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sábado, 19 de junio de 2010

Fútbol

El Campeonato Mundial es en un espacio socio-cultural al que hay que prestarle atención para tomarle el pulso a la vida contemporánea; un lugar de enfrentamiento simbólico, una metáfora del campo de batalla en donde se encuentran escuadras rivales que defienden el honor, no solo del equipo respectivo, sino de las naciones a las que representan.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com

¿Qué mejor ocasión para escribir sobre fútbol que en medio del Campeonato Mundial que se realiza en Sudáfrica en estos días?

Ya casi es un lugar común decir que el fútbol es hoy mucho más que un deporte. En él se expresan de forma clara y concentrada algunas de las tendencias que caracterizan a nuestra época, convirtiéndolo en un espacio socio-cultural al que hay que prestarle atención para tomarle el pulso a la vida contemporánea.

El Campeonato Mundial es un lugar de enfrentamiento simbólico, una metáfora del campo de batalla en donde se encuentran escuadras rivales que defienden el honor, no solo del equipo respectivo, sino de las naciones a las que representan. Pueblos enteros se sienten victoriosos o derrotados, alegres o tristes, humillados o reivindicados después de un partido ganado o perdido. No es extraño, por lo tanto que Argentina se haya sentido reivindicada cuando “la mano de dios” le permitió derrotar a la Inglaterra que, apenas unos años antes, la había humillado en las Malvinas. O que los inmigrantes latinoamericanos llenen los estadios de los Estados Unidos cuando alguna de sus selecciones juega en el país del Norte, apostando por una derrota de la selección local que les reivindique de las humillaciones que sufren como trabajadores poco calificados o como indocumentados.

Hay una especie de “traslación” de las virtudes mostradas en la cancha por la escuadra nacional, hacia los connacionales que la apoyan y se identifican con ella. En pocas actividades de la vida contemporánea es tan válida la sensación de sentirse representado por algo o alguien.

El fútbol es, además, un soberbio espectáculo. El contraste de los colores de los uniformes con el verde esmeralda de la cancha, las graderías llenas de público entusiasta, a veces estrafalario, que canta y hace coreografías.

Acorde con los tiempos que corren, su gran atractivo ha provocado que sea presa del mercado. Según la consultora Deloitte & Touche, es ya la decimoséptima economía del mundo, con un volumen de negocios estimado en 500,000 millones de dólares anuales y 24 millones de jugadores pertenecientes a 1,5 millones de equipos afiliados directa o indirectamente a la FIFA. Haciendo un análisis macroeconómico, dice el informe, solo 25 países tienen un PIB mayor que la industria del fútbol en su conjunto.

Sería ocioso seguir aportando datos al respecto, porque la mayoría son conocidos por todos, principalmente las estratosféricas sumas que cobran algunos jugadores que se encuentran en la elite mundial. Cristiano Ronaldo, por ejemplo, actual jugador portugués del equipo español Real Madrid, fue comprado por ese club en la bicoca de 120 millones de dólares.

El fútbol ha sido tocado por el Rey Midas, el capitalismo contemporáneo que se expande hasta por las más remotas esquinas del orbe transformando todo en mercancía. No hay nada, material o inmaterial, sagrado o profano, que escape a su voracidad, ¿por qué habría de hacerlo el fútbol, siendo como es tan vistoso, tan emocionante, tan alegre?

América Latina se ha incorporado a este mercado global deportivo de acuerdo a las condiciones que le son propias en la dinámica económica contemporánea: como proveedora de materia prima; en este caso, se trata, en primer lugar, de jugadores, aunque eventualmente también de entrenadores. La materia prima “jugador de fútbol latinoamericano” tiene aceptación en las plazas de los países del Primer Mundo, en primer lugar en Europa pero, también, en los Estados Unidos. Hasta allá van nuestras exportaciones de este producto “no tradicional” a competir con lo que llega desde otras partes del mundo. Y como buena sociedad de consumo, una vez que nuestro producto exportado haya sido usado hasta la última gota, será descartado y arrojado al cajón de la basura.

A pesar de todo lo anterior, y como un remanente del siglo de los nacionalismos que fue el siglo XX, el fútbol sigue moviendo nuestras fibras más íntimas.

No importa cuál, pero ojalá que un equipo latinoamericano gane el Mundial.

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