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domingo, 23 de noviembre de 2008

Colombia: Minga de la resistencia indígena y popular

Por ese sentimiento de superioridad de los blancos y mestizos frente a los indios, el actual enfrentamiento del gobierno de Álvaro Uribe con los pueblos indígenas encierra no sólo un enfrentamiento ideológico y conceptual, sino que tiene un trasfondo cultural que subyace en el subconsciente colectivo desde hace más de 500 años.
Gloria Gaitán / Barómetro Internacional.
Nada tan de vanguardia como dos de los conceptos indígenas que han venido publicándose en la prensa en estas últimas semanas a raíz de la marcha de los indígenas colombianos. Se trata de la MINGA, vocablo que designa una reunión solidaria para hacer un trabajo en común y la concepción de la Madre Tierra, como parte integral y orgánica de los seres humanos.
El primer caso – el de la minga – corresponde a las acciones colectivas que son el fundamento y la base de una Democracia Directa, que se avizora como la estructura del Estado futuro y el planteamiento que encierra el término de madre tierra, que es el mismo que pregonan los ecologistas al hablar del respeto al planeta tierra, porque de él dependemos y a él nos debemos.
A pesar de esta visión moderna, que es el fundamento mismo de la cultura indígena, “los blancos”, en su mayoría, siguen considerándose superiores a los indios. Incluso los mestizos, que en sus genes llevan dosis importantes de raza indígena, muchas veces los desprecian. Es una actitud que comparten todas las clases sociales. Tan es así que, un insulto común entre las clases populares, es decirle a alguien con desprecio y rechazo: “el indio ése”.
Racismo vernáculo
Es que el lenguaje traduce elementos del subfondo cultural, y bien sabido es que los grupos sociales que han antagonizado con las comunidades indígenas, han adoptado en su vocabulario gentilicios o adjetivos indígenas o nativos, a los que convierten en insultos.
Así, en Bogotá, se utiliza el modismo de “guache” para señalar a alguien burdo y atrevido, cuando la palabra guache, en lengua chibcha, significa indio joven. De la misma manera, para señalar a un hampón, se dice “apache”, tomando abusivamente la expresión de la comunidad indígena norteamericana de los Apaches y, cuando decimos “cafre” para significar que hablamos de un hampón, nos estamos refiriendo a Kaffir que, en su sentido histórico, fue un término para describir al negro de Sudáfrica.
Dos caras del problema
Por ese sentimiento de superioridad de los blancos y mestizos frente a los indios, es que el actual enfrentamiento del gobierno de Álvaro Uribe con ellos, que claman porque se les cumplan las promesas de justicia que se les han hecho, encierra no sólo un enfrentamiento ideológico y conceptual, sino que – además y para agravar las cosas – tiene un trasfondo cultural que subyace en el subconsciente colectivo desde hace más de 500 años.
Es entonces indispensable dar la batalla en esos dos frentes: el ideológico y el emocional y es por ello tan importante que los indígenas estén planteando que su camino hacia Bogotá trasciende su propia problemática para proyectarse a la totalidad de la situación colombiana, sin distingo de razas ni culturas.
En la marcha caben no sólo los indios, sino los campesinos, los obreros, los estudiantes, las mujeres, los afrodescendientes, los blancos, los mestizos, los sacerdotes, los discapacitados, los jubilados, los niños y los viejos. Los cinco puntos que abarca su lucha nos incumben a todos y son una propuesta para una Colombia que se aleje del modelo excluyente y elitista que ha dominado al país desde la Conquista Española hasta nuestros días.
Los cinco puntos
Los cinco puntos que vienen poniendo los indígenas sobre la mesa, y sus acápites, demuestran una profunda seriedad conceptual. Los cinco puntos son:
1. Fin a la violación del derecho a la vida y de los derechos humanos. Que es, no cabe duda, el tema que más aqueja a todos los colombianos.
2. Fin a la agresion y ocupación territorial. El desplazamiento masivo agobia a la población colombiana y es, sin duda, una de las preocupaciones centrales de nuestra sociedad.
3. Adopción de la declaración de la ONU sobre pueblos indígenas. Se trata de una necesidad histórica a fin de que se haga justicia con una raza que es la nuestra y que está a los orígenes de nuestra nacionalidad.
4. Modificación de la legislación del despojo que coloca en riesgo la pervivencia de los pueblos. La violencia que padece el pueblo colombiano tiene, entre otros propósitos, desalojar a los campesinos, a los indígenas y a los afrodescendientes de sus tierras como mecanismo para la formación de inmensos latifundios, a su vez que se pretende despejar terrenos cuyo subsuelo es riquísimo en materias primas, cuya posesión codician las transnacionales.
5. Acuerdos incumplidos con organizaciones y movilizaciones sociales. La forma como viene resolviendo el gobierno los conflictos laborales, sociales y regionales es firmando acuerdos que nunca se cumplen, con lo cual el pueblo está entendiendo, poco a poco, que el camino del diálogo no constituye una vía para la solución de la problemática nacional.
De lo indígena a lo nacional
Violencia oficial, desplazamiento, despojo de tierras e irrespeto al Estado social de derecho, son los cimientos en que se erige la explotación predominante en la economía, el autoritarismo en lo político y la marginalidad en lo social. En los cinco puntos se resume esta problemática.
Pero, para que los colombianos como un todo acojamos esta plataforma de lucha, se requiere un trabajo profundo en la conciencia colectiva que le dé el estatus de dignidad y grandeza que merecen esas comunidades de compatriotas.
De ahí la importancia de negarse a aceptar el tono paternalista y campechano con que ha pretendido manejar la Minga el Presidente de la República. De ahí la necesidad de rescatar el orgullo nacional elevando el respeto hacia nuestros ancestros, nuestra historia y nuestros orígenes culturales. No basta la actitud de espectadores frente a la Minga, es indispensable hacerla nuestra, porque todos los colombianos somos descendientes de esa aleccionadora raza indígena. La lucha, entonces, debemos enfocarla no sólo frente al gobierno sino también en contra de nuestros prejuicios y preconceptos, que tanto daño le han hecho a nuestro orgullo nacional.

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