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sábado, 6 de febrero de 2010

Joel Atilio Cazal y Koeyú Latinoamericano

En donde quiera que estemos, independientemente de las condiciones que prevalezcan, siempre se puede hacer algo por lo que creemos, y debemos hacerlo bien.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: afiche de Joel Cazal, para su campaña presidencial en Paraguay, 1992)
El pasado 27 de enero murió en Caracas, Venezuela, el entrañable compañero y amigo Joel Atilio Cazal, después de sufrir, durante más de una año, los efectos devastadores de un cáncer de laringe.
Lo conocí a Joel en diciembre de 1978. Vivía ya en su pequeño apartamento en El Silencio, en pleno centro de la populosa ciudad de Caracas. Había llegado unos años antes procedente del Uruguay, en donde se había refugiado a principios de la década de los 70 luego de haber sido hostigado por la dictadura de Stroessner en su país de origen, Paraguay. Con él conocí a Blanca, su esposa, a Raúl y a Arturo, sus dos hijos varones, y a sus hijas Mariana y Rocío, en ese entonces muchachos adolescentes y niñas pequeñas que hicieron de Venezuela su patria adoptiva.
A través de los años los vi crecer a todos, estudiar, casarse, comprometerse con las causas de América Latina y la Revolución Bolivariana. Todos colaboraron con Joel, de una u otra forma, en la publicación de la revista Koeyú Latinoamericano, que se publicó trimestralmente durante más de treinta años.
Cuando yo los conocí en Caracas, Koeyú era poco más que un boletín en blanco y negro que se distribuía entre amigos y colaboradores cercanos. Yo la recibía religiosamente cada tres meses y, a pedido de Joel, empecé a colaborar con pequeños artículos y dibujos.
Poco a poco se fueron sumando colaboradores, se encontró algún financiamiento para hacerla crecer en formato y páginas, y se fue transformando en una publicación de referencia para el pensamiento revolucionario, antiimperialista y solidario con Cuba.
Aunque, a través de los años, fue creciendo el número de colaboradores y los apoyos económicos, nada hubiera sido posible sin la tenaz persistencia de Joel.
Al ver la calidad de su contenido y de su diagramación, cualquiera hubiera pensado que atrás suyo se encontraba un equipo de profesionales, con sus respectivos salarios, en un local con todo lo indispensable para el trabajo editorial.
No era así. En su apartamento de El Silencio, en medio del ruido de los autobuses que recogían pasaje a dos metros de su ventana, entre los gritos de buhoneros y la música de los negocios de zapatos, ropa, ferretería, librerías y electrodomésticos del centro de la ciudad, con el apoyo de toda la familia, Joel armaba Koeyú número tras número.
No sé si tuvo conciencia del ejemplo que estaba transmitiendo con su incesante labor: no hay que esperar nunca a tener condiciones óptimas para hacer las cosas, ni las limitaciones deben ser una excusa para la calidad de nuestro trabajo. En donde quiera que estemos, independientemente de las condiciones que prevalezcan, siempre se puede hacer algo por lo que creemos, y debemos hacerlo bien.
Si Koeyú y la tenacidad asociada a ella es uno de los legados que nos deja la vida de Joel, otro es su familia, a quien amó entrañablemente. En una América Latina en donde se multiplican los índices de criminalidad, la dependencia de las drogas, la juventud escéptica y hedonista; y las sesudas explicaciones sociológicas que intentan explicar las causas y razones de esta situación, Joel y su familia nos muestran la importancia de lo que el sentido común siempre nos ha puesto bajo las narices: una familia unida, cuyos miembros se respetan mutuamente, cohesionados en torno a principios morales, dará como resultado hombres y mujeres de bien.
La familia de Joel creció y vivió en un entorno social que debe ser de los más violentos del mundo, en medio de un caos urbano descomunal, en condiciones medio ambientales deplorables, propias de una urbe contaminada, maloliente y peligrosa, pero cada uno de sus hijos e hijas, que hoy lo lloran con dolor, son hombres y mujeres de los que él y Blanca pueden sentirse orgullosos.
Adiós Joel, querido amigo, los que nos quedamos por un tiempo más en estos lares no te olvidaremos nunca.

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