sábado, 22 de julio de 2017

Venezuela: Se acaba el tiempo

El odio que hoy inunda la vida nacional, que está presente en las calles y en los hogares, no es consecuencia de los cambios sociales, políticos y económicos que el país ha vivido durante los últimos 18 años, sino de un proceso que se remonta a etapas del pasado, caracterizadas por la injusticia, la segregación y el desprecio al ser humano por factores de poder.

José Vicente Rangel / Últimas Noticias

¿Cuándo comenzó todo? ¿En qué momento el odio se expandió y ocupó los espacios donde antes las personas convivían? Preguntas de este género me las hago muchas veces. Y en un libro que acabo de leer, El Monarca de las Sombras -el último del escritor Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina y Anatomía de un instante-, creo hallar explicación. En un pasaje de la obra, Cercas escribe: “No es verdad que el futuro modifique el pasado, pero sí es verdad que modifica el sentido y la percepción del pasado”. Luego agrega: “Por eso el recuerdo que conservan de la II República muchos ancianos de Ibahernando es un recuerdo emponzoñado de enfrentamiento, división y violencia. Se trata de un falso recuerdo, un recuerdo distorsionado o contaminado retrospectivamente por el recuerdo de la guerra civil que arrasó con la II República. La violencia, la división y el enfrentamiento existieron, pero existieron sobre todo al final de la II República. De entrada todo fue distinto”. La respuesta obvia de por qué la situación de España, previa al estallido de la guerra civil, la desarrolla Cercas a lo largo de su novela testimonio. Ese proceso de acumulación de odio, de motivos ciertos o falsos para acabar con el otro, de mineralizadas verdades que no permitían racionalizar nada y abrieron las puertas a la tragedia, explica que los españoles terminaran matándose en una cruel contienda cuya consecuencia fue una dictadura oprobiosa de más de cuatro décadas.

No pretendo -con la mención del libro- trasladar, mecánicamente, la experiencia española a lo que sucede en Venezuela, pero sí destacar que el odio que hoy inunda la vida nacional, que está presente en las calles y en los hogares, no es consecuencia de los cambios sociales, políticos y económicos que el país ha vivido durante los últimos 18 años, sino de un proceso que se remonta a etapas del pasado, caracterizadas por la injusticia, la segregación y el desprecio al ser humano por factores de poder.

La reacción frente a ese estado de cosas, el submundo en el cual vivía la mayoría de la población, fue similar a la que se ha dado en otros procesos en la historia. Reacción con aciertos notables y también con errores. Con una participación mayoritaria de la colectividad y con un sector minoritario afincado en obscenos privilegios, resistente a cualquier política de cambio, incluso a la que se realiza en el marco democrático y del Estado de Derecho, como es el caso del proceso bolivariano.

Lo cierto es que Venezuela se ahoga en el odio y que, de una u otra manera, el fenómeno nos afecta a todos. Mantengo una clara posición que no oculto en este conflicto. Considero que la mayor responsabilidad recae en el líderazgo de la oposición por su obsesión de acabar con el chavismo, de negarse al diálogo, de desatar la violencia irresponsablemente; pero también admito que en el chavismo ha habido excesos, arrogancia y adopción de equivocadas medidas políticas y económicas. Sin embargo, nada logro asumiendo el papel de distribuidor de responsabilidades porque nadie reconoce nada y la polarización se disparó con insólita agresividad. ¿Qué hacer? ¿Cómo revertir este proceso antes de que sea tarde? Cuando instituciones como la Iglesia Católica, en vez de servir de puente para el dialogo y secundar la posición de Francisco, se suma al coro de los más violentos y repite la actitud de los cardenales, obispos y sacerdotes que estimularon la confrontación en España, bendijeron las armas de los alzados contra la República y consagraron a Franco como “Caudillo de España por la gracia de Dios”, se confirma el grado de deterioro de valores en el país. Por tanto, urge una toma de conciencia para impedir el desastre de la contienda entre hermanos que parece inevitable. Solo con la política podemos evitarla y el tiempo se acaba.

Laberinto

Los obispos de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV) hicieron una increíble declaración pública el pasado 8 de este mes. Además, vergonzosa por su artero contenido que constituye un llamado a desconocer a un presidente constitucional, a echar más leña al fuego de la violencia desatada durante los últimos 3 meses y a caracterizar como una dictadura al gobierno legítimo de la nación. De acuerdo con la versión de El Nacional de la fecha, el presidente de la CEV, monseñor Diego Padrón, manifestó que “como en 1958 los hombres de Dios (por supuesto, él entre otros) no pueden callar ante un gobierno que no respeta la vida, que muestra hipocresía y trabaja para imponer una dictadura militarista, marxista, socialista y comunista”…

Después de estas palabras, sin duda que el arzobispo de Cumaná quedó livianito. No sé si con su conciencia, porque el común de los mortales nunca había escuchado semejante cúmulo de mentiras en boca de un alto prelado de la Iglesia…

Con semejante posición la CEV confirma que es un partido político de oposición. De los más rabiosos. Los obispos que la integran se quitaron la careta que suelen utilizar para captar incautos y mostraron su verdadero rostro. Ejemplo: los textos que circulan, los mensajes dominicales desde los púlpitos de las iglesias, y el cura que bendijo las armas “artesanales” de los encapuchados que asediaban la base militar de La Carlota…

Aquellos que han esperado que la cúpula de la Iglesia Católica se adapte a las directrices vaticanas y responda al pluralismo de su feligresía, donde hay opositores y chavistas, con este pronunciamiento del 8 de julio tenemos que aceptar -me incluyo- que un importante sector de ciudadanos no tiene Iglesia, porque la que existe a nivel de jerarquía es otra cosa. Es un aparato que no orienta sino que desorienta. Que en lugar de trabajar por la paz lo hace a favor de la violencia. Que en vez de servir a todos, sirve a un sector, y que esta Iglesia de la CEV no está con la Constitución, los Evangelios, con el discurso de Francisco, sino con los terroristas, con los que están alistados en el golpe de Estado. Lo cual no es nuevo, porque esa misma jerarquía ya lo estuvo -a nivel de cardenal y obispos-, en el golpe de 11-A de 2002…

Leopoldo López fue beneficiado con una medida cautelar del Tribunal Supremo de Justicia y ahora, en vez de estar preso en Ramo Verde, está en su casa. Pero él declaró: “Hoy estoy preso en mi casa”, dando a entender que la situación es la misma. Acoto lo siguiente: ¿cuántos prisioneros políticos durante la IV República no hubieran querido disfrutar de una medida similar? Hablo de dirigentes de la talla de los hermanos Machado, Jesús Farías, Pompeyo Márquez, Guillermo García Ponce, Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida, Eloy Torres, Diego Salazar y miles más, recluidos en el Cuartel San Carlos y otras cárceles, en la isla del burro, en los distintos Teatros de Operaciones (TO)…

Pero lo que importa en este caso no es que con la medida se pretenda legitimar el Tribunal Supremo -que no está deslegitimado-, ni que la decisión judicial sea producto de la presión de la calle, como lo declara torpemente el liderazgo opositor, por contraste con la opinión sensata en el exterior de que ella abre las puertas al diálogo, que en realidad es lo que cuenta. Por eso es que ahora se verá si López es dirigente de verdad. Si aprendió la lección de no auspiciar la violencia y emerge como un interlocutor confiable. Como un dirigente capaz de asumir el papel que le corresponde en bien del país y de su propio liderazgo, por encima de los que hasta ahora no han dado la talla en la conducción de la oposición. Amanecerá y veremos…

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