Páginas

sábado, 15 de mayo de 2010

Centroamérica: violencia contra la mujer

La violencia contra las mujeres es otras de las dimensiones de esta cultura de la violencia centroamericana. Se trata de una respuesta patológica por parte del varón ante la mujer que escapa de su tutela y control, en un momento histórico en el que ésta cuestiona la condición a la que se le somete en la sociedad patriarcal.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
Centroamérica se ha convertido en la región del mundo con mayores niveles de violencia. Según los datos del Informe Desarrollo Humano para América Central 2009 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), unas 79.000 personas han sido asesinadas en la región en los últimos 6 años. De dicho informe se pueden sacar las siguientes conclusiones:
1. A pesar de las diferencias notables entre países (especialmente con Costa Rica), la tasa promedio de homicidios para 2008 fue de 33 asesinatos por cada cien mil habitantes, tres veces mayor que el promedio mundial.
2. Que la región,especialmente los países que forman su “Triángulo Norte” (Guatemala, El Salvador y Honduras) es hoy por hoy la región más violenta del mundo pues registra las tasas de homicidio más elevadas del planeta.
3. Que a pesar de todas las políticas de mano dura aplicadas, estas tasas han tendido a aumentar durante los últimos años en casi todos los países.
4. Que estas tasas de criminalidad se deben a la sobreposición de intensos desajustes en varios subsistemas sociales (familiar, laboral, económico, político, cultural e institucional) agravados por la globalización (o forma de inserción económica, política y cultural de Centroamérica en el orden mundial).[1]
La violencia contra las mujeres es otras de las dimensiones de esta cultura de la violencia centroamericana. No se trata solo de maltrato sino de asesinatos. ¿Fue siempre así? ¿Sucede como dicen investigadores alemanes, que esta existió siempre y solo fue visible cuando hubo condiciones para que fuera vista?: “Bajo criterios sociológicos, más importante que el acto de violencia o de delincuencia en sí es la asignación social de sentido. Igual que todos los fenómenos sociales, la violencia y la delincuencia sólo se vuelven “reales” cuando la sociedad las percibe, las denomina, las clasifica y las reconoce como reales. Lo mismo es válido en cuanto a la valoración de estos fenómenos como problemas sociales. La violencia doméstica y la violencia en instituciones educativas pueden servir como ejemplos. De ambos fenómenos se hacía caso omiso y eran tema tabú tanto en Europa como en Centroamérica hasta hace relativamente poco”.[2]
No pareciera ser ese el caso, sin embargo, de la violencia contra las mujeres que, con mucho, ha rebasado el ámbito de lo doméstico.
Es en Guatemala donde este tipo de violencia ha alcanzado cotas realmente alarmantes: 720 casos solo en el año 2009, que, como destacó el Secretario General de la ONU, Bann Ki Moon cuando, en el 2008, se presentó en ese país la campaña UNETE de prevención de feticidios, es una de las cifras más altas del mundo.
La Alianza para la Acción: previniendo el femicidio y otras formas de violencia contra la mujer en Guatemala, conformada por varias asociaciones que buscan prevenir tal tipo de violencia, considera, a través de su vocera Carmen López, que el femicidio es: “La consecuencia última de un intento explícito del agresor por controlar el cuerpo de las mujeres y/o sus actuaciones, un fenómeno histórico de orden social, no del ámbito privado, un fenómeno que afecta a toda la sociedad (que) ocurre tanto en tiempos de paz como en situaciones de conflicto armado. En las esferas públicas y privadas: casa, centro laboral, centros educativos, en la calle. Las víctimas son mujeres sin ninguna distinción de clase, etnia, opción sexual, raza y/o edad”.[3]
Una idea queremos rescatar de lo dicho por López: que esta violencia expresaría el paroxismo de la incapacidad del varón por controlar el cuerpo de la mujer[4]. Se trata, por lo tanto, de una respuesta patológica por parte del varón ante la mujer que escapa de su tutela y control, en un momento histórico en el que ésta cuestiona la condición a la que se le somete en la sociedad patriarcal. La violencia contra ellas surge y se alimenta del mandato de subordinación social, política, económica y cultural sobre las mujeres. “La necesidad de reafirmar la fuerza, la autosuficiencia, la dureza, la autoridad son parte de los requerimientos que los hombres tienen en el esquema de masculinidad de tipo patriarcal” dicen Roy Rivera Y Yajaira Ceciliano, investigadores de la FLACSO-Costa Rica.[5] Aunque se insinúa una tendencia al cambio en la matriz representacional tradicional, dicen estos dos investigadores, no es posible negar que la visión de los hombres, sobre todo en la zona rural y de condición socioeconómica baja, sobreviven algunos de los anclajes simbólicos patriarcales más obstructivos a la pretensión de construir nuevas formas de masculinidad.
En una sociedad machista como la centroamericana, es culturalmente aceptado el disciplinamiento de las mujeres. Dice al respecto el documento Violencia contra las mujeres en Honduras: “Se ubica el origen de la violencia contra las mu­jeres como resultado de las relaciones de poder que se dan entre los hombres y las mujeres y que llevan a los primeros a considerar “normal” y has­ta “necesario” ejercer control y violencia contra las mujeres”.[6]
Porque aunque este tipo de violencia alcanza sus máximos niveles en Guatemala, en toda Centroamérica se ha producido un incremento; solo a manera de ejemplo contémplense estas cifras: en el año 2009, en Centroamérica más de 1.600 féminas fueron asesinadas, de ellas 700 en Guatemala, 400 en Honduras, 300 en El Salvador, 39 en Costa Rica, lo que ha llevado a las mujeres hondureñas a lanzar la campaña “Honduras es también Ciudad Juárez”, en alusión a los acontecimientos relacionados que ocurren en esa ciudad del Norte de México.
Claro que el asesinato es solo una de las formas extremas como se expresa la violencia de género. Otra es el incesto, catalogado por Rivera y Ceciliano como “el superlativo del abuso sexual[7].
Es esta, pues, otra expresión de la cultura de la violencia que campea en Centroamérica, abonada y apuntalada por la impunidad y la normalización de relaciones que ven en los gritos, los enfrentamientos abiertos, con cual­quier tipo de armas o sin ellas, y otras múltiples formas de expresión de violencia, las formas normales en el relacionamiento de los individuos.[8]

NOTAS:
[1] . Abrir espacios para la seguridad ciudadana y el desarrollo humano; San Salvador; 2009.
[2] . Sebastián Huhn, Anika Oettler, Peter Peetz; “Discursos de violencia y políticas anti-delincuenciales en Centroamérica”; German Institute of Global and Area Studies (GIGA)/Institute of Latin American Studies, Hamburgo/Alemania; 2008; p. 4.
[3] . Véase CIMACNOTICIAS en: http://www.cimacnoticias.com/site/10042307-Escala-violencia-ha.42315.0.html
[4] . El ensañamiento contra el cuerpo de la mujer en los femicidios pareciera confirmar esta hipótesis: desmembramiento del cuerpo de las víctimas, sacarle los ojos a otras, mutilación de los genitales de las mujeres, entre algunas de las brutales manifestaciones de torturas a las víctimas antes de asesinarlas.
[5] . Roy Rivera y Yajaira Ceciliano; Cultura: masculinidad y paternidad, las representaciones de los hombres en Costa Rica; Fondo de Población de las Naciones Unidas-FLACSO/Costa Rica-Centro de Análisis Sociocultural; CEPAL; San José; 2005 (2ª ed.); p. 149.
[6] . Centro de Derecho de Mujeres; Violencia contra las mujeres en Honduras –una reflexión en el camino-; Tegucigalpa; 2005; p. 5.
[7] . Op.cit; p. 139.
[8] . Centro de Derecho de Mujeres; Violencia contra las mujeres en Honduras –una reflexión en el camino-; Op.cit.; p. 9.

1 comentario:

  1. hola. me gusta el texto; unicamente estoy en desacuerdo con el uso del termino Incesto para catalogar el abuso sexual infantil. el incesto es un fenomeno muchisimo mas amplio y no se puede reducir a una manifestacion -el abuso infantil- ya que se dejan invisibilizadas otras manifestaciones fenomenicas del incesto. El movimiento feminista y de mujeres, ha desvirtuado el temino y me parece que esta ausente la reflexion critica -o hipercritica- sobre el uso del temino. Me incomoda ver como pensadores/as son camion de carga de discursos "politicamente correctos". La invitacion pues a problematizar el uso del termino queda planteada.

    ResponderEliminar