sábado, 24 de marzo de 2012

El Salvador: Los valores de Monseñor Romero

No sé cómo verán a Mons. Romero quienes creen que lo que se tiene que buscar en cualquier cargo público es la acumulación de riquezas, pero desde un punto de vista ético su lección es mayúscula: envidiar a los ricos y querer ser como ellos no es bueno ni recto, pues eso es una bofetada a quienes viven en la miseria y en la exclusión.

Luis Armando González* / Revista ContraPunto (El Salvador)

Desde el asesinato de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el 24 de marzo de 1980, este mes se ha convertido, año con año, en un espacio para la reflexión, el recuerdo y la actualización del legado del Arzobispo mártir.

Se trata de un legado, el suyo, rico en implicaciones de todo tipo: socio-políticas, históricas, educativas y morales. Es esta última dimensión del legado de Mons. Romero que quiero detenerme en esta mañana.

Creo necesario y urgente reflexionar sobre los valores que Mons. Romero abanderó y que marcaron su desempeño como Arzobispo de San Salvador en los convulsivos años setenta hasta su muerte, en marzo de 1980.

Que se entienda mi enfoque: no es una preocupación moralista o moralizadora la que me lleva a abordar el tema de los valores en Mons. Romero, sino una preocupación por el deterioro de referentes morales fundamentales que acusa nuestra sociedad, en sus diferentes ámbitos privados y públicos.

Y es que los valores de Monseñor Romero que me interesa destacar son esos valores fundamentales de su quehacer como pastor y como ciudadano consciente de sus obligaciones en un país atravesado por graves conflictos y desigualdades socio-económicas. No voy a repetir lo que se ha dicho en muchas ocasiones sobre su fidelidad a la verdad y su compromiso con la justicia, sino que voy a prestar atención a valores de los que poco que se habla, pero que son centrales para entender la magnitud de su figura moral.

a. Conciencia de las propias obligaciones ante los demás. Este es el primer valor que yo veo en Mons. Romero. Los valores son un asunto de conciencia, es decir, de convicción íntima acerca de lo que es bueno y malo, humano e inhumano. Poseer la convicción de que estamos obligados ante los demás –sus problemas, necesidades, miserias—constituye un valor de primera importancia. Un valor que Mons. Romero poseyó sin lugar a dudas y que se tradujo en una praxis de compromiso con los otros.

b. La dignificación de los demás, especialmente de las víctimas de abusos de los poderosos. La obligación con los demás (con los otros) tuvo en Mons. Romero una clara dirección: trabajar por su dignificación, lo cual suponíaun compromiso con su humanización. Mons. Romero privilegió, en su labor humanizadora, a quienes eran violentados en su humanidad por estructuras de poder injustas y excluyentes. No es otro el sentido de la expresión “opciónpreferencial por los pobres” que Mons. Romero –inspirado en Medellín y Puebla— hizo suya y tradujo a la realidad salvadoreña.

c. La búsqueda de coherencia entre la palabra y la acción. Nada más difícil que esa coherencia, sobre todo en los tiempos actuales cuando está de moda obrar de espaldas a lo que se predica. Mons. Romero se esforzó por hacer que su predicación sobre la dignificación de las víctimas no fuera sólo retórica, sino que su quehacer pastoral estuviera en sintonía con aquélla. Eso tuvo costos para él, siendo el mayor de ellos la pérdida de su vida. Y es que la coherencia entre palabra y acción, cuando ambas apuntan a lograr una mayor justicia, está mal vista por los poderosos de todos los tiempos. Por el lado contrario, la incoherencia es bien vista y, más aún, es fomentada a travésdel chantaje y los favores económicos y políticos.

d. Mirar la realidad del país desde quienes están en peor situación, es decir, desde las víctimas. Lo normal en la época de Mons. Romero (y en la nuestra) es que desde los círculos de poder económico, político y religioso la realidad se viera desde quienes estaban en la cima de la pirámide social. Mons. Romero hizo lo opuesto y desafió a los poderosos a que miraran a las víctimas y que desde ellas juzgaran al país que teníamos. Por supuesto que no lo hicieron; pero Mons. Romero lo hizo y su juicio fue severo: El Salvador estaba edificado sobre la miseria y la exclusión de la mayor parte de sus miembros. El país construido desde los intereses de los poderosos era un país inhumano.

e. Enjuiciar la realidad nacional con una palabra firme y clara. En nuestro tiempo otra de las modas es la ambigüedad en lo que se dice, no sólo paraser “políticamente correctos”, sino para quedar bien con todos y que nadie pueda reprocharnos una expresión ofensiva o cuestionadora. En tiempos de Mons. Romero, la moda no era la ambigüedad en lo que se decía, sino la proclamación contundente de mentiras sobre la pobreza, la violencia y la injusticia. Mons. Romero, a sabiendas de que afirmar lo contrario a loproclamado por los poderes de turno era peligroso, lo hizo. Sin ambigüedades, llamó a las cosas por su nombre y lo hizo de tal forma que todos entendieron lo que quería decir.

f. Por último, no ambicionar poder y riquezas. No se tiene que perder de vista que Mons. Romero estuvo la cúspide del poder católico nacional. Desde ahí,el acceso a bienestar material, privilegios, bienes y demás cosas que simbolizan una vida placentera estaban al alcance de su mano. Lo más fácil y que pocos hubieran visto mal era optar por los privilegios del cargo y trabajar por escalar más en la jerarquía de poder eclesial internacional. Pero este buen hombre no hizo eso; no pensó que tener riquezas, privilegios y poder fueran una opción de vida para él.

No sé cómo verán a Mons. Romero quienes creen que lo que se tiene que buscar en cualquier cargo público es la acumulación de riquezas, pero desde un punto de vista ético su lección es mayúscula: envidiar a los ricos y querer ser como ellos no es bueno ni recto, pues eso es una bofetada a quienes –una mayoría de salvadoreños— viven en la miseria y en la exclusión.

En definitiva, Mons. Romero fue un hombre de sólidos valores humanos y humanizadores. Los valores de él que he destacado nos son ajenos, o por lo menos, sólo son cultivados por un puñado de gente de buena voluntad, gente a la que se suele ver como idealista, ingenua y al margen del pragmatismo imperante hoy en día. Sin embargo, de lo que se trata es de reivindicarlos como algo necesario para construir una mejor sociedad, en la cual el oportunismo y el aprovecharse de los demás sea algo inaceptable en la conciencia de cada cual.

* Texto de la conferencia leída por el autor en la Escuela Superior de Maestros, San Salvador, el 23 de marzo de 2012.

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