En Argentina y Venezuela, las estadísticas empiezan a mostrar las bondades de las reformas políticas y económicas y, seguramente, las seguirán evidenciando en el futuro. No es el camino al cielo pero permite una vida más digna en la tierra.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
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(Fotografía: Los ministros argentinos de Economía, Amado Boudou, y de Planificación, Julio De Vido, anunciaron la eliminación de subsidios a grandes empresas y usuarios de altos ingresos).
Argentina y Venezuela toman medidas que apuntan a profundizar reformas cuyos destinatarios son los sectores más vulnerables de la sociedad. Se trata, palabras más palabras menos de Hugo Chávez y Cristina Fernández, de instaurar medidas económicas que permitan reducir la polarización y la desigualdad social que la aplicación del recetario neoliberal en la década de los 80 y 90 nos dejó como herencia.
En Argentina se trata de la eliminación de una serie de subsidios que, de una u otra forma, subvencionaban sectores sociales que no se encuentran entre los más carenciados. La medida fue tomada inmediatamente pasadas las elecciones presidenciales y afectará, en primer lugar, a 40 grandes empresas a las cuales no se les subsidiará más las tarifas de gas, agua y electricidad a partir de los primeros días de diciembre. A partir de enero sucederá lo mismo con los hogares de altos ingresos; la idea, dijo el ministro de economía Amado Boudou, es “destinar las ayudas estatales a quienes realmente lo necesitan”.
En Venezuela, por su parte, se amplió el espectro de productos cuyos precios serán controlados. El presidente Hugo Chávez consideró esta medida una paso más en el avance de ese país hacia el socialismo.
El control de precios se instauró hace ya varios años en Venezuela para ciertos productos como el aceite y el arroz. La respuesta de los grandes empresarios ha sido el acaparamiento, la especulación y, en general, el boicot de tales medidas, lo que ha llegado a provocar, en algunos momentos, escasez de tales productos.
Estas medidas apuntan a restablecer el nivel de vida de amplios sectores sociales que, en el pasado, se vieron compelidos a apelar a la violencia para ser escuchados.
En efecto, en Venezuela, se tuvo que dar el llamado Caracazo, en 1989, para que se desencadenaran los procesos políticos que culminaron con la elección de Hugo Chávez a finales de la década de los 90. En esa oportunidad, indignados por el aumento desmedido de la gasolina, los barrios pobres de Caracas literalmente se sublevaron y estremecieron las bases del régimen vigente.
En Argentina, en el 2002, la sublevación popular tuvo ribetes parecidos en cuanto a su extensión e impacto. La gota que derramó el vaso fue el llamado “corralito”, que dejó a miles de ahorrantes en la calle y llevó los salarios y las pensiones a límites irrisoriamente bajos. Un profesor de primaria, por ejemplo, ganaba el equivalente a $40 mensuales.
La sociedad argentina quedó irreconocible después de la debacle neoliberal comandada por Carlos Menem quién, en una orgía de privatizaciones y corrupción, desmanteló lo que los argentinos llevaban más de 70 años construyendo. Crecieron exponencialmente las villas miseria, dejaron de funcionar muchas de las vías del ferrocarril que conectaba entre sí a las diferentes provincias, quebraron industrias, fábricas, cayeron los salarios, se privatizó la empresa petrolera, pero crecieron hasta las nubes las ganancias de un muy pequeño sector que, favorecido por todas estas medidas, llevaron al poder a de la Rúa, primero, y después a una seguidilla de farsantes que con falsas promesas trataron de embaucar a las mayorías.
Los Kirchner no llegaron al poder prometiendo la revolución ni la construcción del socialismo, pero su proyecto nacional popular ha frenado la caída libre de la Argentina y las medidas tomadas han menguado la desigualdad social.
En Argentina y Venezuela, tales medidas son catalogadas peyorativamente por quienes están en contra, por los capitales locales y foráneos, como “populistas”, es decir, como formas de congraciarse con el pueblo para contar con su favor a la hora de las elecciones. No piensan sino en términos de oportunismo, son de mirada corta, juzgan a partir de lo que ha sido su propio accionar siempre. Lo cierto es que las estadísticas empiezan a mostrar las bondades de tales políticas y medidas y, seguramente, las seguirán evidenciando en el futuro.
No es el camino al cielo pero permite una vida más digna en la tierra.