sábado, 24 de enero de 2015

Cuba-EE.UU: Un denso diálogo

La inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera relaciones diplomáticas con un país y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la normalización de sus relaciones.

Atilio Borón* / Página12

Comenzaron ayer las conversaciones para normalizar las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, consecuencia del anuncio conjunto realizado el 17 de diciembre pasado. Se espera que el día de hoy se incorpore a la reunión Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental. Si ayer el eje de las negociaciones estuvo puesto en el tema migratorio, a partir de hoy y hasta mañana viernes la agenda se ampliará considerablemente a los efectos de hacer lugar a un nutrido listado de asuntos pendientes.

El inicio de estos intercambios será apenas el primer paso de un largo trayecto pleno de acechanzas. Hay quienes en Cuba y fuera de ella sostienen que la reanudación de las relaciones diplomáticas pondrá en peligro la continuidad de la Revolución al abrir la isla a los aplastantes influjos económicos, políticos e ideológicos del imperio. Pero se equivocan: primero porque aquéllos ya se hacen sentir, y bajo sus formas más perversas. ¿O es que el bloqueo no ejerce una influencia crucial en la economía cubana?

La condición insular de Cuba, por otra parte, no la pone a salvo de las nefastas influencias de las corrientes políticas e ideológicas prevalecientes en el país del Norte o en Europa. Y se equivocan también porque si hay algo que puede dañar irreparablemente a la Revolución Cubana es la prolongación indefinida del bloqueo, sobre todo teniendo en cuenta el inevitable recambio generacional que más pronto que tarde tendrá que llevarse a cabo.

La fortaleza de la Revolución Cubana no radica en su economía, sino en su cultura y su política. Claro que el bloqueo resultó ser un arma de doble filo y que, para colmo, no produjo los resultados esperados, como lo reconocieran Obama y Kerry. Y esto fue así porque al intentar asfixiar a Cuba atizó las contradicciones tanto al interior de Estados Unidos como entre éste y sus aliados europeos y en especial en América latina y el Caribe. Habrá tal vez sido obra de la “astucia de la razón” invocada por Hegel, pero la verdad es que si el bloqueo fue concebido como una forma de aislar a Cuba, el que terminó aislado fue Estados Unidos, y el que tuvo que aceptar sentarse a la mesa de negociaciones fue Washington, a pesar de haber rechazado esa invitación durante medio siglo. No es un dato menor que las encuestas de opinión pública en Estados Unidos confirmen que dos de cada tres norteamericanos están a favor del levantamiento del bloqueo y la normalización de las relaciones con la isla rebelde.

La inminente apertura de embajadas en ambos países será el primer paso para poner fin al bloqueo. Sería un ridículo mundial que Estados Unidos estableciera relaciones diplomáticas con un país, lo que supone sujetarse a lo estipulado en la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas en un marco de igualdad jurídica y respeto por la soberanía de las partes y, al mismo tiempo, mantuviera una agresiva política destinada a derrocar al gobierno con el que se está negociando la normalización de sus relaciones.

La agenda incluye numerosos ítems muy litigiosos: desde la eliminación de Cuba de la lista de países que patrocinan al terrorismo hasta la derogación de la absurda legislación estadounidense que consagra dos políticas migratorias: una, de estímulo y puertas abiertas, para los cubanos; otra, inhumana y restrictiva –como lo comprueban los niños centroamericanos y mexicanos– para el resto del mundo. Estados Unidos, a su vez, según el muy reaccionario senador republicano Marco Rubio, debería incluir en la discusión la compensación por las propiedades o empresas de Estados Unidos nacionalizadas en los primeros años de la Revolución. Si tal cosa llegara a ocurrir, Cuba podría replicar exigiendo una compensación infinitamente mayor como reparación por medio siglo de ataques, agresiones, destrucción de propiedades, pérdida de vidas humanas, por la invasión de Playa Girón y, antes, por la usurpación del territorio de Guantánamo, que debería ser reintegrado a la soberanía cubana. En todo caso, como puede verse de ésta muy sucinta enumeración, la agenda promete ser muy controversial.

Pero Washington tiene más premura que La Habana para avanzar por este camino. En su audiencia de confirmación ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, Jacobson dijo algo muy significativo que pocos supieron interpretar: “Además de las funciones consulares y otras, una embajada también puede mantener una observación cercana sobre los regímenes acusados de medidas severas contra los derechos humanos”. Jacobson expresó subliminalmente la grave preocupación de la “comunidad de Inteligencia” yanqui y del Pentágono por no contar con un adecuado puesto de observación en la mayor de las Antillas, con proyección sobre todo el Mar Caribe, en momentos en que quienes en los documentos oficiales de la CIA, la NSA y el Pentágono aparecen como los mayores enemigos a contener y eventualmente derrotar, China y Rusia, acrecentaron significativamente su presencia en Cuba y en otros países de la cuenca caribeña. Y nada mejor que una embajada para desempeñar esas “otras” funciones a las que aludía Jacobson. Una oportuna coincidencia subraya la importancia de esta dimensión, oculta bajo el discurso de la normalización diplomática y migratoria: anteayer atracaba en el puerto de La Habana el Viktor Leonov, un buque de Inteligencia de la marina de guerra de Rusia. Como decía Martí, en política lo más importante es lo que no se ve, o no se habla.

*Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales. Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

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