sábado, 14 de abril de 2012

Gobiernos populares y posdemocracias

Las experiencias europeas contrastan con las latinoamericanas. La crisis económica sólo empujó un reforzamiento del recetario de Washington. Acotar cada vez más el espacio del juego político para que no se produzcan desbordes del modelo.

Paula Biglieri / Tiempo Argentino

Manifestantes en la Puerta del Sol, de Madrid, durante la huelga del pasado 29 de marzo.
La hegemonía del Consenso de Washington impuso mundialmente dos principios a seguir: economía de mercado y democracia liberal; que fueron acatados como verdades incuestionables por todo aquel que apreciara ser considerado como parte de la modernidad occidental globalizada. Frente a la caída del Muro de Berlín y el concomitante desmoronamiento del bloque soviético, el triunfo del capitalismo se presentaba como evidencia incontrastable de lo que era un modelo que funcionaba de manera racional dentro del orden de las posibilidades dadas. Mientras que la irracionalidad y la fantasía de una utopía imposible de alcanzar quedaba del lado del fracaso comunista. Así, quedaba sellada la alianza entre el neoliberalismo y la democracia representativa, en donde la economía adquirió absoluta primacía por sobre la política. Es decir, se privilegiaba al mercado en tanto que se lo consideró un espacio organizado por una serie de reglas probadamente fundamentadas. Mientras que la política –en tanto espacio siempre generador de excesos– quedaba relegada a un ámbito de acción limitado de manera tal que no fuera fuente de demandas e intentos de aplicación de políticas absurdas que distorsionara el funcionamiento adecuadamente racional del mercado.

Así, en el plano económico se dictó disciplina presupuestaria, liberalización financiera y comercial, apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas, privatizaciones, desregulaciones, garantía de los derechos de propiedad, etcétera. En el plano político se estableció que la democracia liberal es solamente un marco de procedimientos para la elección de gobernantes y una serie de instituciones que limitan, constituyen y hacen efectivo el juego político, mientras que la creciente complejidad de la economía impone la necesidad de una tecnocracia, es decir, el gobierno de los expertos con saberes científicamente garantizados por prestigiosas universidades del primer mundo. De más está decir que ningún conato de participación directa era bienvenido. En este sentido es que la aplicación del recetario de Washington a escala mundial ha traído dos tipos de consecuencias. Una ligada a los supuestos económicos y otra a los políticos. Respecto del primer tipo, sobradamente conocemos lo que el neoliberalismo nos dejó: concentración de la economía en manos de unos pocos, especulación financiera, altas tasas de de-sempleo, empobrecimiento general de la ciudadanía, ajuste de salarios, jubilaciones y pensiones, recorte de derechos laborales y sociales, etcétera. Al día de hoy podemos decir que son una constante a lo largo y ancho del globo, en donde la hegemonía neoliberal logró imponerse. Respecto del segundo tipo, las consecuencias políticas no han resultado homogéneas. Por el contrario, frente a la crisis extendida del neoliberalismo, dos grandes variantes –que además pueden ubicarse geográficamente– parecen haber surgido como respuestas: por un lado, las experiencias latinoamericanas y, por otro, las experiencias europeas.

Las experiencias latinoamericanas han estado signadas por el surgimiento de gobiernos populares cuyo rasgo fundamental ha sido el retorno de la primacía de la política y se anclaron en el principio de que en la democracia sólo la participación popular es fuente legítima desde donde y hacia donde deben emanar las políticas públicas. Así fue que la figura del pueblo volvió a ocupar el centro de la escena política y es este el que debe tener el control de la cosa pública. El ejercicio de la soberanía popular fue lo que permitió romper el corset de la “objetividad” del Consenso de Washington. Vox populi, vox dei, los plebeyos desplazaron a los expertos. Este es el espíritu presente, por ejemplo, en la reformas constitucionales de Ecuador y Bolivia y la estatización de los hidrocarburos y referéndum, en las expropiaciones y plebiscitos de Venezuela, en la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la estatización del sistema de las AFJP y la reforma de la carta del Banco Central en la Argentina, etcétera.

Las experiencias europeas contrastan con las latinoamericanas. La crisis económica sólo empujó un reforzamiento del recetario de Washington en el plano político. Acotar cada vez más el espacio del juego político para que no se produzcan desbordes del modelo. Delegar cada vez más las decisiones en expertos para que apliquen medidas “racionales y hagan lo que objetivamente se debe hacer”, no vaya a suceder que algún político ose responder a alguna demanda “alocada” imposible de absorber dentro de este esquema. El ejemplo aquí es el griego Papandreu, quien se atrevió a llamar a un plebiscito para consultar a la ciudadanía respecto de las políticas de ajuste y no sólo terminó dando marcha atrás con la medida sino que renunció como primer ministro. No es casual que lo haya sucedido el experto Papademos (ex vicepresidente del Banco Europeo). También vale de ejemplo el caso del experto primer ministro Monti de Italia (entre otras cosas ex asesor de Goldman Sachs). Salirse del modelo establecido resulta entonces irracional. Pero la única forma de mantenerlo es reduciendo los cotos de soberanía. Y aquí va el ejemplo de la renuncia a la soberanía monetaria por parte de los Estados a favor del Banco Europeo. En este contexto de imposible salida quizás deberíamos comenzar a considerar la hipótesis que Europa ha entrado en una posdemocracia. ¿En dónde ha quedado el ejercicio de la soberanía popular en Europa? Los inventores de la democracia parecen ahora estar ahogándola.

Finalmente cabe preguntarse: ¿por qué unos han tomado un camino y otros, otro? La respuesta la podemos encontrar en que en Latinoamérica el descontento generalizado ante la crisis económica desató una extensión horizontal de demandas que pudieron ser canalizadas verticalmente en una articulación política. La referencia es el caso argentino con la crisis de 2001 (extensión horizontal de demandas) y la llegada de Kirchner a la presidencia (absorción vertical de esas demandas por la política). En contraste, lo acontecido hasta el momento en Europa ha sido la proliferación de demandas de manera horizontal sin ninguna articulación política que les dé una respuesta. Más aun, el problema de los indignados es su postura antipolítica, su rechazo a disputarle el poder a la hegemonía instalada. Así las cosas es que hoy en Latinoamérica podemos hablar de gobiernos populares y en Europa de posdemocracia. Veremos cómo continúa la historia.

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