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sábado, 16 de enero de 2010

Haití: llover sobre mojado

Esta ha sido una catástrofe natural, es cierto, pero sus efectos se ven potenciados a la enésima potencia por las circunstancias sociales en las que sucede. Los que ahora son presentados por los medios de comunicación (como CNN) como los grandes, dadivosos y solidarios benefactores de ese país en estas horas aciagas son, en buena medida, los responsables de la magnitud de las repercusiones que el terremoto ha tenido.
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Las escenas que transmiten sobre Haití las agencias noticiosas en estos días son escalofriantes. Es un drama que solo podía darse, en esa magnitud, en ese país tan castigado por la naturaleza y por los seres humanos.
Primada de la independencia de América Latina, pronto se dio cuenta que los famosos ideales de libertad, igualdad y fraternidad que enarbolaba Francia a los cuatro vientos, no estaban pensados para una nación caribeña poblada en su mayoría por descendientes de esclavos africanos.
Ubicada en el estratégico mare nostrum que es el Caribe para los Estados Unidos, sufrió la ocupación norteamericana por casi 20 años a inicios del siglo XX, y luego vivió bajo la férula de los Duvalier, Papa Doc y Baby Doc, quienes gobernaron con puño de hierro entre 1957 y 1986.
Cuna de grandes ideales y gestas heroicas, Haití posee una rica cultura popular que, vista desde la perspectiva occidental, puede parecer real maravillosa, es decir, desmesurada, inusual, mágica. Para el escritor cubano Alejo Carpentier, fue fuente de inspiración para escribir una de las novelas fundacionales de la novelística latinoamericana contemporánea, El reino de este mundo, que ocurre precisamente en ese período de la historia en el que la joven república veía diluirse sus anhelos de libertad bajo el régimen de Henri Christophe.
Presa como ha sido de dictaduras e invasiones, en 1991 pareció abrirse una ventana de esperanza cuando fue electo presidente Jean Bertand Aristide, quien inicia una serie de reformas, mínimas en un país con tantas necesidades. Ni siquiera eso fue, sin embargo, tolerado y Aristide se vio pronto en el exilio.
Desde entonces hasta nuestros días, su figura ha gravitado sobre la nación como referente para los más pobres entre los pobres de América Latina, pero ha sido imposible que lo dejen gobernar. Al igual que en ese otro país, casi tan pobre como él, Honduras, que le sigue en el ranking de los más pobres de nuestro continente, las clases dominantes locales, simples apéndices del dictum norteamericano, se han confabulado permanentemente para evitar que las cosas cambien aunque sea mínimamente.
A todo esto, por si fuera poco, hay que sumarle las catástrofes naturales que no le han dado tregua. Para no ir más lejos, hace exactamente dos años, los huracanes Gustav, Hanna e Ike devastaron la isla, dejando un rastro de destrucción y muerte.
Y ahora, el terremoto.
Lo escalofriante no son solo las escenas dantescas y las condiciones infrahumanas en las que sobrevive la población de Puerto Príncipe, la capital, sino la total incompetencia del gobierno, cuyo presidente se refugió en el país vecino, República Dominicana, alegando que su “palacio” había quedado destruido y no tenía en donde vivir. Él sí pudo atravesar la frontera, que fue cerrada para los cientos de miles de compatriotas suyos en iguales o peores condiciones.
En un país casi totalmente deforestado, en donde tener agua potable y luz eléctrica es privilegio de unos pocos, sin las más mínimas condiciones higiénicas, con la precaria red hospitalaria destruida, sin un gobierno mínimamente organizado que pueda asumir la organización básica mínima, y con los Estados Unidos pretendiendo asumir el control de la situación, solo a una frívola desinformada o cínica como la Presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos de América, Nancy Pelosi, se le ocurre decir en rueda de prensa que Hatí tiene ahora una nueva oportunidad para construir un futuro mejor.
Un futuro mejor pudieron haber iniciado los haitianos con Jean Bertrand Aristide, pero el país a cuya clase dominante ella pertenece no lo permitió. Seguramente los efectos del terremoto habrían sido tan devastadores como han sido, pero habría encontrado a una población y a un gobierno en condiciones distintas a las de ahora.
Esta ha sido una catástrofe natural, es cierto, pero sus efectos se ven potenciados a la enésima potencia por las circunstancias sociales en las que sucede. Los que ahora son presentados por los medios de comunicación (como CNN) como los grandes, dadivosos y solidarios benefactores de ese país en estas horas aciagas son, en buena medida, los responsables de la magnitud de las repercusiones que el terremoto ha tenido.
Con esa “misión militar humanitaria” reforzarán aún más su presencia en el corazón del Caribe.

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