sábado, 5 de agosto de 2017

Venezuela y la Asamblea Nacional Constituyente. ¿Qué sigue ahora?

Pese al triunfo en la elección del 30 de julio, la derecha tiene bastante a maltraer la Revolución. Esto hay que reconocerlo para no errar el análisis, y consecuentemente, los caminos a seguir. La guerra mediático-psicológico montada, y luego las acciones militares de baja intensidad (las guarimbas), no podemos dejar de reconocer que están resultando un duro golpe.

Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala

Insistir en debilitar doctrinariamente a Maduro, colocando su filiación castrista y comunista (dependencia de los cubanos) como eje propagandístico, opuesta a la libertad y la democracia, contraria a la propiedad privada y al libre mercado.
Parte de la Operación “Venezuela Freedom 2”, del Comando Sur de Estados Unidos

A modo de introducción

En Venezuela acaba de darse un triunfo popular: una masiva elección donde la población se manifestó, una vez más, a favor del proceso en curso. La Asamblea Nacional Constituyente recibió más de ocho millones de votos de aprobación por parte del electorado. Es la décimo novena oportunidad en que el pueblo chavista se impone en una elección democrática sobre veintiún procesos electorales que han tenido lugar en estos años. La oposición, una vez más, salió derrotada.

Pero quedarse solo con el triunfalismo de la victoria, con las consignas chavistas y el festejo desbordante, no terminan de aportar para lo que está en juego. Lo que hay que salvar es el proceso bolivariano que, según se ha dicho, es el camino al socialismo. Allí es donde me parece oportuno abrir una reflexión crítica.

Siendo absolutamente realistas (“Actuar con el optimismo del corazón y con el pesimismo de la razón”, decía Antonio Gramsci), la situación actual en Venezuela es complicada, y el futuro no se ve, siendo veraces, muy luminoso. O, al menos, hay nubarrones que abren preguntas preocupantes. De caer la Revolución Bolivariana, el golpe a los pueblos de Latinoamérica, y seguramente del mundo, sería muy grande. Todo ello serviría a la derecha para demostrar, complementando la caída del Muro de Berlín, la imposibilidad de una opción socialista. En tal sentido, las palabras de Margaret Tatcher serían incuestionables: “No hay alternativa”. O capitalismo… ¡o capitalismo!

¡Pero sí hay alternativas! El socialismo, el poder popular y una economía no centrada en el lucro de la empresa privada, sí son posibles. En la República Bolivariana de Venezuela algo de ello comienza a tomar forma. Pero aún resta mucho por caminar. Y en estos momentos, la coyuntura nos muestra que es posible revertir los pasos dados, acercándonos (o queriéndosenos acercar) más hacia el capitalismo que hacia el socialismo.

Pese al triunfo en la elección del 30 de julio, la derecha tiene bastante a maltraer la Revolución. Esto hay que reconocerlo para no errar el análisis, y consecuentemente, los caminos a seguir. La guerra mediático-psicológico montada, y luego las acciones militares de baja intensidad (las guarimbas), no podemos dejar de reconocer que están resultando un duro golpe. ¿Es la Asamblea Nacional Constituyente la mejor, o la única salida, al actual atolladero? Lo que sigue es un intento de reflexión crítica en total apoyo al proceso bolivariano, y de ningún modo pretende tomar el bochornoso discurso de la derecha que tilda al gobierno de “dictadura” y ve en esta nueva instancia un fraude. Pero es necesario plantearse algunas dudas razonables, justamente pare seguir caminando con claridad.

¿Qué está pasando en Venezuela?

En la República Bolivariana de Venezuela desde hace 18 años hay un proceso político nacional, popular, con tinte socialista, que defiende sus propios recursos naturales. Es imprescindible saber que el país, con un millón de kilómetros cuadrados de mar territorial y 2.394 km. de costa firme sobre el Mar Caribe, es poseedor de las cinco fuentes principales de energía natural: petróleo, gas, carbón, hidroelectricidad y solar. A lo que habría que agregar la orimulsión. De hecho, contiene en su subsuelo las reservas petroleras probadas más grandes del mundo: 300.000 millones de barriles de petróleo, suficientes para 341 años de producción al ritmo actual. Además, de sus entrañas surgen importantes recursos minerales, como hierro, bauxita, coltán, niobio y torio. A lo que habría que agregar enormes yacimientos de oro y de diamantes. Junto a ello hay que destacar que es el noveno país del mundo en biodiversidad en su Amazonia (53.000 km2 de selvas tropicales) –utilizable para la generación de medicamentos y alimentos– y décima-tercera fuente de agua dulce (la enorme cuenca del Río Orinoco).

Todo ello es un botín que enormes corporaciones multinacionales ansían, pero que el actual gobierno, iniciado con Hugo Chávez, y con amplio apoyo popular en la actualidad, con el presidente Nicolás Maduro, defienden en pro de un proyecto nacionalista y de profundo contenido social.

La renta petrolera, principal fuente de recursos del país, desde que iniciara la Revolución Bolivariana, se ha volcado a proyectos sociales de amplio beneficio para las grandes mayorías populares. Salud, educación, viviendas, infraestructura básica, son grandes logros del proceso político-social en curso. De ahí el decidido apoyo que recibe. Eso choca con la apetencia de las gigantescas corporaciones petroleras (Exxon-Mobil, Chevron-Texaco, Royal Dutch Shell, British Petroleum, Conoco Phillips, Total, Agip, Repsol) –y sus representantes locales: una extendida burocracia tecno-petrolera que vivió en la opulencia durante buena parte del siglo XX–, siempre a expensas de la mayoría de la clase trabajadora venezolana. Algo de esto comenzó a cambiar con la llegada al poder del presidente Chávez y su preconizado Socialismo del Siglo XXI. Por eso apareció la reacción.

Prácticamente desde que comenzara el gobierno de Hugo Chávez, y más aún a partir de sus primeras medidas de corte nacionalista y popular, la reacción (nacional e internacional) no se hizo esperar. Los intentos de reversión del proceso fueron tan numerosos como ineficaces (intentos de golpe de Estado, paro patronal, sabotaje petrolero, guerra económica interna, violencia callejera, desacreditación mediática a nivel global). Pero ahora, desde inicios del 2017, todo indicaría que la avanzada para botar al gobierno de Maduro entró en una fase aparentemente decisiva. Ahí está, al respecto, el Plan para intervenir a Venezuela del Comando Sur de Estados Unidos: Operación Venezuela Freedom-2”. Ahí puede leerse, solo para ejemplificar, que: “Venezuela se enfrenta ahora a la inestabilidad económica, social y política significativa debido a la rampante violencia, la delincuencia y la pobreza, la inflación galopante, la grave escasez de alimentos, medicinas y electricidad. Violaciones de los derechos humanos por las fuerzas de seguridad y continuada mala gestión del gobierno del país están contribuyendo a un ambiente de incertidumbre, y grandes segmentos de la población dice que el país va por el camino equivocado. Además, la caída de los precios del petróleo y el deterioro económico generan condiciones que podrían llevar al gobierno venezolano a recortar los programas de bienestar social y su política exterior como el programa de subsidio de petróleo (Petrocaribe). Más recortes a los programas de bienestar social y la continua escasez que parecen inevitables, podría prever un aumento de las tensiones y las protestas violentas, fomentando el presidente Maduro y su partido una ola represiva adicional, como medidas contra los manifestantes y la oposición (…). Es indispensable destacar que la responsabilidad en la elaboración, planeación y ejecución parcial (sobre todo en esta fase-2) de la Operación Venezuela Freedom-2 en los actuales momentos descansa en nuestro comando, pero el impulso de los conflictos y la generación de los diferentes escenarios es tarea de las fuerzas aliadas de la MUD [Mesa de la Unidad Democrática] involucradas en el Plan, por eso nosotros no asumiremos el costo de una intervención armada en Venezuela, sino que emplearemos los diversos recursos y medios para que la oposición pueda llevar adelante las políticas para salir de Maduro.

En otros términos: una estrategia de guerra impulsada por Washington similar a la que se dio en otros puntos del mundo: Ucrania, Irak, Libia, Siria. Es decir: manipulaciones y acciones varias que permiten derrotar al gobierno de turno (en el caso de Siria no fue posible, dado el decidido apoyo ruso), en función de un proyecto geo-hegemónico de la clase dominante de Estados Unidos y de una oligarquía global, que es quien hoy fija buena parte de las políticas del mundo. Países éstos acusados de ser “dictaduras” pero que, casualmente, presentan grandes recursos naturales, petróleo en muchos casos, apetecidos por aquellas corporaciones globales.

Todas estas estrategias, según formula una estudiosa de asuntos internacionales como Ana Esther Ceceña, ya están debidamente probadas en varios lugares, siendo altamente eficaces: “Métodos [terroristas y desestabilizadores] han sido usados en Libia y Siria. Siempre aprovechando y atizando las contradicciones ya existentes y llevándolas a un nivel de confrontación absoluta, que propicia la introducción de fuerzas adicionales (fuerzas especiales de mercenarios), de operaciones encubiertas o incluso de bombardeos del exterior, que no sólo elevan la tensión sino que garantizan el acaparamiento de los lugares estratégicos (pozos petroleros, puertos, pasos o rutas). Generalmente estas intervenciones se combinan también con algunos ataques estrepitosos y fragilizadores, como incendios de infraestructura básica o de hospitales (maternidades, como en Venezuela), para además crear sensación de indefensión.

Según algunas fuentes bien informadas, para el segundo semestre del año en curso estaría planificada la eclosión del actual gobierno de Venezuela. La violencia inducida que está viviendo el país desde hace meses (con alrededor de 120 muertos ya), más la imagen mediática presentada por doquier que muestra un caos generalizado, hambre y represión sangrienta, productos todos ellos de una tiránica dictadura, recuerda el escenario de los países antes aludidos.

En pocas palabras, el Plan estadounidense contempla:

1.    provocar desabastecimiento de productos de primera necesidad
2.   impulsar el mercado negro
3.   fomentar la inflación
4.   crear violencia callejera con bastantes muertos
5.   difundir mundialmente una matriz mediática que muestre al país como un caos total manejado por una dictadura sangrienta que hambrea a su población
6.   inducir una división tajante dentro de Venezuela entre chavismo y visceral antichavismo
7.   buscar una guerra civil
8.   pedir airadamente por todos los medios posibles (incluyendo la ONU y la OEA) una intervención extranjera para “restablecer la democracia”, robada por la actual “dictadura”
9.   no está escrito en el plan, pero es el objetivo real: quedarse con las reservas petroleras.

Asamblea Nacional Constituyente

Ante este embate de la derecha, internacional y vernácula, y ante el clima de violencia creciente que comienza a vivirse desde febrero de este año, el presidente Nicolás Maduro convocó, el pasado 1° de mayo, a la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, “con la finalidad primordial de garantizar la preservación de la paz del país ante las circunstancias sociales, políticas y económicas actuales, en las que severas amenazas internas y externas de factores antidemocráticos y de marcada postura antipatria se ciernen sobre su orden constitucional”.

En el decreto emitido por el Poder Ejecutivo para establecerla, se fija, entre otros puntos, lo siguiente: “1. La paz como necesidad, derecho y anhelo de la nación, el proceso constituyente es una gran convocatoria a un diálogo nacional para contener la escalada de violencia política, mediante el reconocimiento político mutuo y de una reorganización del Estado, que recupere el principio constitucional de cooperación entre los poderes públicos (...) 2. El perfeccionamiento del sistema económico nacional hacia (…) el nuevo modelo de la economía post petrolera, mixta, productiva, diversificada, integradora, a partir de la creación de nuevos instrumentos que dinamicen el desarrollo de las fuerzas productivas, así como la instauración de un nuevo modelo de distribución transparente que satisfaga plenamente las necesidades de abastecimiento de la población.

Está claro que el objetivo fundamental de la iniciativa es buscar una respuesta no-violenta a la violencia desatada por la oposición, viabilizada básicamente por grupos de jóvenes (mercenarios según pudo establecerse, entrenados por fuerzas militares y paramilitares colombianas, que comenzaron a sembrar el terror ciudadano). El mensaje dominante, desde el momento mismo en que se lanzó la idea de la Asamblea, fue “fomentar la paz”.

Inmediatamente toda la derecha, de Venezuela y del mundo, reaccionó estruendosa acusando de “proyecto dictatorial” la conformación de dicha instancia. La crítica estriba en mostrar cada cosa que hace el gobierno como un acto antidemocrático, nunca apegado a derecho, tiránico en definitiva. Curiosa apreciación, porque en Venezuela cada acción del gobierno, desde Chávez en adelante, se apega rigurosamente a la Constitución vigente. De todos modos, la lucha política admite todo, y en la guerra (lo que se vive es una guerra, decididamente, expresión al rojo vivo de la lucha de clases), la verdad es siempre la primera víctima.

Ahora bien: en sentido estricto, la coyuntura no hace necesaria la reformulación de la Carta Magna, a no ser que se lo hiciera para una profundización real y efectiva del socialismo. Pero todo indica que la estrategia es un emotivo, profundo y enfático llamado a la paz; la construcción del socialismo sigue siendo algo relativamente pendiente. “El perfeccionamiento del sistema económico” que propone, habla de economía mixta (pública y privada). La nacionalización / expropiación de los medios de producción es una tarea aún por realizarse. De ahí que lo que se ha dado en llamar el chavismo crítico abriera también una crítica a la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. Entiendo que no, de ningún modo, para ponerse al lado de la derecha (como hubo quien así lo interpretó), sino para profundizar la genuina construcción del socialismo. Su pregunta, que entiendo no deja de ser pertinente, apunta a clarificar esto: ¿qué viene luego de la Asamblea?

La crítica, si es constructiva, debe ser escuchada. La derecha, de más está decirlo, no formula crítica sino visceral y frontal ataque. ¡Es terrorismo! Pero si no se acepta la discusión franca, se corre el riesgo de repetir los errores del socialismo real, el socialismo burocrático soviético, por ejemplo. Y justamente la idea de Socialismo del Siglo XXI va de la mano de una superación de ese tipo de autoritarismo.

¿Y ahora?

Lo primero a destacar es que la población masivamente continúa siendo chavista. La derecha, pese a todos sus denodados intentos de desestabilización, aún con su payasesco escenario de una supuesta consulta popular días atrás, no consiguió la cantidad de votos que sí obtuvo el pueblo chavista. La gran mayoría, aun desafiando el terrorismo desatado en estos tiempos, aún pese a todas las amenazas recibidas, a la violencia imperante, al furioso bombardeo mediático antichavista, dio una fenomenal muestra de participación cívica.

Sin dudas que los beneficios de la renta petrolera que ha traído el proceso bolivariano se aprecian. La mejora de la dieta, la alfabetización, el millón y medio de viviendas otorgadas, la cultura popular al alcance de todos, son todas medidas que, aún en medio de dificultades, la gente valora. Por eso los más de ocho millones de votos diciendo sí a la Asamblea.

La acusación de fraude o de dictadura ante la elección de este 30 de julio es ridícula y cae ante su propio peso. La derecha, tanto local como global, no sabe cómo detener esa marea chavista. No hay dudas que la revolución, pese al desabastecimiento, la inflación, la violencia callejera montada últimamente y a toda la desacreditación de que es objeto, se mantiene. La gente ansía la paz. El llamado a la Asamblea Nacional Constituyente funciona como un mensaje político en favor de esa paz.

Ahora bien: la pregunta que se plantea inmediatamente, y que sectores de izquierda, de ese llamado chavismo crítico, sectores que están con el proceso y que siguen esperando la profundización de las medidas revolucionarias, es básica: con esta Asamblea, con una posible nueva Carta Magna, ¿se va de una vez hacia el socialismo? ¿Cómo se construye la paz en medio de este atolladero que los planes de la derecha han creado?

Juan Martorano, por citar alguno de los estudiosos del tema que reflexiona al respecto, lo formula de esta manera: “Ahora ante esta Asamblea Nacional Constituyente, se le impone el reto a Nicolás Maduro y al PSUV [Partido Socialista Unido de Venezuela] de constituirse en el líder y en el partido que puedan hacer la Revolución Socialista y que ésta adopte la senda de la irreversibilidad y del no retorno capitalista. (…) En esta Asamblea Nacional Constituyente, estamos obligados a refundar el Estado. Sin negar los avances de nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, aún impera, en buena medida, el modelo del Estado Burgués, y ese modelo está totalmente agotado y ya no es viable en nuestro país.”

A esta violencia desatada por los planes imperiales, secundados por la derecha local, no parece lo más idóneo responderle con “laboratorios de paz”, tal como el presidente Maduro lo formulara, con esta apelación al “amor”. Todo lo que la derecha está haciendo constituye, lisa y llanamente, actos de terrorismo, de odio, de muerte. ¿Se responde eso con paz y amor? ¿Los golpes se responden con flores? Cualquiera de estos actos debe ser considerado terrorismo. Así de simple: lisa y llanamente, terrorismo. ¿Cómo se le responde al terrorismo en cualquier latitud? ¿Con flores? ¿Podemos creernos realmente que se está construyendo una alternativa original, socialista quizá, por hacer que la Guardia Nacional se presente sin armas ante las provocaciones terroristas? ¿No se pagará un precio demasiado caro por ello? La instalación de la Asamblea y lo que vaya a salir de ella es aún una incógnita. Preguntarse por eso, por lo que se elaborará, por la forma en que se afianza la paz y una sociedad nueva, en definitiva: por la sociedad socialista, no es exactamente fomentar ni la derecha ni la contrarrevolución.

Decían los romanos del Imperio que “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Quizá esto pueda sonar a demasiado “violento”, demasiado “contrario a la paz”, pero pareciera dar la impresión que en Venezuela la revolución no termina de construir a rajatablas lo que se entiende por socialismo. ¡Y el socialismo significa poder popular!, ¡verdadero poder revolucionario! ¿El poder se construye con flores? Dicho casi mordazmente: “si van a invadir, que invadan por algo, y no solo por el petróleo”.

Insisto con la idea: estas son preguntas críticas que intentan apoyar lo que se está edificando en Venezuela en tanto alternativa a un país capitalista y consumista, donde por décadas su ícono dominante fueron las Miss Universo y el “está barato, deme dos”. La apelación al amor y a la ternura ante el ataque despiadado de la derecha no pareciera ser el mejor camino para afianzar la auténtica transformación socialista, la profundización de la revolución, el alejamiento del rentismo petrolero. O, al menos, abre dudas.

Si bien es absolutamente meritorio la realización de una elección como la de los otros días y, en general, el clima de democracia que se vive con más de una elección por año, la pregunta que debe formularse es si el socialismo se agota en esos marcos, no muy distintos a cualquier “democracia de libre mercado”, o debe apuntar a algo más, a la consolidación de una democracia revolucionaria, de base. No hay dudas que eso es una pretensión en la actual Venezuela, pero aún resta un buen trecho por caminar.

Rosa Luxemburgo, analizando la revolución bolchevique de 1917, dijo: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”. Otro tanto podríamos decir respecto a la República Bolivariana de Venezuela, símbolo actual de la Patria Grande Latinoamericana. ¡O avanzamos de una buena vez hacia el socialismo!..., o inexorablemente caemos.

Hay una queja interminable sobre la situación económica, viendo cómo la derecha hace negocios (los bancos nunca ganaron tanto dinero como en estos años, ni siquiera durante la IV República), protestando por el dólar paralelo con el que asfixian la economía de la revolución. Pero si coexisten (tan alegremente, podríamos decir) dos modelos antagónicos como capital privado y planteo socialista, ¿no se está casi absolutamente en manos de esos capitales? ¿Cuándo se profundizan las medidas socialistas? Y profundizarlas quiere decir: ¡profundizarlas! ¿Saldrá ese nuevo producto superador de la Asamblea?

Quizá esta cierta lentitud que vemos en la implementación del socialismo se deba a la forma misma en que nació todo este proceso: no fue la revolución de abajo, del pobrerío que salió a tomar el país, sino que vino de arriba, como proceso cupular. Un día apareció Chávez hablando de socialismo, y nos enteramos que íbamos rumbo al socialismo del Siglo XXI. Así nació, y esa fue la marca de origen: de arriba hacia abajo. Pero luego la población (ese pobrerío siempre excluido) salió a rescatar al líder cuando el golpe de Estado, y comenzó la construcción del proceso que ahora se vive. Esa marca, quizá, dejó huellas indelebles: es un proceso tal vez demasiado centrado en la figura de un líder. Poder popular es algo más que una consigna escrita en una pared, que una marcha multitudinaria, que un funeral atorado de gente que llora a su presidente muerto. Poder popular (¡la savia del socialismo!, ¡¡la verdadera savia del socialismo, junto a la economía no basada en el lucro empresarial!!) es más que ganar masivamente las elecciones (que no dejan de ser un mecanismo de la institucionalidad capitalista).

La Asamblea Nacional Constituyente puede ser una buena oportunidad para dar ese salto. Haber ganado, una vez más, una elección no significa que el socialismo ya está instalado. No debe olvidarse que la guerra está al rojo vivo, y un llamado a la paz no necesariamente tranquiliza a los tiburones que acechan. En todo caso, la paz hay que construirla y asegurarla con algo más que buenas intenciones. De momento las fuerzas armadas parecen una garantía. ¿Habrá ya quintacolumnas esperando el momento? Seguramente sí.

Sin el más mínimo ánimo de ser aguafiestas y empañar la celebración del triunfo popular del pasado domingo, la pregunta de ¿hacia dónde va el proceso? es absolutamente válida. Más aún: es imprescindible.


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