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sábado, 13 de marzo de 2010

Martí, Luna y Zapata

Martí está en el centro, a su izquierda, Mario Zapata, y a su derecha, Alfonso Luna Calderón. Con firmeza, Martí empieza a decir: “Viva el Socorro”. La descarga fusilera apaga su voz y los tres dirigentes comunistas son abatidos.
Dagoberto Gutiérrez / Diario Colatino (El Salvador)
(Fotografía: Farabundo Martí)
Sus tumbas llevaban los números 9991, 9992 y 9993 y situadas en el cementerio general de San Salvador. Murieron el 1º de febrero de 1932 y a la altura de las 7 y media de la mañana. Habían sido capturados en la noche del 19 de enero, junto con algunos elementos bélicos y documentos políticos referidos al levantamiento popular que caminaba, sobre todo en el occidente del país.
Menos de dos años antes, había sido fundado el Partido Comunista de El Salvador. Hace hoy 80 años [10 de marzo de 1930]. En enero de 1931, llega a la presidencia, el Ing. Arturo Araujo, rodeado por un inmenso apoyo popular y por la confianza total del pueblo en su voluntad y capacidad para afrontar la crisis general del capitalismo planetario de una manera favorable al pueblo; sin embargo, Don Arturo, que tenía popularidad en abundancia no era, pese a todo, popular, y al llegar al gobierno reprimió la protesta, no cumplió sus promesas electorales, y al llevar de vicepresidente al candidato de un pequeño partido de derecha, el Partido Nacional Republicano, llamado Maximiliano Hernández Martínez, de oficio General, de inteligencia zorruna, y muy enamorado del poder, aseguró, Don Arturo, que el 2 de diciembre de 1931, este personaje dirigiera el golpe de estado con que terminó el gobierno Araujo.
El regocijo social ante el fin del gobierno de Don Arturo fue extenso. Nadie defendió su gobierno, aunque 9 meses antes se había celebrado popularmente la presidencia de Araujo.
Pero, cuando el pueblo creyó que era un gobierno de izquierda el que llegaba, y que hasta Araujo lo era, bastaron algunos meses para que se entendiera que era la misma política de derecha y los mismos gobiernos de derecha los que habían terminado con el golpe de Estado del 2 de diciembre. Y así, Hernández Martínez avanzó rápido en su consolidación.
La oligarquía vacilaba y el imperio yanqui se oponía a Martínez y no reconocía al nuevo gobierno, incluso buscaba sustituir a Martínez por el Cnel. José Ascencio Menéndez. El futuro dictador asesino maniobraba para volverse meritorio del apoyo imperial y oligárquico y necesitaba con urgencia demostrar su lealtad y confiabilidad ante estos poderes.
En enero de 1932, se realizaron dos elecciones importantes: de concejos municipales en todo el país, el 3 de enero, y de diputados a la asamblea legislativa, los días 10, 11 y 12 de enero.
Luego de discusiones encendidas, el Partido Comunista decide participar en este proceso electoral. Farabundo Martí era muy conocido y muy prestigioso ideólogo, organizador del pueblo, y el PCS consideró que la campaña electoral permitiría debatir políticamente el momento que se vivía, y divulgar su programa municipal y nacional.
El aparato gubernamental aplicó el terror y el fraude y pese a que el PCS tenía posibilidad de ganar gobiernos municipales, las elecciones donde esta partido ganó fueron anuladas y la represión se extendió. Pese a esto, el PCS todavía llamó al pueblo a participar en las próximas elecciones para diputados y sin embargo, estas se desarrollan en un ambiente de indiferencia popular casi absoluta.
En las zonas rurales, los trabajadores de las fincas y las haciendas se declaraban en huelga y la Guardia Nacional acentuaba su represión asesina. En estos momentos es asesinado, en el occidente del país, Alberto Gualán, dirigente de la Juventud Comunista. En esas circunstancias, el PCS pide una entrevista con el Gral. Hernández Martínez para discutir la situación.
El zorruno militar no está en la reunión alegando un dolor de muelas y esta se hace con el Gral. Joaquín Valdez, Ministro de la Guerra. Este no se comprometió a nada, no discutió nada, y la reunión transcurrió y terminó dominada por el silencio gubernamental, la tensión política y la imposibilidad de detener una confrontación, buscada por el gobierno golpista, como recurso para demostrar que en efecto era el gobierno que oligarcas e imperio estadounidense necesitaban.
El levantamiento campesino se hizo inevitable y el PCS decidió cumplir con su papel de luchador y conductor hasta el final, pese a saber que el enfrentamiento era desigual. El 16 de enero de 1932, a las 12 de la noche, fue la primera fecha. El 19 de enero, el ejército captura a Martí, Luna y Zapata. El 20 de enero se decreta el estado de sitio en 6 departamentos y el 22 de enero estalla la insurrección campesina en el occidente del país. La derrota y la matanza fueron inmediatas, la represión duró meses y años y el gobierno golpista se consolida, iniciándose la dictadura militar de derecha que sería derrotada por la guerra popular revolucionaria de 20 años de finales del siglo.
Los 3 prisioneros son condenados a muerte por fusilamiento y por los delitos de sedición y rebelión. Los prisioneros están serenos, el defensor René Padilla y Velasco peleó muy bien, pero la condena era implacable. La esposa de Mario Zapata lo visita en la penitenciaría central, serenamente se despiden y nadie llora. En un momento del juicio, Luna se dirige a Martí y le pregunta: ¿reconoce, usted, en mí, a su discípulo? Y Martí, calmadamente responde: “Sí, reconozco en ti a mi discípulo, ahora vamos a morir juntos los tres”.
El Teniente Manuel Velásquez dirige el pelotón de fusilamiento. El cementerio general de San Salvador está desierto y Martí pide, a nombre de sus compañeros que no se les vende los ojos y que se les fusile de frente.
Martí está en el centro, a su izquierda, Mario Zapata, y a su derecha, Alfonso Luna Calderón. Con firmeza, Martí empieza a decir: “Viva el Socorro”. La descarga fusilera apaga su voz y los tres dirigentes comunistas son abatidos.
El dictador asesino sería derrocado en 1964 y asesinado en los años 60 por su trabajador, en su rancho Jamastrán, en Honduras. Y Farabundo Martí sería el nombre del victorioso ejército guerrillero que dirigió exitosamente la guerra popular y le dio continuidad histórica a la confrontación de 1932.

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