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sábado, 9 de enero de 2010

Lo nuevo por construir

Lo nuevo por construir en nuestra América no radica ni depende, exclusivamente, de los “poderes institucionales”, sino de los poderes sociales, populares y comunitarios, de la movilización y de la solidaridad transnacional: tan diferentes en su naturaleza, sus valores y fines, de la voracidad multinacional del capital y las fuerzas políticas imperiales que devoran a nuestros países y pueblos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El diario La Jornada de México publicó, en su edición del pasado domingo 3 de enero, las declaraciones del sociólogo Pablo González Casanova durante un seminario internacional celebrado en San Cristóbal de Las Casas, donde reafirmó su “convicción de que un cambio social y político es inevitable en México y en el mundo”, puesto que el capitalismo “llegó a su crisis terminal[1].
Para que ese cambio social, que en algunas latitudes de nuestra América ya ha dado sus primeros pasos, avance aún más, “es necesario identificar lo que no conocemos bien y que deberíamos reconocer mejor para alcanzar la victoria”. Esto exige de los latinoamericanos, según González Casanova, un esfuerzo por “comprender la historia emergente de nuestros días (donde se juntan de manera inusual categorías como Estado-pueblo y moral colectiva como fuerza colectiva), así como profundizar en una política revolucionaria que asegure el éxito de otros modos de producción y acumulación que se vinculen en una nueva relación con la naturaleza y la vida”.
El intelectual mexicano sintetiza así una trayectoria: la de las transformaciones emprendidas por las organizaciones populares, pueblos indígenas, movimientos sociales y gobiernos progresistas en la última década, inspiradas en el legado siempre vigente de la Revolución Cubana, y en general, de las luchas de liberación de los oprimidos en nuestra sociedades.
Pero además, González Casanova indica un rumbo, una actitud que debería orientar el debate, la crítica y la obra de creación en esta hora crucial de América Latina: identificar y conocer. Conocer nuestra historia, en sus dolores y triunfos, para proyectar desde ese pasado y sus huellas en el presente, las posibilidades de futuro. Conocer nuestra cultura, ese particular modo de ser y de estar en el mundo, la diversidad de los caminos que nos han hecho y sus múltiples expresiones contemporáneas. Mirarnos con ojos propios, pronunciar nuestras propias palabras.
En suma, y valiéndonos de un contrapunteo, conocer para resolver, para librar estos países de tiranías y hacer causa común con los oprimidos, según el programa latinoamericanista que propuso José Martí en su ensayo Nuestra América: “Surgen los estadistas naturales del estudio directo de la naturaleza. Leen para aplicar, pero no para copiar. Los economistas estudian la dificultad en sus orígenes. Los oradores empiezan a ser sobrios. Los dramaturgos traen los caracteres nativos a la escena. Las academias discuten temas viables. La poesía se corta la melena zorrillesca y cuelga del árbol glorioso el chaleco colorado. La prosa, centelleante y cernida, va cargada de ideas. Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio[2].
La unidad de los elementos comunes, idea de profunda raíz martiana, fue otro de los elementos que destacó González Casanova para enfrentar los desafíos nuestro tiempo, mayúsculos y sombríos algunos, cuando insistió en que es preciso “fortalecer las redes de redes nacidas en años recientes, apoyadas desde sus orígenes por el movimiento zapatista, por Cuba y por muchas otras fuerzas progresistas y revolucionarias, pues la organización de los trabajadores y los pueblos en estas redes es la clave de la transformación mundial”.
Las palabras del sociólogo mexicano sintonizan con las exhortaciones recientes de muchas voces latinoamericanas, que advierten sobre la necesidad de valorar y proteger las conquistas populares, las de esta generación y las de sus predecesores, como condición ineludible para defender el derecho de la humanidad a existir, y para ayudar al alumbramiento de ese mundo nuevo y nueva sociedad, que tendrán que levantarse de los escombros del capitalismo terminal.
Lo nuevo por construir en nuestra América no radica ni depende, exclusivamente, de los “poderes institucionales”, sino de los poderes sociales, populares y comunitarios, de la movilización y de la solidaridad transnacional: tan diferentes en su naturaleza, sus valores y fines, de la voracidad multinacional del capital y las fuerzas políticas imperiales que devoran a nuestros países y pueblos.
NOTAS
[1] “El capitalismo llegó a su crisis terminal: González Casanova”, La Jornada, México DF, 3 de enero de 2010, p. 3
[2] Martí, José (1891). “Nuestra América”, en Lazo, Raimundo (comp.)(2004). JOSÉ MARTÍ. SUS MEJORES PÁGINAS. México D.F.: Editorial Porrúa. Pp. 113-121.

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