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sábado, 19 de diciembre de 2009

América Latina: mentalidad colonizada

Desde los albores de nuestra vida republicana, nuestros sectores dominantes se han sentido traicionados por la suerte al haber nacido aquí, en esta tierra que, como dijo el presidente Oscar Arias en su alocución en la pasada Cumbre de las Américas, ha hecho las cosas mal.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Ilustración: "Calavera del catrín", del grabadista mexicano José Guadalupe Posada).
El 15 de diciembre pasado, en una conferencia de prensa ofrecida en la sede de la Cancillería de la República de Costa Rica, el señor presidente Oscar Arias Sánchez dijo, literalmente, que a él le encantaría ser ciudadano canadiense.
Aunque es un exabrupto, hay muchos en nuestros países que quisieran ser canadienses, o estadounidenses (ciudadano de “los Estados”, dicen), o franceses, o alemanes. Quisieran ser de cualquier país metropolitano, de los que están “en el centro”, en donde pasan las cosas que consideran verdaderas. Claro que es muy feo que lo diga un presidente, pero qué le vamos a hacer: es nuestra mentalidad colonizada.
Desde los albores de nuestra vida republicana, nuestros sectores dominantes se han sentido traicionados por la suerte al haber nacido aquí, en esta tierra que, como el mismo antes citado Oscar Arias dijo en su alocución en la pasada Cumbre de las Américas, ha hecho las cosas mal.
Por eso, al decir de Eduardo Galeano, quieren “ser como ellos”. Como Suiza, por ejemplo. Costa Rica y Uruguay, cuando quieren decirse cosas buenas, levantarse la autoestima, compararse con sus vecinos, se dicen la Suiza centroamericana o la Suiza de América. Acorde con esa mentalidad colonizada dominante, ambos países sienten tener poblaciones bastante blanquitas, lo que quiere decir que tienen pocos indios y negros en su composición étnica.
Todos sabemos que eso es mentira, que son construcciones imaginarias ridículas, pero ahí están.
Tener un apellido de origen sajón, teutón o nórdico es signo de superioridad. Si sus apellidos son, por ejemplo, Pérez Gómez, no habrá problema en hacerse conocer como Pedro Pérez. Pero si fuera, pongamos por caso, Pérez von Shopenhauer, entonces será Pedro Pérez von Shopenhauer. ¡Faltaba más! Da alcurnia el apellido “extranjero”, y en paisitos de mentalidad colonizada, abre puertas.
Dadas las fechas por las que transitamos, vuelva el lector a ver a su alrededor. Vea los cipreses artificialmente nevados que decoran esas catedrales contemporáneas que son los centros comerciales (los mall, como le dicen en algunos países). Observe los renos del Polo Norte (ese que se está quedando sin hielo), la barba blanca de ese señor gordo enfundado en un traje invernal en el que seguro le dará un soponcio en alguna de esas catedrales del consumo ardientemente tropicales de San Pedro Sula, en Honduras; de Maracaibo, en Venezuela; o de Guayaquil en Ecuador.
Un escritor, un músico, un artista se consagra en América Latina cuando se vuelve “universal”. ¿Y qué significa, para nosotros, volvernos universales? Pues que expongan nuestros cuadros en Europa, aunque sea en una cafetería de un pequeño poblado del norte de Inglaterra; que nos hagan alguna edición de nuestro librito en algún ayuntamiento español, aunque sea el de San Luís de Puente Abajo, aldea perdida en el seco paisaje de Castilla La Mancha.
Nadie está a salvo. Las universidades, esas a las que José Martí llamaba en su ensayo Nuestra América a enseñar al dedillo la historia de América, se engolosinan hoy con impulsar el “emprendedurismo” entre el estudiantado, anglicismo que quiere significar que hay que armar a los muchachos y muchachas con las herramientas que les permitan ser competitivos. Lo primero que deben aprender estos “emprendedores” es el inglés, porque ese es el universo que les es afín.
Cuando aparece quién busca volver los ojos a los elementos propios recibe la sonrisa irónica, la burla, el desprecio porque lo que vale es lo que se certifica afuera. El viernes 18 de diciembre, un columnista costarricense llamado Julio Rodríguez, que escribe en el periódico de derecha La Nación, hace alusión a la edición española de Foreign Policy que, dice, publicó una lista sobre “Los 100 pensadores del 2009”; menciona también que ahí mismo hay una entrevista al ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton. Juntando la entrevista y la lista, el columnista de marras hace las siguientes reflexiones: 1) ¡Qué profundo Clinton!; 2) no hay en la lista del Foreign Policy ningún pensador progresista de América Latina, de lo que debemos deducir que los pensadores progresistas de América Latina son malos y que todos deberíamos ser como Clinton (¡!).
Es lo mismo que querer ser canadiense.

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