sábado, 28 de mayo de 2011

El G8 y el FMI: un concepto sui géneris de democracia

Esa es, pues, la democracia de los campeones del Mundo Libre: vean, escuchen, callen y acaten.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

Instrumento idóneo para la implementación de los dictados del Consenso de Washington durante más de 20 años, el Fondo Monetario Internacional (FMI), de pronto (aunque con indicios previos) se desdice de que ese sea el camino correcto a través de su hoy defenestrado director gerente, Dominique Strauss-Kahn. Ha llegado a esa conclusión luego que los indicadores mundiales mostraran, desde hace años, la creciente polarización de la riqueza, el deterioro de los servicios privatizados, el achicamiento de la clase media, los desmanes del mercado desbocado, etc.

Impulsor de políticas acordes con los intereses y necesidades de las transnacionales con sede en las grandes potencias mundiales, ofreció la felicidad colectiva a partir de la separación del ineficiente Estado de la administración de los servicios sociales básicos. Fue así como irrumpieron con fuerza inusitada empresas como Telefónica o Unión Fenosa, españolas ambas, que se ocuparon de construir verdaderos desastres administrativos en Buenos Aires o en Managua, en Quito o La Paz.

Las decisiones en su seno fueron tomadas siempre por los representantes de las grandes potencias, en primer lugar, aunque no exclusivamente, por los Estados Unidos de América, y sus principales ejecutivos provinieron de los estrechos círculos del poder imperial. Se repartieron el pastel de forma “histórica”, y concitaron una tradición en la que Estados Unidos y Europa se dejaban para cada uno la gerencia y la presidencia: la sartén por el mango en el más claro y literal sentido.

El relativamente reciente, aunque constante, ascenso de otros países a la palestra económica y política mundial, especialmente el grupo conocido como BRIC, ha obligado a este estrechísimo grupo de grandes potencias a irlos tomando en cuenta paulatinamente. Eso sucedió, también, en el grupo del G8, en donde se dio una muy reciente y limitada apertura.

Ambos organismos cobran protagonismo en estos días. El Fondo Monetario Internacional porque se han abierto los fuegos para designar a quien sustituirá al francés Strauss-Kahn, y en el G8 porque se reunirá en estos días en Francia.

En el primer caso, se especuló con cierta insistencia en la posibilidad de que el nuevo director gerente de esta institución fuera alguien de los eufemísticamente llamados “países emergentes”, e incluso sonaron algunos nombres. La respuesta ha sido, sin embargo, la más rotunda negativa, aún cuando los mencionados eran tecnócratas fieles a los dictados de Washington, ejemplares implementadores de las políticas neoliberales. Esto demuestra cómo aún los falderillos de los grandes no cuentan con la bendición de quienes sostienen la sartén; deben ser ellos, en persona, y solo ellos, los que manejen el timón de los grandes trasatlánticos de la economía mundial.

El G8, por su parte, se reúne a solas, es decir, sin invitar a ninguno de los “emergentes”: las cuestiones que deben discutirse, aunque involucre los intereses de los ausentes, los deciden los rectores mundiales. Invitan, eso sí, a los titulares de las grandes corporaciones de Internet, y discuten con ellos tête-à tête, entre grandes, como debe ser. Nosotros deberemos esperar a sus decisiones, las mismas a las que arriban sin tomarnos en cuenta en el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU); los problemas que tratan en unos u otros espacios se transmutan: ya la canciller alemana anunció que tratará el tema del apoyo a los movimientos árabes a los que apoyan en Libia, Túnez y Egipto.

Esa es, pues, la democracia de los campeones del Mundo Libre: vean, escuchen, callen y acaten.

Honduras y Centroamérica, dos años después del golpe

Para el expresidente Manuel Zelaya y el Frente Nacional de Resistencia Popular, la tarea política que les espera por delante es enorme y entraña no pocos riesgos: entre ellos, desgraciadamente, el de exponer su propia vida en la refundación del país. Porque los golpistas seguirán velando sus armas, a la sombra de la impunidad, dispuestos a garantizarse que nada cambie en Honduras.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

El regreso del expresidente Manuel Zelaya Rosales a Honduras, gracias a la mediación de los gobiernos de Colombia y Venezuela plasmada en el Acuerdo de Cartagena, cierra una etapa de la crisis política hondureña iniciada con el golpe de Estado de junio de 2009, y cuyo balance arroja un saldo negativo para los expectativas democráticas, emancipadoras y liberadoras de los pueblos centroamericanos, en general.

El secuestro y posterior exilio de un presidente constitucional (en estas latitudes, la redundancia es necesaria), enviado a Costa Rica sin más posesiones que su ropa de dormir; instituciones políticas y jurídicas que hacen causa común con los militares (cuyo jefe es declarado “héroe nacional” de Honduras); las católicas bendiciones del cardenal Rodríguez Maradiaga –aspirante a pontífice de Roma-, y todo lo ocurrido después: desde el fallido acuerdo de San José –maniobra dilatoria del Departamento de Estado de EE.UU-, a la sangrienta represión contra periodistas y dirigentes populares, son imágenes que retratan con suficiente exactitud la precariedad democrática que impera en nuestra región. Democracias formales y de baja intensidad, en las que que reviven viejos fantasmas políticos y militares, apenas ocultos en los libros de historia centroamericana y en las frecuentes invocaciones –rayanas en el ritual- del espíritu de los acuerdos de paz.

Sería ingenuo pensar que el Acuerdo de Cartagena aporte alguna solución a este escenario de crisis mayor en Centroamérica; tampoco sanará mágicamente las heridas abiertas en la sociedad hondureña, ni las inmensas carencias políticas e institucionales que impiden la construcción de democracia real.

Sin embargo, también es preciso reconocer que el regreso de Zelaya y su integración a la lucha política desde el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), constituye su reconocimiento –por el que han pagado un alto precio- como actores legítimos en la compleja situación que vive el país. Se abre así un nuevo período cuyos rumbos y escenarios a mediano plazo son todavía inciertos.

Honduras es hoy un país mucho más enfermo que hace dos años: el presidente Porfirio Lobo lucha contra su aislamiento de la comunidad internacional, donde no pocos gobiernos mantienen su posición de no reconocimiento, dado el origen espurio de su mandato; mientras tanto, EE.UU, tras su disimulo inicial, aprovechó el golpe de Estado para instalar dos nuevas bases militares y proyectar aún más sus intereses geoestratégicos en Centroamérica y el Caribe. Y a lo interno, el acelerado deterioro de los indicadores de desarrollo humano; los serios problemas económicos (solo la deuda interna aumentó $800 millones de dólares en el último año), y un estado generalizado de violencia, represión, asesinatos selectivos y desapariciones, condicionan gravemente el futuro de su pueblo.

Para Zelaya y el FNRP, movimiento al que con toda justicia Carlos Figueroa Ibarra califica como la más importante organización de resistencia antineoliberal de Centroamérica, la tarea política que les espera por delante es enorme y entraña no pocos riesgos: entre ellos, desgraciadamente, el de exponer su propia vida en la refundación del país. Porque los golpistas políticos, militares, religiosos y empresariales seguirán velando sus armas, a la sombra de la impunidad, dispuestos a garantizarse que nada cambie en Honduras.

Para el resto de Centroamérica, la situación no es mejor. De aquella leve y auspiciosa corriente política de entusiasmo, que recorría nuestra región al presenciar los triunfos electorales de dos históricos frentes de liberación nacional en Nicaragua y El Salvador, y el acercamiento constructivo de la región con los procesos progresistas de América del Sur, queda ya muy poco. En su lugar, se imponen la contraofensiva de la derecha criolla y las presiones –públicas o veladas- de las legaciones diplomáticas norteamericanas; la criminalidad desbordada y el narcotráfico; la pobreza y la desigualdad estructurales.

La Centroamérica profunda de nuestros días es un manojo de pueblos tristes y abatidos por un presente abrumador, pero que todavía mantiene enormes reservas de esperanza. Nos queda el deber de levantar esa bandera, de resistir y luchar por hacer de la nuestra una realidad cualitativamente distinta. Nos queda el deber de construir, contra todos los pronósticos, aquello que cantó, de manera hermosa, el recientemente fallecido poeta hondureño Roberto Sosa: “un puente interminable hacia la dignidad, / para que pasen,/ uno por uno, / los hombres humillados de la Tierra". Un puente para que pasen los hombres y mujeres humillados de esta dolorosa tierra centroamericana.

Derecha sin vergüenza

Lo que sucede con aquellas personas a la cuales les parece antipática la diferenciación entre izquierda y derecha, es que generalmente están ubicadas en la derecha y se avergüenzan de estarlo. No son derecha sin vergüenza sino son derecha vergonzante.

Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América

Desde Puebla, México

Para que no haya confusión, no estoy hablando de la derecha sinvergüenza sino de la derecha sin vergüenza, es decir aquella que no es vergonzante. De acuerdo al Diccionario de la Real Academia española, sinvergüenza significa pícaro o bribón, una persona que comete actos ilegales en provecho propio o que incurre en inmoralidades. Por vergonzante la misma institución ha establecido en su diccionario que significa a aquel que tiene vergüenza. Cuando hablo de derecha sin vergüenza entonces significo a aquella derecha que no se avergüenza de serlo. Debo decir que estas reflexiones me las inspiró un artículo escrito por un estimable columnista de La Hora (Guatemala). Me refiero a Mariano Rayo quien en su columna del 27 de abril de este año escribió: "Sal ya del armario, di que eres de derecha. Ese debe ser el lema de quienes estamos cansados y aburridos de ver cómo nos llevan por una senda directa al despeñadero, donde prevalece el desorden, el caos, la ingobernabilidad y el irrespeto a la autoridad. Una situación donde sólo lo políticamente correcto tiene cabida para todo y por todo”.

Quiero decir que el referido artículo llamó poderosamente mi atención porque ha sido frecuente en las críticas a mi columna por parte de los lectores que me hacen el favor de leerla, el decir que esto de dividir al mundo en derecha e izquierda es una forma de pensar anticuada, binaria, simplista. Uno de los grandes politólogos italianos del siglo XX, Norberto Bobbio, escribió una obra que es ya clásica sobre este tema: Derecha e izquierda. Razones y significados de una distinción política, editado por Taurus en Madrid 1995. Lo que sucede con aquellas personas a la cuales les parece antipática la diferenciación entre izquierda y derecha, es que generalmente están ubicadas en la derecha y se avergüenzan de estarlo. No son derecha sin vergüenza sino son derecha vergonzante. Tenía tiempo de venirlo pensando cuando en un seminario organizado hace unos años en Guatemala por el Instituto Holandés de Democracia Multipartidaria, le escuché decir a Ludolfo Paramio: “cada vez que oigo que alguien dice que ya no existen ni la izquierda ni la derecha, pienso inevitablemente que ese alguien es de derecha”. Esta es la gran paradoja del último tercio del siglo XX. Habiendo resultado victoriosa la derecha en el marco de la guerra fría y en el contexto de la crisis de la socialdemocracia y el triunfo neoliberal, la izquierda nunca se ha avergonzado de serlo mientras que la derecha ha asumido la negatividad del vocablo “derecha”.

Por ello, independientemente de que yo esté de acuerdo en la forma que caracteriza a la derecha, el artículo de Mariano Rayo me parece valioso. Reivindica el orgullo de estar adscrito en una postura de derecha. Y por este camino podemos volver a la época de los partidos que se articulan en torno a una ideología y la política que le es consecuente. Los partidos si siguieran ese razonamiento dejarían de ser solamente grupos de interés que aglutina oportunistas, los cuales apuestan en algún momento a llegar a controlar el ejecutivo para poder tener manga ancha para hacer negocios y beneficiarse con la corrupción.

Por supuesto que dividir los campos de la política entre izquierda y derecha no significa ignorar una buena cantidad de matices que se dan en estos dos campos. La izquierda y derecha extrema, el centro izquierda y el centro derecha podrían ser algunos de estos matices. Mariano Rayo propone distinguir “la derecha social” de “la derecha política”. Yo propongo distinguir la derecha neoliberal de la derecha clerical o confesional. Y de igual manera sucede en la izquierda que tiene una particular vocación por la diferenciación y el fraccionamiento muchas veces motivados por criterios doctrinarios e ideologizados.

Por de pronto en este año electoral, tendremos que ver cómo se comportan los dos grandes campos o posturas políticas e ideológicas. Si las candidaturas de Otto Pérez Molina (quien por cierto no era el plan A de la derecha) y de Sandra Torres capitalizan cada una de ellas una parte significativa del electorado, veremos una competencia polarizada ante la cual los distintos matices de la derecha e izquierda irán tomando partido.

Y lo que muchos niegan que existe, la derecha y la izquierda en sus distintas vertientes, se irán alineando con entusiasmo o sin él en torno a dichas candidaturas. Hago votos porque esto suceda con el menor costo humano y político.

Una mirada histórica, a través del cartel, a las agresiones de EE.UU. contra la Revolución Cubana

En este estudio, el autor se apoya en las revelaciones testimoniales emanadas de diversos carteles de la Revolución Cubana, en los que confluyen historia, arte y comunicación, para mostrar los diversos planes agresivos y acciones terroristas orquestadas por las administraciones norteamericanas para someter y doblegar a la isla a sus intereses imperialistas.

Reinaldo Morales Campos / Especial para Con Nuestra América

Desde La Habana, Cuba

El presente artículo es una versión ampliada de un trabajo que expuse en el III Taller de Historia de la Revolución Cubana (1959 – 2011), de la III Jornada Científica de Historia, que sesionó en La Habana del 9 al 15 de mayo del presente año; con el cual expreso mi adhesión a la convocatoria del Primer Festival por la Paz y la Justicia “La Ola de la Memoria y La Esperanza” que con el objetivo central de contribuir a la globalización de la memoria histórica de los pueblos del mundo y con ello animar la esperanza y los esfuerzos por construir un mundo, donde no quepa la injusticia, se realizará en México del 25 de septiembre al 5 de octubre de 2011.

En correspondencia con los ejes temáticos de dicho encuentro, México será un escenario propicio para denunciar las intervenciones de los gobernantes de Estados Unidos en contra los Pueblos del Mundo, para abogar, una vez más, por el total levantamiento del injusto bloqueo comercial impuesto desde la Casa Blanca a Cuba y aclamar la liberación de Gerardo Hernández, Fernando González, Ramón Labañino, René González y Antonio Guerrero; cinco prisioneros políticos cubanos injustamente condenado a larga pena en cárceles norteamericana por defender a su país del terrorismo. Lea el artículo completo aquí…

Crisis, ambiente, cultura. Notas para un diálogo de saberes

Nos encontramos ante un desafío de orden político y cultural, antes que tecnológico. Este desafío se expresa, en primer término, en la necesidad de encarar el paso del frágil consenso en torno al desarrollo sostenible, a la construcción de uno nuevo, referido a la creación de las condiciones que permitan la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie en un futuro a la vez cercano e incierto.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América

Desde la perspectiva de la historia ambiental el ambiente es el producto – deseado o no - de la interacción entre sistemas sociales y sistemas naturales a lo largo del tiempo, mediante procesos de trabajo socialmente organizados.

Con ello, cabe entender que cada sociedad genera a lo largo de su historia un ambiente que expresa a un tiempo la calidad de sus relaciones con la naturaleza, y la de las relaciones que mantienen entre sí los distintos grupos que la integran.

Por lo mismo, quien aspire a contar con un ambiente distinto deberá contribuir a la creación de una sociedad diferente.

En una circunstancia de crisis ambiental como la que conocemos hoy, no hay tarea cultural más importante que la de identificar esa diferencia, y los modos de construirla.

Esta tarea nos exige, en primer término, trascender los límites del sentido común característico del desarrollismo liberal, dominante en la cultura latinoamericana desde la década de 1950, y cuyas raíces históricas se remontan a la disyuntiva entre civilización y barbarie – dominante en nuestra cultura entre 1750 y 1850 -, para prolongarse entre 1850 y 1950 en la de atraso o progreso, y desembocar en la de desarrollo o subdesarrollo, hoy en vías de desintegración pero aún no sustituida.

Esta dificultad se inscribe en otra, más amplia y difusa, que se refiere a las circunstancias cambiantes en que ha venido operando la producción de conocimiento y criterios sobre el ser y el hacer de los humanos, y sobre las relaciones de nuestra especie con el mundo natural.

Así, por ejemplo, las formas que damos por clásicas en la reflexión sobre este tema se originaron originado hace más de dos milenios, cuando el mundo unos 200 millones de humanos, organizados en una multiplicidad de sociedades y culturas directa o indirectamente estructuradas en torno a un número limitado de imperios – mundo, como los llama Immanuel Wallerstein: el greco-judeo-romano; el chino, y los que se sucedieron en los espacios mesoamericano y andino, por mencionar algunos de los más relevantes.

Aquellas sociedades, además, se formaron y desaparecieron en un mundo de recursos potencialmente infinitos. Sin duda, hubo casos de deterioro ambiental severo, irreversible incluso, en regiones específicas, como la cuenca del Mediterráneo. Pero aun así, aquellas fronteras de recursos demostraron también una enorme capacidad de recuperación ecológica al disminuir drásticamente la población en regiones como la Europa Occidental y Nor-Occidental entre los siglos VI y IX, o los espacios amazónico y chocoano, entre el XVI y finales del XIX.

Las diferencias respecto al presente fueron en apariencia menos dramáticas en la época de origen de la Modernidad occidental, del siglo XVIII en adelante.

Lo que va de Hegel a Smith y Malthus, y de allí a Darwin y Marx, transcurrió en un mundo poblado por unos mil millones de seres humanos, relacionados entre sí de un modo inédito hasta entonces por el impulso creador de la burguesía emergente, según lo describen por ejemplo Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.

El sentido común contemporáneo tiene sus raíces en ese proceso, que llevaría a aquel billón de humanos a la formación del primer sistema verdaderamente mundial de organización de la vida de nuestra especie en el planeta, sostenido por un mercado mundial que para 1850 ya estaba constituido en torno a un sistema internacional que comprendía, por un lado, un reducido grupo de Estados nacionales – concentrados en Europa Occidental y América - ; algunos viejos imperios – mundo en descomposición, como el zarista y el manchú, y enormes espacios coloniales que abarcaban la mayor parte de Asia, África y Oceanía.

Aunque las reservas de recursos naturales en el mundo así transformado seguían siendo enormes, se encontraban sometidas a dos procesos estrechamente relacionados entre sí:

- El incremento incesante en la demanda de materias primas y energía generada por la expansión sostenida del capitalismo, y

- la apropiación masiva de esos recursos por parte de las potencias coloniales, en un marco de desarrollo desigual y combinado.

Ingresábamos así a una etapa nueva en la historia del desarrollo de nuestra especie, en que la producción masiva de riqueza y de pobreza se desplegaba a una escala sin precedentes, acompañada por el deterioro constante de la base de recursos naturales que sostenía dicho proceso.

El impacto ambiental de aquella fase del desarrollo del capitalismo no pasó desapercibido en el plano cultural.

Por el contrario, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX tomó forma en Occidente una corriente cultural que expresó con gran riqueza la preocupación generada por la rápida difusión de formas de relación con la naturaleza basadas en el saqueo de las reservas de recursos naturales, y la expoliación de las poblaciones vinculadas a esos espacios de reserva.

Así, en lo que fue de la denuncia del deterioro ambiental de la cuenca del Mediterráneo por George Perkins Marsh en su obra Man and Nature, de 1856, a las advertencias de Federico Engels sobre las consecuencias imprevistas de nuestras aparentes victorias sobre la naturaleza, en 1876, la caracterización de la explotación colonial como una economía de rapiña por el geógrafo Jean Brunhes, o de la propuesta de una visión de las vinculaciones entre los humanos y la naturaleza tan compleja como la sintetizada en la noción de noósfera, elaborada por el ruso Konstantin Vernadsky en la década de 1920, esa corriente sentó las bases de una visión crítica que retorna como una clara luz de esperanza en nuestros días.

Entre nosotros, aquellas formas primarias del desarrollo de un pensamiento que hoy llamaríamos ambiental tuvieron expresiones del mayor interés. Tal fue el caso del constante llamado de Martí al aprecio y el uso previsor de los recursos naturales y culturales de nuestra América, vinculado al aporte de sus textos de reflexión filosófica al desarrollo de una cultura de la naturaleza que encontró su síntesis mayor y más sugestiva en el artículo Nuestra América, de enero de 1891 – verdadera acta de nacimiento de nuestra contemporaneidad – en el que afirmó que no había (no hay) entre nosotros batalla “entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

Vistas las cosas en esta perspectiva, lo que nos viene de la década de 1930 acá se presenta como un período de culminación y ruptura. De entonces a nuestros días pasamos de ser 2000 millones ser 7 mil millones, y estamos en vías de llegar a 8 mil millones en 2024, y 9 mil en 2045, cuando – de no mediar un desastre natural, político o tecnológico en el camino – nuestro número debe empezar finalmente a decrecer.

En el curso de ese proceso – y sobre todo a partir de la década de 1970 – la cultura Occidental pasó nuevamente a asumir la centralidad de las relaciones entre las sociedades cuyo desarrollo expresa, y la base de recursos naturales que sustenta ese desarrollo.

De entonces acá, esa transición en la cultura de la naturaleza ha ocurrido a partir de un proceso de transacciones organizado en torno al concepto de desarrollo sostenible, entendido en lo más simple como la aspiración a garantizar a un tiempo el crecimiento económico y la protección a la naturaleza o, más recientemente, en la de hacer de la protección de la naturaleza una fuente de crecimiento económico mediante el fomento de mercados de bienes y servicios ambientales.

Para otras visiones, sin embargo, el desarrollo sostenible no expresa una solución, sino el problema de la incapacidad del concepto tradicional de desarrollo para fomentar el consenso social en una circunstancia de evidente deterioro de las condiciones naturales de las que depende el crecimiento económico.

Por lo mismo, el problema a plantear sería el de la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie, antes que la de una determinada modalidad histórica de ese proceso mayor. Con esto, la transición basada en transacciones parece llegar de momento a su límite más extremo, más allá del cual surge la amenaza de una ruptura abierta en la geocultura global que liquide a su vez cualquier posibilidad de nuevos consensos en el corto plazo.

Cabe afirmar, en este sentido, que la integración del mercado mundial en una sola unidad global de gestión, cuyo desarrollo desigual y combinado desemboca hoy en la compleja situación de crisis ambiental que nos ocupa, ha tenido y tiene un impacto en el plano de la cultura cuyo alcance que aún no alcanzamos a comprender bien.

En lo más inmediato, con esta crisis se cierra el ciclo ascendente de las ideologías de la dominación de la naturaleza que, a caballo de la electricidad y el motor de combustión interna, predominaron durante la mayor parte del siglo XX, creando un sentido común en el que la ecología podía ser entendida como el sustrato científico de la ingeniería de ecosistemas. De este modo, el cierre de este ciclo tiende así a identificar la crisis ambiental como la de aquella civilización cuyo ascenso sintetizó de manera tan brillante el Manifiesto Comunista.

En este plano, el giro más sutil y decisivo en este plano viene ocurriendo, probablemente, en el paso de una noción de la naturaleza como proveedora de recursos, a la del papel del trabajo humano en la producción de esos recursos.

Del Génesis a nuestros días, por supuesto, el papel del trabajo en la relación entre los humanos y la naturaleza ha tenido una constante presencia en nuestra cultura. Hoy, aquí, el giro mayor consiste sobre todo en el creciente énfasis en el papel del trabajo socialmente organizado en la producción de las condiciones naturales - el agua, la biodiversidad, los suelos y la energía – indispensables para la expansión incesante de la producción de mercancías.

Todo ello adquiere en efecto un nuevo significado económico y político en un mundo cuyos ecosistemas están siendo explotados más allá de sus capacidades naturales de regeneración, y cuyo metabolismo ambiental ha llegado a un punto de bloqueo que amenaza, ya, la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie.

Estas circunstancias plantean singulares problemas a quienes se ocupan de las tareas de la cultura y el conocimiento.

Véase, por ejemplo, el caso de los problemas derivados de un proceso de intensificación de la variabilidad climática natural, que a su vez estimula el cambio de los patrones de organización del clima en cuyo marco se ha desarrollado la civilización que conocemos.

Esas alteraciones, y sus tendencias previsibles, han generado ya diversas iniciativas globales encaminadas a mitigar el impacto del cambio climático y propiciar la adaptación humana a los nuevos patrones de clima que emergen de ese proceso, en particular mediante la promoción de modalidades de interacción con la naturaleza destinadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero e incrementar la captura de carbono atmosférico mediante estímulos esencialmente económicos.

Sin embargo, el vínculo entre estos factores excede a menudo nuestra capacidad para percibirlo y actuar en consecuencia, con lo cual las soluciones que van siendo propuestas tienden una y otra vez a agravar, no a resolver, la creciente conflictividad de nuestras relaciones socioambientales.

Para nosotros, en la América nuestra, estos ya son problemas políticos de orden práctico, que se traducen en tareas de cultura como las siguientes:

- ¿De qué manera encarar el problema de convertir en conocimiento útil la avalancha de información que nos arrastra y amenaza con sepultarnos en el más estéril de los relativismos?

- ¿Cómo contribuir a la formación de nuevas comunidades del conocimiento, que encaren tareas como éstas a partir de una cultura del trabajo interdisciplinario, que entiendan que la política es siempre cultura en acto, y que por tanto la utilidad social del trabajo cultural se expresa en la calidad de la acción política que inspira? Y, sobre todo,

- ¿Cómo vincular esas comunidades del conocimiento a los movimientos sociales que van dando forma al mundo nuevo, de un modo que permita a las ideas convertirse en una fuerza material capaz de contribuir a ese proceso de formación?

Nos encontramos, en verdad, ante un desafío de orden político y cultural, antes que tecnológico. Este desafío se expresa, en primer término, en la necesidad de encarar el paso del frágil consenso en torno al desarrollo sostenible, a la construcción de uno nuevo, referido a la creación de las condiciones que permitan la sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie en un futuro a la vez cercano e incierto.

Esta tarea exige, sin duda, superar la ignorante arrogancia que confunde el proceso general del desarrollo humano con la forma histórica particular de ese proceso que ahora ha entrado en crisis.

Para eso, a su vez, es imprescindible superar toda arrogancia que limite la posibilidad de incorporar a una visión nueva de nuestro lugar y nuestra responsabilidad en el mundo todas las conquistas y todos los sueños del pasado que hoy nos corresponde superar.

Desde allí, podremos contribuir a la construcción de la cultura que llegue a expresar el interés general de los humanos en establecer los fundamentos de una sociedad capaz de sobrevivir al desastre ambiental creado por la nuestra, y convertir de posible en probable la transición a un mundo nuevo.

Y para llegar allí, y persistir en la tarea hasta culminarla, convendrá, siempre, atender a la advertencia con que acompañara Martí su llamado a construir una sociedad y una cultura nuevas en su patria cubana y en la América nuestra:

“Estudien, los que pretenden opinar. No se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en lo presente, para un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la administración justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la obligación, y la cumplimos”.

La Habana, 11 – 13 mayo de 2011

Salvar Nuestra América por la armonía serena de sus naturalezas

El ensayo “Nuestra América” debe ser entendido no como un texto canónico y cerrado, establecedor de paradigmas, sino, sobre todo, como un documento-umbral que tuvo la enorme trascendencia de abrir hacia el futuro una polémica visceral para los preteridos nuestramericanos.

Mayra Beatriz Martínez / LA JIRIBILLA

El ensayo “Nuestra América”, publicado en 1891, representa como se sabe y a pesar de su extrema condensación la meditación martiana más abarcadora hasta ese momento, en la que pueden apreciarse aspectos abordados con reiteración en su obra anterior, afincados, sobre todo, en la experiencia directa, y que reaparecerían de nuevo, una y otra vez, en otros textos concebidos a lo largo del último quinquenio de su vida.

Hay una pregunta fundamental que rige este documento y que el autor coloca metafóricamente en boca de los pueblos de América, los cuales se interpelan los unos a otros: “¿Cómo somos?” Semejante cuestionamiento retórico le permitiría acumular razonamientos para vertebrar un preformativo supuesto básico: el de nuestra existencia, por aquel entonces, como identidades nacionales consolidadas. Nos presentaba, a su manera usual, un deber ser movilizativo como real: “De factores tan descompuestos, jamás en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas”, aseguraba. Dejaba implícita su fe en que éramos, que formábamos un conjunto de conglomerados indivisos, capaces de protagonizar en junto la urgente resistencia antihegemónica a la cual ya nos exhortaba. Lea el artículo completo aquí…

Perú: Izquierda y derecha disputan el centro político

El clima político peruano se viene tornando tenso y polarizante. Ambas candidaturas se juegan todas sus cartas con el objetivo de atraer a un significativo número de electores indecisos. Los últimos sondeos arrojan un empate técnico, alrededor del 40% para cada uno, con una mínima ventaja de Keiko Fujimori, pero que no es definitivo para garantizar un triunfo electoral.

Roberto Sánchez / ALAI

El primer domingo de junio los peruanos tienen que acudir a las urnas para elegir al gobernante de su país por los próximos 5 años. Los candidatos que participan de la segunda vuelta electoral son Ollanta Humala (Gana Perú) y Keiko Fujimori (Fuerza 2011), quienes lograron ubicarse en primer y segundo lugar, respectivamente, en las elecciones generales del 9 de abril.

Para un sector de la clase media-acomodada limeña los resultados fueron una especie de shock porque los dos candidatos presidenciales que accedieron al balotaje representan propuestas políticas extremas, distantes de las posturas de “centro”, a pesar de la relativa estabilidad económica que se vive en la capital.

El economista Rómulo Torres, del Foro Solidaridad Perú, en entrevista con ALAI, explicó que para comprender lo que está sucediendo en el país andino, tenemos que remitirnos al proceso político de la última década y sobre todo a la última etapa conducida por el presidente Alan García. Lea el artículo completo aquí…

Bolivia: “Este es el momento de la puja y el debate al interior del bloque”

“Después de la consolidación de la revolución plurinacional, el gobierno de Evo Morales enfrenta demandas redistributivas de sectores aliados. En esta etapa hay que resistir la tentación populista y afianzar los logros”, dice en esta entrevista el Vicepresidente boliviano Álvaro García Linera.

Santiago O’Donell / Página12

–Después de cinco años de fuerte crecimiento político y económico, daría la impresión de que la revolución boliviana se ha amesetado. ¿Es así?

–“Amesetamiento”, me gusta la palabra. Podemos decir que hace un año y medio el proceso revolucionario ha entrado en un cambio de fase. En términos generales, nuestro proceso ha tenido cinco etapas en la última década. Está el momento en que se gesta esta coalición, la unificación de sectores subalternos, anteriormente divididos, separados, y se va construyendo una voluntad de poder. Año 1998, 1999, 2011, 2002. Se van articulando localmente estructuras de movilización, van surgiendo liderazgos plebeyos, se van creando tareas y objetivos compartidos. Luego viene la segunda fase, que es cuando esta voluntad se objetiviza territorialmente. Se objetiviza como proyecto-propuesta, se objetiviza como liderazgo. Se ha denominado a esta etapa como “empate catastrófico”. Fuerzas que se organizan, colisionan, portadoras de horizontes distintos, de necesidades y propuestas distintas. Cada cual tiene adhesión social. Entonces, “empate catastrófico”. Eso va desde el 2003 hasta por lo menos el 2008. Luego viene el momento en que esta fuerza nueva se convierte en gobierno con la victoria electoral. Pero la tensión de poderes sigue. La Media Luna, con su proyecto de país, conservador, ése sería el tercer momento. El cuarto momento es la fase heroica. ¿Quién va a tener el poder? ¿El viejo bloque se reconstruye con tomas de edificios, con golpe de Estado como se intentó, con el asesinato del presidente Evo como se intentó, trayendo mercenarios para dividir Bolivia como se intentó, o el nuevo bloque en el poder que se consolida? Es el momento que hemos denominado robespierreiano... Lea la entrevista complete aquí…

Chile: ¡La Patagonia no!

Lo que está pasando en Chile -con características propias de nuestra realidad- se inscribe en un fenómeno universal de cuestionamiento del capitalismo neoliberal. Y este rasgo común tiene gran importancia, porque señala la necesidad de una alternativa al sistema inoperante.

Editorial de la revista Punto Final / Edición 732, mayo de 2011

Las más grandes manifestaciones públicas de los últimos veinte años en Chile se han registrado en este mes de mayo. Sus demandas cuestionan la esencia del modelo económico, social y cultural implantado a sangre y fuego por la dictadura militar y conservado por la Concertación y la derecha. Decenas de miles de personas, en su mayoría jóvenes, en Santiago y las principales ciudades del país han impugnado tanto la privatización de la educación como la entrega de la Patagonia a un consorcio multinacional de la energía eléctrica. Las movilizaciones comenzaron el 13 de mayo y tuvieron un punto culminante el 20 en Santiago, y el 21 en Valparaíso, cuando el presidente de la República leía su Mensaje anual al Congreso. Las movilizaciones estudiantiles y ciudadanas continuarán.


Por motivos diversos, estas expresiones populares han resultado sorprendentes. En el caso de HidroAysén, por la velocidad entre la convocatoria y la masiva respuesta alcanzada gracias al impacto que ese tema produce en una opinión pública previamente sensibilizada por la defensa del medioambiente. No ha habido en estas manifestaciones una organización vertical, ni jerarquías, ni grupos políticos hegemónicos. Las redes sociales han demostrado una vez más su capacidad de convocatoria en amplios sectores que hoy tienen acceso a esos canales de comunicación. Se trata en su mayoría de jóvenes de sectores medios y altos que, no obstante contar con la protección de los ingresos familiares, experimentan la enorme frustración que produce un modelo económico y social que los condena a graduarse de “cesantes ilustrados” y a cargar con un pesado endeudamiento por su educación. Lea el artículo completo aquí…

Participación democrática y estado de rebelión

La humanidad, las grandes masas de los países periféricos y centrales, comienzan a tomar conciencia de que la democracia representativa (no la democracia sin más) y los organismos internacionales (en especial del capital financiero) no son dignos de confianza por el alto grado de corrupción de sus burocracias (como lo manifiesta el FMI) y por su opción capitalista.

Enrique Dussel / LA JORNADA

La Plaza del Sol de Madrid se llena de jóvenes y ciudadanos indignados; así como llenaban por mayores motivos la Plaza Tahrir (de la Liberación) en El Cairo, y el 21 de diciembre de 2001 la Plaza de Mayo en Buenos para derrotar al gobierno de F. de la Rúa y su estado de excepción. Hemos ya indicado en otra colaboración de La Jornada que estos movimientos nos recuerdan un hecho fundamental en la vida política de los pueblos: el estado de rebelión: la Comuna de participación directa en primera persona plural: nosotros. Recuerda al Estado que no es principalmente un gobierno representativo, sino una comunidad participativa. Marx propuso esa experiencia límite de la Comuna como un postulado político (aquello que es pensable lógicamente o por un cierto tiempo, pero imposible en el largo plazo). Hoy, sin embargo, es políticamente posible. Lea el artículo completo aquí…

Eduardo Galeano: "No vale la pena vivir para ganar, vale la pena vivir para seguir tu conciencia"

El escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano, estuvo de visita en Barcelona para recibir el premio Manuel Vásquez Montalbán. En esta entrevista, conversa, entre otros temas, sobre el movimiento 15M en España y el “gobierno mundial” que ejercen los organismos financieros internacionales.

Televisió de Catalunya

sábado, 21 de mayo de 2011

Con el arriba nervioso y el abajo que se mueve

El arriba español, nervioso, acude hipócritamente a su institucionalidad cuestionada para reprimir las protestas. Habiéndose autoproclamado campeones del mundo libre, vanguardia de la democracia, no encuentran cómo acallar esa voz multitudinaria que no esperaban.

Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

(Fotografía: protestas en la Puerta del Sol, en Madrid)

Cielo del 69 es una canción del hoy extinto grupo uruguayo Los Olimareños que, en una de sus estrofas, acota la frase que sirve de título a este comentario. En el exilio, Los Olimareños difundieron su canción por una América Latina que, en la década de los 70, atravesaba una época de dictaduras militares y represión mortal contra todo aquello que “se moviera” en el abajo insurrecto.

Pasado el tiempo, apenas unos 20 años después, acontecimientos políticos cataclísmicos llevaron a algunos a pensar que “el abajo” debería conformarse, de ahí en adelante, con perfeccionar una sociedad basada en los principios del liberalismo. Era como si todo aquel camino de rebeldía y búsqueda que pasaba por la Revolución de Octubre rusa, la Revolución Cubana o el Mayo del 68 francés, fuera un callejón sin salida, una ruta equivocada que, cuando más, debería verse como esfuerzos románticos que estaban condenados al desván a donde van a parar los trastos que ya no sirven.

“El abajo”, sin embargo, no tardó mucho antes de empezar a moverse nuevamente, y en esto hemos sido avanzada los latinoamericanos. Pero insertos en un espacio “atrasado y marginal” del mundo, nuestros esfuerzos y búsquedas no pocas veces han sido catalogados de folclóricos o remanentes de un pasado que debía ser superado. Desde sus poltronas madrileñas, londinenses o newyorkinas, los grandes medios de comunicación, expresión ideológica de grandes grupos de poder económico y político mundial, nos han visto como niños inmaduros enredados en la telaraña del caciquismo y las utopías rebasadas por la historia.

Pero poco a poco, el movimiento del abajo se les ha ido acercando y, ahora sí, asustados por la proximidad de los acontecimientos, no dudaron en bombardear Libia o intervenir para tratar de mediatizar los procesos que podían favorecer al abajo en movimiento. Eso sucedió en Egipto.

Pero ahora les llegó el turno. Grecia ha visto la ira popular brotar por los cuatro costados y España se suma, en los últimos días, a las protestas contra un sistema que cree que el abajo es tonto, que no se da cuenta que el peso de la resolución de la crisis que ha provocado “el arriba” (ahora nervioso) está cayendo sobre sus hombros.

La que se subleva es la España del 40% de desempleo. Un segmento de la población bien educado, que no vivió los años de privaciones y represión política de la segunda mitad del siglo XX (cuando quienes campeaba eran las huestes franquistas), y que se encuentra bajo el amparo de políticas que, en América Latina, muchas veces ni soñamos, como el seguro de paro. Se trata, claro, de reivindicar el empleo digno y la apertura del horizonte de realización personal, que parece que para muchos se encuentra clausurado; pero también de algo más profundo, que los emparenta con las reivindicaciones de sus pares egipcios: la lucha por la dignidad, el hartazgo de la corrupción y el cinismo de los grupos dominantes que se expresan en la vida política institucionalizada, la misma que hoy corre despavorida para tratar de sustituir al caído Dominique Strauss Kahn en el Fondo Monetario Internacional.

El arriba español, nervioso, acude hipócritamente a su institucionalidad cuestionada para reprimir las protestas. Habiéndose autoproclamado campeones del mundo libre, vanguardia de la democracia, no encuentran cómo acallar esa voz multitudinaria que no esperaban. Ahora, el Tribunal Electoral español desautoriza las movilizaciones con la excusa de que el país se encuentra en período electoral. Es dañino para la democracia, dicen, expresar abiertamente el disgusto y la ira. No se dan cuenta que no hay nada más democrático que estas protestas, aunque ellas mismas no tengan muy claro el rumbo para llegar a lo que tampoco se tiene muy claro qué es.

El arriba está nervioso. Se está dando cuenta que ni hemos llegado al fin de la historia ni las búsquedas de alternativas son propias solo de pueblos inmaduros e imberbes.

Como dice la misma canción de Los Olimareños de la que hemos hecho mención en estas notas: “Que el mango vayan soltando, ya no existe la sartén.

Centroamérica: la doble moral del poder mediático

La disputa política por la compra de El Nuevo Diario, de Nicaragua, es un buen ejemplo de las contradicciones que sufre Centroamérica en términos de la conformación y distribución de su espacio infocomunicacional (medios de comunicación e industrias culturales), caracterizado por enormes desigualdades y un peligroso fenómeno de concentración de la propiedad de los medios.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica

(Ilustración de Ivan Lira)

“La pauta publicitaria estatal, utilizada para premiar a los amigos y castigar a quienes no lo son, brilla por su ausencia en las páginas del periódico. La publicidad de la empresa privada, pautada con riguroso cuidado de no ofender a los gobernantes, tampoco apuntala las finanzas de la publicación”: quien piense que estas líneas denuncian el estado de situación que enfrenta cualquier medio alternativo centroamericano, medianamente crítico del orden neoliberal y de los poderes establecidos en la región, se equivoca. Tampoco se trata de un manifiesto por la democratización de la comunicación social y contra las espurias prácticas del poder político y el mercado, que condenan a la marginación o el silencio a las voces disidentes del sentido común dominante.

Son las palabras del “director corporativo de opinión” del diario La Nación de Costa Rica, y que fueron publicadas en una columna el pasado 15 de mayo, a propósito de la crisis financiera que enfrenta un periódico nicaragüense: El Nuevo Diario, propiedad de la familia Chamorro García.

El anuncio de la posibilidad de quiebra de esta empresa de comunicación, a la que se reconoce como “opositora” del gobierno del presidente Daniel Ortega, llamó la atención porque el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL), propietario de un porcentaje menor de las acciones, dejó ver su interés por ampliar su participación y adquirir el diario. De inmediato, se encendieron las alarmas del empresariado nicaragüense: el Grupo Pellas, uno de los más importantes emporios económicos de la región –los nuevos dueños de Centroamérica- presentó una oferta de $1 millón de dólares por el rotativo, pero fue la propuesta del banquero Ramiro Ortiz Gurdián, presidente del Banco de la Producción (BANPRO), de la que no se conocen mayores detalles, la que finalmente se impuso en las negociaciones.

¡Para tranquilidad de los paladines de la Sociedad Interamericana de Prensa, de la que tanto La Nación como El Nuevo Diario son militantes ampliamente reconocidos, el gran capital acudió al rescate de la “libertad de expresión” y la “independencia editorial”, amenazada por las huestes sandinistas!

Pero quien se atreva a mirar más allá de esa “gesta”, puede encontrar en este caso un buen ejemplo de las contradicciones que sufre Centroamérica en términos de la conformación y distribución de su espacio infocomunicacional (medios de comunicación e industrias culturales), caracterizado por enormes desigualdades y un peligroso fenómeno de concentración de la propiedad de los medios.

Los investigadores argentinos Guillermo Mastrini y Martín Becerra, en un su libro Los monopolios de la verdad. Descifrando la estructura y concentración de los medios en Centroamérica y República Dominicana (2009, Prometeo Libros), uno de los más completos y ambiciosos estudios sobre el tema realizados en los últimos años, describen con detalle el estado de las relaciones existentes entre poder político, grupos económicos y medios de comunicación en nuestros países: un mundo en el que los medios reflejan casi exclusivamente los intereses de las clases hegemónicas, los sectores empresariales y los terratenientes: una forma de legitimar las transformaciones en el modelo económico impulsadas por el neoliberalismo, y al mismo tiempo, de invisibilizar sus consecuencias negativas.

Un mundo en el que, a pesar de que se registra un aumento en la cantidad de medios en funcionamiento, no es posible afirmar que esto signifique un desarrollo cualitativo de la oferta comunicacional, ni de la vida en democracia ni del reconocimiento de la pluralidad cultural. Y además, donde el multimillonario negocio de la publicidad se convierte en el criterio único que determina lo que existe y lo que no existe en una pantalla o una página de periódico.

En definitiva, un mundo donde los pequeños y medianos empresarios del sector infocomunicacional son desplazados, cuando no devorados, por las grandes inversiones de las tradicionales familias centroamericanas (como los Ferrari, Willeda-Toledo y Canahuti en Honduras; o los Araujo-Eserski, Dutriz y Altamirano en El Salvador); de los grupos económicos regionales, que definen e imponen agendas económicas (como el Grupo Prensa Libre de Guatemala; Grupo Nación y Grupo Teletica, en Costa Rica; el Grupo Samix, del expresidente salvadoreño Elías Saca; o el Grupo Estesa-Pellas, en Nicaragua), y también de grupos extranjeros, como el del magnate mexicano Ángel González, cuya presencia prácticamente en todos los países, en los rubros de televisión, radio, prensa escrita, cine y publicidad, resulta abrumadora.

En las actuales condiciones de las sociedades centroamericanas, dependientes del capital extranjero, empobrecidas y excluyentes, los estatutos de independencia editorial de los medios y libertad de expresión de los periodistas no son sino un ideal que puede guiar, en mayor o menor medida, el ejercicio del periodismo, allí hasta donde la integridad, la amplitud de criterio y la consecuencia del profesional lo permitan. Su límite es, precisamente, el de la estructura económica, social y política a la que los dueños de esos medios, en última instancia, defienden y sostienen, y que reclama del periodista la definición de una postura ética y humanista: estar del lado de los opresores o hacer causa común con los oprimidos.

Ignorar esta realidad, omitirla en las discusiones públicas (como lo hace el opinador corporativo de La Nación), y lanzar la maquinaria de la inquisición mediática contra una organización política –el FSLN o cualquier otra-, pero eximiendo de juicios a los poderosos grupos económicos, constituye un peligro mayor para las aspiraciones democráticas de nuestros pueblos: ese ocultamiento deliberado, juego de doble moral, solo refuerza el poder de quienes pretenden manejar a su antojo los destinos de Centroamérica, mediante el uso de la fuerza, el dinero y el dominio de los “monopolios de la verdad”.