viernes, 9 de diciembre de 2011

Una visión de América Latina donde florecen las utopías

Palabras de Carlos Fazio en la presentación del libro "Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI" (Ocean Sur, 2011), de Nayar López Castellanos, realizada en la Casa Lamm (México) el pasado 25 de noviembre.

Carlos Fazio / Rebelion

Agradezco la invitación a participar en un debate en Casa Lamm sobre el libro de Nayar López Castellanos, Perspectivas del socialismo latinoamericano en el siglo XXI.

De entrada, tras la lectura de la obra surge a mi juicio un problema central: definir qué es hoy la izquierda en América Latina. Y definir quiénes son los sujetos sociales que conforman esa o esas izquierdas es un tema complejo, porque el mundo cambió y prácticamente se cayeron todas las iglesias.

Hace 50 años, cualquier joven, hombre o mujer, que quisiera integrarse a una militancia política, podía elegir entre ser marxista-leninista pro-soviético, pro-chino, pro-albanés. Era de la IV Internacional y estaba en alguna rama del trotskismo, o guevarista e integraba una guerrilla; era socialista o cristiano de izquierda, como en la época de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile. Había muchas opciones y polos de referencia: Moscú, La Habana, Pekín… Las luchas de liberación nacional se alimentaban de la experiencia argelina, de la Revolución Cubana, de Vietnam heroica. Además, había un acumulado de más de un siglo de literatura marxista y aportes del leninismo, del anarquismo y otros referentes.

Grosso modo, entonces —como ahora—, ser de izquierda significaba asumir una escala de valores liberadores que destacaban la plena dignidad humana, la justicia, la igualdad, la solidaridad entre los hombres. La interpretación de la realidad oponía a la izquierda a una sociedad capitalista basada en relaciones de explotación y/o dominación de clase, y la praxis revolucionaria pasaba por una transformación radical de las estructuras injustas de la sociedad.

Salvo en Cuba, todas las experiencias de la antigua izquierda fueron derrotadas militarmente en América del Sur en los años 70 y más tarde en Centroamérica. No las ideas. Pero sí la mayoría de las organizaciones políticas y armadas que siguieron esas distintas líneas ideológicas y metodologías prácticas, fueron derrotadas a sangre y fuego, primero en el Cono Sur, en la fase de implantación de las políticas neoliberales de la mano de la doctrina de seguridad nacional, con una nueva generación de militares golpistas que ya no eran los viejos “gorilas” sino que venían con todo un proyecto difundido por el Pentágono estadunidense en sus escuelas castrenses del Canal de Panamá, centro del Comando Sur.

Luego, en los años 90, hubo un gradual retorno a la democracia formal, entendida como un cascarón, como una democracia hueca: las llamadas democracias restringidas, bajo tutela militar. O a la sombra de un poder castrense que amenazaba con su retorno ante cualquier interrupción o marcha atrás del proceso de restauración neo-oligárquico impulsado por Washington. Fueron los años en que Francis Fukuyama habló del fin de la historia y las ideologías y aterrizó en el subcontinente lo que unos pocos definíamos entonces como la dictadura del pensamiento único neoliberal.

Si en 1964, el de Brasil fue el primer golpe de la seguridad nacional de impronta estadunidense, el de Chile, en 1973, con el general Augusto Pinochet y la junta militar, vendría a ser el modelo impuesto por Milton Friedman y la Escuela de Chicago en el llamado patio trasero del imperio. En ese proceso, las ideas de cambio radical, encarnadas por vigorosas formas organizativas de la vieja izquierda —partidos comunistas, socialistas, movimientos nacionalistas como el de los militares peruanos encabezado por general Velasco Alvarado y grupos guerrilleros de distintas tendencias— fueron derrotados militarmente. Primero se destruyó a las organizaciones armadas. Pero después, como ocurrió en los casos de Uruguay, Chile, Bolivia, Argentina y otros, las dictaduras barrieron con todas las expresiones políticas de izquierda y centro-izquierda. Incluso, en el Cono Sur, la Operación Cóndor fue la alianza de los militares chilenos, uruguayos, argentinos y paraguayos contra los residuos de las guerrillas, que vía la tortura sistemática, la ejecución sumaria extrajudicial y la desaparición forzada, derivó en los regímenes del terrorismo de Estado.

Cabe apuntar que durante los gobiernos militares se intentó arrasar con todo pensamiento crítico. Las viejas categorías de análisis marxistas desaparecieron de la academia, de los centros de estudio, de los medios de difusión masiva. Expresiones como “imperialismo”, “oligarquía”, “lucha de clases”, “socialismo” fueron estigmatizadas mediante un bombardeo mediático manipulador. El mensaje hegemónico propagandeaba que se estaba “en el mejor de los mundos posibles de toda la historia de la humanidad”. Era un mensaje paralizador, inmovilizador, machaconamente repetido en los grandes medios de difusión bajo control monopólico, como fieles reproductores de la ideología dominante. El capitalismo había ganado la guerra estratégica al comunismo y no había de otra: era el mensaje. Lo mejor, decían algunas expresiones reformistas de la vieja izquierda en apurado tránsito hacia posiciones de centro-derecha, era subirse al tren de la historia, relajarse y gozar el neoliberalismo.

A partir de esta breve introducción, y a propósito de la obra de Nayar López Castellanos, desde el prólogo, el cubano Roberto Regalado nos plantea que conocer el mundo para transformarlo es la función esencial del marxismo. Y recuerda que la filosofía de la praxis parte del análisis crítico de la sociedad capitalista, estudia las condiciones concretas en que se desarrolla la lucha popular en cada momento y lugar, identifica y caracteriza al sujeto social de la revolución, y traza las pautas para organizar, educar y movilizar a ese sujeto social.

Es cierto, sí, que ni la barbarie ni el socialismo son iguales hoy a lo que eran en el siglo XX. El capitalismo mutó y el paradigma del socialismo científico, desnaturalizado, falsificado, burocratizado y convertido en una doctrina ortodoxa, rígida y esquemática bajo el estalinismo y sus seguidores, se derrumbó.

Sobre esa premisa, pasando revista al cercenamiento del carácter científico del marxismo-leninismo y al “asesinato” del espíritu de la Revolución de Octubre, a la caída del socialismo real, a cuatro décadas de Guerra Fría y al bombardeo político-mediático emanado de las usinas estadunidenses, y reivindicando a Cuba —que sobrevivió a los pregoneros apocalípticos del imperio en nuestros lares (tipo Andrés Oppenheimer, Mario Vargas Llosa, Jorge G. Castañeda y Enrique Krauze) y sigue “revolucionando su socialismo”—, Nayar López nos presenta una visión de América Latina donde florecen las viejas utopías; donde se piensa, discute y practica un socialismo de nuevo tipo, como alternativa a la barbarie. Un socialismo democrático y humanista todavía en construcción, que busca ser abierto, plural, que procura ser antidogmático y está sujeto, hoy, a un gran debate.

Un socialismo que a la manera de una “democracia sin fin” —como plantea Boaventura Do Souza Santos y recupera Nayar—, no responde ya a un modelo único, cerrado y por decreto, como antaño, incluidas sus variables eurocentristas. Un nuevo socialismo que se va forjando a partir de procesos nacionales en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y de nuevos actores colectivos como los que integran el Movimiento Sin Tierra de Brasil y el neozapatismo de Chiapas, entre otros, que en medio del caos, el terror y la violencia militarizada de la ideología neoliberal, practican la democracia directa y nuevas formas de poder popular. Un poder contrahegemónico, desde abajo, comunitario, ciudadano, liberador. Un Movimiento Sin tierra y un EZLN que a la vez se constituyen en pivotes de las diferentes formas de resistencias y en un referente ético para repensar las utopías. Un altermundismo superador de los mitos sobre el fin de la historia y las ideologías y generador de un nuevo pensamiento crítico que recupera a nuestros clásicos: Mariátegui, Mella, el Che, Fidel.

Con base en Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, Gramsci, nuestro autor realiza una severa crítica al socialismo real, por su carácter antidemocrático y burocrático-administrativo, aparatista, y a la concentración del poder unipersonal, con apoyo del partido y la burocracia, lo que dio lugar a un socialismo de Estado, que prohijó castas, las que, tras el fracaso y derrumbe del modelo, a través de innumerables mecanismos de corrupción, se apropiaron de las empresas del viejo Estado, constituyendo una nueva oligarquía mafiosa que abreva ahora en el capitalismo del mercado total, depredador y sustentado por la economía criminal, que ya no solo genera desigualdades sociales sino que amenaza la existencia de la propia especie humana.

Los nuevos movimientos sociales

Con esos elementos propuestos por Nayar López para el debate y la discusión, de manera sintética, queremos reforzar algunas ideas sobre los nuevos sujetos sociales que apuntábamos al comienzo. En ese marco de luchas, avances y derrotas populares al que aludíamos, ante la orfandad de estrategias y carentes de teorías sobre las prácticas de la izquierda latinoamericana del Siglo XX, ¿de dónde surge lo nuevo? ¿Cómo y dónde se van construyendo los nuevos sujetos socio-políticos y los nuevos bloques nacionales antihegemónicos?

En plena noche neoliberal, a contracorriente de los viejos análisis marxista-leninistas, los nuevos sujetos nacen desde el sótano de nuestras sociedades divididas en clases, en el campesinado. Mayoritariamente, en el campesinado indígena. Tanto en el sureste mexicano con el movimiento zapatista, como en la región andina, en particular, en Bolivia y Ecuador, lo nuevo viene del campo. Igual en Colombia, donde al margen de la persistencia en su accionar de dos antiguas estructuras armadas de los años 60 (las FARC y el ELN), surgiría un nuevo movimiento campesino indígena que viene protagonizando grandes movilizaciones. Y también en Brasil, con el Movimiento de Campesinos Sin Tierra (MST), uno de los más articulados y mejor organizado en la etapa.

Hasta entonces, según las teorías predominantes entre quienes luchaban por el socialismo, el motor de la historia para la transformación social era el proletariado, el movimiento obrero. A pesar de que era el protagonista en muchas guerrillas rurales, el campesinado, como tal, no era un referente. Sin embargo, el epitafio del campesinado escrito por historiadores como Hobsbawn no fue solo prematuro, sino mal documentado. El que irrumpe en los años noventa es un nuevo campesinado que combina la acción legal con la acción directa (practica la ocupación de tierras, los cortes de carreteras, la ocupación de los institutos para la reforma agraria). Por lo general, son movimientos de tipo extraparlamentario, autónomos política y culturalmente de los partidos de la izquierda pre-existente, aunque no renuentes a las alianzas electorales.

Movimientos con un nuevo liderazgo joven, desburocratizado, y con sus propios intelectuales campesinos, dotados de una nueva mística. El nuevo campesinado “urbanizado” participa en seminarios, acude a escuelas de formación de dirigentes y crea sus propias universidades. Ante la mítica “sociedad civil” y una reduccionista autonomía de los movimientos sociales, los nuevos movimientos campesinos son de tipo asambleario, horizontales, con direcciones colectivas, sin personalismos; críticos ante el oportunismo de la izquierda parlamentaria y los “intelectuales” de las ONG’s (organismos no gubernamentales), a quienes consideran manipuladores al servicio de agentes externos. Estamos hablando de nuevos movimientos socio-políticos autonómicos, autogestionarios, comunitarios que surgen a partir de la disputa por la tierra, de la defensa de los recursos geoestratégicos y de la lucha por las reivindicaciones económicas y sociales, en los planos étnico y político, y que se van dando casi de manera paralela en el tiempo.

En la mayoría de los casos, no tienen como referente directo de los cambios radicales que van procesando, al movimiento obrero y a los viejos partidos políticos de izquierda. En general, los avances son en base a ensayo y error. Y en algunos casos, como entre los cultivadores de la hoja de coca del Chapare boliviano, en Chiapas con los zapatistas, o en Chile en el seno de la Nación Mapuche, asimilan las creencias espirituales ancestrales a las formas de la lucha antiimperialista y de clases; el análisis materialista histórico del marxismo con la cosmogonía del pasado indio.

A su vez, varios procesos electorales de comienzos del siglo XXI ampliaron el espectro del progresismo latinoamericano y permitieron la creación de nuevos bloques subregionales. Si en Sudamérica la presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil dinamizó el Mercosur (Mercado Común del Sur, Asunción, 1991), con el complemento de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, la llegada del ex obispo católico Fernando Lugo en Paraguay y los dos gobiernos del Frente Amplio en Uruguay (el de Tabaré Vázquez y el de José El Pepe Mujica), bajo el liderazgo de Chávez y los hermanos Castro en Cuba (Fidel y Raúl), se creó el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, La Habana, 2004), en el que participan además Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Honduras, Antigua y Barbuda, Dominica y San Vicente y las Granadinas. (El ingreso de Honduras al ALBA, y la promesa de campaña del presidente José Manuel Zelaya [2006-2009], de que cerraría la base militar del Pentágono en Soto Cano, llevaron al golpe de Estado de Roberto Micheletti el 29 de junio de 2009, con apoyo del Departamento de Estado y la CIA, ya bajo la administración Obama/Clinton).

Vemos, entonces, que a través de nuevos liderazgos regionales como los de Lula y Chávez, y la presencia siempre inmensa de Fidel —el único estadista vivo de la segunda mitad del siglo XX—, varios países de América Latina comenzaron y/o afianzaron procesos de cambio de distinto signo, con contradicciones, marchas y contramarchas, producto de las alianzas que permitieron la llegada al gobierno, por la vía electoral, a esos nuevos liderazgos, todos adversos a la tradicional hegemonía de Estados Unidos en la zona.

En nuestros días, en el marco de la aguda crisis del sistema capitalista, la constitución de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), que pretende dejar atrás a la vieja y desgastada OEA —el antiguo ministerio de colonias de Washington, como lo llamara el Che— es otro signo de cambio regional, más allá de la diversidad de ideologías que anidan a su interior y los afanes desestabilizadores encubiertos que dirigirá la Casa Blanca contra ella.

Termino. Felicito a Nayar López Castellanos por esta obra que invita a una discusión plural; que trata de trascender la simple denuncia y aportar a la construcción de alternativas políticas concretas en la perspectiva del socialismo. Pensamos que hoy como ayer la discusión debe pasar por las estrategias de poder, el Estado, la correlación de fuerzas, la política de alianzas, la construcción de bloques alternativos al imperialismo de nuestros días, la construcción de poder popular y el socialismo. ¿Qué tipo de socialismo? No sabemos. El que seamos capaces de construir.

Más información sobre este libro en:

http://www.oceansur.com/catalogo/titulos/perspectivas-del-socialismo-latinoamericano-en-el-siglo-xxi/

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