Tras el derrumbe de estatuas y monumentos lo que hay es una disputa por la memoria. El pasado no es, de ninguna manera, algo muerto e inerte, sino que se encuentra vivo y alimenta visiones de mundo e ideologías, contribuyendo a estructurar y mantener sistemas sociales.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Recientemente, desde la ventanilla de un automóvil que circulaba por las atiborradas calles de Ciudad de Guatemala, vi la estatua ecuestre decapitada de un general-presidente del siglo XIX. Una bolsa plástica negra cubre hoy su cuello desgonzado, quién sabe si por razones estéticas o como sustituta permanente de la otrora testa mayestática.
En otras partes he visto columnas y pedestales vacíos, algunos con feas barras de hierro sobresaliendo como testigas de la furia de quienes hoy le cobran a los inmortalizados en bronce los yerros que sus congéneres no solo no vieron sino que, muchas veces, entendieron que eran cualidades dignas de celebrar y emular.