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sábado, 31 de julio de 2010

Cultura, neoliberalismo y consumo

El neoliberalismo, más que una doctrina o una simple colección de medidas económicas, constituye una verdadera “corriente civilizatoria” propia del capitalismo en su actual etapa de desarrollo, es decir, dominado por el capital financiero sustentado sobre la revolución tecnológica acaecida en la segunda mitad del siglo XX.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Considera el sociólogo argentino Atilio Borón[1], que el neoliberalismo se asentó sobre cuatro dimensiones:
a. La avasalladora tendencia a la mercantilización de derechos y prerrogativas conquistados por las clases populares a lo largo de más de un siglo de lucha, convertidos ahora en "bienes" o "servicios" adquiribles en el mercado.
b. El desplazamiento del equilibrio entre mercados y Estado, un fenómeno objetivo que fue reforzado por una impresionante ofensiva en el terreno ideológico que "satanizó" al Estado mientras se exaltaban las virtudes de los mercados.
c. La creación de un "sentido común" neoliberal, de una nueva sensibilidad y de una nueva mentalidad que han penetrado muy profundamente en el suelo de las creencias populares. Como sabemos, esto no ha sido obra del azar sino el resultado de un proyecto tendiente a "manufacturar un consenso", para utilizar la feliz expresión de Noam Chomsky, y para lo cual se han destinado recursos multimillonarios y toda la tecnología mass-mediática de nuestro tiempo, a los efectos de producir un duradero lavado de cerebro que permita la aplicación aceitada de las políticas promovidas por los capitalistas. Este conformismo también se expresa en el terreno más elaborado de las teorías económicas y sociales por aquello que en Francia se denomina "el pensamiento único".
La noción de pensamiento único tiene su origen en un artículo que Ignacio Ramonet publica en Le monde Diplomatique en 1995. A juicio suyo, el pensamiento único viene a ser una visión social, una ideología, que se pretende exclusiva, natural, incuestionable, que sostiene y apuesta -entre otras cosas- por: 1) la hegemonía absoluta de la economía sobre el resto de los dominios sociales; 2) el mercado como mano invisible capaz de corregir cualquier tipo de disfunción social; 3) La importancia de la competitividad; 4) el librecambio sin límites; 5) la mundialización, pero en su acepción económico-financiera; 6) la división mundial del trabajo; 7) la desregulación sistemática de cualquier actividad de carácter social; 8) La privatización y 9) la conocida fórmula: "menos Estado, más mercado". Esta ideología cuenta con apoyos financieros, mediáticos y políticos suficientes para gozar de una situación de privilegio respecto de otros modos de entender la sociedad que, naturalmente, existen.
d. Finalmente, el neoliberalismo cosechó una importantísima victoria en el terreno de la cultura y la ideología al convencer a amplísimos sectores de las sociedades capitalistas -y a la casi totalidad de sus elites políticas- de que no existe otra alternativa. Su éxito en este terreno ha sido rotundo: no sólo impuso su programa sino que, inclusive, cambió a su provecho el sentido de las palabras. El vocablo "reforma", por ejemplo, que antes de la era neoliberal tenía una connotación positiva y progresista -y que fiel a una concepción iluminista remitía a transformaciones sociales y económicas orientadas hacia una sociedad más igualitaria, democrática y humana- fue apropiado y "reconvertido" por los ideólogos del neoliberalismo en un significante que alude a procesos y transformaciones sociales de claro signo involutivo y antidemocrático.
Este proceso, como bien apunta Norma Fernández: “Fue acompañado por una batalla ideológica y cultural que significó nuestra principal derrota: hoy no existe una forma de vida universalizable que se pueda oponer a la hegemonía del consumo, los shopping-centers, la mercantilización de la vida en todas sus formas. Se configuró una nueva subjetividad que acepta como "natural" que todo se compre y se venda entre los seres humanos”.[2]
Remarcando sobre esto, Emir Sader afirma que, desde el punto de vista de la dominación del modelo neoliberal: “El elemento hegemónico más fuerte es el ideológico: el llamado "modo de vida norteamericano", que va mucho más allá de un gobierno o de una fuerza política. No hay ninguna forma de vida en el mundo que dispute con EEUU: ni el sovietismo, ni el Islamismo, ni el evangelismo. No hay otra forma de sociabilidad que dispute a la del consumo, del shopping-center, etc. Es de una fuerza extraordinaria”.
El neoliberalismo, por lo tanto, más que una doctrina o una simple colección de medidas económicas, constituye una verdadera corriente civilizatoria[3] propia del capitalismo en su actual etapa de desarrollo, es decir, dominado por el capital financiero sustentado sobre la revolución tecnológica acaecida en la segunda mitad del siglo XX. Esta corriente civilizatoria tiene como centro de gravitación la cultura del consumo, misma que ha llevado a algunos teóricos de la cultura en América Latina a considerarla como definitoria en el perfilamiento de las identidades sociales contemporáneas.
En efecto, la cultura del consumo -o consumismo- permea a todas las capas, grupos y clases sociales de la sociedad latinoamericana contemporánea. Dice Raúl Zibechi al respecto: “Los pobres tienen ahora acceso al consumo: teléfonos celulares, ropa de baja calidad, motos y a veces hasta coches en cuotas”.[4] Como se ha apuntado, los centros comerciales, shoppings o malls se han transformado en las “catedrales” contemporáneas de esa cultura del consumo. Estos son ahora el centro de reunión y de paseo de las clases bajas y medias de las sociedades latinoamericanas los fines de semana, cuando las familias recrean el antiguo paseo por los parques de pueblos y ciudades dando vueltas por los distintos corredores del centro comercial, espacios en los que se reúnen los jóvenes adolescentes de forma segura en el contexto de sociedades cada vez más inseguras y violentas, “no-lugares”[5] en los que privan los escaparates con mercaderías que la mayoría solamente ve y sueña con comprar.

NOTAS
[1] En “Sobre mercados y utopías: la victoria ideológico-cultural del neoliberalismo”; Memoria; México, marzo 2002.
[2] . Norma Fernández; “Introducción”; en Emir Sader; Refundar el Estado. Posneoliberalismo en América Latina; Instituto de Estudios y Formación de la CTA; Buenos Aires; 2008; p. 3.
[3] . Así lo llama Atilio Borón en el artículo anteriormente citado.
[4] . Raúl Zibechi; “Socialdemocracia y progresismo”; en diario La Jornada; México DF.; 26 de marzo de 2010.
[5] . Para el concepto de no-lugar véase Marc Augé; Los no-lugar. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad; GEDISA; México DF.; 2001.

La insoportable “seriedad” del capitalismo minero

El informe GEO – ALC 3, presentado recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), documenta bien el predominio e impacto de los intereses económicos sobre los ecosistemas y las poblaciones de un continente que, más de cinco siglos después de su “invención” para la mirada euro-occidental, sigue siendo objeto de codicia por sus recursos minerales.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Ilustración: el proyecto minero Crucitas, en Costa Rica. Tomada de: www.elpais.cr )
La minería se ha convertido en una de las actividades más polémicas en América Latina. Detonadora de conflictos sociales y ambientales, desnuda al mismo tiempo los intrincados vínculos entre el poder político y el capital extranjero, indispensables para la reproducción de un modelo de acumulación que, como gran “novedad”, reactualiza en el siglo XXI las formas más primitivas de explotación capitalista por parte de las empresas transnacionales (ver: Centroamérica, minería y maldesarrollo).
Tales vínculos llegan, incluso, al sometimiento de la política y la protección del medio ambiente, a la lógica del mercado y el cálculo de utilidad. El gobierno de Costa Rica acaba de dar un ejemplo de ello al anunciar, en días pasados, que no anularía la impopular concesión de minería de oro a cielo abierto del Proyecto Crucitas, en la zona norte del país (fronteriza con Nicaragua), otorgada a la compañía canadiense Industrias Infinito S.A. Esto, pese a que un fallo del Tribunal Constitucional abrió esa posibilidad para el Poder Ejecutivo.
En declaraciones dadas a la prensa[1], el primer Vicepresidente de la República, el científico Alfio Piva, dejó al descubierto las contradicciones del gobierno en esta materia: por un lado, reconoció que veía en el Proyecto Crucitas “un impacto ambiental grande”; y por el otro, aseguró que no anularían la concesión porque, como un “país serio”, deben garantizar la seguridad jurídica para los inversionistas.
Para la compañía minera el negocio es redondo: la inversión en Crucitas será de $65 millones de dólares, y las ganancias estimadas por la extracción de 700 mil onzas de oro ascienden a los $835 millones de dólares. Y en caso de que el proyecto sea cancelado, el Estado costarricense tendría que pagarle una indemnización de $1700 millones de dólares, según los cálculos del Vicepresidente Piva.
La posición asumida por el gobierno costarricense, en la que la razón del inversionista extranjero se convierte en razón de Estado, ajustada además a las reglas del injusto orden global del comercio, no es ajena a lo que viene ocurriendo en otros países de América Latina en las últimas décadas.
El informe GEO – ALC 3, presentado recientemente por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), documenta bien el predominio e impacto de los intereses económicos sobre los ecosistemas y las poblaciones de un continente que, más de cinco siglos después de su “invención” para la mirada euro-occidental, sigue siendo objeto de codicia por sus recursos minerales: desde el año 2000, y a un ritmo de $10 billones de dólares anuales, las inversiones mineras en la región se han incrementado en un 400%, y solo en Perú superaron el 1000%. Además, los proyectos de minería a cielo abierto en América Latina se cuentan entre los más grandes del mundo, como ocurre en Colombia con la explotación de carbón: en el año 2007, se reportaron extensiones superiores a las 70 mil hectáreas y volúmenes anuales de exportación de 29,8 millones de toneladas solo en la zona de El Cerrejón[2].
Tanto en pequeña como en gran escala, la minería se convierte en un importante foco de contaminación, especialmente por el uso del mercurio, mineral necesario en los procesos de extracción, que afecta las fuentes de agua y a las poblaciones que dependen de este recurso. Y esto ocurre no solo en los bosques y zonas montañosas de Centroamérica. Según el GEO-ALC 3, “entre 1975 y 2002, la explotación de oro en la Amazonía brasileña produjo alrededor de 2000 toneladas de oro, lo cual dejó cerca de 3000 toneladas de mercurio en el medio ambiente de la región. Se estima que entre el 5 y 30% del mercurio utilizado para extracción aurífera a baja escala en la cuenca del Amazonas es liberado en las aguas, y aproximadamente el 55% se evapora en la atmósfera”[3].
Como consecuencia de la expansión de una actividad productiva que considera a todo aquello que se le opone –pueblos indígenas, formas de tenencia de la tierra, movimientos sociales y, en general, todas aquellas manifestaciones culturales no dominantes- como obstáculos para el “desarrollo”, el número de conflictos socio-ambientales vinculados a la extracción minera viene en aumento: en Perú, en medio del “boom” del capitalismo extractivista, la Defensoría del Pueblo registró en 2008 “un total de 93 conflictos socioambientales, el 46% de los cuales estuvo relacionado con la actividad minera”. Además, “de los 118 conflictos registrados en la base de datos del Observatorio de Conflictos Mineros en América Latina, que corresponden a 140 proyectos de exploración y/o explotación minera, se identifican al menos 150 comunidades indígenas y campesinas afectadas. De este total, los 21 eventos registrados en la región de México y Centroamérica corresponden a episodios recientes que comienzan a finales de 1990 y se intensifican durante la década del 2000”[4].
Con perspectiva histórica, el informe GEO – ALC 3 propone un marco de interpretación de esta problemática socio-ambiental: la modalidad de desarrollo dominante, que nosotros llamamos capitalismo neoliberal tardío, “constituye el factor fundamental que explica el escaso éxito de las estrategias ambientales de los países de la región”, puesto que busca “estimular la tasa de inversión (nacional y extranjera), en un marco de escasas exigencias ambientales y el mantenimiento o la profundización de las desigualdades sociales”[5].
Es decir, más allá de los avances institucionales, legislativos y la organización y acción de los ciudadanos, que todavía resultan insuficientes, la cuestión de fondo sigue siendo el tipo de relaciones entre naturaleza y sociedad, y el consecuente modelo de desarrollo que se impone en las formaciones sociales latinoamericanas, y que en sus distintas variantes: desde el sistema de plantaciones y minería del siglo XVII hasta la economía globalizada del siglo XXI, se ha organizado económica, política y culturalmente en función de lo externo, pero manteniendo un factor común: “altos niveles de presión, deterioro progresivo y sostenido del medio ambiente físico y pérdida de ecosistemas”[6]. Es lo que otros autores denominan economía de rapiña [7].
Todo lo cual no hace sino llevarnos a una conclusión: la necesidad de realizar un cambio profundo y radical en el modelo de desarrollo, y en la manera en que esta noción se construye y despliega en las sociedades humanas. Porque, para la naturaleza, la “seriedad” del capitalismo contemporáneo, sobre todo en su dimensión minera, resulta simplemente insoportable.

NOTAS
[1]Gobierno descarta anular concesión minera de Crucitas”, en La Nación, 28 de julio de 2010. Pp. 4A-5A.
[2] PNUMA (2010). Perspectivas del Medio Ambiente: América Latina y el Caribe. GEO-ALC 3. Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente: Ciudad Panamá. Pp. 67-68.
[3] Ídem, pág. 68.
[4] Ídem, pág. 70.
[5] Ídem, pág. 23.
[6] Ídem.
[7] Véase: Castro Herrera, Guillermo (1994). Los trabajos de ajuste y combate. Naturaleza y sociedad en la historia de América Latina. Ediciones Casa de las Américas / Instituto Colombiano de Cultura: Bogotá.

Omar para mañana

Hoy, como anteayer, Panamá encara un proceso de transición entre un país que ya no existe – aquel cuyo desarrollo culminó en la obra de Omar Torrijos y sus compañeros de generación-, y otro que aún se encuentra en construcción.
Guillermo Castro H. / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Ciudad Panamá
Palabras en la presentación del libro General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande. Editorial Trinchera, Caracas, Venezuela, 2010.
I
El libro que nos reúne hoy ha nacido con un doble propósito. En lo inmediato, por supuesto, para ayudarnos a comprender nuestro pasado. Pero además, y sobre todo, llega en el momento en que más lo necesitamos para establecer nuestras opciones de futuro. Es una edición sumamente cuidadosa, de textos organizados cronológicamente y presentados de una manera que permite comprenderlos en su valor intrínseco como en su circunstancia, y en lo que tienen de testimonio del proceso de formación y transformación constantes del pensamiento lúcido y la pasión de Patria que distinguieron a Omar Torrijos Herrera.
El comentario inicial, elaborado por Manuel Zárate, nos aporta una valiosa orientación para una lectura contextualizada, que ubica al General Torrijos, y al proceso de liberación nacional que convocó y dirigió, en la circunstancia histórica de la segunda mitad del siglo XX. Y en esa circunstancia, así expresada, permite entender a Omar en su momento, como entendió Martí a Bolívar en el suyo al decir que:
"A veces está listo el pueblo y no aparece el hombre. La América toda hervía: venía hirviendo de siglos: chorreaba sangre de todas las grietas, como un enorme cadalso, hasta que de pronto, como si de debajo de la tierra los muertos se sacudieran el peso odioso, comenzaron a bambolearse las montañas, a asomarse los ejércitos por las cuchillas, a coronarse los volcanes de banderas. De entre las sierras sale un monte por sobre los demás, que brilla eterno: por entre todos los capitanes americanos, resplandece Bolívar".[1]
El comentario de Zárate enfatiza además, lo que considera como tres transformaciones fundamentales que la gestión del General Torrijos aportó al desarrollo histórico de la nación panameña en la década de 1970. La primera fue un embrión de democracia participativa, de amplia base popular, donde hasta entonces había imperado una democracia representativa controlada por un número reducido de organizaciones políticas tradicionales que operaban al amparo de un aparato represivo que las protegía de las consecuencias de sus propios abusos. La segunda, una economía mixta – privada, estatal y social – donde antes había imperado exclusivamente la primera, en un esfuerzo encaminado a hacer más mucho más incluyente el desarrollo del capitalismo en Panamá. Y la tercera, agrega, una definición de la defensa nacional y la seguridad pública a partir de los intereses del país, y no ya simplemente dictada por las necesidades de la confrontación entre las grandes potencias de la Guerra Fría. Y cabría agregar otros elementos, por supuesto, como el de la extraordinaria ampliación de los derechos sociales, y el fomento de la inversión estratégica para el desarrollo nacional, cuyos logros aun rinden dividendos en el Fondo Fiduciario creado a partir de la privatización de los que fueran el Instituto de Recursos Hidráulicos y Electrificación y el Instituto Nacional de Telecomunicaciones, para mencionar apenas dos ejemplos destacados.
Pero, y sobre todo, el comentario de Manuel sirve para recordarnos que los seres humanos hacen su propia historia, pero no bajo las circunstancias que eligen, sino de aquellas que les han sido legadas por el pasado. [2] Así, Torrijos y sus compañeros de generación debieron encontrar y recorrer su propio camino, cometer sus propios errores, y conquistar sus logros más permanente, en medio de un tiempo especialmente convulso, en que alcanzaban su momento más agudo todas las contradicciones y todos los conflictos que había animado el desarrollo del siglo XX, y se iniciaba la implosión aún en curso del sistema internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial, y de la geocultura que lo caracterizó.
Aquí, solo cabría agregar a lo planteado por Zárate que Torrijos pudo ser el primero entre sus iguales porque supo reconocerse como integrante de una generación singular de nuestra historia: aquella que encontró su núcleo vital en las primeras generaciones de egresados de la Universidad de Panamá y, en particular, de quienes habían dado forma contemporánea al nacionalismo panameño a partir de las luchas del Frente Patriótico de la Juventud. Ese nacionalismo alcanzó su expresión más acabada en el proceso de liberación nacional que vivió el país en la década de 1970, en cuyo marco encontró el lenguaje y las formas de identidad y actividad política que le permitieron reconocerse como heredero de una historia más amplia y más compleja cuya culminación le correspondía.
II
Ese proceso de búsqueda y construcción de la propia identidad, y del lenguaje capaz de expresarla, está expresado con singular riqueza en los textos que integran este libro. Y no es casual, en esta perspectiva de gestación, la importancia que en ese proceso ocupan La Línea, que traza el rumbo a seguir más allá de la recuperación del Canal, y las Ideas en Borrador – y hay más riqueza en este título de lo que parece a primera vista, que identifica las tareas y las dificultades que ese rumbo tendría que encarar.
Visto así, la comprensión del proceso que Omar convocó y dirigió gana en plenitud y complejidad desde una perspectiva histórica y teórica aun más amplia, que este libro estimula a explorar y desarrollar. La nación, en primer término, emerge aquí como una forma histórica de organización de las luchas sociales, que evoluciona y cambia a lo largo del tiempo en un proceso que puede ser orientado – pero no violentado – por una voluntad política capaz de razonar con luces largas, de ejercerse con luces cortas, y de pasar de las unas a las otras en la medida en que lo requieran las necesidades del recorrido.
Esa voluntad no se llama nunca a engaño, y nos incita en todo momento a plantearle a la realidad preguntas que un espíritu conservador y complaciente nunca se haría. Esas preguntas, por ejemplo, se refieren al carácter y el papel de la política en nuestra historia, empezando por el hecho de que los tres tratados que modifican el de 1903 y dan paso a lo que Omar llamó el alpinismo generacional en el ascenso hacia nuestra soberanía – el de 1936, el de 1955 y el de 1977 – están firmados por políticos vinculados a golpes de Estado por un lado – en 1931, 1951 y 1968 – y a iniciativas fundamentales en el desarrollo de nuestra identidad y nuestra institucionalidad. Por contraste, los regímenes inmediatamente precedentes a los que negociaron esos tratados aparecen asociados a la gestión de convenios como los de 1925, 1947 y 1968 que, o buscaban consolidar la condición colonial del enclave extranjero en nuestro territorio, o procuraban pretextos para prolongar su presencia.
En esta perspectiva, los textos de Omar Torrijos que nos ofrece este libro recogen y expresan la íntima relación existente entre la política interior y la exterior en el desarrollo del Estado panameño. En esa relación, resulta evidente que las negociaciones que condujeron a grandes logros en la construcción del Estado a través de la transformación de las relaciones con los Estados Unidos fueron siempre aquellas que, en cada momento, se sustentaban en medidas de política interior que expresaban el interés general de la nación en cada momento de su desarrollo. Ese interés puede y debe ser definido como el de los sectores sociales fundamentales que buscaban superar obstáculos comunes a su desarrollo como tales sectores, nunca como masa indiferenciada. Y esto permite entender que en cada ocasión, una vez superados esos obstáculos, el desarrollo de cada uno de esos sectores sociales terminara por generar nuevas y más complejas contradicciones entre ellos.
Estos problemas afloran una y otra vez en textos de este libro, como La Línea, que en 1979 advertía con toda claridad los riesgos que enfrentaba el proceso de liberación nacional en su fase de consolidación, al señalar que si el Partido Revolucionario Democrático aplastaba con su fuerza al poder legislativo, se estaría “propiciando que se rompa el equilibrio que debe existir en esta rama del diario devenir ciudadano. Si la [asamblea] legislativa se impone a la fuerza al pueblo, con la ayuda de los fusiles, estamos propiciando una dictadura sin uniforme. Y si la Guardia se impone, lo que se está propiciando es una burla.” [3]
Aún está pendiente entre nosotros debatir el grado y alcance con que estas advertencias se convirtieron en realidades tras la muerte del General Torrijos, y el modo en que esas realidades contribuyeron a crear, desde dentro, las condiciones que condujeron a la destrucción de las propias fuerzas armadas panameñas a lo largo de la década de 1980. Y esto hace aún más valiosa la decisión de publicar este libro, que permitirá a Omar Torrijos promover ese debate, y animarlo.
III
Toca concluir aquí, con una última reflexión sobre lo que este libro nos aporta en cuanto a la identificación de nuestras opciones de futuro. Hoy, como anteayer, Panamá encara un proceso de transición entre un país que ya no existe – aquel cuyo desarrollo culminó en la obra de Omar Torrijos y sus compañeros de generación-, y otro que aún se encuentra en construcción. La sociedad y el gobierno de la cosa pública se encuentran enfrentadas en el proceso de pasar de un Estado concebido para promover un estilo de desarrollo protegido al margen de un enclave de capital monopólico de un Estado extranjero a otro, nuevo, que fomente un estilo de desarrollo abierto, organizado a partir de la Plataforma de Servicios Transnacionales que viene tomando forma en el entorno de la vía interoceánica, y del enorme potencial de nuestro territorio para proveer servicios y bienes ambientales de un valor cada vez mayor.
Hoy, los desencuentros entre los diversos sectores de la vida nacional en el marco de dicho proceso nos advierten que el reto de nuestro tiempo no consiste en administrar con mayor eficiencia una estructura agotada en función de los intereses de algún sector en particular, sino en fomentar y orientar de manera eficaz la formación de las nuevas estructuras de gestión que el país requiere para incluir para incluir a sus grandes mayorías en un proceso de desarrollo nuevo, que sea sostenible por lo humano que llegue a ser. Aquí, sin duda, el mayor de todos los problemas a resolver consiste en que las estructuras de gestión pública – y las mentalidades correspondientes a las mismas – perdieron hace mucho la capacidad que alguna vez tuvieron para propiciar la formación de tejido social nuevo, que permita al Estado actuar en acuerdo de conjunto con la ciudadanía, y que permita a la ciudadanía ejercer un verdadero control social de la gestión estatal.
En esta circunstancia, convendría empezar por un examen atento de experiencias y logros muy valiosos que ya hemos obtenido en esta transición. El primero y más evidente de esos logros consiste en que, gracias a los Tratados Torrijos Carter, hemos llegado finalmente a ser un Estado capaz de ejercer a plenitud su soberanía en todo su territorio. Todo lo demás deriva de allí: la administración eficiente del principal recurso estratégico de la nación por el Estado, a través de la Autoridad del Canal de Panamá; el crecimiento y diversificación de las fuerzas productivas del país, y la creciente convergencia de amplios sectores de la vida nacional en la construcción de una sociedad nueva, más segura, más incluyente y mucho más sustentada en la participación democrática de sus ciudadanos.
Hay mucho que hacer, en verdad, y mucho que aprender. Para encarar con éxito el desafío de la transición hacia un Estado nuevo, conviene recordar que el mejor camino es el que nos lleve desde lo que somos a lo que aspiramos a ser. Aquí, ahora, no basta crecer en el mundo. Hay que ir más allá. Hay que crecer con el mundo, para ayudarlo a crecer y cambiar de un modo que nos permita colaborar a todos en la superación de las estructuras globales, regionales y locales que generan la desigualdad en el acceso a los frutos del progreso, y renuevan sin cesar – entre nosotros y en torno nuestro – los obstáculos al desarrollo que surgen de la pobreza, la incultura y el atraso. De otro modo, nos veremos arrastrados una y otra vez, contra los vientos y mareas de los tiempos nuevos, al intento de encarar los problemas del mañana desde las mentalidades y las conductas de anteayer.
Ante desafíos así hay que ser creativos, sin duda alguna. Pero la creatividad sólo será útil en la medida en que sea auténtica, esto es, en que hunda sus raíces en la realidad que debemos transformar. ¿Cómo será el nuevo Estado panameño? Es difícil imaginarlo en detalle en las actuales circunstancias, tan marcadas por el conflicto entre lo nuevo que emerge, y lo viejo que se resiste a desaparecer. Aun así, cabe imaginar que no será simplemente el Estado que resulte más adecuado no sólo para llevar a su culminación los primeros grandes logros de nuestra transición.
Además, y sobre todo, deberá ser el Estado que resulte más capaz de encarar, encauzar y convertir en una fuerza transformadora toda la enorme energía social que surge de la acentuación de las desigualdades y los conflictos internos de nuestra propia sociedad. Este ha de ser, por necesidad, el punto de partida de un debate que entre nosotros apenas empieza. Y en ese debate, como en el curso de las acciones que resulten del mismo, pasarán sin duda de borrador a realidades las ideas que hoy, nuevamente, nos aporta Omar Torrijos, cuando más falta nos hacen.

Panamá, 27 de julio de 2007

NOTAS
[1] Martí, José: Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VIII, 251: “La fiesta de Bolívar en la Sociedad Literaria Hispanoamericana”. Patria. Nueva York, 31 de octubre de 1893.
[2] Marx, Karl: El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Escrito: Diciembre de 1851 - marzo de 1852. Fuente: C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981, Tomo I, páginas 404 a 498. MIA, abril 2000. http://www.marxists.org/espanol/indice.htm
[3] General Omar Torrijos de Panamá y de la Patria Grande. Editorial Trinchera, Caracas, Venezuela, 2010, p. 265.

Los premios Nobel de la Paz trabajan para la guerra

Cuesta suponer que la presidenta Laura Chinchilla, quien comenzó sus funciones hace sólo dos meses, armó en tan poco tiempo el entramado del “permiso” de ingreso de buques de guerra y marines norteamericanos a Costa Rica. Fiel a su personalidad escurridiza y doble, y a su incontrolable deseo de protagonismo, el expresidente y Premio Nobel de la Paz, Oscar Arias, negoció el mencionado “permiso” al adquirir compromisos en el capítulo de seguridad del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Sergio Rodríguez Gelfenstein* / Para CON NUESTRA AMÉRICA
sergioro07@gmail.com
(Ilustración de Mecho, para el Semanario Universidad)
En el libro La Paz en Colombia, el Comandante Fidel Castro refiere que, ante la situación de indefensión que vivía Costa Rica en 1979 por las continuas agresiones militares desde la Nicaragua somocista, Cuba mostró su disposición a apoyar a ese país con “armas antiaéreas no coheteriles, de por sí complejas, y, a la vez, apoyar a los revolucionarios nicaragüenses”. Dice Fidel que: “Esto último lo discutimos con las autoridades ticas que se sentían directamente amenazadas. En un momento oportuno, por cada tonelada de armas para Costa Rica iría otra para los revolucionarios de Nicaragua” y, al finalizar esta idea, una frase contundente: “Comprendimos que había quedado atrás la época en que Costa Rica fue usada como base de los ataques piratas contra nuestra patria. Ahora, desde su territorio, los patriotas revolucionarios de Nicaragua recibirían ayuda”- concluye.
Los acontecimientos recientes parecen indicar que nuevamente Costa Rica se prepara ya no sólo para servir de base de ataques contra Cuba, sino contra toda la región. El acuerdo para que cuarenta y seis naves artilladas, doscientos helicópteros, siete mil hombres y diez aviones de combate Harriet, entren a territorio costarricense en los próximos seis meses como parte del convenio de patrullaje conjunto con el Servicio de Guardacostas de Estados Unidos firmado en 1999, apunta en ese sentido.
La Constitución Política de Costa Rica en su artículo 12 expresa que: “Se proscribe el ejército como institución permanente” y más adelante señala: “Para la vigilancia y conservación del orden público, habrá las fuerzas de policía necesarias”, para concluir el citado artículo afirmando que: “ Sólo por convenio continental o para la defensa nacional podrán organizarse fuerzas militares; unas y otras estarán siempre subordinadas al poder civil; no podrán deliberar, ni hacer manifestaciones o declaraciones en forma individual o colectiva”.
Este es el argumento esgrimido por quienes defienden la presencia intervencionista de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en el territorio de un país que, durante años basó su política exterior en la particularidad que le da su carencia de ejército y la de ser amante de la paz. Cuesta suponer que la presidenta Laura Chinchilla, quien comenzó sus funciones hace sólo dos meses, armó en tan poco tiempo el entramado de este “permiso”.
Fiel a su personalidad escurridiza y doble, y a su incontrolable deseo de protagonismo, el expresidente y Premio Nobel de la Paz Oscar Arias negoció el mencionado “permiso” al adquirir compromisos en el capítulo de seguridad del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que le generaba a Costa Rica obligaciones de hecho. Otro Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, ha dado la orden para la ejecución del convenio.
Tal como Eisenhower dejó minuciosamente organizado un proyecto para que fuera Kennedy quien ordenara invadir a Cuba por Playa Girón en 1961, este nuevo paladín enmascarado de la guerra, estructuró el plan para que su sucesora asumiera los riesgos políticos de la alianza bélica de un país pacífico con la primera potencia militar del planeta.
Pero los antecedentes vienen de más atrás. La intervención militar de Estados Unidos en Costa Rica, se inscribe dentro de la ofensiva de restructuración de las fuerzas militares de Estados Unidos en el hemisferio occidental articulada a través del Plan Colombia. El combate contra el narcotráfico fue el instrumento que Estados Unidos utilizó al finalizar la guerra fría y antes del 11 de septiembre de 2001 para este objetivo. Costa Rica tenía un papel que jugar en este plan.
El periodista costarricense José Meléndez, en el N° 3 de de la revista chilena FASOC del año 2000, afirma ya en ese año que en un informe del Comando Sur se señalaba a Costa Rica como un país susceptible de instalación de un Centro de Operaciones de Avanzada para la lucha contra el narcotráfico. Desde esa época, el tema se ha estado considerando hasta ahora que la presidenta Chinchilla le ha dado el vamos.
El argumento utilizado es ya recurrente en América Latina. Este “Convenio de Patrullaje Conjunto” es a Costa Rica lo que el Plan Colombia es a este país. Es la continuación del programa de despliegue de las fuerzas militares de Estados Unidos a nuestro continente, que ya incluye, bases en Colombia, Panamá, Honduras, El Salvador, Antillas Holandesas y el territorio ocupado de Puerto Rico. A ello se suma la reactivación de la 4ta. Flota de la Armada de Estados Unidos en el Caribe para dar continuidad a su proyecto de cerco militar contra los gobiernos democráticos y progresistas del continente, en especial, contra Cuba y Venezuela.
Al igual que en Colombia, el subterfugio de la lucha contra el narcotráfico no resulta creíble al observar la naturaleza bélica de sus componentes militares. Por otro lado la nota oficial de la Embajada en Costa Rica especifica que dicho personal “podrá disfrutar de libertad de movimiento y derecho de realizar las actividades que considere necesarias en el desempeño de su misión, lo cual incluye portar su uniforme mientras se encuentra ejerciendo sus funciones oficiales” (pp. 33 y 42 de Acta Legislativa N° 39), lo cual es contradictorio con el precitado
Artículo 12 constitucional. Al respecto, Chris Preble experto en el tema, director de Estudios de Política Exterior en el Cato Institute, y veterano de la Guerra del Golfo habiendo servido a bordo del USS Ticonderoga (CG-47), afirma que “Uno no persigue narcotraficantes con portaaviones”, y aseguró que “la naturaleza de las embarcaciones no es propia para esta lucha”.
Ante el argumento de la Presidenta Chinchilla de que las naves “entrarán bajo el mando del Servicio de Guardacostas”, el analista Juan Carlos Hidalgo, del Cato Institute de Washington D.C., cita a su colega Preble, quien dijo que “eso es absurdo. Si bien tal vez alguien del Servicio de Guardacostas podría abordar las embarcaciones y permanecer en éstas durante su tránsito por aguas nacionales, las naves en todo momento serán de la Marina de Estados Unidos y permanecerán bajo el comando de ésta. Por lo tanto, se puede argumentar que su entrada a aguas nacionales contraviene la naturaleza del convenio de patrullaje conjunto de 1999. Se puede autorizar su entrada al país, pero de otra manera (una autorización a la vez por cada nave), y no dentro de un convenio que no corresponde a esta situación”.
La presencia militar de Estados Unidos en Costa Rica ha causado la repulsa de importantes sectores de la sociedad tica. En julio de 1979, ante la avasalladora ofensiva del FSLN, Estados Unidos instaló tropas en el aeropuerto de Liberia en la norteña provincia de Guanacaste, fronteriza con Nicaragua, era el último intento del gobierno de Estados Unidos para evitar una salida revolucionaria al fin de la dictadura somocista, esperando el apoyo que pretendió lograr en la OEA.
La gigantesca movilización del pueblo costarricense que rodeó desarmado el aeropuerto de Llano Grande convertido en base aérea de Estados Unidos fue una extraordinaria acción de solidaridad internacional y jugó un papel decisivo para evitar la intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua. Hoy los hijos de Juan Santamaría despliegan decenas de iniciativas para expresar su repudio a la presencia de las tropas estadounidenses en su territorio y lucharán hasta lograr el objetivo de ver a su patria libre de las fuerzas militares extranjeras.
* Sergio Rodríguez Gelfenstein, Licenciado y Magister en Relaciones Internacionales por la Universidad Central de Venezuela. Profesor del Instituto de Altos Estudios Diplomáticos"Pedro Gual " del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela. Investigador del Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL) de la Universidad de los Andes (ULA) de Venezuela. Ex Embajador de Venezuela en Nicaragua.

El narcotráfico: un problema de todos. ¿Qué hacer?

Terminar con el narcotráfico tal como hoy lo conocemos implica, por fuerza, luchar en términos políticos por otras relaciones sociales. Se trata, inexorablemente, de una nueva sociedad: nuevas relaciones de clases, nuevas relaciones entre países, nuevas relaciones entre géneros. Es decir: un mundo nuevo, una nueva ética, un nuevo sujeto.
Marcelo Colussi / Para CON NUESTRA AMÉRICA
Las drogas ilegales y el mercado
El mundo de las drogas ilegales, en tanto gran negocio a escala planetaria, pero más aún: como mecanismo de control social, es algo manejado por los mismos actores que deciden las políticas globales, las deudas externas de los países y fijan las guerras. Dicho claramente: el mundo de las drogas ilegales es un instrumento implementado –secretamente– por los grandes poderes, y más exactamente, por la Casa Blanca, por el gobierno de la principal potencia del orbe: Estados Unidos de América, en función de seguir manteniendo su hegemonía.
Sabiendo que no es simplemente un problema de salud pública o una cuestión criminal de orden policial, sabiendo que las dimensiones del asunto son gigantescas, con implicancias militares a nivel planetario incluso, ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie para enfrentar todo eso, nosotros, los pueblos que seguimos padeciendo la explotación y la exclusión social?
Hay que empezar por crear conciencia, por desmontar la mentira en juego, por denunciar de manera pública el mecanismo que allí se realiza.
Está claro que el problema afecta a todos los ciudadanos comunes, tanto los del Norte como los del Sur. En los países capitalistas desarrollados el problema es la cultura de consumo ya establecida, consumo universal de cuanta mercadería se ofrezca y que incluye, entre otras, las drogas ilegales (además de las legales. Las benzodiacepinas, es decir: los tranquilizantes menores, constituyen la segunda droga más vendida en todo el mundo, luego del ácido acetil salicílico –la aspirina–). En el Sur, donde no es tanto la calidad de vida lo que está en juego, sino su posibilidad misma, el problema tiene otras connotaciones: el tráfico de drogas ilegales es una buena excusa que sirve para la intervención directa, política y militar. En ambas perspectivas, no obstante, se trata de lo mismo: mecanismos de dominación político-cultural con los que el poder se asegura el manejo de las poblaciones y los recursos. En ambos casos, también, para el campo popular se trata de lo mismo: ¿qué hacer?, ¿cómo enfrentar este monstruo que se ha ido creando y que se presenta como de tan difícil desarticulación?
La legalización es una clave fundamental para empezar a cambiar todo esto; si se saca a las drogas de su lugar de prohibido, seguramente va a descender en muy buena medida el consumo y se va a terminar, o se va a reducir ostensiblemente, mucho de la delincuencia y la violencia que acompañan al fenómeno. Pero la legalización no es la solución final.
A partir de la misma condición humana, finita, siempre necesitada de válvulas de escape ante la crudeza de la vida, para lo que apareció el uso de evasivos –práctica que se repite en todas las culturas–, a lo cual se suma la monumental inducción artificial a un consumo siempre creciente, es muy difícil predecir si en un futuro inmediato podremos prescindir absolutamente de las drogas. Pero el hecho de quitarles su estigma diabólico, despenalizarlas, eso ya constituiría un paso adelante en el manejo del tema. De todos modos, dado que en la actual situación estamos ante una red tan fuertemente tejida, con intereses tan extendidos, quizá resulte prácticamente imposible, dentro de los marcos sociales donde la misma surgió, poder terminarla en totalidad.
¿Represión o prevención?
Los planteamientos policíaco-militares en relación al narcotráfico no son una verdadera respuesta ante el problema. De hecho las políticas antinarcóticos que se despliegan por todo el planeta, alentadas por Washington como parte de su estrategia de dominación global, ponen siempre, y cada vez más insistentemente, todo su acento en la represión. Se reprimen, eso sí, los dos puntos más débiles de la cadena, los que menos incidencia tienen en todo el fenómeno: el productor de la materia prima (campesinos pobres de las montañas más recónditas) y el consumidor final. De esa forma no hay posibilidad alguna de terminar con el círculo. Eso, en todo caso, marca que no hay la más mínima intención de afrontar el problema en forma seria. Muy por el contrario, reafirma que es un “problema” artificial, provocado, manejado desde una óptica de control político-militar planetaria. La angustia humana que lleva a consumir los diversos consuelos químicos de que disponemos no es artificial; lo es, sí, el manejo político que se viene haciendo de él desde hace unas cuatro décadas, con fines de dominación.
A esto se suma el manejo hipócrita que se hace del tema, pues mientras por un lado la estrategia de hegemonía global de Washington levanta la voz contra el flagelo del narcotráfico, al mismo tiempo su principal instancia presuntamente encargada de combatirlo, la DEA, funciona de hecho como el más grande cartel del trasiego de sustancias ilícitas en el mundo. Doble discurso inmoral con el que es imposible afrontar con seriedad el asunto y que ratifica, en definitiva, que no hay interés en terminar con el mismo.
En Cuba hay algo emblemático: el caso del general Arnoldo Ochoa, héroe de la guerra de Angola, y de otros tres oficiales del Ejército. Cuando se descubrió que participaban en una red de narcotráfico, se les fusiló. Eso fue realmente una respuesta fuerte del Estado a este problema social, con un alto contenido político e ideológico. Y de hecho Cuba, más allá de la sucia campaña mediática internacional con la que quiere involucrársela en el negocio de las drogas ilegales, no tiene problemas ni de narcotráfico ni de consumo. ¿Se tratará de fusilar unos cuantos mafiosos para terminar con el problema? No, sin dudas que no; los entramados en torno al poder mundial que hoy día se construyeron con este mecanismo son infinitamente complejos. En definitiva, el consumo inducido de drogas es parte medular del mantenimiento del sistema capitalista, tanto como lo es la guerra. Atacar el narcotráfico, por tanto, es dar en el corazón mismo del poder. Por eso en un país socialista se puede fusilar a narcotraficantes considerándolos delincuentes peligrosos mientras que la DEA, la agencia pretendidamente dedicada a la lucha contra los narcóticos, termina funcionando como el principal grupo mafioso de narcotráfico. Está claro que el proyecto del capitalismo no es terminar con el negocio; al contrario: lo necesita.
Dicho de otra manera: el sistema capitalista se apoya cada vez más en pilares insostenibles. Si la guerra, el consumo de narcóticos o un modelo de consumo voraz que está provocando una catástrofe medioambiental sin salida, si esas formaciones culturales son las vías sobre las que transita, eso marca que, como sistema, no tiene salida. Si la muerte y la destrucción son su alimento imprescindible, definitivamente no sirve al desarrollo de la humanidad. Por el contrario, es el camino que conduce a su destrucción.
En un sentido es casi imposible, al menos hoy, pensar en un sujeto que a través de la historia no haya necesitado este soporte artificial de las drogas. De hecho, hasta donde podemos reconstruir, nuestra historia como especie, nuestra misma condición de finitud nos confronta con esa angustia de base que nos lleva a buscar apoyos en determinadas sustancias químicas. Son nuestras “prótesis” culturales, que hablan, en definitiva, de nuestras flaquezas originarias. Es difícil, cuando no imposible, hablar de “la” condición humana, una condición única, ahistórica; con modestia podemos hablar de la condición de ser humano que conocemos hoy. El sujeto de referencia, aquél del que podemos hablar en este momento, es una expresión en pequeño de la dimensión socio-cultural general que lo moldea; por tanto es una expresión de finitud girando en torno a valores egocéntricos y donde la lucha en torno al poder juega un papel central. Esa es, al menos, nuestra realidad constatable hoy; si la edificación de una nueva cultura basada en otros principios da lugar a un nuevo modelo de sujeto, a nuevas relaciones sociales, y por tanto a una nueva ética, está por verse. En todo caso, hay ahí un desafío abierto. Con mayor o menor éxito, el socialismo lo ha intentado construir en las primeras experiencias del siglo pasado. Si aún no se logró, ello no habla de la imposibilidad del proyecto. Habla, en todo caso, de su dificultad, de la lentitud en cambiar modelos ancestrales. ¿Quién dijo que cambiar la ideología patriarcal, machista, xenófoba y egocéntrica que conocemos en todas las culturales actuales es tarea fácil?
La duda, en todo caso, es ver si ello será posible cambiar. La apuesta nos dice que sí. ¿O estaremos condenados a sociedades centradas en la división de clases y en el triunfo de los “mejores”? ¿Habrá, acaso, que aceptar un darwinismo social originario?
Negocios “sucios”: una necesidad del sistema
Siendo crudamente realistas, nuestra situación en este momento es que estamos en el medio de un mundo manejado criminalmente por unos pocos grandes poderes basados en enormes capitales privados y con un espíritu militarista furioso; y son esos factores de poder los que han puesto en marcha la estrategia del consumo de drogas ilegales como parte de su política hegemónica. Una vez más, entonces, la pregunta inicial: ¿qué hacemos ante este estado de cosas?
Llamar casi ingenuamente al no consumo de drogas sabemos que no alcanza. En todo caso, con bastante más modestia –o visos de realidad–, se podrían pensar estrategias para minimizar el consumo. ¿O podremos terminar algún día con la angustia de base que genera estas huidas a paraísos perdidos? De momento, nadie en su sano juicio podría concebir un mundo donde los evasivos no fueran necesarios; pero lo que sí podemos intentar es generar una nueva sociedad donde ningún grupo aliente las conductas de las grandes mayorías imponiéndole tendencias, obligándolas a consumir en función de proyectos basados en el beneficio de unos pocos.
Algunos gobiernos, con proyectos alternativos al neoliberalismo salvaje de estos últimos años, están proponiendo nuevos caminos. No se trata de seguir los dictados del imperio, hacer buena letra para no ser “descertificados” y apoyar la estrategia de represión que se ha puesto en marcha. Reprimiendo al usuario final o al campesino productor de las materias primas, no se termina con el problema de las drogas ilegales. Para atacar el consumo con alguna posibilidad cierta de impactar positivamente hay que implementar políticas que vayan más allá de la represión policíaco-militar; hay que poner énfasis en la prevención en su sentido más amplio.
Pero terminar con el narcotráfico tal como hoy lo conocemos implica, por fuerza, luchar en términos políticos por otras relaciones sociales. Se trata, inexorablemente, de una nueva sociedad: nuevas relaciones de clases, nuevas relaciones entre países, nuevas relaciones entre géneros. Es decir: un mundo nuevo, una nueva ética, un nuevo sujeto. Sin ese marco no es posible considerar seriamente el narcotráfico, sabiendo que él es, en definitiva, un instrumento más de dominación de la clase capitalista global liderada por el aparato gubernamental de Washington.
Sólo la construcción de una sociedad nueva que supere las injusticias de lo que ya conocemos en el ámbito de la iniciativa privada basada en el lucro y que recupere críticamente lo mejor que hayan producido las primeras experiencias socialistas del siglo pasado, sólo así podremos pensar de verdad en terminar con el altísimo consumo inducido y el tráfico de sustancias psicoactivas como gran problema de salud a escala planetaria. Sólo una sociedad nueva a la que llamaremos socialista, quitándonos de encima el miedo y la esclerosis que nos produjeron las pasadas décadas de neoliberalismo feroz, sólo una sociedad con esas características, centrada en la equidad, en la búsqueda de justicia por igual para todas y todos, sólo eso será lo que podrá desarmar esa estrategia de muerte que hoy, al igual que el siempre mal definido “terrorismo”, ha implementado el imperialismo para seguir manteniendo sus privilegios disfrazando el control social con el noble fin de un combate contra un problema real. El peor enemigo de la sociedad, en definitiva, no son las mafias delincuenciales que trafican con drogas ilegales; el enemigo sigue siendo el sistema injusto que usa esa barbarie para beneficio de unos pocos privilegiados.
Nadie asegura que los seres humanos, por nuestra misma condición de finitud, no sigamos apelando por siempre a estos apoyos externos, estos evasivos que constituyen las drogas. Pero sí podemos –y debemos– buscar modelos de sociedades más justos donde ningún poder hegemónico decida maquiavélicamente la vida de la humanidad, tal como sucede hoy día con el capitalismo desarrollado. Una sociedad que no ofrece salidas, que se centra cada vez más en los “negocio de la muerte” como son la guerra, la catástrofe ecológica provocada, el consumo imparable de drogas, la apología de la violencia, no es sino una barbarie, es la negación de la civilización. Los “incivilizados” no son los pueblos que aún están en el neolítico y con taparrabos, tendenciosa imagen holywoodense que ya se nos internalizó. La barbarie está en la sociedad capitalista que no ofrece salida a la marcha de la humanidad, que tiene como sus dos principales quehaceres la guerra y las drogas, principales rubros comerciales del mundo. ¿Cómo entender, si no, lo que decíamos de las benzodiacepinas? ¿Por qué esa acuciosa necesidad de fugarnos de la realidad?
En ese sentido, entonces, hacemos nuestras las palabras de Rosa Luxemburgo para mostrar que sin cambio social no es posible terminar con esta cultura de muerte llamada capitalismo que nos envuelve día a día, destruyendo valores morales y el propio medio ambiente. Es decir: “socialismo o barbarie”.

La necesaria libertad para los Cinco

El actual gobierno de Barack Obama, a pesar de tener la facultad constitucional de liberar a los Cinco, a través de una orden presidencial, no mueve un solo dedo para poner fin a esta injusticia.
Cristóbal León Campos* / Para CON NUESTRA AMÉRICA
En septiembre de 1998, cinco cubanos fueron arrestados en el Sur de la Florida por agentes del FBI y mantenidos en celdas de aislamiento durante 17 meses antes de que su caso fuera llevado al tribunal. Acusados de espías y terroristas les fueron agregando falsos delitos como conspiración y otros más graves como asesinatos inexistentes. Durante su juicio, el gobierno estadounidense no fue capaz de probar tales delitos, quedando en evidencia la injustica que se estaba cometiendo.
Estos cubanos fueron desde su país a Estados Unidos para monitorear las actividades de los grupos mercenarios responsables de numerosos actos terroristas contra el pueblo cubano, así como la constatación de las organizaciones que los apoyan. Su único objetivo era advertir al gobierno de Cuba sobre estos planes de sabotaje contra la Isla para poder adoptar medidas de prevención y defensa.
A pesar de que no tenían ninguna intensión de realizar acciones contra el gobierno estadounidense, el jurado elegido a modo de los intereses imperialistas, encontró culpables a los cinco de todos los cargos atribuidos. Después de ser hallados culpables, los Cinco fueron sentenciados en 2001 a condenas largas y sin precedentes, confinados en cinco cárceles de máxima seguridad totalmente separadas una de otra. Las sentencias dictadas son: para René González quince años de prisión; para Gerardo Hernández dos cadenas perpetuas, más quince años; para Antonio Guerrero cadena perpetua más diez años; para Ramón Labañino cadena perpetua más dieciocho años; y para Fernando González diecinueve años de prisión. Los tres con cadenas perpetuas se convirtieron en las primeras personas en Estados Unidos en recibir cadena perpetua en casos relacionados con espionaje, donde no existió ni un solo documento secreto. Una más de las calumnias e injusticias realizadas en un contexto de permanentes agresiones al pueblo cubano por los gobiernos de Estados Unidos.
Después de 27 meses la corte de apelaciones revocó todas las condenas al considerar que estos cinco hombres no tuvieron un juicio justo en Miami. En 2005, el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detenciones Arbitrarias, determinó que esta privación de libertad es arbitraria y exhortó al gobierno de Estados Unidos a tomar las medidas necesarias para rectificar esa arbitrariedad. La Fiscalía inventó crímenes que no fueron probados en el juicio, promovió un ambiente hostil y manipuló la evidencia y al jurado. No hay pruebas para sustentar las acusaciones y la imposición de condenas irracionales e injustificables son una muestra de una verdadera violación de derechos humanos.
A los Cinco se les ha impedido todo contacto con sus familiares e hijos pequeños, y ni siquiera pueden comunicarse entre sí a pesar de haberse comportado de un modo ejemplar. Amnistía Internacional ha condenado esos actos como violaciones del derecho internacional. El 4 de junio de 2008 el panel de tres Jueces encargado por el Onceno Circuito de Apelaciones de Atlanta, emitió su opinión anulando las condenas de los Cinco y ordenó un nuevo juicio por considerar que no tuvieron un juicio justo.
Sin embargo, por la cerrazón de los jueces derechistas que se obstinan en mantener las sentencias de los detenidos la injusticia continúa, a pesar de las numerosas cartas abiertas que Premios Nobel y otros artistas e intelectuales de todo el mundo han dirigido al Fiscal General de los Estados Unidos demandando justicia para los cinco cubanos. Es claro que el caso de los Cinco no guarda un principio legal sino un orden eminentemente político de agresión a la Revolución Cubana.
En septiembre próximo cumplirán doce años de prisión por defender la integridad de su Patria, la indignación se siente en todo el mundo. Existen por lo menos 346 Comités por la liberación de los cinco en 110 países. En los últimos días Gerardo Hernández ha presentado trastornos físicos a causa de una bacteria que circula entre los prisioneros. Pero al Imperio no le importa la vida de los Cinco, han enviado a Gerardo al “hueco” desde el 21 de julio a pesar de que su vida corre peligro. De nuevo la indignación mundial exige justica para los Cinco.
Desde el triunfo de la Revolución y la instauración del socialismo en Cuba, no ha cesado el Imperio de Estados Unidos en su campaña contra la isla. Cuba ha sido víctima de amenazas, sanciones, invasiones, sabotajes, guerra biológica, atentados contra los dirigentes de la revolución, y hostigada por un criminal bloqueo económico, además de que ha sufrido numerosos ataques por grupos terroristas financiados desde Washington.
El actual gobierno de Barack Obama a pesar de tener la facultad constitucional de liberar a los Cinco, a través de una orden presidencial, no mueve un solo dedo para poner fin a esta injusticia. Al iniciarse su gobierno en algunos discursos quiso dar la impresión de que estaba dispuesto a cambiar la política imperial hacia la isla caribeña, hoy los hechos son claros, los intereses del Imperio no son los de la humanidad, y por tanto los del pueblo cubano.
La necesidad de la libertad para los Cinco es clara, no sólo porque su vida corre peligro, sino porque ya es hora de dar el paso que nos conduzca al establecimiento de la justicia en el mundo, para lo cual debemos dejar atrás a los imperios y construir el gobierno de los pueblos.
*Historiador mexicano, miembro del Comité Yucateco de Solidaridad con los Cinco.

Parlamentarizar la sociedad, devolverle al pueblo la soberanía

La humanidad encara una crisis profunda en todos sus órdenes, producto de un sistema como el capitalista guiado por “la codicia y el egoísmo de unos pocos”. La democracia prácticamente ha desparecido.
Carlos Rivera Lugo / Para CON NUESTRA AMÉRICA
(Fotografìa: Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba)
Hay que reconocer a la sociedad toda como legislador. Ese es el único modo de realizar la democracia. Y para ello, el poder soberano tiene que ponerse en manos del pueblo. Soberano es tan sólo aquel que participa y decide. Así sentenció el 20 de julio pasado con su acostumbrada elocuencia Ricardo Alarcón de Quesada, presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba ante la Tercera Conferencia Mundial de Presidentes de Parlamentos, celebrada en la sede de las Naciones Unidas en Ginebra.
La humanidad encara una crisis profunda en todos sus órdenes, producto de un sistema como el capitalista guiado por “la codicia y el egoísmo de unos pocos”. La democracia prácticamente ha desparecido, denuncia. De ahí que sea precisamente desde Ginebra, cuna de Jean-Jacques Rousseau, uno de los más ilustres críticos de los espejismos de la democracia liberal-capitalista moderna, donde Alarcón proponga, al igual que el filósofo ginebrino, ampliar la propuesta democrática: La lucha por la democracia participativa como la única solución. Rousseau posee, para el líder parlamentario cubano, una gran actualidad para estos tiempos.
“La única salvación posible, nuestro último recurso, es la democracia. Pero no nos engañemos, mucho menos aquí donde la gran verdad fue proclamada desde el primer día. Lo dijo hace ya mucho tiempo Jean Jacques Rousseau: Mientras exista la desigualdad entre los seres humanos la pretendida delegación de soberanía no será más que pura ficción”, expresó Alarcón. Refrenda así el postulado rousseaniano de que sin igualdad no puede haber verdadera libertad.
Y añade: “Perfeccionemos nuestro trabajo parlamentario. Pero, sobre todo, preocupémonos por abrir sus puertas y ventanas, busquemos al pueblo, a los sindicatos, a los campesinos, a los jóvenes. Que ellos y ellas, todos, opinen, legislen, decidan. Parlamentarizar la sociedad es el único modo de realizar la democracia devolviendo al pueblo la soberanía”. Nuevamente Rousseau: la voluntad popular para decidir sobre el bien común no puede alienarse sin alienar a su vez la soberanía popular. Es el pueblo el que gobierna y, por ende, tiene que ser el que decide.
Seguidamente llama a romper con la colonialidad de esa alienada percepción común sobre lo que constituye una democracia. La democracia se construye, insiste: “Cada cual a su manera, según su historia, siendo fieles a lo suyo, sin repetir a nadie, sin copiar, mucho menos a los que no pueden ofrecernos como modelo otra cosa que el desastre que hoy nos conduce a la peor tragedia”.
Dicen que Alarcón lleva en su corazón otra vocación como profesor de filosofía política y jurídica. Ello seguramente le ha permitido erigirse en una de las más articuladas voces promotoras de la democracia participativa en Nuestra América y, de paso, se ha dedicado a refutar, con una erudición y autenticidad singular, la campaña propagandística euro-estadounidense de que en Cuba no existe democracia.
En una entrevista que le hizo la revista cubana Bohemia en marzo de 2005, en el marco de un nuevo proceso electoral en Cuba, Alarcón enjuicia así el estado actual de la democracia en el planeta: “En la actualidad a nivel mundial lo que se llama democracia, en muchos casos, es un verdadero fraude. Los países que ejercen la hegemonía, los que tienen el poder económico, los principales beneficiarios de la globalización usan una retórica que cada vez más es completamente hueca. Lo que predomina es la ausencia de democracia”.
“Los rasgos esenciales del neoliberalismo en cuanto a las formas de dirigir la sociedad significan dejar al capital actuar sin trabas, lo cual supone reducir el papel del Estado, y su función reguladora. Es muy difícil entonces que instituciones democráticas actúen, incluso las concebidas como parte del sistema burgués capitalista, pues cada vez están destinadas a desempeñar un papel menor”, señala. Todo ello ha sumido a la sociedad en una profunda crisis de legitimación, pues crece el descreimiento de la gente en esas instituciones alegadamente democráticas y los partidos que las sostienen.
“A mi juicio hay varios problemas esenciales, por los cuales históricamente ha sido criticada la democracia representativa. Una es reducir el ejercicio democrático, la participación de la gente, al acto electoral”, dice Alarcón, para seguidamente añadir: “El segundo problema fue definido por Rousseau como una farsa, una ficción. Se trata de la delegación de la autoridad en alguien, lo cual es la esencia y por lo que se le llama democracia representativa. El representante es el que asume en nombre de los demás. Pero eso solo se podría dar en condiciones de justicia social. Si no hay igualdad entre los hombres, decía Rousseau, no puede haber representatividad. El explotador no puede representar al explotado”.
Según Alarcón, un tercer problema que tiene la llamada democracia representativa actual es “la partidocracia”: “El partido decide quiénes son los candidatos. La decisión no le pertenece a los representados, sino a una institución”. Al igual que Rousseau, piensa que el partidismo constituye la mayor fuente de la corrupción de la democracia.
En la alternativa, en Cuba se cree que la democracia real significa que todos participen en la toma de decisiones: “Parte consustancial de nuestro sistema es garantizar cada vez una mayor participación de la gente. Aquí las decisiones fundamentales se discuten a nivel social. Como norma, no hay una ley que no se discuta ampliamente con los implicados”. Aquí también el líder parlamentario cubano recoge otra idea rousseaniana acerca de la importancia de las asambleas populares fijas y periódicas como un componente indispensable de la soberanía popular.
Así define Alarcón la filosofía democrática de Cuba en una entrevista publicada en enero de 2006, en el periódico vasco Gara: “Para empezar, la postulación de los candidatos surge desde los mismos electores. En Cuba, en época de elecciones, se celebran miles de asambleas a la griega, por barrios, por comarcas… allá es donde la gente propone su candidato. El sistema comienza por ahí, por las asambleas municipales que están formadas por los delegados municipales. Un delegado municipal es la persona elegida en cada circunscripción para representarla. Esa persona sale de un sinnúmero de asambleas, donde la gente propone directamente a su candidato y, entre esos candidatos, la misma gente elige a quien será su delegado. Esto se hace sin que medie un partido, dos, tres o cuatro que lo propongan. ¿Por qué es menos democrático este sistema por el cual la gente propone a quien le dé la gana que el sistema por el cual la gente se entera de que alguien es candidato del partido X según empieza a ver propaganda por el barrio o por la televisión?”.
Y continúa: “Hay un segundo principio, el de la rendición de cuentas, por el cual quien sale elegido tiene que sostener periódica y regularmente reuniones con aquellos que le eligieron para dar cuenta de su labor y recibir sus sugerencias, sus críticas y sus opiniones. Y un tercer principio, el de la revocación, según el cual cualquier persona que ocupe una responsabilidad electiva puede ser removida de su responsabilidad en cualquier momento por aquellos que le eligieron…Nada de esto son patrañas comunistas ni inventos cubanos”.
Alarcón puntualiza que la única posibilidad de la democracia “es en una sociedad más igualitaria en la que se establezca un nivel de control de los elegidos por los electores, un nivel de participación en el Gobierno de aquellos que eligieron a sus representantes. No como el concepto burgués, que tú haces elecciones, eliges a los gobernantes, y al día siguiente no eres nadie. ¿Cómo evitarlo? La única forma es tratando de hacer la democracia representativa lo más cercana a la democracia directa. Eso se llama promoción de la participación real de la gente, control popular sobre la gestión del representante”.
Con la mayor humildad admite que el modelo cubano de democracia no será perfecto, pero insiste en que la dirección y los pormenores de ese perfeccionamiento permanente nunca serán el resultado de un fíat imperial o una imposición de unos pocos elegidos.
“La democracia no es la competencia entre políticos. Es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, dictamina.
26 de julio de 2010
*El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.

La cultura, techo y sustento

Discurso que leyó la escritora Elena Poniatowska en la Asamblea Nacional del Movimiento por la Transformación de México, a la que convocó Andrés Manuel López Obrador, el pasado domingo 25 de julio, en el Zócalo de Ciudad de México.
Elena Poniatowska / LA JORNADA
(Fotografìa: Elena Poniatowska; el político, diplomático y escritor Enrique González Pedrero, y Andrés Manuel López Obrador)
En los años 70, conocí a un niño excepcional que venía de Tomatlán, Puebla: Gelasio Castillo. Lleno de curiosidad, de iniciativa, me deslumbró por su inteligencia. Era un cerebro que podía encauzarse con educación, un posible Benito Juárez, un posible Flores Magón, un posible López Velarde, pero su tía lo necesitaba para cuidar las borregas. Unos años después, pregunté por él. Murió, fue la respuesta. Lo encontraron en una zanja de un campo de manzanas. Pensé en todos los Orozcos, Riveras, Rulfos, Revueltas, asesinados en México por la miseria y la falta de oportunidades. Gelasio, en otro contexto, sería ahora referente de nuestra sociedad.
El techo y el sustento, la educación y la cultura, son las dos mitades de la manzana que no le tocó a Gelasio. En México, a la fecha, 2 millones 300 mil niños se quedan sin escuela. Desde hace un tiempo se habla de los ninis, jóvenes que ni estudian ni trabajan. El Instituto Mexicano de la Juventud dice que son unos 7 millones. Para muchos, la alternativa es ir a engrosar las filas del narcotráfico. ¡Y cuántos Gelasios huérfanos está dejando esta guerra! Tan sólo en Ciudad Juárez, hasta junio de 2010, 10 mil niños perdieron a sus padres. ¡Y cuántos hacen falta para que el gobierno comprenda que no puede dejar sin sustento a familias enteras! ¡Y cuántos migrantes asesinados en ambas fronteras para integrar un continente, nuestro continente, que aspira a la civilización y a dejar atrás la barbarie. A lo largo de los pasados cuatro años pueden contarse 24 mil 832 ejecutados, y la inseguridad es tal que se ha vuelto normal que los padres prevengan a su hijo adolescente: Si sales hoy en la noche, te van a matar. El abandono de los jóvenes por parte del gobierno es un crimen que el futuro nos cobrará muy caro.
Nada más ligado a la cultura que los sentimientos comunitarios, el amor que nos tenemos unos a otros, el amor a los niños, a los ancianos, a los animales. Educar es hacer aflorar en la mente y en el corazón lo más digno, valioso y crítico que hay en la persona. La educación es la que forja la realidad política, económica y ética de cada sociedad. La cultura es identidad y es cohesión. La identidad la dan los usos y costumbres, y en nuestro país tenemos un patrimonio extraordinario que nos enaltece y nos singulariza. Fomentarlo es hacernos un lugar sobre la tierra, un sitio privilegiado dentro de la comunidad de las naciones.
La cultura en los países europeos es instrumento de defensa nacional integrada a la vida cotidiana, la influencia más definitiva en su desarrollo humano. En América Latina, México lo tiene todo para identificarse con la palabra cultura, porque nuestro pasado indígena asombra al mundo entero y nuestra cultura independiente puede exportar bienes culturales a todos los países. Nuestra resistencia está en las personas que crean, los hombres y las mujeres de ciencia, las artesanas y los alfareros mexicanos que de la nada hacen surgir una olla de barro negro oaxaqueño, un tejido chiapaneco, un bordado huichol, una tortuga de Toledo.
La cultura lleva necesariamente a la democracia porque la creatividad hace al hombre libre y, sobre todo, más crítico. El disfrute de la cultura en todas sus manifestaciones también es instrumento no sólo de respeto por uno mismo, sino de liberación. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras instituciones públicas de educación superior han formado a profesionistas que nos honran. Con sus aportes, construyen el tejido social de México y fomentan la integración de los 105 millones de mexicanos que somos.
La creatividad de los mexicanos es materia prima para el engrandecimiento de nuestro país. La marcha silenciosa y el mitin del desafuero del 24 de abril de 2005 del político que ha demostrado tener más base social en México, Andrés Manuel López Obrador, fue una muestra de creatividad sin precedente, y surgió de uno de los barrios más pobres donde las escuelas de artes y y oficios, como el Faro de Oriente, han dado resultados óptimos.
Imposible hablar de democracia mientras no se incluya a los mexicanos más pobres. Imposible hablar de identidad mientras se excluya a los 10 millones de indígenas. Imposible seguir adelante sin integrar a las mujeres que hasta la fecha somos las grandes olvidadas de la historia. Allí están las 400 asesinadas de Ciudad Juárez para comprobarlo. Imposible olvidar a las minorías con opciones sexuales distintas. Así como el presidente Lázaro Cárdenas se ocupó de los de abajo, un presidente que se ocupara de las mujeres, transformaría al país.
Los que tienen que dar ejemplo de austeridad son los que están en el poder. Si los funcionarios mandaran a sus hijos a escuelas públicas éstas mejorarían junto con la educación que se imparte, si tomaran el Metro y el autobús, éstos serían más eficaces, más limpios y más seguros, si los poderosos se atendieran en las clínicas del IMSS y del ISSSTE la atención sería de primera. Subir los salarios mínimos, sería dignificante para todos. Si se elevara el nivel educativo de los mexicanos, nuestro país sería más democrático, más solidario, más tolerante y más culto, porque la educación incluye a todos: maestros, alumnos, padres de familia, sociedad y gobierno. Un pueblo educado tiene más elementos para condenar los actos de impunidad y de corrupción de sus gobernantes y no cae en la adulación o el servilismo. Una educación laica y gratuita crea ciudadanos críticos que no tienen miedo de expresarse.
Lo primero que salió de los escombros de una Varsovia destrozada por la Segunda Guerra Mundial fue una florería. Era conmovedor ver cómo por encima del desastre, entre dos muros caídos se erguía una insólita tiendita floreada. Esto es lo que queremos –parecían decir las mujeres. Queremos pan y rosas. Porque aquí no pasan cosas de mayor importancia que las rosas, escribió Carlos Pellicer. Hoy las mujeres del mundo seguimos luchando por pan y rosas. Además de pan, necesitamos belleza, cultura, arte, y en México nos resulta indispensable seguir haciendo juguetes, golosinas, palomitas de papel, piñatas para cantar: Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino.
Perder el camino es perder nuestra oportunidad de un cambio verdadero. México tiene todo para construir su identidad sobre la cultura; es decir, el disfrute de su patrimonio y el fomento de su creatividad. México, Estado cultural; México, nación de cultura; México, sociedad de conocimiento; México (como lo fue Grecia), patrimonio cultural de la humanidad. Fascinante y conmovedora ha sido nuestra resistencia. En los años que vienen, la cultura podría salvarnos al convertirse en el objetivo de todas las clases sociales, una cultura que hiciera renacer la confianza en nosotros mismos. La filosofía náhuatl nos dijo que éramos los cimientos del cielo y los antiguos mexicanos nos llamaron el Pueblo del Sol. Bajo ese sol y ese cielo se levanta nuestra esperanza.

¿Por qué a Venezuela?

La provocación de Uribe forma parte del cuadro subversivo con que se pretende frustrar la victoria chavista en las estratégicas elecciones de septiembre próximo.
Ángel Guerra Cabrera / Rebelion
Lo que hay principalmente detrás del conflicto colombo-venezolano y su reciente agravamiento es que la revolución Bolivariana choca frontalmente con el plan de dominación estadunidense sobre América Latina. Que Venezuela, país con reservas de petróleo y gas entre las mayores del mundo, tenga un rumbo independiente en pos del socialismo, promueva la democracia participativa, la unidad e integración de América Latina, la solidaridad, la paz y la cooperación entre los pueblos es intolerable para el imperio. Mucho más cuando movido por su sed insaciable de hidrocarburos y recursos naturales que comienzan a escasear, ha entrado en una carrera bélica permanente por el control de los países que los poseen y de las poblaciones que los habitan. Todo con el cínico pretexto de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico nada menos que enarbolada por el Estado campeón del terrorismo, primer mercado de droga en el mundo cuyas ganancias constituyen una gran tajada de su sistema financiero. A la élite de Estados Unidos la saca de quicio la amistad entrañable de Venezuela y Cuba y la profundización de los pasos para su unión económica, preámbulo, diríase, de su unión política. Raúl Castro ha resumido muy claramente el sentido de estos pasos en una reunión de alto nivel cubano-venezolana celebrada el simbólico 26 de julio: sólo unidos venceremos.
El imperio no perdona el importante papel de Venezuela en la liquidación del ALCA –proyecto de recolonización continental- y en el surgimiento de la ALBA, que practica las relaciones más fraternas y equitativas entre las naciones miembros y las promueve, aunque no sean miembros, con todas las naciones de América Latina y el Caribe. En respuesta a la Venezuela bolivariana, a los grandes movimientos populares antineoliberales y gobiernos más independientes gestados por ellos, Washington restableció la IV Flota y llegó al extremo de instalar siete bases militares en Colombia lo que junto a otros factores presentes en ese país, constituye una peligrosa amenaza de agresión para Caracas, que había tensado seriamente las relaciones bilaterales. En este contexto se produce la festinada acusación por el representante de Bogotá en la OEA de que Caracas mantiene campamentos de las guerrillas colombianas en su territorio, una gravísima provocación que ha puesto en grave peligro la paz entre los dos países hermanos salida del fanatismo proyanqui de Álvaro Uribe y su febril afán de protagonismo desde que se frustró su proyecto reeleccionista.
El presidente Hugo Chávez ha hecho cuanto ha estado a su alcance por armonizar las relaciones con Colombia y evitar un conflicto bilateral. De hecho, a petición de Uribe se convirtió en un factor principalísimo de distensión de la larga guerra de sesenta años en el país vecino y ha insistido invariablemente en la necesidad de una salida política al conflicto. Con justa razón ha invitado a las guerrillas de las FARC y el ELN a que comprendan que las nuevas realidades políticas requieren un cambio en su estrategia de toma del poder mediante las armas por una de negociación, sin que ello implique rendirse. Chávez informó con visible dolor la ruptura de relaciones con Colombia: lo anuncio con una lágrima en el corazón, dijo.
Lula da Silva comentó su extrañeza por la conducta de Uribe cuando le faltan unos días para dejar la Casa de Nariño y “el nuevo presidente(Juan Manuel Santos) ha dado señales claras, incluso con los ministros que escogió, de que quiere construir la paz”. Lula, junto al ecuatoriano Rafael Correa, presidente pro tempore de UNASUR y su secretario general Néstor Kirchner han actuado rápidamente para atraer el tema al seno del mecanismo suramericano, un espacio, a diferencia de la OEA, favorable para que sin la presencia de Washington se expresen a plenitud los intereses de América Latina y el Caribe. UNASUR ha dado ya muestras de su capacidad de concertación política y esta es más necesaria que nunca para la región y para Venezuela en particular. La provocación de Uribe, la captura del terrorista Francisco Chávez Abarca, socio de Posada Carriles que confesó los planes desestabilizadores con que llegó a Venezuela, los desmelenados ataques al gobierno bolivariano del arzobispo de Caracas y las carretadas de dinero entregadas por Washington a la contrarrevolución configuran el cuadro subversivo con que se pretende frustrar la victoria chavista en las estratégicas elecciones de septiembre próximo.

El pensamiento del Libertador

La emancipación de mundos empieza por la de la propia mente. Un acercamiento al nuevo libro de Luis Britto: "El pensamiento del Libertador. Economía y sociedad".
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Revolución es pensamiento armado. Movilización sin intelecto es sólo vendaval. Los estudios formales de Bolívar no exceden de la sumaria instrucción de un teniente de milicias. Simón Rodríguez le enseñó a formarse solo. Al igual que Miranda, para liberar un mundo debió convertirse en hombre universal.
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La emancipación de mundos empieza por la de la propia mente. Decía Stendhal que Luis XVIII podía hacer un conde, pero no un banquero. Ningún gobierno puede crear ni descrear un intelectual, pero el intelectual crea o deshace poderes. Montesquieu, Voltaire, Rousseau desbarataron el absolutismo. Durante su tumultuosa juventud, Bolívar los lee afiebradamente, así como a Hobbes, Holbach, Diderot, D´Alembert y Adam Smith. Analiza y luego reprueba el utilitarismo de Bentham. Así se convierte en pensador de primera fila y escritor que afirma: “Yo multiplico las ideas en muy pocas palabras”. Se atribuye a Bolívar haber dicho que la prensa es la artillería del pensamiento. El intelectual es la pólvora que dispara la idea.
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La mediocridad baila al son que le toquen, el pensador lleva la batuta. Las desgarradoras campañas, las movilizaciones continentales, las estrategias que saltan paisajes y fronteras no son más que desarrollo de un pensamiento, y éste se centra en la especificidad de América, que Bolívar considera a veces con embeleso, a veces con cautela. Le fascina el enigma del Nuevo Mundo, del cual afirma en la Carta de Jamaica que “aunque una parte de la estadística y revolución de América es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor parte está cubierta de tinieblas”. En el mismo texto afirma que “no somos indios, ni europeos, sino una especie de mezcla entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. Una década después escribe a Santander desde el Perú, el 8 de julio de 1826: “Estamos muy lejos de los hermosos tiempos de Atenas y de Roma y a nada que sea europeo debemos compararnos”. Pero, luego de reseñar con preocupación las fuerzas que la independencia ha desatado, añade: “Me parece imposible restablecer las cosas como estaban antes y, sin duda, éste será el deseo de los que no saben más que continuar a la española”. Hasta en sus observaciones más pesimistas tiene razón, y no son contradictorias porque confirman su tesis central: América Latina es un hecho nuevo e irreversible en la dinámica de la cultura y de la Historia de la Humanidad. La emancipación sólo confirma este hecho en lo político, y posibilita que culmine en lo social, lo económico, lo estratégico, lo diplomático, lo cultural.
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Todo verdadero pensador es radical. Los ojos y el pensamiento miran hacia delante. Para la medianía queda la media tinta, el acomodo para el acomodaticio. El único talento de la mediocridad es la componenda. Ante las dudas, apostrofa Bolívar: “¿Trescientos años de calma no bastan?” Frente a la agresión de un poder moribundo, lanza el estremecedor Decreto de Guerra a Muerte, que deslinda para siempre campos entre una América soberana y otra colonial o colonizada. Contra el espantajo de la propiedad privada, decreta las más grandes y generalizadas confiscaciones que se han ejecutado en América. Contra la explotación, prohíbe los rangos hereditarios y liberta indígenas y esclavos. Ante el espantajo monárquico, proscribe las coronas de América y rechaza de plano las que le ofrecen. Contra las pretensiones del sacerdocio realista, impone el Patronato, que establece el predominio de la República sobre la Iglesia. En oposición al parroquialismo, proclama: “Para nosotros, la Patria es América”. A sus espaldas, las mediocridades conspiran para contraer Deuda Pública, pactar desiguales tratados de comercio y falsa reciprocidad con potencias extranjeras, someter a la República a los tribunales de éstas. Una Guerra a Muerte contra las nulidades internas hubiera salvado a la Patria de mil agonías. Como el Libertador no la declaró, las vacuidades la desataron contra él. En todas las contiendas hay tregua, menos en la de la incapacidad contra el talento.
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La inteligencia ama a la inteligencia. La duda sobre un grande hombre se despeja contemplando a quienes le acompañan. Bolívar joven hace amistad con Alejandro de Humboldt y Aimé Bonpland. Maduro, amenaza invadir Paraguay para liberar a Bonpland de la prisión del doctor Francia. En los más conmovedores términos expresa su agradecimiento por la formación que le impartió Simón Rodríguez. Invita insistentemente al historiador Del Pradt para que se radique en América. Tiene cordial correspondencia con el poeta Joaquín Olmedo. Encarga del manejo de su archivo y de la inteligencia a la culta y Manuelita Sáenz, quien conoce los clásicos en sus lenguas originales. Autoriza a su ministro Manuel Revenga a adelantar un proyecto de cultivo selecto del tabaco que hubiera salvado al país de la Deuda Externa, de no ser por el sabotaje de Páez. Se confía a perspicaces memorialistas, como el cónsul británico Sir Robert Ker Porter. Elige como edecanes y compañeros de batallas a hombres que luego escribirán imperecederos testimonios sobre su gesta: Luis Perú de Lacroix, Daniel Florencio O´Leary. No teme encumbrar intelectos de primera magnitud, como el de Antonio José de Sucre. Desmedrada política la de las camarillas en las cuales parece estar vetada la inteligencia. Un intelectual puede servir como burócrata, pero no un burócrata como intelectual. Sólo teme al talento quien no lo tiene.
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El espíritu noble sólo goza del conocimiento cuando lo comparte. En países donde la educación había estado reservada para castas privilegiadas, Bolívar centuplica desvelos para hacerla accesible a todos. “La educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una República, moral y luces son nuestras primeras necesidades”, sentencia ante el Congreso de Angostura. Implanta la educación primaria pública, gratuita y obligatoria para los indígenas. Recomienda a Simón Rodríguez ante el Mariscal de Ayacucho, para que desarrolle las reformas docentes que la oligarquía boliviana saboteará. Protege al pedagogo inglés Lancaster. Exonera de impuestos la importación de instrumentos para el desarrollo de las ciencias y las técnicas. Con sus propios bienes dota a la Universidad de Caracas, que luego será la Central de Venezuela. En su testamento le deja sus posesiones más preciadas: el Arte militar de Monte Cuculi, y un Contrato Social que había pertenecido a Bonaparte.
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A gran intelecto, obra grande. La emancipación, el afianzamiento de la soberanía popular, el republicanismo y la democracia, el laicismo, la liberación de esclavos e indígenas, la protección de los recursos naturales y la inalienable reserva del subsuelo para la República, la confiscación masiva de bienes en interés de la Revolución y de los desposeídos que la apoyaron, las críticas contra el crecimiento de la deuda pública y los tratados de comercio con imperios que imponían una falsa reciprocidad, la inflexible defensa del derecho de nuestro país a decidir las controversias sobre su interés público con sus leyes y tribunales, la reflexión sobre la especificidad de América Latina y el Caribe y la posibilidad de su unidad continental son patrimonios inagotables. Sólo conoceremos nuestra medida cuando terminemos de abarcarlos.