sábado, 12 de octubre de 2013

Costa Rica: Chirripó o la persistencia de existir

La cultura de un pueblo aborigen costarricense está en peligro de extinción. El libro de crónicas Aún somos cabécares, publicado en San José por la editorial de la Universidad San Judas Tadeo, denuncia esta situación crucial. Aquí le adelantamos el prólogo.

Guillermo González Campos / Especial para Con Nuestra América

El libro se presentará el próximo 28 de octubre a las 6:30 pm en la sede de dicha universidad, en Rohmoser. Entrada libre. Más información al teléfono: 2291-3932

Portada del libro editado por
Guillermo González y Froilán Escobar.
Cuando empezás a subir por la montaña, te percatás de que esa enorme planicie sembrada de silopacas no es otra cosa que la llanura de Shára, aquella que fue vilmente robada a los indígenas por Francisco de Paula Gutiérrez Peña en 1852 para crear una hacienda a la que puso por nombre Moravia en honor del expresidente Juan Mora. Cuando seguís subiendo la penosa cuesta, vislumbrás la quebrada Platanillo (Tsipírí), ahí cerca está el lugar donde Bernardo Augusto Thiel, el lazarista alemán que fue el segundo obispo de Costa Rica, vio a principios de 1882 los restos del antiguo camino colonial de “Tierra Adentro”. 

Fue en ese sitio donde tuvo que sentarse a descansar agotado por una montaña que los indígenas aún hoy suben y bajan sin inmutarse. Entonces bajás y llegás al río Chirripó: un imponente caudal de agua que baja recio retando la mirada. Más hacia allá, siguiendo la rivera de este río, está el sitio donde se ubicó el famoso presidio de San Mateo de Chirripó, creado por los españoles en 1613. Este persistió casi un siglo hasta que fue destruido en la rebelión que Pablo Presbere lideró en 1709, la cual logró alejar a la invasión de los frailes franciscanos y soldados españoles por más de un siglo. El choque del agua con las piedras del río adormece. Solo así, arruinado por el cansancio y haciendo esfuerzos por recuperar la respiración, podés comprender el milagro. Sí, milagro. Pues solo de hecho portentoso puede calificarse el que todavía hoy, tras 470 años de invasión foránea, esta región se encuentre poblada de indígenas que aún hablan su lengua e intentan por todos los medios mantener su cultura y tradiciones.


Chirripó, entonces, es un milagro tristemente incomprendido. Mientras la situación cultural y lingüística de restantes zonas indígenas de Costa Rica muestra claras evidencias de deterioro, en esta región, los cabécares han llevan a cabo una proeza de resistencia cultural sin parangón en la historia costarricense. Los datos del último censo lo confirman. En el 2011, solo la mitad de los bribris se declaró hablante de su lengua. Entre los guatusos del norte de Alajuela, el porcentaje de hablantes no llega al 70 %. Sin embargo, en Chirripó, más del 96 % de los indígenas dice hablar cabécar. Cualquiera que vaya al territorio se dará cuenta de que es cierto. Yo mismo lo noto cada vez que los visito. Veo con un nudo que no me pasa por la garganta cómo reciben clases en español y, al recreo, salen del aula a jugar hablando su lengua materna, la que comenzaron a aprender en los pechos de sus madres, la que solo pueden usar entre ellos, porque en las escuelas, en los centros de salud, en las instituciones de Turrialba y casi en todo lado la lengua oficial de comunicación es el español. Ante esto, no te podés quedar callado. No te podés quedar mirando como todos los días se trabaja en la destrucción de una cultura, en la destrucción de una persistencia que ha durado casi quinientos años.

La historia de este milagro comienza, casi con toda probabilidad, hace 20 000 años, cuando los antepasados de los indígenas americanos comenzaron a cruzar el estrecho de Bering e iniciaron el poblamiento de América. Ahí venían los abuelos de los cabécares (y los nuestros también, porque no debemos olvidar nunca que, a pesar de lo que diga la ideología imperante, nuestra realidad genética se funda en el mestizaje). Los estudios del ADN mitocondrial (aquel que heredamos de nuestras madres) han logrado confirmar que los cabécares, así como la mayoría de sus parientes (bribris, borucas, guatusos, etc.) poseen los haplogrupos A y B, dos de los más frecuentes en los indígenas del norte de América. Estos estudios, además, han llegado a confirmar la hipótesis del lingüista Adolfo Constenla de que el desarrollo de estos pueblos se debe a una evolución propia ocurrida en tierras centroamericanas y no, como se sospechaba antes, al producto de diferentes migraciones.

Así pues, la mayoría de los indígenas costarricenses, los cabécares entre ellos, tiene su origen en una población ancestral de cazadores recolectores que se instaló hace varios milenios en Centroamérica. Venían del norte, cazando los grandes animales que en aquel tiempo existían y recolectando frutas. Siguiendo la propuesta de Adolfo Constenla, cuyo trabajo de recuperación, preservación y mantenimiento del patrimonio cultural indígena de nuestro país es posiblemente el trabajo científico más importante que haya tenido Costa Rica en los últimos cuarenta años, habría que suponer que esta población inicial, ubicada seguramente al norte del Istmo centroamericano, se comenzó a fracturar a partir del 8000 a. C., cuando cambian significativamente las condiciones climáticas, se extingue la megafauna del Pleistoceno y los indígenas se ven obligados a modificar su alimentación. De este proceso nacieron tres grupos de lenguas y culturas hermanas: las lencas, las misumalpas y las chibchenses. Los cabécares pertenecen a esta última familia, la cual se mantuvo compacta por cuatro mil años. Luego, poco antes del desarrollo extensivo de la agricultura en el 2000 a. C., hubo una nueva fragmentación que produjo las cuatro ramas de la estirpe chibchense: el paya, idioma del sur de Honduras; el grupo vótico, al que pertenece el guatuso; el grupo ítsmico, en el que se incluyen, entre otros, el bribri, el cabécar, el boruca, el cuna; y las lenguas magdalénicas habladas en Colombia.

No son estos buenos tiempos para las lenguas chibchas. En lo que va del siglo, se han muerto los últimos hablantes fluidos de dos de ellas: el boruca, lengua de la Zona Sur de nuestro país, y el rama, idioma de la costa atlántica nicaragüense. En Costa Rica, además, se extinguió el térraba, una variante lingüística del idioma naso, el cual pervive en Panamá bajo el nombre de teribe. Las restantes lenguas van por el mismo camino. No parece haber salvación para ellas, ni siquiera para el cabécar. La variante sureña del cabécar hablada en Ujarrás, por ejemplo, muestra claros signos de deterioro. El diagnóstico no es favorable: muy posiblemente se extinguirá en los próximos cincuenta años.

Cuando estás ahí sentado en una piedra junto al río Chirripó no podés evitar que todos estos pensamientos te asalten. Y junto a ellos viene la impotencia de no saber qué hacer. Mientras estoy ahí me confirman que es cierto, que hace unas semanas murió el Kë́kë́pa Carlos Luis. Vivía muy cerca de aquí, subiendo hacia el norte por la rivera del río Chirripó. Él era el último anciano cabécar que conocía los cantos ancestrales. Por dicha, dejó dos aprendices, dos esperanzas de continuidad. Aun así, la última vez que lo vi se lamentaba. Sufría mucho porque ninguno de sus nietos quiso aprender. No se interesaban por la cultura cabécar, no quisieron aprender los cantos, las historias, la sabiduría ancestral. Según me contó, solo se interesaban por “lo evangélico”.

En Chirripó, la religión es un factor nefasto. Es la principal promotora y causante de la destrucción cultural. En el siglo XVII, fueron los franciscanos enviados por propaganda fide, nefasta institución que aun hoy sigue existiendo; hoy, en cambio, el proceso lo llevan a cabo un montón de iglesias pequeñas que junto con los padres católicos buscan acabar con los pocos cargos tradicionales que subsisten en Chirripó y las pocas creencias que perduran en la comunidad indígena. Quizá lo peor sea el irrespeto con los tratan. Sin ningún empacho dicen que Sibö es satánico, que los rituales son idolatría, que viven en el pecado y deben cambiar para “salvarse”. No hay manera de que estos ignorantes entiendan que las creencias espirituales de los cabécares no son supercherías, sino un riquísimo conglomerado de signos, historias y rituales a través de los cuales ellos interpretan y entienden el mundo. Es un mundo religioso tan valioso y complejo como el de cristianos, budistas, musulmanes, etc.

Actualmente, la cultura cabécar se fundamenta en cuatro pilares: la lengua, los cargos tradicionales, la tradición oral y las prácticas rituales, que abarcan cantos, historias y bailes, y el sistema familiar clánico. Todos ellos están en peligro de perderse.

La lengua cabécar, como se dijo, pertenece a la estirpe chibchense, que abarca una enorme cantidad de lenguas desde el sur de Honduras hasta Colombia. Chirripó es el territorio donde mejor se conserva. Es muy difícil encontrar un indígena que no la hable, aunque los hay, sobre todo entre aquellos que viven fuera del territorio o se han casado con “blancos” (hispanomestizos). El principal problema que enfrenta la lengua es su oralidad. Actualmente, el cabécar es una lengua exclusivamente oral y los esfuerzos por fijarla por escrito no han dado muy buenos resultados.

Cuando vos todos los días tenés un periódico que leer, no podés entender el valor de tener en las manos un texto en cabécar. Una de las cosas que nunca olvidaré fue la frase lapidaria que al respecto me dijo un indígena: “Profe, para qué aprender a leer cabécar si no hay nada que leer”. Y es cierto. Los textos son poquísimos. Hasta hace poco solo se podía leer el Nuevo Testamento escrito en un mamarracho de sistema ortográfico. Hoy, existen más textos, pero la mayoría de ellos han sido transcritos muy mal y su lectura es difícil. De hecho, en general, ni siquiera los maestros de lengua cabécar de las escuelas saben escribir correctamente su idioma. El caos ortográfico es descomunal y he sido testigo de cómo una persona no puede leer ni siquiera lo que ella misma ha escrito. Todo esto es un problema porque coloca al cabécar en franca desventaja frente al español, la cual se presenta como una lengua estable, como una lengua con un sistema fijo de escritura, como una lengua con presencia en los medios de comunicación, como la lengua de la enseñanza, o sea, como la lengua que debo aprender para poder sobrevivir.

¡Y la escuela! Podrías resumirlo en tres palabras: “No aporta nada”. En la última década Chirripó ha vivido una invasión educativa sin precedentes, provocada, más que nada, por los alarmantes datos revelados en el censo del año 2000, el cual constató la situación de abandono institucional en que se encontraba todo el territorio. Ese año se determinó que la mitad de la población indígena de la zona era analfabeta. En Costa Rica, esta realidad golpeó duro. Cuando te creés el mejor país de la región, te tragás el cuentazo de la democracia y la paz y pensás que esto es la Suiza centroamericana, seguramente duele, y mucho, saber que existe una región como Chirripó cuyo estado de abandono es tal que la mitad de las personas no sabe leer ni escribir y la mortalidad infantil es ocho veces superior a la de cualquier otro sitio del país. La respuesta fue fundar escuelas. En la región, en el año 2000 había solo 12 escuelas. Doce años después, hay dos circuitos escolares que, en total, suman 74 centros de educación primaria e incluyen cuatro liceos rurales. Hoy día más de dos mil niños cabécares tienen acceso a la primaria y la tasa de analfabetismo disminuyó dramáticamente (solo la quinta parte de la población es analfabeta según el último censo). Pero es alfabetización en español. Las clases de lengua cabécar son solo tres lecciones semanales. A ellas se suman dos más de cultura tradicional y nada más… Si a esto le sumamos lo precario de los materiales didácticos, el ausentismo de los estudiantes y las borracheras de algunos maestros, te ves obligado a concluir que el aporte es poco.

¡Tantas cosas te impresionan cuando venís aquí! En mis peores pesadillas sigue apareciendo una de las imágenes más duras que vi cuando empecé a venir a Chirripó. Había subido dos horas por una cuesta, de esas cuestas empinadas, que no te avisan, que se ponen duras desde el puro inicio. Llegué a un colegio con la lengua afuera. Era día de examen. Los muchachos indígenas resolvían la prueba de inglés. Me detuve un momento a ver el texto. Se titulaba Christmas in USA. Es la cruel realidad que te abofetea la cara: en los colegios indígenas de Chirripó no hay espacio ni para Sibö ni para Sulá ni para la Niña Tierra, pero sí hay espacio para galletas que los gringos comen en navidad.

“El currículum está descontextualizado”, me dijo uno de los maestros de la región una vez. “¿Y por qué no lo cambian?”, inquirí yo de una forma ingenua. El maestro escupió en la tierra y me respondió: “En San José no dejan”. Él mismo fue testigo de eso. Dice que lo llamaron del MEP para ver cómo arreglaban el “problema” de la educación indígena, pero cuando llegó a San José le advirtieron: “Puede agregar todo lo que quiera, pero no quite nada”. ¡Y cómo agregar algo si a duras penas se cumple con lo que actualmente piden! Para uno, que está aquí sentado a la par de una de estas heliconias impresionantes que los hispanomestizos llaman “platanillo” y los cabécares pó̱, resulta de verdad desconcertante saber qué exactamente es “San José”. Uno no sabe si es el ministro, si es la colección de brontosaurios del Consejo Superior de Educación o alguno de esos asesores de educación que parecen sacados de un cuento de Cortázar. En todo caso, algo es claro, “San José”, es decir, el centralismo, tiene la culpa de que todos los años se violen los derechos de los niños (y digamos también las niñas, pa’ que suene bonito). Porque así es: cada vez que un niño cabécar es alfabetizado en español le están violando uno de los derechos más sagrados: el aprender en su propia lengua. Quizás vos no lo entendás, porque tu maestra te hablaba en español. Vos solo tenés que imaginártelo. Pero así es: llegás el primer día de clases a la escuela y te hablan y enseñan en una lengua que no solo no es la tuya, sino que no se parece gramaticalmente en nada a lo que hablás. Es como si al llegar a la escuela, a nosotros nos hubieran alfabetizado en húngaro. Claro, repetís varias veces un mismo grado escolar, pero no importa, porque cuando tenés quince terminás la escuela, hablando húngaro por supuesto.

En un inicio, la fundación de tantas escuelas produjo un impacto serio en la comunidad. Se requirieron una gran cantidad de maestros y muchos de ellos no tenían una conciencia clara de la delicada misión que se les estaba encomendando. Llegaron muchos ignorantes que despreciaron la cultura y el idioma. El peor legado de esa época fue la institucionalización del licor como forma de prestigio. ¡Captalo! ¡Es fácil de entender! El indio toma chicha, bebida poco embriagante y sin prestigio; en cambio, los que tienen plata toman guaro (sí, el guaro Cacique, el mismo que fabrica el Estado en la FANAL). Y en esa época los que tenían plata eran los maestros. Era común ver al supervisor del circuito escolar caído de borracho en un caño. Incluso en algo muy parecido a un cuento rulfiano, cuatro maestros juntaron plata y compraron la única cantina de Grano de Oro para que el supervisor tomara gratis…

A veces te sentís impotente, “ahuevado”, como los barcos esos que se estancan en la arena. En esos momentos, como bien lo dijo el poeta mexicano David Huerta, “el mundo es una mancha en el espejo”. Es muy probable que los del MEP sintieran eso hace algunos años y decidieron jugar a ser Poncio Pilatos. Desde entonces, para ser maestro en Chirripó, se requiere la autorización de la Asociación de Desarrollo.  Si el maestro se porta mal, no es culpa mía, vos lo autorizaste.

En la historia nacional de la insensatez, el año 1977 tiene una relevancia particular: ese año se aprobó la “Ley indígena”, la número 6172. Quien la redactó olvidó que cada pueblo indígena de nuestro país es diferente, que no se los puede meter a todos en el mismo saco, que necesariamente deben respetarse las condiciones particulares que cada uno posee. Nada de eso se consideró. Se ignoraron las estructuras políticas tradicionales de cada pueblo y se impuso como “gobierno local” de cada territorio indígena a una Asociación de Desarrollo Integral.  La puesta en marcha en estas asociaciones ha sido difícil. Como es de esperar para la mayoría de indígenas, estas no tenían ningún valor, pues son una estructura foránea. Además, la mayoría no logra dominar el complejo aparato burocrático que DINADECO les exige para poder funcionar. En general, su representatividad comunal es muy poca. En Chirripó, un tipo se apoderó por más de veinte años de la asociación y la usó únicamente para su beneficio personal. Llegó incluso a echar de las asambleas a su opositores para lograr votaciones unánimes. A pesar de tanta marginalidad y abandono, los indígenas aún tienen una tarea pendiente: empezar a pensar como colectividad, como un pueblo que debe buscar acciones que beneficien a todos y no solo solucionar sus necesidades individuales más perentorias.

Las atrocidades de la ley de 1977 siguen vigentes. Su sustituta, la Ley de Desarrollo Autónomo de los Pueblos Indígenas, nunca se aprobó. Como el viejo coronel de García Márquez, ha esperado veinte años para ser discutida. Y no te hagás ilusiones: no se va a discutir. En agosto del 2010, en el acto más vil que se haya visto en la Suiza centroamericana, los indígenas fueron desalojados por la policía a palos de la Asamblea Legislativa por pedir un poco de atención. Ni siquiera pedían que se aprobara el proyecto, solo solicitaban que se iniciara su discusión.

Por eso, dejar el nombramiento de los maestros a la Asociación no fue la mejor decisión. Aún día, muchos indígenas no se sienten representados por ella. Incluso los del otro lado del río Chirripó han planteado la idea de crear su propia asociación, pues las asambleas suelen hacerse de este lado del río y a los de más allá, los que viven a uno o dos días de camino, se les hace difícil asistir. Como decía el maestro Bernal Herrera: “Mae, incluso en la marginalidad hay marginados”. La exclusión no tiene límites, no perdona ni al mismo excluido.

Pero a pesar de todo, las cosas van mejorando. Ya no hay tantos maestros borrachos. Y la mayoría, si no tenía conciencia, ya la ha ido desarrollando. Ahí, en medio de la montaña, entre las lluvias inclementes, entendés que tu labor no es destruir, sino construir, al igual que lo hizo Sibö al principio de los tiempos.

Jë yö… jë yö… jo jo këi…
jë yö… jë yö… jo jo këi…
jë yö këi… jë yö këi... jë yö këi...

Es Freddy cantando un sorbón titulado Í̱shäkä́ bulukälí, el ‘Canto de la tierra’. Cuando lo oís es como un regreso a los principios del mundo. Es el rito primordial de renovación, la vuelta a los orígenes que nos recuerda Eliade. El sorbón es un canto tradicional cabécar acompañado de danza. Se baila de dos maneras: en círculo (que puede ser abierto o cerrado) y en fila. El sorbón se interpreta, sobre todo, durante la inauguración de un rancho, al darse la cosecha del maíz y cuando va a realizarse una gira a San José Cabécar. En la danza participan tanto hombres como mujeres. La interpretación la dirige un cantor principal (el bulu wä́), el cual interpreta la mayor parte del canto, aunque existen partes corales. Aproximadamente, hay unos treinta cantos distintos de sorbón. Cada canto tiene el nombre de uno de los animales que participó en la fiesta de inauguración del mundo que hizo Sibö al principio de los tiempos. El sorbón es hermoso, no se puede bailar solo, tenés que reunirte con varios para poder bailarlo. El trabajo cooperativo, he ahí la principal enseñanza que nos dejó Sibö en el amanecer de la existencia.

Yaaa këi no̱dëi…
dur këi na̱ dëka̱…
jirkë blu ki dëi…
tlai ka̱ Siböë dëi…
Shi ta̱ dër këi…

Cuentan los mayores, ellos cuentan que Itsó kë́klä fue el principal ayudante de Sibö en la construcción de su casa (el mundo en que vivimos). Dicen que Sibö fue a buscarlo al mundo de abajo, pues Itsó se había hecho ahí una casa muy bonita y él quería una parecida. Sibö entendía que él solo no podía hacer su casa, necesitaba quien lo ayudara. Pero Itsó no quería ayudarlo, solo al final, Sibö logró convencerlo. Entonces dicen los mayores que él lo ayudó a traer materiales desde el inframundo como las amarras y colaboró en poner los postes. También lo ayudaron en esta tarea Tsuí kë́klä, Pjú̱ kë́klä, Yábulu, Tolók kë́klä, Tkäbë́klä, Súrkuku kë́klä, entre otros. Por su ayuda, Itsó tuvo el honor de cantar de primero en la fiesta de inauguración del mundo, la casa de Sibö. Su canto es el mismo bulu sikë́ que Freddy canta con tanto empeño. Hoy día, en toda inauguración de un rancho, este canto debe entonarse primero que todos los demás.

Miles de años… eso fue lo que tomó la conformación de todas estas historias y todos estos cantos. No lo podés entender fácilmente. Necesitás años para aprender los cantos y no te alcanzará la vida para conocer todas las historias. Los cantos se encuentran compuestos en una lengua ritual, no es el cabécar común que habla la gente, es un cabécar sagrado que muy pocos conocen. Y las historias no se cuentan de cualquier manera. Hay una forma de contar, se llama estructura paralelística y aprenderla toma su tiempo. Justamente por eso las historias y los cantos se están perdiendo. La cultura cabécar es oral, se sostiene en la memoria. Los narradores de historias, los médicos indígenas, los enterradores, en fin, todos ellos se forman escuchando a sus maestros. Necesitás un discípulo joven, con ganas, dispuesto a prender y… con tiempo. Pero la vida actual no te deja tiempo, en este mundo del Internet y la televisión el día se acorta. Poco entonces buscan aprender. Es algo que ya ha pasado. Me cuenta don Virgilio que el último ksäklä o cantor funerario de Chirripó murió a principios de la década de los cuarenta. Murió joven y trágicamente. No le dio tiempo de pasar sus conocimientos a nadie más. Ahora, en los entierros, ya nadie toca el teponaztli.

Así parece que ocurrirá con los jawáwá, con los bikákláwá, con los jówá y los sätë́blawá, únicos cargos que en este momento quedan. Y lo mismo les ocurrirá a sus contrapartes femeninas: la siáta̱mi̱, la na̱má̱i̱ta̱mi̱, la jóta̱mi̱ y la yátiä. Solo parecen haber dos caminos: la pérdida total o, lo que quizás es peor, la folclorización, como el campesino bonachón costarricense, con su chonete y su cutacha, tan inexistente como la inteligencia de aquellos que aún persisten en vestirse como él y representarlo.

Pero aún estamos a tiempo. En Chirripó, el destino nos regala una gran oportunidad. Una oportunidad para aprender, para enriquecernos culturalmente, para cooperar con los cabécares en la preservación de su mundo espiritual y material; en fin, una oportunidad para acercarnos a ellos y decirles con toda sinceridad: ¡ Sá kianá̱ ditsä́ tsá̱tkä!


7 comentarios:

Gen Zero dijo...

Es necesario tomar conciencia de que Costa Rica es un país con muchas culturas y muchas lenguas. Y todas tienen que ser aceptadas, respetadas, cuidadas y comprendidas.

Qué importante es la función de este libro porque nos muestra la realidad de un pueblo que no desea desaparecer. Además,es de los primeros libros de crónicas que se hacen en nuestro país.

Excelente aporte.

Gen Zero dijo...

Es necesario tomar conciencia de que Costa Rica es un país con muchas culturas y muchas lenguas. Y todas tienen que ser aceptadas, cuidadas y comprendidas.

La función de este libro es importante porque nos muestra la realidad de un pueblo que se resiste a desaparecer. Además es de los primeros libros de crónicas que se hacen en nuestro país.

Excelente aporte.

Karol Pérez (@Karolp08) dijo...

Esta realidad abofetea la instalada creencia de una identidad limitada al “Güipipía” “La Negrita” y el “chonete”, muestra nuestra verdadera Costa Rica multiétnica, plurilingüe y multicultural. Permite evidenciar la ceguera tica, la que forza la creencia de homogeneidad y que asume que los indígenas son cosa pasada, personajes de los libros de historia, que merecen ser recordados sólo el 12 de octubre o en las postales turísticas. Esta realidad muestra que los indígenas son presente y el flagelo de sus costumbres sigue vigente. Su agonizante cultura milenaria lucha por sobrevivir a una violación que muchos prefieren llamar “modernización”.
Karol Pérez

Anónimo dijo...

Este libro debe tener resonancia, porque aborda frontalmente el problema de las amenazas con las que lidian el pueblo cabécar, al igual que el resto de las etnias indígenas costarricenses.
Algunas de estas etnias han perdido del todo su lengua, pero otras, como los cabécares, ofrecen resistencia a negarse a sí mismos.
Además, es la primera vez en Costa Rica que se aborda el tema indígenas desde la crónica periodística en profundidad, por lo que constituye un valioso aporte al ejercicio del periodismso nacional

Linz dijo...

¿Dónde puedo comprar este libro?

Linz dijo...

¿Dónde puedo comprar este libro? Me interesa mucho.

Periódico 4 Ojos dijo...

Linz, el libro se puede conseguir en la Universidad Federada San Judas Tadeo. 200 metros este y 200 norte de Plaza Mayor en Rohmoser.

El libro tiene el valor de 4 mil colones. Además, estás invitada a la presentación del libro el próximo lunes 28 de octubre a las 6:30 p.m. en la Universidad.