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sábado, 6 de febrero de 2010

Historia ambiental latinoamericana. Recuento y disyuntivas.

Nos toca enfrentar la misma disyuntiva que todo el movimiento ambiental contemporáneo: encontrar un lugar para la historia ambiental latinoamericana en la geocultura del desarrollo sostenible del sistema mundial que ha entrado en crisis, o contribuir desde nuestra disciplina a la creación de una geocultura de la sostenibilidad del desarrollo humano, para hacer del Nuevo Mundo de ayer la simiente del mundo nuevo de mañana.
Guillermo Castro H.* / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Para Micheline Cariño,
allá en La Paz, Baja California Sur

La historia ambiental
La historia ambiental se ocupa de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales a lo largo del tiempo. Ese estudio incluye, por supuesto, el de las consecuencias que de esas interacciones resultan para ambos sistemas, y para sus posibilidades y modalidades de relación en cada etapa de ese proceso. Así entendida, la historia ambiental se distingue de la natural que, en su sentido usual, se ocupa de las especies – incluyendo la humana -, y de la ecológica. Esta se ocupa de la historia de los ecosistemas, en la cual los humanos hemos desempeñado un papel durante una mínima etapa de apenas unos tres millones de años – y sobre todo durante los últimos cien mil -, de un proceso que abarca unos tres mil quinientos millones.
En el estudio de las interacciones entre los sistemas sociales y los sistemas naturales, ocupa un lugar de primer orden el de los procesos que llevan a la producción de su propio nicho por la especie humana, a través de la transformación de los elementos naturales en recursos mediante el trabajo socialmente organizado. Y dentro de esos procesos, a su vez, la historia ambiental dedica especial atención a las contradicciones que surgen entre grupos sociales que aspiran a hacer usos excluyentes de un mismo sistema natural, y a los conflictos que se derivan de esas contradicciones.
Nuestra América
En el caso de nuestra América, esta última observación tiene una especial relevancia. Formamos parte, sin duda, del moderno sistema mundial, pero hemos venido a hacerlo de un modo singular. Así, si en un sentido general la forma básica de organización del tiempo histórico en la geocultura dominante en ese sistema es la que lo divide en el AC y el DC de antes y después de Cristo, entre nosotros esas abreviaturas significan, además, el antes y el después de la conquista europea.
Tal como lo observara José Carlos Mariátegui toda la historia de nuestra modernidad nace de un hecho militar. La conquista, en efecto, condujo a la desarticulación y la rearticulación de enormes espacios y grandes masas de población que hasta entonces – y a lo largo de al menos catorce mil años – habían desarrollado de manera original sus propios procesos de interacción con los sistemas naturales de los que dependía su existencia.
De este modo se conformó una región nueva, estructurada en al menos cuatro grandes espacios de relación. Allí donde esas relaciones se organizaron en torno a la esclavitud, vino a formarse una Afroamérica que se extiende, así, desde la cuenca media del Missisipi hasta el sureste de Brasil. Donde esas relaciones fueron organizadas en torno a la encomienda, se formó una Indoamérica, con sus dos centros principales en Mesoamérica y el mundo andino. Donde las relaciones predominantes se establecieron a partir del sometimiento a la servidumbre de inmigrantes pobres de Europa, tomo forma una Euroamérica, con focos tan relevantes como la Nueva Inglaterra , al Norte, y Argentina y Chile, al Sur.
Y, por último, allí donde no alcanzó ni el interés ni a capacidad de los conquistadores, se formaron enormes espacios de frontera interior, que sirvieron de refugio a quienes supieron resistir con éxito a la conquista, o a quienes encontraron los medios para escapar de sus consecuencias. La Araucanía y la Patagonia , al Sur, como la Amazonía , el Darién y el litoral Atlántico mesoamericano se constituyeron, así, en fronteras de exclusión, que devendría después en fronteras de recursos.
Ese período formativo tuvo además importantes consecuencias de orden cultural y político. A lo largo del mismo ocurrió el proceso de formación y transformación de estructuras y valores de larga duración. Tal fue el caso, por ejemplo, de los referentes imaginarios característicos de la geocultura dominante, expresados en las antinomias de cristiandad / paganismo, civilización / barbarie, progreso / atraso y desarrollo / subdesarrollo. En ese marco de valores ocurrió, también, la formación de una cultura de la naturaleza marcada por el conflicto entre visiones señoriales centradas en el valor de cambio de recursos específicos – minerales, tierras, ganado -, y otras de corte más popular, organizadas a partir del valor de uso de ecosistemas como el del bosque tropical.
No es el caso reiterar aquí la sucesión, bien conocida, de las diversas modalidades de organización de la presencia de nuestra América en el sistema mundial, desde las economías de plantación hasta el desarrollo por sustitución de importaciones, pasando por el modelo oligárquico de crecimiento hacia fuera mediante la exportación masiva de productos primarios, y la reprimarización promovida por el neoliberalismo de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Cabría resaltar, si, que esta fase más reciente, aún en curso ascendente, se caracteriza por procesos masivos de transformación de la naturaleza en capital natural, sobre todo mediante la apertura de las fronteras interiores para convertirlas en fronteras de recursos, la inversión masiva en megaproyectos de infraestructura, y la formación de un mercado de un mercado glocal de bienes y servicios ambientales en rápida expansión. Y todo ello se traduce, a su vez, en la formación de un sector nuevo de capital ambiental, y de nuevas alianzas y conflictos entre ese sector emergente y otros más tradicionales, y entre el capital en su conjunto y sociedades cada vez más urbanizadas, cada vez más globalizadas, e inmersas en vastos y complejos procesos de desestructuración y reestructuración.
Disyuntivas
La historia ambiental latinoamericana participa de este proceso de transformaciones a partir de la obra y la experiencia acumulada en los treinta años transcurridos desde la publicación de sus primeros documentos, y de la formidable multiplicación de su emprendimientos y sus logros a lo largo de la década de 1990. El campo, aún nuevo, cuenta ya con una asociación que vincula a más de doscientos especialistas de toda la región, entre sí y con sus colegas de Europa y Norteamérica, y que ha celebrado media docena de encuentros internacionales de 2003 acá. Así, quienes se vinculan a este campo participan activamente en el desarrollo de una nueva cultura ambiental en la región, en diálogo y colaboración con colegas que trabajan en otras direcciones, como la ecología política y la economía ecológica y, con ellos, han pasado del examen a la crítica de la dimensión ambiental del desarrollo de nuestras sociedades en el marco más amplio del moderno sistema mundial.
Tales son los términos en que llega la historia ambiental latinoamericana a un momento en el que la dimensión ambiental de la crisis que aqueja al moderno sistema mundial ha pasado a convertirse en el campo donde se decide, además de la sobrevivencia de ese sistema, la de la propia Humanidad formada a lo largo de cien mil años de desarrollo civilizatorio. En estas circunstancias, la historia ambiental latinoamericana encara hoy la necesidad de aprender a incidir, encontrando una relación adecuada entre su propia agenda y la agenda ambiental de la región. Para ello, debe además aprender a trascender la organización sectorial de los sistemas de producción y difusión del conocimiento en los que tuvo origen, que aún segregan a las ciencias en sociales y naturales, como a la geografía de la historia, siempre en diálogo y colaboración con quienes hacen historia ambiental en otras regiones del planeta.
Esas necesidades deben ser encaradas con el mundo, creciendo con él para ayudarlo a crecer. Por lo mismo, deben ser encaradas también desde las opciones que nos ofrece la cultura en que hunde sus raíces el campo al que hemos escogido dedicarnos. Una, formulada por Domingo Faustino Sarmiento en 1845, demanda que nuestra América escoja entre la civilización y la barbarie. La otra, planteada por Martí en 1891, advierte que no hay entre nosotros batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. Desde nuestra encrucijada nos toca enfrentar la misma disyuntiva que todo el movimiento ambiental contemporáneo: encontrar un lugar para la historia ambiental latinoamericana en la geocultura del desarrollo sostenible del sistema mundial que ha entrado en crisis, o contribuir desde nuestra disciplina a la creación de una geocultura de la sostenibilidad del desarrollo humano, para hacer del Nuevo Mundo de ayer la simiente del mundo nuevo de mañana.

* Texto presentado al Simposio Internacional Cultura, ciencia y naturaleza. Actualidad del pensamiento de Antonio Núñez Jiménez, organizado por la Fundación Antonio Núñez Jiménez de la Naturaleza y el Hombre. La Habana , Convento de San Francisco de Asís, 19 al 21 de enero de 2010

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