no sólo cuando los pobres sean puros destinatarios de los beneficios de gobiernos o de la misma Iglesia, sino actores y protagonistas de su lucha y de su liberación. La denuncia profética de Monseñor Romero, pues, no es una denuncia que parte de valores abstractos o de mundos genéricos. Al igual que los profetas bíblicos, la suya es una palabra historizada: parte del mundo de los pobres (oprimidos y reprimidos) y de su especial preocupación y amor por ellos. En Israel eran huérfanos, viudas, emigrantes. En El Salvador eran campesinos, catequistas, miembros de organizaciones populares, integrantes de las comunidades eclesiales de base, sacerdotes, religiosos, torturados, masacrados, desaparecidos.

Si recordar es volver a pasar por el corazón, es decir, dejarnos afectar por su legado y testimonio, mucho tendremos que recordar sobre todo en un mundo que está necesitando del profetismo-utópico al estilo de Jesús de Nazaret. En Rutilio Grande y en Monseñor Romero se unió la fe y la justicia, y eso se constituyó en una buena nueva que irrumpió en un mundo deshumanizado por la opresión y la represión. Unir la fe y la justicia es una de las herencias fundamentales que ambos nos dejaron, tan necesaria para el mundo de hoy, y tan ausente en muchos ámbitos del cristianismo que predomina.

*Director de Radio Ysuca de El Salvador (http://www.ysuca.org.sv/)

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