Lo que hoy pasa en la Amazonía peruana no es un caso aislado, sino uno más que expresa esa relación de inequidad en la que han vivido por más de quinientos años los pueblos indígenas de América Latina. Muestra, también, que no son, ni lejanamente, una “raza dormida” como alguien los llamó. Todo lo contrario: si a algo asistimos hoy es a su creciente protagonismo político, consciente de sus especificidades y necesidades en el marco del más amplio torrente del movimiento popular.
El señor Alan García, presidente del Perú, dice que la sublevación de los indígenas del Amazonas es producto de una conspiración comunista internacional. Esta cantinela demodé ya no se la cree nadie, aunque no solo él la utiliza cuando “los de abajo”, al decir del escritor mexicano Mariano Azuela, se mueven. Esta vez, los de abajo son indígenas de la amazonía peruana opuestos a que se esquilmen, por parte del capital trasnacional, los territorios en los que viven. Feliz, don Alan García ofrece, dadivoso, las ingentes riquezas que yacen bajo el manto arbóreo de la selva peruana. Él, que fue promovido a la silla presidencial por un partido cuyo líder fundador, Raúl Haya de la Torre, recorrió en la primera mitad del siglo XX los cuatro puntos cardinales de este continente llamándolo “Indoamérica”, como forma de identificar la esencia de esta América que exaltaba y diferenciaba de la otra, la sajona del Norte.
Ha corrido agua bajo los puentes desde entonces y don Alan García, otrora feliz estudiante latinoamericano en París, que exaltaba los valores político-culturales que promovía el aprismo, ahora echa en saco roto las raíces de donde viene y proclama, ante la oposición aguerrida de quienes fueron su referencia, que son unos asesinos masacradores de policías, viles manipulados de su vecino boliviano, el presidente Evo Morales.
En América Latina, los indígenas siguen siendo objeto no solo de explotación y marginación permanentes, sino también de atropellos violentos de carácter etnocida. Véase, solo a manera de ejemplo, lo que ha pasado con los mapuches chilenos; o lo que sufrieron los indígenas de Guatemala en esa infausta segunda mitad del siglo XX cuando, bajo las embestidas del ejército, sucumbieron varios cientos de miles de ellos; o podríamos mencionar los muy cercanos acontecimientos acaecidos en Cauca, Colombia. Eso sin hablar de lo que viene sucediendo en Chiapas, al Sur de México, desde inicios de los 90. Es decir, que los indígenas en América Latina siguen siendo objeto de conquista, ya no por los que otrora llegaron de allende el mar, sino por quienes los sucedieron en el usufructo del poder económico y político, pero que siguieron considerándolos seres que debían civilizarse, modernizarse, incorporarse al “ser nacional” que, desde luego, contaba cono ellos solamente como fuerza de trabajo o como vitrina multicolor y exótica para mostrar al turismo. Cuando alguna vez levantaron la cabeza o destacaron más de la cuenta, fueron objeto de burla racista o se les tildó de mentirosos, como le sucedió a Rigoberto Menchú.
“Indoamericanos”, claro, siempre y cuando lo “indo” se esté quieto y tranquilo, cumpla con el papel que le corresponde y no levante la voz. Mientras tanto, fortalezcamos lo de “americanos”, como hace la estirpe gobernante del Perú, y firmemos tratados de libre comercio con los Estados Unidos de América para fortalecer nuestros vínculos. Como parte, precisamente, de estos tratados de libre comercio que varios países latinoamericanos han firmado con el coloso del Norte, y amparados por las leyes de derechos de autor promovidos por la Organización Mundial del Comercio, no solo las riquezas del subsuelo de los pueblos originarios están en riesgo, sino también sus ancestrales conocimientos, que son buscados con avidez por parte de las transnacionales de los medicamentos y de la biogenética.
Lo que hoy pasa en la amazonía peruana no es un caso aislado, sino uno más que expresa esa relación de inequidad en la que han vivido por más de quinientos años los pueblos indígenas de América Latina. Muestra, también, que no son, ni lejanamente, una “raza dormida” como alguien los llamó. Todo lo contrario: si a algo asistimos hoy es a su creciente protagonismo político, consciente de sus especificidades y necesidades en el marco del más amplio torrente del movimiento popular. Bolivia es hoy el ejemplo preclaro de su fuerza; Ecuador ha sido testigo del potencial que encierra; México lo observa expectante, consciente de la convocatoria que ya ha demostrado; Guatemala lo siente crecer cada vez más organizado…
¿Conquistados?
Ha corrido agua bajo los puentes desde entonces y don Alan García, otrora feliz estudiante latinoamericano en París, que exaltaba los valores político-culturales que promovía el aprismo, ahora echa en saco roto las raíces de donde viene y proclama, ante la oposición aguerrida de quienes fueron su referencia, que son unos asesinos masacradores de policías, viles manipulados de su vecino boliviano, el presidente Evo Morales.
En América Latina, los indígenas siguen siendo objeto no solo de explotación y marginación permanentes, sino también de atropellos violentos de carácter etnocida. Véase, solo a manera de ejemplo, lo que ha pasado con los mapuches chilenos; o lo que sufrieron los indígenas de Guatemala en esa infausta segunda mitad del siglo XX cuando, bajo las embestidas del ejército, sucumbieron varios cientos de miles de ellos; o podríamos mencionar los muy cercanos acontecimientos acaecidos en Cauca, Colombia. Eso sin hablar de lo que viene sucediendo en Chiapas, al Sur de México, desde inicios de los 90. Es decir, que los indígenas en América Latina siguen siendo objeto de conquista, ya no por los que otrora llegaron de allende el mar, sino por quienes los sucedieron en el usufructo del poder económico y político, pero que siguieron considerándolos seres que debían civilizarse, modernizarse, incorporarse al “ser nacional” que, desde luego, contaba cono ellos solamente como fuerza de trabajo o como vitrina multicolor y exótica para mostrar al turismo. Cuando alguna vez levantaron la cabeza o destacaron más de la cuenta, fueron objeto de burla racista o se les tildó de mentirosos, como le sucedió a Rigoberto Menchú.
“Indoamericanos”, claro, siempre y cuando lo “indo” se esté quieto y tranquilo, cumpla con el papel que le corresponde y no levante la voz. Mientras tanto, fortalezcamos lo de “americanos”, como hace la estirpe gobernante del Perú, y firmemos tratados de libre comercio con los Estados Unidos de América para fortalecer nuestros vínculos. Como parte, precisamente, de estos tratados de libre comercio que varios países latinoamericanos han firmado con el coloso del Norte, y amparados por las leyes de derechos de autor promovidos por la Organización Mundial del Comercio, no solo las riquezas del subsuelo de los pueblos originarios están en riesgo, sino también sus ancestrales conocimientos, que son buscados con avidez por parte de las transnacionales de los medicamentos y de la biogenética.
Lo que hoy pasa en la amazonía peruana no es un caso aislado, sino uno más que expresa esa relación de inequidad en la que han vivido por más de quinientos años los pueblos indígenas de América Latina. Muestra, también, que no son, ni lejanamente, una “raza dormida” como alguien los llamó. Todo lo contrario: si a algo asistimos hoy es a su creciente protagonismo político, consciente de sus especificidades y necesidades en el marco del más amplio torrente del movimiento popular. Bolivia es hoy el ejemplo preclaro de su fuerza; Ecuador ha sido testigo del potencial que encierra; México lo observa expectante, consciente de la convocatoria que ya ha demostrado; Guatemala lo siente crecer cada vez más organizado…
¿Conquistados?
hola, Esta muy bueno el articulo, me tomare la libertad de leerlo en la RADIO, desde luego citare la fuente y la autoria. Excelente trabajo!
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