sábado, 18 de noviembre de 2017

Juegos de guerra: ¿invasión humanitaria “tercerizada” de Venezuela?

La guerra contra Venezuela no es “para derrocar a un dictador”, cuestión que evoca las invasiones de Irak y Libia y las de cualquier país petrolero que pretenda poner condiciones a la entrega de sus recursos. Es la guerra de trasnacionales como Exxon, que mantiene prendida la mecha del conflicto del Esequibo; como Chevron, es la guerra del coltan, el uranio, el thorium, el gas y el oro; es la guerra estadounidense por reforzar su posición hegemónica.

Álvaro Verzi Rangel (*) / NODAL

En la ciudad amazónica brasileña de Tabatinga, en la triple frontera de Brasil con Colombia y Perú, se simularon combates en el ejercicio Amazonlog 17, que contó con la participación de tropas brasileñas, peruanas, colombianas y estadounidenses, despertando las alarmas de la posibilidad de una jnvasión tercerizada a Venezuela, con la excusa de la ayuda humanitaria.

Tabatinga está unida por una avenida de la colombiana Leticia y próxima a la peruana de Santa Rosa, todas ciudades sobre el río Solimoes que desemboca en el Amazonas. Una eventual intervención directa de Estados Unidos en Venezuela estaría disimulada por su intervención o su amenaza tercerizada desde las fronteras. Son los países circundantes los encargados del “rescate humanitario” de un pueblo que no tiene ninguna intención de ser “rescatado” ni ayudado por estos salvadores.

No se trata de una guerra convencional, pero para ellas ta mbién hay manuales. Para desautorizar a un gobierno legítimo considerado enemigo, el manual del Pentágono sugiere acudir al apoyo de “un socio de coalición (la OEA, por ejemplo) o un tercer país”, con la finalidad de debilitarlo y restarle credibilidad, segmentar a la población y generar descontento, influir o crear líderes y unificarlos ideológicamente, utilizar a los emigrados, provocar actos catalizadores.

Todo ello con el fin de crear condiciones favorables para la intervención, con el empleo de propaganda (“que incremente la insatisfacción de la población y presente a la resistencia como una alternativa viable”), manifestaciones y sabotajes, aún en ausencia de hostilidades declaradas. Y Venezuela ha sido desde 2002 un globo de en sayo permanente de cada una de estas agresiones.

Hoy, la dominación de espectro completo es la renovada doctrina estadounidense para la dominación geopolítica global de América Latina y el Caribe en el siglo XXI: no es sólo militar, sino básicamente política, económica, ideológica y cultural, y abarca todos los aspectos de la vida.

Desde el punto de vista militar, en los espacios de la periferia la nueva estrategia de dominación estadounidense está basada en la guerra asimétrica, una forma de conflicto irregular contra no-Estados (o enemigos ubicados en países catalogados como estados fallidos), sin restricciones de fronteras y donde desaparecen o se hacen difusas las reglas de juego y los códigos internacionales que regulan los conflictos bélicos y los derechos humanos.

Son naciones sumidas –según Washington- en el caos y la desestabilización, donde como en Colombia y en México aparecen la tercerización y las redes de outsourcing, bajo la forma encubierta de cuerpos de seguridad privados subcontratados por el Pentágono para realizar tareas propias de la guerra sucia (mercenarios, paramilitares, escuadrones de la muerte y de limpieza social), todo ello en el marco de una dramatización propagandística de nuevas amenazas, con la consiguiente cesión de autodeterminación y soberanía nacional.  

En 2017 Estados Unidos sigue siendo la superpotencia militar mundial, pero una transición geopolítica global pacífica no parece hoy posible, cuando son varios los actores –naciones, privados- que disponen de arsenales atómicos. Tras la purga del estratega Steve Bannon del entorno ultranacionalista de Donald Trump y la toma del poder por la tríada de generales -James Mattis, secretario de Defensa; H. R. McMaster, consejero de Seguridad Nacional, y John Kelly, jefe de gabinete- una nueva fase de escalada bélica parece inminente.

En los últimos años, EEUU ha combinado métodos militares, políticos, económicos, culturales y comunicacionales, muchos más allá de las normas internacionales, en dos frentes, a través del llamado poder inteligente (smart power) y el blando (soft power).

Washington produjo una nueva generación de acciones injerencistas y subversivas violentas y/o destructivas que incluyeron sanciones, bloqueos y sabotajes económicos y financieros, intentos de magnicidios, promovió invasiones militares, golpes de Estado, movimientos secesionistas, guerras a través del terrorismo mediático, espionaje cibernético y operaciones psicológicas encubiertas con apoyo de grupos paramilitares y compañías privadas de mercenarios, además de centros académicos, fundaciones, agencias gubernamentales, empresas trasnacionales, ONGs, y think tanks de intelectuales orgánicos.

El control mediático en manos de pocas megaempresas, hace que las sucesivas y sostenidas campañas de intoxicación mediática pasen inadvertidas, invibilizadas. No es que haya abjurado de intervenciones militares, invasiones ni de golpes de Estado, sino que en esta nueva estrategia, dirigida especialmente a la percepción y desarrollada a través de los cartelizados medios de comunicación a partir de la consolidación de relatos que impactan en el imaginario colectivo, intenta crear las condiciones para la dominación territorial, la expoliación de los recursos naturales, y la destrucción de la memoria y tradiciones de nuestros pueblos.

No es raro que altos directivos de trasnacionales como Chevron, Exxon Mobil, Carlyle, Halliburton, Blackwater estuvieron en puestos de mando en EEUU -en el Pentágono, la CIA, el Departamento de Estado y el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR)- o en instituciones “independientes” como la Rand Corporation, Ford Foundation, Human Rights Watch, Red Atlas, Transparencia Internacional, Freedom House, la Fundación Nacional para la Democracia y el Instituto de una Sociedad Abierta. Allí se hacen las estrategias que protegen sus negocios.

Hoy, se suman los gobiernos neoliberales de Latinoamérica, que han copiado este modelo y las organizaciones (fundaciones, centros de estudio, think tanks, ongs) que los ahora altos funcionarios del Estado siguen comandando, drenan recursos de los erarios públicos de nuestros países para acompañar las políticas oficiales y de sus mandantes en Washington.

Las Fuerzas de Operaciones Especiales, integradas por militares y civiles (especialistas en ciencias sociales, antropología, sociología, ciencias políticas, estudios regionales y lingüística), expertos en operaciones de guerra no convencional y psicológica, actividades clandestinas o encubiertas, acciones de desestabilización, sabotaje, espionaje, ataques cibernéticos y asesinatos selectivos, cumplen misiones en estrecha cooperación con la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el Buró Federal de Investigación (FBI) y la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA).

La invasión tan mentada

La guerra contra Venezuela no es “para derrocar a un dictador”, cuestión que evoca las invasiones de Irak y Libia y las de cualquier país petrolero que pretenda poner condiciones a la entrega de sus recursos. Es la guerra de trasnacionales como Exxon, que mantiene prendida la mecha del conflicto del Esequibo; como Chevron, es la guerra del coltan, el uranio, el thorium, el gas y el oro; es la guerra estadounidense por reforzar su posición hegemónica.

Las bases brasileñas de Tabatinga –en la triple frontera con Colombia y Perú- y Alcántara (en la costa atlántica) cierran el círculo militar estadounidense en esta riquísima región de relevancia estratégica, pero también marcan el involucramiento de Brasil en una guerra prestada, emulando el triste papel que durante años jugó Colombia.

Este ejercicio prepara el desplazamiento de fuerzas militares estadounidenses, que pueden, en un paso, hacer efectivo el Decreto Ejecutivo que califica a Venezuela de “amenaza inusual y extraordinaria contra su seguridad nacional” y porque el mismo presidente Donald Trump es quien ha señalado la opción militar como un posible actuación contra Venezuela .

La principal hipótesis con la que trabajó el comando “multinacional” establecido en Tabatinga es el envío de tropas hacia el este amazónico, específicamente a la ciudad de Pacaraíma, estado de Roraima, en la frontera con Venezuela, visitada con frecuencia en los últimos meses por altos mandos militares brasileños y funcionarios del Ministerio de Defensa.

De ese mismo argumento, el dar a poyo a eventuales acciones de “ayuda humanitaria” entre otros objetivos, echó mano el general estadounidense Jim Jones cuando el asesor del presidente Lula da Silva, Marco Aurelio García, le pidió explicaciones en 2009 sobre el asentamiento de bases dotadas de armamentos de guerra y sistemas de comunicaciones en varias regiones colombianas.

Linbergh Farias, líder de la bancada del Partido de los Trabajadores (PT) en el Senado Federal de Brasil, dejó en claro que aun cuando el propósito anunciado de Amazonlog 17 sea el de entrenar tropas para operar en medio de crisis humanitarias, el objetivo real parece ser otro: encajar a las Fuerzas Armadas brasileñas en la órbita estratégica de Estados Unidos y preparar una arremetida contra Venezuela.

A diferencia de los países del Medio Oriente, la puerta de entrada a los cuerpos de fuerzas especiales estadounidenses en América Latina y el Caribe no fue el terrorismo sino la guerra contra las drogas. Uno de los casos más emblemáticos es el asesinato del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, en el que participaban elementos del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC) y personal de la CIA.

Ya con la puesta en marcha del Plan Colombia, la CIA implementó un programa encubierto para eliminar –más de 70 entre 2007 y 2013- a líderes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y del Ejército de Liberación Nacional.

La ayuda humanitaria

La aceptación de operaciones a través de las cuáles el Pentágono se ofrece para conceder ayuda transitoria, se ejecutan a partir de la instalación de Centros de Emergencia Regionales, que se transforman en la mampara preferida para incoar el establecimiento de bases militares de tiempo completo. La “ayuda humanitaria” es uno de los tantos subterfugios usados para consolidar su posicionamiento militar en regiones donde necesita establecer una presencia de carácter estratégico.

Estados Unidos intentó este tipo de intervencionismo el 15 de diciembre de 1999 en Venezuela, cuando toneladas de piedras y árboles cayeron desde la montaña hacia la costa oriental caribeña, causando alrededor de 25.000 muertos. Ese domingo también se realizó un referéndum para aprobar la nueva Constitución. El gobierno de Bill Clinton resolvió -sin consultar a los venezolanos-, enviar barcos cargados de marines, quienes no se caracterizan precisamente por su carácter humanitario. El presidente Hugo Chávez rechazó la intromisión estadounidense y no permitió que esos navíos atracaran en los puertos del país.

En enero de 2010 las fuerzas armadas estadounidenses lograron el propósito de instalarse en Haití, cuando los marines dispararon a mansalva “para eliminar el problema”. Clinton, expresidente, en nombre de la recuperación haitiana, recaudó cientos de millones de dólares que no llegaron jamás a las víctimas.

Y en 2017, tras los violentos huracanes, EEUU militariza el Caribe, recomponiendo su aparato militar y aprovechando para entrenar a sus tropas para futuras acciones intervencionistas. Tres centenares de marines dislocados en Honduras, fueron movilizados para “brindar apoyo” al Caribe. La estancia de la armada no se justifica, cuando lo que realmente se necesitan son médicos, rescatistas y personal de apoyo logístico especializado.

Una de las unidades movilizadas hacia Puerto Rico es la 101 División Aerotransportada (DAT) la que junto a la 82 División Aerotransportada configuran las fuerzas de intervención militar de élite. Además, el gobierno estadounidense ha decidido desplegar aviones, helicópteros y barcos de la Armada ante las mermadas capacidades presupuestarias de la USAID y los mecanismos civiles de ayuda humanitaria.

El Teniente General Jeffrey Buchanan quedó a cargo de las operaciones para el manejo de la emergencia. Además del control financiero directo sobre el país, EEUU ha sumado también un gobernante militar de facto ejerciendo la supremacía sobre la sociedad boricua.

Peligrosos juegos de guerra

En la ciudad brasileña de Tabatinga –unida por una avenida de la colombiana Leticia y próxima a la peruana de Santa Rosa, todas sobre el Rio Solimoes que desemboca en el Amazonas-, en la Triple Frontera de Brasil con Colombia y Perú, se simularon combates con la participación de tropas estadounidenses. Esa base militar provisoria podría ser un mal antecedente regional.

Vale recordar que el 4 de agosto de 2009, en la sede de la Presidencia el asesor Marco Aurelio García recibió al general estadounidense Jim Jones para manifestarle su descontento por la instalación de bases militares en Colombia. A García le sobraban motivos para emplear un tono enérgico con el enviado de la Casa Blanca: lo que estaba en juego era mucho más que la discrepancia entre dos gobiernos sobre un asunto de coyuntura.

Implantar siete unidades militares en Colombia, que comparte 1.644 kilómetros de fronteras con Brasil y 2.200 con Venezuela, era un movimiento de piezas geopolítico de Washington (un plan seguido por los presidentes Clinton, Bush y Obama) engarzado en la estrategia del cerco sobre la Amazonia, la cual se profundizó en la primera semana de noviembre de 2017 a través del desembarco de efectivos del Comando Sur en la ciudad brasileña de Tabatinga, en la Triple Frontera con Colombia y Perú.

La implantación en 2009 de esos enclaves militares cuyo radio de acción potencial abarca también a los territorios de Brasil y Venezuela dio lugar a una reunión extraordinaria de Unasur, dominado por gobiernos progresistas, y reavivó el debate sobre la necesidad de que fortalecer el Consejo de Seguridad de ese organismo, iniciativa siempre boicoteada por Colombia y Perú, subordinados a Washington- Hoy, el cuadro político es distinto al de ocho años atrás.

Unasur ha sido vaciada y el Mercosur suspendió de su seno a Venezuela, evidenciando el alineamiento con Estados Unidos mientras se restaura el papel de la OEA como centro de la diplomacia continental. Ya no se invoca la necesidad de armonizar las políticas externas de la región o ampliar la “autonomía” frente a Estados Unidos.

Así, el AmazonLog 17 es un antecedente importante del que puede surgir un nuevo diseño estratégico. En este operativo se simularon combates, hubo despliegue rápido de tropas y acciones para reprimir –supuestamente- el narcotráfico, informó el Ejército brasileño.

“Estamos preocupados” dijo el senador Lindbergh Farias, jefe del bloque del Partido de los Trabajadores.“Esto es peligrosísimo, es un atentado a la soberanía nacional, la construcción de una base temporaria más adelante puede evolucionar en una permanente”. Ante la preocupación de muchos sobre una supuesta injerencia extranjera, el general Guilherme Cals Gaspar de Oliveira, responsable de la logística del Ejército, dijo que la base “multinacional” se desmontó el 13 de noviembre, con el fin de las actividades.

Más de 2.000 uniformados participaron del ejercicio militar, a unos 700 kilómetros de los límites fronterizos de Venezuela: de ellos 1.600 eran militares brasileños (con 11 aviones, 13 helicópteros y navíos), 150 de Colombia, 120 de Perú y 30 estadounidenses, además de observadores de más de 20 países. En Tabatinga funciona desde hace dos años la moderna Base Aérea Herbert Boy, con una pista apta para recibir cargueros y hangares equipados para reparar cazabombarderos.

Nunca hubo maniobras de tal envergadura en territorio brasileño: además de la presencia de militares, Estados Unidos envió un avión de transporte Hércules C-130, lo que fue interpretado como un gesto de “confianza” de Brasil hacia Washington que no debe ser confundido con una forma de “subordinación”, por el general de brigada Antonio Manoel de Barros, jefe del Estado Mayor del operativo AmazonLog 17.

La Operación América Unida tuvo una larga etapa de preparación, con transporte de armamentos, alimentos y equipos médicos en camiones desde Rio de Janeiro a Porto Velho y de allí en barcazas hasta Manaos. En Brasilia, en mayo, se definieron las formas de participación de los países invitados.

El ejercicio se inspira en uno realizado por la OTAN – Capable Logistician- en Hungría en 2015 –en el que Brasil participó como observador- cuyo objetivo era hacer más efectiva la coordinación y la interoperabilidad entre los puestos de comando logísticos para proveer equipo y servicios a las unidades combatientes, desde Hungría hacia una base en la checa Strakonice., República Checa, con la vista puesta en la problemática de los migrantes africanos que llegaban a Europa

La participación de Estados Unidos se enmarca en la firma de un acuerdo de cooperación en marzo de este año, que incluye temas de cooperación en áreas de desarrollo de información y tecnología bélica y lleva por nombre Master Information Exchange Agreement (MIEA) (Ministerio de Defensa de Brasil, 2017), tras la visita del Comandante del Ejército del Sur de Estados Unidos, Mayor-General Clarence K. K. Chinn.

Chinn conoció el Sistema de Monitoreo de Fronteras (Sisfron) del Ejército brasileño, así como las tareas y formas de operación de la 3ª Companhia de Forças Especiais que actúa en esa región. Asistió al Centro de Instrucción de Guerra en la Selva y a la Base Pedro Teixeira, una de las sedes del Curso para entrenamiento en acciones bélicas en zona selvática. En marzo último, el Ejército de EEUU también abrió una oficina especializada en tecnología en su Consulado en São Paulo.

Para esta guerra, la derecha usa varios frentes: el del terrorismo mediático, el frente diplomático (OEA, Grupo de Lima, etc.), el del bloqueo financiero y económico, y el de las amenazas militares como la reciente operación amazónica. Lo que le ha faltado, y le falta, es una fuerza interna que justifique estos movimeintos. Y si hay alguien derrotado –política, ideológicamente- en este momento, es la oposición venezolana.

(*) Sociólogo venezolano. Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE) 


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