Tanto su magna figura como su magna obra han sido revitalizadas formidable y ampliamente a nivel nacional, continental y mundial por el proceso revolucionario que tiene por escenario a Venezuela. Es Simón Bolívar quien ha devenido en una suerte de muro de contención moral e histórico harto significativo frente a las desmedidas apetencias imperialistas y neocolonialistas del gobierno de Washington.
Esta trascendente revitalización de El Libertador ha logrado que una inmensa porción de nuestra América avizore en su propuesta del Congreso Anfictiónico de Panamá la opción más cercana, más posible y más valedera que se tiene para resaltar el respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos americanos en abierta oposición al imperialismo yanqui.
Como Bolívar en su tiempo, la América toda, unida por una historia y unas necesidades comunes de desarrollo, no tiene por qué prolongar el proceso de su absoluta independencia, manteniendo una oposición de nacionalidades que sólo contribuye a su debilitamiento y a la dependencia ante las metrópolis capitalistas industrializadas. Hoy más que nunca, la tesis integracionista y antiimperialista de Simón Bolívar representa el bastión desde el cual la dignidad y la libertad de los pueblos americanos puede hacerle contrapeso al ansia de dominación territorial, política, militar, cultural, tecnológica y económica que impulsó la política exterior estadounidense en estas últimas décadas.
Vale recordar que Bolívar, en correspondencia dirigida desde Guayaquil al Encargado de Negocios de Inglaterra en Bogotá, Patrick Campbell, el 5 de agosto de 1829, advirtió que “los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar a la América de miserias a nombre de la libertad”. Sin ser profeta, El Libertador intuía, desde la proclamación unilateral hecha en 1823 por el Presidente James Monroe advirtiendo a las potencias europeas que “América es para los americanos”, las graves amenazas que pendían sobre nuestro Continente provenientes de los americanos del Norte. Desde entonces, el bolivarianismo se mantiene en lucha contra el imperialismo. Y eso no hay que negarlo ni, menos, impedirlo.
No es casual, por tanto, que, al proclamarse el proceso revolucionario venezolano como heredero histórico del pensamiento y la acción de Bolívar, constituyéndose en una de sus raíces fundamentales, exista un enfrentamiento ideológico inmediato con el imperialismo yanqui. Así lo comprendieron, desde un primer momento, los jerarcas del Pentágono, Wall Street y el Departamento de Estado norteamericano porque el americanismo y la absoluta independencia de nuestras naciones, simbolizadas en Bolívar, riñen abiertamente con la concepción imperialista y neocolonialista manejada en Estados Unidos.
Tanto así que, de haber logrado Bolívar que el pacto de defensa y seguridad política propuesto en Panamá fuera una realidad permanente, habría sido difícil que se produjeran la serie de invasiones militares, golpes de Estado, magnicidios, sabotajes, bloqueos económicos y guerrillas contrarrevolucionarias, auspiciadas por Estados Unidos, todo con el objetivo de resguardar sus intereses geopolíticos; centrados, básicamente, enel mantenimiento del orden económico manejado y controlado por las grandes corporaciones transnacionales norteamericanas que apoyan las elites dominantes de las naciones al sur del río Bravo.
De ahí que sea sumamente paradójica la posibilidad de que nuestros países (excluyendo a Cuba, por supuesto, por razones históricas y políticas que irritan a la Casa Blanca) se unan en pie de igualdad con el coloso estadounidense, tal como lo dejan entrever los auspiciadores de una mayor cercanía con éste, anhelando una inundación ilusoria de dólares en éstos, a través de una versión mejorada del ALCA y otros mecanismos binacionales que, al final, le darían a éste una preponderancia aún mayor y el derecho unilateral de intervenir en nuestros asuntos internos, toda vez que considere vulnerados o amenazados sus intereses.
Para conseguirlo, Washington dispone ya de una serie de planes, esencialmente militares, con una cabeza de playa representada por Colombia, que le otorgarían la facultad de intervenir libremente, sin mediar para nada el respeto al Derecho internacional ni la jurisdicción de cualquier tribunal que pretenda juzgar, en algún momento, a sus sacrosantos efectivos militares. Cuestión que contradice y combate el aspecto medular que compone el bolivarianismo, como lo son el respeto a la soberanía y al derecho de las naciones a existir en igualdad de derechos en el concierto internacional.
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