Especial para ARGENPRESS.info
La ola nacionalista que recorre Latinoamérica tiene como complemento necesario un proceso de integración regional. A este nacionalismo de nuevo cuño se oponen tan solo los partidarios del neoliberalismo quienes abogan por desechar lo nacional y aprestarse a la integración con los Estados Unidos, como la única vía para salir de la pobreza.
Los partidarios criollos del neoliberalismo defienden la apertura comercial, desdeñan como antigualla y manifestación ridícula toda expresión de nacionalismo, hablan de una supuesta ciudadanía y cultura “mundiales” y condenan sin paliativos la defensa de las señas de identidad propias como actitud reaccionaria, premoderna e insuflada de un indigenismo ridículo. Al mismo tiempo no tienen dificultad alguna en admirar la cultura anglosajona y aceptar como natural que los estadounidenses declaren ser el pueblo escogido por el Altísimo, canten enternecidos su himno nacional hasta en la ocasión más anodina y exhiban su bandera casi con obsesión.
El nuevo nacionalismo latinoamericano encuentra su mejor expresión en el rechazo generalizado al ALCA y a los Tratados de Libre Comercio por las ventajas que conceden a los Estados Unidos mientras sacrifican el trabajo nacional sometiéndolo a una competencia imposible con las mercancías extranjeras y porque exceden ampliamente los objetivos comerciales, comprometiendo la propia soberanía. No por azar muchos ven en esta integración con los Estados Unidos un nuevo tipo de colonialismo que condena a una dependencia aún mayor.
Pero Washington y sus aliados no las tienen todas consigo. El nuevo nacionalismo latinoamericano se traduce ya en proyectos de integración regional que buscan defender mejor sus intereses comunes frente a terceros; un nuevo nacionalismo que es entonces compatible con el objetivo de la unidad y un viejo anhelo que se remonta a las mismas guerras de independencia. De hecho, entonces hubo más vinculación entre territorios que luego, cuando se rompe el vínculo con las metrópolis y cada cual se orienta hacia los mercados mundiales ignorando a sus vecinos. En el siglo pasado hubo ya ciertas iniciativas de integración pero sin mayores éxitos. Hoy, por el contrario, todo indica que la integración regional tiene condiciones más favorables, además de ser una necesidad impostergable en un complejo panorama internacional como el actual que convierte el aislamiento nacional en un suicidio.
Para dar un impulso decisivo a la integración regional se reúnen ahora en Brasil los gobiernos del área, en el marco de la Unión de Países de Sudamérica –UNASUR- con un temario ambicioso que incluye variadas formas de cooperación política, comercial, de inversión social y de defensa.
Lula propone que las naciones del área constituyen un consejo de seguridad propio para garantizar la defensa común, precisamente cuando el Pentágono despliega la IV Flota en el Caribe, supuestamente “para combatir el terrorismo” (una excusa que no engaña a nadie). La iniciativa del presidente de Brasil tiene enorme significado y va en la misma dirección de la propuesta de Hugo Chávez de crear la Organización del Tratado del Atlántico Sur- OTAS- réplica evidente de la OTAN, pero con la sola presencia de los sudamericanos. Estas iniciativas en el área de la defensa son especialmente sensibles. De hecho, afectarían a fondo los actuales tratados militares con Estados Unidos, impedirían la presencia de la OTAN en la región y armonizan con la salida de los gringos de la base militar de Manta en Ecuador y el rechazo generalizado a su traslado a Colombia, justamente en la frontera con Venezuela.
El Banco del Sur ya es una realidad y ha empezado a operar como alternativa a las entidades crediticias controladas por Estados Unidos y sus aliados, vistas con recelo y hasta rechazadas abiertamente por muchos gobiernos por ser las responsables de los “consejos” (imposiciones) que llevaron a graves crisis económicas en la región y provocaron levantamientos populares con la caída de varios gobiernos.
Petrosur, otra iniciativa del presidente Chávez no solo tiene unos fundamentos económicos muy sólidos sino que permite gran autonomía a los gobiernos, precisamente en una cuestión clave como la energía. Son muchos los proyectos de infraestructura destinados a generar un verdadero mercado interno, así como bastos programas de inversión social en educación, salud y alimentación, claves para el desarrollo económico.
Sin duda, no son pocas las dificultades que afronta la integración regional. Existen desigualdades considerables en el grado de desarrollo económico entre los países, asimetrías regionales inconvenientes y actividades que más que complementarse provocan competencias no deseables. No hay tampoco armonía entre sus sistemas de gobierno y los cambios políticos pueden causar retrasos considerables. La construcción de infraestructuras es a menudo un reto titánico impuestos por la misma geografía (por ejemplo, para conectar el Pacífico con el Atlántico abriendo nuevos horizontes comerciales y liberando inmensas potencialidades). No deben descartarse tampoco las acciones hostiles de las multinacionales que intentarán atravesar palos en las ruedas de la integración (apoyadas por la diplomacia de sus gobiernos respectivos) ni menos aún los conflictos locales que pueden paralizar el proceso. El más inmediato, el que enfrenta a Colombia con Ecuador, Venezuela y Nicaragua, o los litigios limítrofes entre Chile, Perú y Bolivia, o las diferencias entre Argentina y Uruguay por cuenta de las multinacionales papeleras, o entre Brasil, Argentina y Paraguay cuando se revise la distribución de los beneficios derivados de la energía que producen conjuntamente.
Pero ninguna de estas dificultades constituye un obstáculo insalvable si existe voluntad política y sobre todo si la integración es una necesidad imperiosa impuesta por la realidad mundial. En efecto, ante los procesos de concentración de capitales y mercados no hay otra salida que la unión de las economías para alcanzar escalas adecuadas y resistir el desafío; sometidos todos a la feroz competencia por recursos naturales sería una insensatez tratar de enfrentar a los países ricos desde la debilidad que supone negociar en solitario; amenazados por quienes se abrogan el derecho de intervenir militarmente en cualquier rincón del planeta para “promover la democracia” o “defender sus intereses nacionales”, nada mejor que constituir entidades capaces de disuadir y defender; carentes de un desarrollo científico adecuado, solo el trabajo conjunto garantiza alcanzar la masa crítica suficiente para superar el atraso tecnológico; víctimas de una avalancha de cultura basura proveniente de las metrópolis, que deteriora y degrada, el único camino es buscar la fortaleza en la unidad de quienes están sometidos a las mismas amenazas.
El sueño unitario del Libertador Simón Bolívar – La Patria Grande- deja de ser hoy un simple deseo o la ensoñación de líderes idealistas para convertirse en una realidad que tiene todas las trazas de ser irreversible. El nuevo nacionalismo latinoamericano no es excluyente ni xenófobo ni alimenta racismo alguno. Tampoco la integración supone la disolución de lo propio en una amalgama sin forma, ni la perdida de las señas de identidad de cada cual.
Los promotores políticos de esta iniciativa enfatizan tanto en la necesidad imperiosa de la integración como en todos aquellos elementos que convierten la historia nacional de estos pueblos en un destino común, empezando por su pasado compartido de pobreza, sometimiento y dependencia y sus anhelos de desarrollo, dignidad y autonomía nacional. Todo indica que marchan por el camino correcto.
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