sábado, 10 de diciembre de 2016

Argentina a un año del cambio de gobierno

El cambio se impuso sobre postulados falsos que a poco de asumir se diluyeron y mostró su verdadero rostro al liberar las retenciones al campo y a las mineras, amén de beneficiar al sector financiero que jamás soñó con tanta bonanza.

Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina

Ingenuo sería imaginar el indisimulado entusiasmo y orgullo que invade a la gente de Cambiemos en la celebración de su primer año de gobierno este sábado 10 de diciembre. No es para menos, una fuerza política joven, casi adolescente – aunque con viejas y renovadas ambiciones – entrenada para ejercer el poder, formada por un puñado de gerentes exitosos mezclados con “pura sangre” que arrasaron con el bipartidismo tradicional, en donde la centenaria UCR  regaló su estructura partidaria nacional a la selecta dirigencia porteña encabezada por Mauricio Macri. Aunque el cielo se derrumbara y el suelo estallara en llamas, el triunfo de los medios que los apoyaron, los grandes empresarios y la dirigencia del campo, no pueden ocultar su triunfo político.

Ahora bien, el escenario social construido en estos meses se hace cada día menos tolerante. Es difícil vivir bajo un ejército de ocupación donde cada día que avanza, arrasa con los derechos adquiridos e instala un estado de ánimo cercano al pánico propio de la imposición de la razón de los poderosos. La prepotencia de los ricos jamás tuvo cabida en una democracia, aunque la cantinela recurrente – sobre todo en la última campaña mediática – siempre fue la defensa de la república y el respeto de sus instituciones. Mientras el ejercicio deliberativo del disenso supone la constante discusión sobre la mejor distribución de los recursos para satisfacer las necesidades públicas, la plutocracia recorta y asigna con desdén lo que, a su sesgado parecer, debe recibir el pueblo en sus exageradas pretensiones. Un Estado obeso debe ceñirse a la eficiencia de la empresa privada, los sueldos deben ser competitivos en el mercado internacional donde debemos mantener el tradicional perfil agroexportador, tal como hemos sido reconocidos desde el siglo XIX. Por lo tanto debemos reprimarizar la economía y no insistir con el apoyo a la industria. Los servicios deben ser eficientes para atraer multitudes de turistas ávidos de paisajes exóticos, asados en estancias y el tango que mejor nos representa.

El cambio se impuso sobre postulados falsos que a poco de asumir se diluyeron y mostró su verdadero rostro al liberar las retenciones al campo y a las mineras, amén de beneficiar al sector financiero que jamás soñó con tanta bonanza. En el otro extremo de la balanza, la liberación del cepo cambiario y el ajuste tarifario, hicieron tronar el escarmiento en los flacos bolsillos de los trabajadores y las clases medias que pronto comenzaron a advertir la improvisada gestión que ejercía la ceocracia encaramada en los organismos públicos.

La llegada de Obama, su recibimiento como Pancho por su casa y el “retorno” del país al mundo del que nunca se había ido, regresó a las viejas relaciones no carnales como en los noventa, pero sí al endeudamiento recurrente con los organismos financieros internacionales, como corresponde a todos los países al sur del río Bravo, es decir, al tradicional patio trasero.

En torno de marcar la cancha, lo primero fue componer una Corte Suprema de Justicia dócil a los nuevos tiempos a través de Decretos de Necesidad y Urgencia; bien es sabido que el único poder incólume que ha atravesado los dos siglos de vida independiente ha sido justamente el Judicial. Se puede alegar a su favor que por precaria que sea la situación institucional de un país, éste debe mantener sus órganos judiciales para el mantenimiento del orden interno y resulta atinado, lo que no lo es, es que su desempeño haya sobrevivido gobiernos de facto y períodos constitucionales sin mayores inconvenientes, salvo el alejamiento de aquellos miembros disidentes y conspicuos defensores del valor de la justicia, que siempre se rebelan al poder de turno.
Desmantelar el Estado inclusivo de derechos exigía de un alto Tribunal dispuesto a plegarse a las exigencias del nuevo gobierno y, aunque el discurso oficial se esforzaba por difundir el respeto a la división de poderes, la nominación de dos jueces, sospechaba un agradecimiento de los magistrados hacia el ejecutivo que los había nombrado.

Luego vendrían los aprietes presupuestarios para aquellos representantes que no se alineaban a las nuevas políticas. De allí la conversión de muchos opositores que se vieron acorralados entre los mandatos partidarios y los intereses de sus representados en el territorio.

La espontánea reacción de múltiples organizaciones populares en contra de los tarifazos de los servicios públicos, hicieron reaccionar al ministro de energía Aranguren, ex Ceo de Shell, que había equivocado la estrategia de actualización de tarifas, dada la anterior política de subsidios. Diversos fallos judiciales lo forzaron dar marcha atrás, pero con todo, no pudieron frenar una inflación que superó el 40% en diez meses. El consumo interno disminuyó y la apertura irrestricta de productos importados contrajo la economía, expulsando trabajadores que fueron a engrosar el desempleo imperante. Según el CEPA, Centro de Economía Política, hubo 650 despidos y suspensiones por día, siendo el sector industrial el más afectado, con el 84% de los despidos y suspensiones.

Sin embargo, la promesa de la llegada de inversiones no se produjo en los tiempos anunciados, como tampoco se advierte un clima favorable para los próximos años. Claro, no esperaban el triunfo de Donal Trump en Estados Unidos, ni sospecharon que desarmaría de un plumazo la Alianza Trans Pacífico en la que habían cifrado sus esperanzas, por lo que nuevamente estamos en el punto de partida. El mismo punto en que descubrimos la imposibilidad de alcanzar la pobreza cero ya que el piso es del 30%, según datos del propio INDEC remozado.

Lo que sí es seguro es el achicamiento del gasto social, el desfinanciamiento de la educación, ciencia y técnica e infinidad de programas de salud, incluidas la lucha contra el sida y las enfermedades mentales, entre otras.

Desde luego, 2016 no es un año más, fue bisiesto, tuvo la luna más grande por su mayor  acercamiento a la tierra cada 65 años o, tal vez se alinearon los planetas o vaya a saber qué. Lo cierto fue que ganó Trump y murió Fidel Castro en Cuba el mismo día que el dictador Augusto Pinochet cumpliría años, paradojas de la vida si las hay. Esa tremenda carga cósmica deber haber influido en el universo Macri y su galaxia gobernante, quien en el último retiro espiritual en Chapadmalal, se autoevaluó con un 8. Una generosidad de la que no disfruta la mayoría de los argentinos que cada día deben agudizar el ingenio para ver cómo hacen para sobrevivir.

Sin embargo, algunas nubes en el horizonte hacen peligrar el festejo de Cambiemos, la oposición le torció el brazo esta semana con la ley del impuesto a las ganancias y, por otro lado… el gobierno debe hacer bien los deberes si quiere que le vaya bien en las elecciones legislativas de 2017.

Es de esperar entonces que los desilusionados con el cambio no se dejen engañar con los cantos de sirenas y voten en defensa de sus intereses, así como los trabajadores respondan a la decimonónica y añorada consciencia de clase.

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