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domingo, 8 de marzo de 2009

¡Ojalá que se les acabe el petróleo!

En la mente estrecha de la “oposición democrática” latinoamericana, incluida la venezolana, solo si la Revolución Bolivariana se queda sin dinero podrán parar la racha de victorias electorales que los tiene nock out desde hace 10 años.
Rafael Cuevas Molina. Presidente de AUNA-Costa Rica
No hay deseo más ardiente de las huestes de la reacción en América Latina que Venezuela pierda la fuente de sus ingresos y, así, no pueda impulsar sus políticas “populistas”. Se alegran enormemente cuando bajan los precios del petróleo, y prenden velas a los santos por los que guardan mayor devoción para que, ¡¡ojalá!!, el cabecita caliente de Chávez no haya tomado ninguna previsión y se quede sin la plata necesaria que reparte entre el pobrerío que ahora lo acuerpa. Sueñan con el momento en el que los cerros de Caracas vuelvan a bajar en tropel hacia las avenidas de la urbe, arrasando con todo como en el Caracazo de 1989, pero esta vez suplicando porque vuelvan los planes del FMI, los préstamos del Banco Mundial, Carlos Andrés Pérez y el “ta barato, dame dos”.
¿Cómo hacer, si no, para bajar a ese señor tan feo de la silla presidencial en la que se ha instalado en el palacio de Miraflores? ¿Cómo sacar del Teatro Teresa Carreño a todos esos negros ignorantes que se creen con derecho a hollar con sus fondillos pobres los asientos que fueron concebidos para los perfumados que tuvieron que trasladarse a las duras bancas de la Plaza Altamira, en Chacao?
En la mente estrecha de la “oposición democrática” latinoamericana, incluida la venezolana, solo si la Revolución Bolivariana se queda sin dinero podrán parar la racha de victorias electorales que los tiene nock out desde hace 10 años. Fue por eso que se agarraron con uñas y dientes a PDVSA, y convocaron al paro petrolero en el 2002. Fueron más de dos meses en los que se puso a prueba la conciencia del pueblo venezolano que, aunque sitiado por el desabastecimiento y todo tipo de penurias, no dio un paso atrás.
El petróleo, el famoso petróleo, el mismo que alimentó los bolsillos de la burguesía de la Venezuela saudita, el que llenó las bolsas de billetes que subió –personalmente- Pérez Jiménez en el avión con el que escapó del país. El oro negro que ahora financia hospitales, escuelas, satélites espaciales que brindan servicio de Internet, telefonía, televisión, telemedicina y teleeducación a todo el pueblo. ¡¡Muerte al petróleo comunista!!
¡Qué extraño! Ninguno abogó por el agotamiento del petróleo cuando las ganancias que generaba eran repartidas a manos llenas entre una minoría. Bastó con que ayudara a financiar políticas dirigidas a subsanar las más ingentes necesidades de las grandes mayorías, para que se considerara que era una maldición. Es decir, lo que desean con fuerza es que los pobres sigan siendo pobres, que vuelvan al lugar al que pertenecen y del que nunca debieron de haber salido, que se les bajen los humos y dejen de creerse gente con derechos. Que sigan siendo objeto de chistes sangrones como aquel que se contaba en la década de los 70 en Caracas: “Blanco corriendo, deportista. Negro corriendo, ladrón”.
Una nueva era está pariéndose a principios del siglo XXI. No es la que anunciaban las histéricas alucinaciones previas a la llegada del año 2000, que predecían lluvias de meteoritos, inundaciones, pestes y privaciones sin fin. Es una cuyo perfil no es aún del todo claro pero que es resultado de varias tendencias que ya se perfilan con bastante claridad en nuestros días. Una de ellas es la que se expresa en Venezuela y otros movimientos socio-políticos latinoamericanos: la que apuesta por un desarrollo distinto al propuesto por el Consenso de Washington que tanta ruina ha traído por nuestras tierras.
Con petróleo o sin petróleo.

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