sábado, 21 de abril de 2012

Los cambios en América Latina

La llamada crisis o colapso del mundo que conocemos, nos permite ver algo de lo nuevo que se asoma pero en medio de una resistencia violenta de lo viejo que no quiere despedirse del escenario.

Marco A. Gandásegui, h. / ALAI

La región latinoamericana está experimentando cambios profundos. En parte, esas transformaciones se reflejan en cumbres presidenciales, como la celebrada hace pocos días. También se observan en los titulares de los diarios que destacan los conflictos. Los pueblos latinoamericanos están comenzando a sentir directamente las transformaciones a nivel de la vida cotidiana.

Los cambios en América latina tienen un eje económico (la nueva relación agro-minera exportadora con China) y otro político (los “giros a la izquierda” o las “revoluciones pasivas” como las llamaría Gramsci). La llamada crisis o colapso del mundo que conocemos, nos permite ver algo de lo nuevo que se asoma pero en medio de una resistencia violenta de lo viejo que no quiere despedirse del escenario.

En un encuentro sobre la “otra” América latina celebrado en Lima, Perú, me invitaron a analizar la coyuntura que caracteriza el inicio del siglo XXI. Aprovechamos la ocasión para destacar 7 aspectos íntimamente imbricados que nos permiten tener una visión más acertada del proceso que envuelve a la región como una totalidad. En primer lugar, hay que estudiar con mucho cuidado la disminución de la producción industrial de las últimas décadas que generaba enormes ganancias capitalistas. El colapso de esas ganancias condujo, en segundo lugar, a un proceso de des-industrialización en la región. La desaparición de los complejos industriales nacionales tuvo un fuerte impacto sobre la relación obrero patronal que, a su vez, creó condiciones políticas que permitieron la flexibilización del trabajo (políticas neoliberales). Marcó un movimiento inverso al experimentado en la región durante el cuarto de siglo anterior (1950-1975).

La des-industrialización generó fuertes pérdidas económicas en países claves y el empobrecimiento generalizado de los trabajadores. La emergencia de China Popular como potencia industrial creó una demanda  de materias primas que sirvió de tabla de salvación virtual de muchos países que se convirtieron en exportadores agro-mineros. El fenómeno ha contrarrestado la debacle económica que se pronosticaba a principios de siglo.

Esta tendencia agro-minera exportadora dio inicio, en cuarto lugar, a una agudización de los conflictos por la posesión de las tierras con potencial minero, hidroeléctrico y turístico creando fuertes contradicciones sociales entre el gran capital nacional e internacional que imponen políticas para desposeer a miles de comunidades campesinas e indígenas de la región. Las movilizaciones sociales del campo y de las comunidades indígenas en defensa de sus tierras – en los últimos 20 años - han opacado, en parte, las protestas obreras que dominaron gran parte del siglo XX.

Al mismo tiempo, la potencia en declinación – EEUU – disminuyó su presencia industrial / financiera, pero mantuvo e, incluso, aumentó su nivel de penetración militar, al igual que sus actividades especulativas y control del tráfico de ilícitos (como las drogas). En la actualidad, en quinto lugar,  para contrarrestar esta declinación, EEUU tiene bases militares o algún tipo de presencia armada en todos los países de la región, con pocas excepciones. La política armamentista de EEUU en la región desestabiliza al conjunto de los países y crea condiciones políticas insoportables para los eslabones más débiles como Haití y Honduras.

A su vez, en sexto lugar, las inversiones especulativas de EEUU en la región han crecido con los tratados de libre comercio (a pesar del fracaso de ALCA). Estos pactos desestabilizan las estructuras económicas, debilitando los sectores agropecuarios e industriales.

En séptimo lugar, y relacionado con el mundo de los negocios no productivos, a lo largo de las últimas décadas, EEUU ha redoblado la extracción ilegal de drogas provenientes de América latina. El negocio, que está creando un caos en todo el hemisferio, generó la llamada “guerra de las drogas” promovida por EEUU, desintegrando las estructuras sociales de muchos países del Gran Caribe. A su vez, promueve instancias político-militares y consolida un mundo dominado por el crimen organizado encadenado a nivel internacional con eslabones en cada país, que combinan instancias gubernamentales y no-gubernamentales.

Respondiendo a estos retos internos y externos, América latina está promoviendo organizaciones que proclaman la unidad regional como el ALBA, el UNASUR y el CELAC, así como el MERCOSUR. La unidad regional que, en gran parte, es impulsada por Brasil, es vista con sospecha por EEUU que apoya organizaciones más tradicionales como la OEA y promueve el nuevo Eje del Pacífico con países cuyos gobiernos son más conservadores.

En la cumbre de Cartagena de Indias, los gobiernos latinoamericanos por primera vez no lograron ponerse de acuerdo con EEUU para aprobar una declaración final. Las diferencias pesaban mucho más que las áreas de interés común. De manera abierta los países de la región le pidieron a EEUU que revisara su política anquilosada frente a la Revolución cubana. Igualmente, le pidieron que se solidarizara con Argentina frente a su conflicto con Gran Bretaña en torno a las islas Malvinas. También le dijeron que abandonara su fracasada “guerra contra las drogas” y pusiera orden en su propia casa.

¿Cuáles son la opciones abiertas a los pueblos latinoamericanos frente a este panorama complicado? ¿Quiénes son los actores sociales? Sin duda, los gobernantes lo discutieron en las reuniones reservadas y no concurridas por la prensa. En la próxima entrega le presentaremos esas opciones.

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