viernes, 9 de diciembre de 2011

¿Pospolítica?

Estamos en un período de transición hacia nuevas formas de política, las cuales no cuajarán o cristalizarán sino parcialmente hasta que las contradicciones económicas centrales del sistema encuentren algún tipo de resolución.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

rafaelcuevasmolina@hotmail.com

El título de este comentario alude a la reiterada caracterización que hacen algunos cientistas sociales de la dinámica política contemporánea. Dicen que estamos en una sociedad pospolítica porque la política ha dejado de jugar las funciones que siempre tuvo en el todo social, trasladándose éstas a otros ámbitos.

Traen a colación para fundamentar su caracterización la pérdida paulatina de vigencia de los partidos políticos como expresión concentrada de intereses de clase o alianzas de clases y grupos sociales; la pérdida de interés de la sociedad civil en ellos y en el juego partidario, lo que conlleva una cada vez menor participación a través suyo para hacer vales intereses y necesidades colectivos; la desconfianza creciente en los mecanismos de la democracia, especialmente las elecciones; el desprestigio ante la opinión pública de la institucionalidad constitutiva de la democracia, especialmente los aparatos legislativo y el judicial, etc.

La dinámica política estaría siendo sustituida, además, por la directa intervención de los intereses económicos en las instituciones políticas de la sociedad. Hechos como los que hemos presenciado en Grecia e Italia recientemente, en los que sus gobernantes fueron sustituidos sin necesidad de que mediaran elecciones (generales o parlamentarias), para así satisfacer las necesidades requeridas por el capitalismo financiero serían la corroboración de esta nueva etapa –pospolítica- del desarrollo social contemporáneo.

En efecto, la política conoce en nuestros días procesos de cambio que responden a distintos factores pero que, en su conjunto, derivan del grado de desarrollo alcanzado por el sistema capitalista contemporáneo. Éste, dominado por el capital financiero, se ha expandido por todo el globo terráqueo y ha adquirido un poder inusitado, que supera con creces el de los Estados nacionales. En estas circunstancias, sus intereses centrados en la valorificación constante y compulsiva del capital, arrasa con cualquier obstáculo que se le ponga por delante para el cumplimiento de este objetivo básico de su naturaleza, y lo convierte en una fuerza depredadora que pasa por sobre la misma institucionalidad burguesa estatuida. Es decir, no puede ni siquiera respetar las mismas reglas que los grupos sociales dominantes constituyeron para hacer funcionar el sistema y se fagocita a sí mismo, dejando cada vez más desnudo el esqueleto de la dominación.

La política en este contexto empieza a perder sentido porque cada vez más sale sobrando: los sectores dominantes paulatinamente dejan de necesitarla como espacio de mediación entre lo social y lo económico, como lugar en el que se expresan de forma concentrada los intereses económicos, y por lo tanto se vuelve prescindible.

Este es un proceso histórico y, por lo tanto, tiene momentos de profundización, de agudización, de estancamiento, retroceso y retorno; es decir, no es lineal e inmediato, y se va expresando y perfilando paulatinamente en un lapso extenso de tiempo que, usualmente, escapa a la percepción cotidiana de la gente. Ésta, sin embargo, percibe las expresiones fenoménicas de los procesos, la paulatina descomposición de la política expresada en múltiples expresiones y se desencanta: la futilidad de la existencia de partidos que se dicen distintos pero que expresan los mismos intereses económicos; la creciente corrupción; la existencia de una capa de políticos cada vez más separados de la sociedad y sus necesidades; la quimera de la separación de poderes; etc.

Se trata de la paulatina extinción de la política burguesa, de sus instituciones y mecanismos de legitimación y, por otra parte, del surgimiento de nuevas formas de lo político, formas que tienen un carácter muchas veces poco sistematizado, poco estructurado, muchas veces cargado de espontaneismo o de improvisación, aunque respondiendo a necesidades sentidas por lo no-dominante que no logra aún, la mayoría de las veces, encontrar lo común en el marco de su natural heterogeneidad.

Estamos, pues, en un período de transición hacia nuevas formas de política, las cuales no cuajarán o cristalizarán sino parcialmente hasta que las contradicciones económicas centrales del sistema encuentren algún tipo de resolución.

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