sábado, 12 de septiembre de 2015

Alemania y los trabajadores

Basta con ver ahora qué países de Europa aceptan a los nuevos migrantes como lo hace Alemania, y cuáles los rechazan, para percibir dónde están los centros fundamentales del desarrollo capitalista en esta etapa del desarrollo de esa región, como debería bastar con entender que esa necesidad está cubierta con latinoamericanos en Estados Unidos para comprender que este país no haya aceptado más que a unos 1500 refugiados.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

Informa la agencia AFP que los empresarios alemanes aplauden la llegada diaria de miles de refugiados sirios a Alemania. “Si llegamos a integrarlos rápidamente al mercado de trabajo ayudaremos a los refugiados y a nosotros mismos”, afirmó hace unos días el presidente de la poderosa federación de industrias alemanas BDI, Ulrich Grillo.

En ese contexto, agrega AFP,  “los demandantes de asilo son considerados cada vez más como un preciado recurso por las empresas necesitadas de mano de obra, en un país que envejece.” Alemania, en efecto, “necesita 140 mil ingenieros, programadores y técnicos”. El artesanado, la sanidad y la hostelería “también buscan ávidamente personal”, mientras “unos 40 mil puestos de aprendiz podrían quedar vacantes este año”. El Instituto Prognos, por su parte, “prevé una penuria laboral de 1.8 millones de personas en 2020 y de 3.9 millones en 2040 si nada cambia”.

Ante esta situación, la asociación de empresarios “ha pedido flexibilizar los requisitos de acceso al empleo”, incluyendo además “la garantía de que un asalariado no deberá abandonar el país de la noche a la mañana”, así como “agilizar los procedimientos para validar diplomas extranjeros y, sobre todo, más dinero para que los refugiados aprendan alemán.” A su vez, esto implica también – para el Estado – encarar el hecho de que “la contratación de un refugiado o de un demandante de asilo no puede hacerse sin una prueba de que el puesto no conviene a un candidato alemán”.

No es de extrañar, así, que se produzcan manifestaciones de resistencia a estas demandas empresariales dentro del partido Unión Cristiano Demócrata de la canciller Angela Merkel, que “rechaza la ley sobre migración que reclaman los socialdemócratas, sus socios, que serviría para simplificar el acceso al mercado de trabajo.” Todo sugiere que se está ante un escenario de típico conflicto entre el pragmatismo neoliberal y el populismo electoral, que deberá resolverse mediante negociaciones entre el Estado y la organizaciones empresariales a satisfacción de ambas partes.

Desde otra perspectiva, cabría decir que esta situación confirma, ex novo, que el ejército industrial de reserva – aquel creado por el desempleo que genera la aplicación masiva de tecnologías a la producción con el fin de preserver la tasa de ganancia -, existe, y se presenta ahora para los empresarios alemanes la oportunidad de movilizar las reservas de mano de obra existentes en los mercados de la periferia. Esto confirma lo atinado del planteamiento de ese tema en Marx en una circunstancia muy distinta a la de su origen.

Marx, en efecto, abordó el problema del desempleo generado por el desarrollo del capitalismo cuando el mercado mundial fue una incipiencia en curso, y la materia más madura para su análisis se concentraba en un segmento reducido del planeta: Inglaterra, Alemania, Francia y los entonces jóvenes Estados Unidos. Ya entonces, la explotación de los trabajadores del sistema colonial proporcionaba a esas economías acceso a materias primas y alimentos a bajo costo. Pero esos trabajadores no estaban disponibles porque hubieran sido desempleados, sino porque el poder colonial los había privado de sus medios de vida mediante procesos masivosde expropiación que habían llevado a la creación de merados de tierra y de fuerza de trabajo en sociedades que antes se habían sostenido mediante la agricultura comunitaria.

El desarrollo del capitalismo en antiguas periferias coloniales, sobre todo de mediados del siglo XX en adelante, abrió a la transformación de los descendientes de aquellas masas de campesinos desposeidos en un ejército industrial de reserva externo, por llamarlo de algún modo. Desde sus regiones de origen, esos trabajadores han cumplido un importante papel en el progreso del mundo Noratlántico.

Mexicanos y centroamericanos en Estados Unidos; turcos, primero, y sirios ahora en Alemania; norafricanos en Francia; indios y jamaiquinos en Inglaterra – por mencionar algunos ejemplos – han garantizado a las economías de esos países el acceso a mano de obra a un costo abaratado por la misma condición de precariedad de los trabajadores cada vez que ha sido necesaria. Y basta con ver ahora qué países de Europa aceptan a los nuevos migrantes como lo hace Alemania, y cuáles los rechazan, para percibir dónde están los centros fundamentales del desarrollo capitalista en esta etapa del desarrollo de esa región, como debería bastar con entender que esa necesidad está cubierta con latinoamericanos en Estados Unidos para comprender que este país no haya aceptado más que a unos 1500 refugiados.

¿Cómo encarar desde Marx los hechos que comprueban su teoría del desarrollo de nuestra especie, ahora que la fase entonces en curso ha llegado a su madurez, y ha iniciado su descomposición? La única manera de hacerlo es encarando el proceso en perspectiva histórica, y a la escala del moderno sistema mundial. El materialismo de Marx es, por necesidad, histórico. En el conocimiento de la historia está su fuerza mayor, porque allí la práctica opera sin trabas como criterio de la verdad.

Hoy, una vez más, la sombra que proyectan las incertidumbres de nuestro futuro contrastan con la claridad del proceso que conduce a los desafíos de nuestro presente, cuando lo estudiamos a la luz de lo que supo enseñarnos Marx sobre las estructuras fundamentales de nuestro tiempo, y sobre los procesos a que dan lugar las contradicciones que animan el desarrollo de esas estructuras. Él seguirá caminando con nosotros mientras sigan siendo ciertas esas verdades elementales.

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