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sábado, 3 de octubre de 2009

Dos mundos

La II Cumbre América del Sur-África es algo totalmente inédito aunque no por ello menos ansiado y esperado: la relación y colaboración entre nosotros, entendiendo el “nosotros” como los que hemos sido colonizados, explotados y vilipendiados a través de la historia.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Dos mundos se han mostrado con evidencia en los últimos días: el de los poderosos del Norte y el de los pobres del Sur. Dos tendencias presentes en la vida contemporánea, dos vías, dos concepciones. Una, la reunión del llamado G-20, realizada en Pittsburg, Estados Unidos, inmediatamente después de la cumbre de la ONU en Nueva York; la otra, la II Cumbre América del Sur-África (ASA), llevada a cabo en la isla de Margarita, Venezuela.
Las dos grandes reuniones casi se sobreponen en el tiempo, pero están a años luz de distancia por lo que cada una representa en el mundo contemporáneo: El G-20 es el grupo de los que tienen la sartén por el mango y están viendo cómo salen de esta crisis mundial (que ellos mismos generaron) con la menor cantidad de rasguños posible. La ASA es algo totalmente inédito aunque no por ello menos ansiado y esperado: la relación y colaboración entre nosotros, entendiendo el “nosotros” como los que hemos sido colonizados, explotados y vilipendiados a través de la historia.
Hace muchos años, a inicios de la década de los 90, académicos holandeses ofrecieron a sus pares costarricenses capacitarlos en ciertas áreas de promoción de la cultura popular en las que ellos se habían convertido en expertos, merced a conocimientos y habilidades adquiridas en África. Ante los gastos que significaba llevarlos hasta Costa Rica, pues había que pagarles de acuerdo a tarifas holandesas, se propuso establecer el contacto directo entre costarricenses y africanos, pues estos últimos no solo eran los posesores de los conocimientos originales sino, también, cobraban diez veces menos que sus colegas europeos. La petición fue denegada airadamente por los holandeses y nunca se pudo llevar a cabo; ellos, que abogaban por la diseminación del conocimiento y el fortalecimiento de las identidades culturales populares, se espantaban ante la posibilidad que los “pueblos oscuros” entraran en contacto directamente, sin su mediación y tutela.
Las ciudades de Libreville, en Gabón, y Kampala en Uganda, se encuentran ambas prácticamente sobre el ecuador del mundo en territorio africano, pero para poder viajar en avión de una a otra debe volarse hasta París, Francia, para de ahí tomar un enlace que regresa a los viajeros hasta la otra ciudad africana.
Son las huellas vivientes del colonialismo. Son los lazos siempre conscientemente reforzados de la dependencia de las ex-colonias hacia los centros metropolitanos, que sacan ingente provecho de todo ello.
Durante años se ha discutido en la Organización de Naciones Unidas la necesidad que existe de que países desarrollados destinen una mínima parte de su producto interno bruto a la cooperación internacional. Desde el punto de vista de los países pobres, no se trata de una “ayuda”, como la que ofrece la beata que quiere ganarse el cielo al mendigo que extiende la mano cadavérica. No, se trata más bien de una mínima restitución de las inmensas riquezas que han sido transferidas desde el Sur hacia el Norte desde tiempos inmemoriales, y que han sido piedra de toque en la construcción de las sociedades opulentas que hoy se catalogan como “desarrolladas”. A pesar de la evidencia de los hechos y la urgencia por hacer algo para enmendarlos minimamente, ha sido imposible alcanzar las misérrimas cotas establecidas.
Este mundo desigual en el que los latinoamericanos hemos salido perdiendo siempre debe cambiar. Deben construirse relaciones de otro tipo a las que han prevalecido hasta nuestros días, pero nadie nos dará nada a partir de su buena voluntad. Somos nosotros, y solo nosotros, los que las impulsaremos, teniendo conciencia que los obstáculos y dificultades que se erigirán para que sean posibles serán muchísimos.
Hace escasamente una semana, de vuelta hacia su país después de participar en la Asamblea General de la ONU, el señor presidente de la pequeña República de Costa Rica, el señor Oscar Arias Sánchez, hizo una escala en la capital cultural de la Centroamérica light, Miami. Ahí, en un foro de hombres de negocios (quién sabe si habría también mujeres), el señor presidente costarricense tildó de “pintorescos” a gobernantes latinoamericanos que, precisamente, son protagonistas de la iniciativa ASA en la que, por cierto, su país no participa. Es esta una muestra clara de uno de los obstáculos más importantes que estas iniciativas de acercamiento Sur-Sur tienen: la existencia de la dominación en nuestro propio interior, en nuestra propia conciencia, que nos hace despreciar lo que parte de nosotros mismos. Es la mentalidad colonial que prevalece, tantos años después de la independencia política a cuyo aniversario doscientos nos aproximamos en América Latina.
Superarla es un reto insoslayable, y apoyar las iniciativas como ASA que bogan en esa dirección, una tarea obligatoria de todos “nosotros”.

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