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sábado, 14 de noviembre de 2009

La Casa de Mario

Palabras del escritor cubano Eduardo Heras León el viernes 6 de noviembre, en la presentación del número 256 de la revista Casa de las Américas, dedicada a Mario Benedetti . Haga click en el siguiente enlace para acceder a la versión digital de la revista: CASA Nº 256
Eduardo Heras León / LA VENTANA
(Ilustración del artista gráfico Rodolfo Fucile)

A Mario Benedetti

Pido perdón a los presentes y a Saint-Exúpery, por dedicar estar presentación a un hombre que no está aquí con nosotros. Tengo una seria excusa: ese hombre era un gran escritor y un gran amigo. Tengo otra excusa: ese hombre era querido por decenas de miles de lectores en todo este mundo tan ancho y tan ajeno, que él, con su obra hizo más íntimo y más nuestro. Tengo una tercera excusa: ese hombre murió lejos de nosotros, y su muerte nos dejó desconsolados, aunque de alguna forma sentimos que sigue estando presente.
Si todas esas excusas no bastasen, bien puedo dedicar esta presentación al hombre que conocimos y vivió junto a nosotros tantos años, cuando para el escritor latinoamericano todos los caminos conducían a Cuba (aunque ahora muchos no lo recuerden). Corrijo, pues mi dedicatoria: “A Mario Benedetti, cuando vivía en Cuba”.
“Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”, escribió en verso memorable nuestro José Martí. El gran salvadoreño Roque Dalton lo parafraseó diciendo: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la mía”. Y yo, cometiendo tal vez un crimen de lesa literatura, intentando parafrasear a esos dos gigantes de la poesía, escribí en alguna ocasión: “Dos Casas tengo yo, la Casa y la mía”. Precisamente esa Casa, en la cual trabajé diez años, pero que durante casi toda mi vida me ha acompañado en el inacabable viaje al reino de la literatura, me ha conferido el honor de presentar el número 256 de su revista, y el hecho de que este número sea un homenaje a Mario Benedetti le confiere un valor, más que simbólico, entrañable.
Desde el mensaje de Eduardo Galeano, que califica a Mario como el más generoso de todos los escritores que conoció; de Margaret Randall, que lo considera amigo, voz interior, grito, canción y memoria; de Willie Schavelson, que lo llama ejemplo de humildad y coherencia intelectual; de Horacio Verzi, que admira en él la coherencia en sus ideas y en sus actos; de Isidora Aguirre, para quien Mario “vivió con sabiduría, sin transar en sus nobles ideales”; de Carmen Alemany Baz, que en una emotiva carta lo llama con palabras del propio Mario: “reclutador de prójimos”, pasando por los recuerdos de Oscar Collazos, que no sabe si los innumerables libros y esos centenares de poemas alcanzarán la inmortalidad, pero está seguro de que muchos de esos versos seguirán siendo dichos y cantados, como hoy se dicen y cantan Los versos del capitán y los Veinte poemas de amor…, de Neruda; de Víctor Casaus, que como buen cineasta, lo capta en tres imágenes que lo dan de cuerpo entero, regalándonos la profundidad del lenguaje conversado, el espléndido misterio de la palabra precisa; de Fernando López, que nos habla de su extraordinario don de gentes y la enorme comunicación que lograba con la muchedumbre que llenaba los teatros para escucharlo; de José Carlos Rovira, que repasa sus intensas relaciones con la Universidad de Alicante; de Claribel Alegría, que en su “Milonga para Mario” revela que era sencillo, generoso, observador, de sonrisa tímida y pícara a la vez, y que se alegraba, eso sí, cuando se le acercaban las muchachas después de un recital multitudinario, a pedirle su firma y un beso; de Jorge Fornet, que rescata los días en que lo conoció siendo un niño y confiesa que en el fondo nunca pudo dejar de verlo como aquel hombrecito con bigote de brocha que fue parte de su infancia; de Hortensia Campanella, autora de una notable biografía de Mario, de quien dice que descubrió la poesía como tragaluz para la utopía y la propuso como “un drenaje de la vida/que enseña a no temer la muerte”; de Jorge Rufinelli, que entre otras anécdotas señala una que dice más que cualquier texto acerca de la entrañable relación que existió entre Mario y Roberto (por supuesto, Fernández Retamar, como diría Luis Rogelio Nogueras); de Ambrosio Fornet, que como casi todos se pregunta cuál es el misterio de su enorme poder de convocatoria, y conjetura que tal vez tenga que ver con esa decisión de defender la alegría, desde esa palabra desnuda, trémula a veces, a menudo irónica, coloquial, pero siempre portadora de una incanjeable autenticidad; de Álvaro Castillo Granada, que durante toda su vida persiguió los libros de Mario y confiesa que fue el primer escritor al que quiso saludar y pedirle un autógrafo; de Nancy Morejón, que no tiene palabras para expresar de qué forma lo seguiremos queriendo y de qué callada manera seguiremos estando con él; de Thiago de Mello para quien la vida de Mario no se termina: /tu poesía sigue cantando/porque el sol te reconoce/para no dejar/que la rosa se haga ceniza; de Trinidad Pérez Valdés, que nos acerca al fundacional trabajo de Mario en el CIL, y para quien su muerte nos ha dejado huérfanos; de Daniel Chavarría, que lo llama Maestro y nos da a conocer la influencia que sus comentarios ejercieron sobre el valor excepcional de poder escribir desde Cuba acerca del enfrentamiento al poder de Estados Unidos a nivel de inteligencia y contrainteligencia; de Juan Nicolás Padrón, a quien encomendé en 1994 el prólogo de la poesía de Mario, labor que cumplió con mis expectativas, y donde había intentado explicar por qué Mario era tan popular; de Genaro Carotenuto, que hace un breve recuento de su existencia y lo llama “maestro de la vida”; de Silvia Gil quien comparte con nosotros cosas muy hermosas sobre Luz, la de Benedetti: “pasar ratos con ella era una fiesta. ¿Qué podemos decir de los dos?”, se pregunta: “Apenas dos palabras: los extrañamos mucho”; de Ariel Silva Colomer, su secretario, que rememora un verso que lo retrata de cuerpo entero: “somos militantes de la vida”, y finalmente de Daniel Viglietti, su compañero de tantas jornadas poético-musicales, quien nos da a conocer las palabras que pronunció ante su féretro y añade unos párrafos consternados donde afirma que se nos vuelve difícil a muchos decir buen día sabiendo que Mario no está. Leer más...

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