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sábado, 23 de enero de 2010

Chile en el corazón

Para los que tenemos a Chile en el corazón, la vuelta de la derecha recalcitrante al poder político nos preocupa, pero sobre todo nos duele, porque Chile sigue siendo un símbolo.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: Sebastián Piñera, presidente electo de Chile, y su esposa Cecilia Morel)
Para América Latina, Chile no es solo un país: es un símbolo.
Para los que en los años setenta estábamos despertando a la vida y la conciencia política, los que habíamos abierto los ojos unos años antes ante la noticia de la muerte del Che en Bolivia, Chile fue, primero, una luz arrullada con las canciones de Víctor Jara, de los Quilapayún, por la prístina voz de Violeta Parra. Luego, fue el dolor y la figura siniestra de Pinochet.
Por miles salieron los chilenos al exilio, y no hubo lugar en donde no los cobijaran y trataran de curarles los rasguños que traían. Cada uno de ellos era un pedacito del símbolo que era Chile y todos querían contagiarse de ellos.
A Chile llegaron los Chicago Boys y se asentaron ahí como Pedro por su casa. El dictador y sus compinches los recibieron como si fueran el hijo pródigo, y el símbolo de Chile cambió de signo. Ahora era la avanzada de los cambios que ya se avecinaban para todo el continente, y el país se convirtió en el Arco del Triunfo por donde entró a pasearse orondo el neoliberalismo.
Desde entonces, la derecha latinoamericana lo tomó como su bandera. Chile era el modelo de lo que querían, la vitrina en donde tenían que verse todos. Hicieron todo lo posible por parecérseles y, en algunas partes, lo único que faltaba era Pinochet. “¡Qué suerte la de los chilenos que lo tienen!” , pensaban secretamente.
Durante más de treinta años la derecha latinoamericana vendió el modelo neoliberal chileno como lo ideal para América Latina, y aplaudió a los gobiernos que vinieron después de Pinochet por ser “realistas” y continuar con él. La cúspide de tales emprendimientos fue la aceptación del país en la OCDE, que pareciera ser algo así como la certificación de haber accedido al desarrollo.
A pesar que los gobiernos de la Concertación eran una versión liviana de lo que los que veíamos en Chile un símbolo de socialismo alternativo hubiéramos querido, cruzamos los dedos para que no le fuera mal en las elecciones del 2010.
Pero la desbancaron.
Chile, que entre otras cosas se erigió como símbolo, en los años setenta, de la necesidad de la unidad, pareció no haber aprendido su propia lección y la izquierda se presentó disgregada.
Muchos en muchas partes no hemos aprendido esa lección que, parece, tampoco han aprendido los chilenos. Seguiremos dándonos contra las paredes mientras continuemos desperdigándonos. La férrea unidad que han mostrado los cubanos hasta ahora es una muestra de la fortaleza que puede tenerse y lo que puede lograrse. Solamente el mantenerla es, de por sí, un logro inmenso. Por eso Cuba es otro símbolo.
Ahora, regresa la derecha al poder en Chile. Las repercusiones que eso tendrá en esta hora crucial de América Latina ya se anuncian. El presidente electo no ha podido esperar a tomar posesión y ya la emprende contra Venezuela y el ALBA.
No podía esperarse otra cosa.
Chile se alineará ahora con la entente de derecha latinoamericana: con México, Honduras, Panamá, Colombia y Perú. Harán coro bajo la batuta del renovado smart power norteamericano, el mismo que no desperdicia resquicio ni oportunidad para colarse en nuestras tierras y afianzar su poder. Véase lo que está pasando en Haití.
Para los que tenemos a Chile en el corazón, la vuelta de la derecha recalcitrante al poder político nos preocupa, pero sobre todo nos duele, porque Chile sigue siendo un símbolo.
Ojalá que les sea leve.

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