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sábado, 3 de julio de 2010

Dimensión histórico-cultural de la concepción de la naturaleza en José Martí

En la cosmovisión martiana el concepto naturaleza es inmanente a todo lo que existe, y lo impregna de un sentido cultural e histórico, que sienta los fundamentos para el desarrollo de una conciencia ecológica que es parte consustancial de los presupuestos de la formación humana en el mundo contemporáneo.
María Caridad Pacheco González / Librínsula
(Ilustración: "Martí" de Daussell Valdéz)
Ponencia presentada en el II Coloquio Internacional “José Martí: Por una cultura de la Naturaleza”, celebrado en La Habana entre el 9 y el 11 de mayo de 2010.
Cuando Martí da a conocer el ensayo Nuestra América en 1891, aporta una singular concepción de la naturaleza, en plena conjunción con el hombre y la sociedad. A partir de esta concepción amplia e integradora de la naturaleza, el hombre es hacedor de la historia y la cultura, y está condicionado por el medio social en que se desenvuelve y pretende transformar. De este modo, en la concepción martiana, el hombre y la naturaleza tienen una interrelación y forjan una unidad, que no se reduce a lo meramente utilitario (como es la importancia que algunos de nuestros principales pensadores del siglo XIX dieron al agrarismo en el destino económico de Cuba), ni a un entorno físico-geográfico o paisajístico, e impregna a este concepto de un sentido histórico–cultural, identificado con la empresa emancipadora de Cuba y de lo que llamó “Nuestra América”.
En la Cosmovisión martiana, la espiritualidad del hombre es esencial y constituye con lo material una unidad inseparable, incluso aboga por una filosofía de la relación que no separe lo ideal y lo material, que no discurra hacia los extremos y simplemente lo aborde en su relación. Martí comprendía el papel que debía desempeñar la formación de conciencia en la preparación de la lucha revolucionaria y en la formulación de estrategias diseñadas para afirmar la identidad latinoamericana y lograr la unidad e integración del continente. De ahí que el modelo educativo que consideraba debía aplicarse en nuestros pueblos surgiría de las propias circunstancias y especificidades nacionales, y para ello no solo se requerían soluciones materiales autóctonas, sino también sentimientos absolutamente genuinos. El conocimiento de las culturas indígenas lo habían conducido a percibir, a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, que la verdadera formación de las naciones de nuestra América se lograría a través de la integración de las comunidades originarias del continente con el resto de la sociedad. (1)
En la cosmovisión martiana el concepto naturaleza es inmanente a todo lo que existe, y lo impregna de un sentido cultural e histórico, que sienta los fundamentos para el desarrollo de una conciencia ecológica que es parte consustancial de los presupuestos de la formación humana en el mundo contemporáneo. Esta visión integradora y cósmica se hace evidente en los Versos Sencillos, en los que el concepto naturaleza halla desde el punto de vista formal y temático cauces expresivos para exponer lo más raigal de sus valores éticos y estéticos (2). Por ello la reiteración de la palabra monte en el texto no solo identifica al propio poeta como un espíritu atraído por la Naturaleza, sino que sirve de amparo al verso simbolizado en el ciervo herido. (3)
En el prólogo de estos Versos, escritos en las montañas Catskill de Nueva York aquel “invierno de angustias” (véase la referencia a una estación de la naturaleza para acentuar un determinado estado de ánimo), alude a su marcada preocupación provocada por los peligros que se desprendían de la Conferencia Internacional de Washington cuando, “se reunieron […] bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos” (4). Aunque quizás ya el fenómeno en ciernes es aquilatado por él durante su estancia en la capital de México en 1875, cuando revela su apreciación de lo que llamó “el cesarismo americano”, no es hasta la década del 80 que Martí dio pruebas fehacientes de sus conocimientos acerca de los diversos mecanismos de penetración y dominio económico con que el imperialismo amenazaba a las débiles economías latinoamericanas. Se hace oportuno recordar que en la Conferencia Internacional de Washington, ante los asuntos que allí logró desentrañar como cronista del diario La Nación de Buenos Aires, escribe: “Y uno tras otro, los pueblos de América, votan en pro del proyecto contra la conquista: “Sí” dice cada uno, y cada uno lo dice más alto: Un solo “no” resuena: el “no” de los Estados Unidos”. (5)
Ante esta realidad, configura un sujeto nuestroamericano que al optar por lo natural, debe partir de la independencia de la herencia cultural europea, lo que no significa en modo alguno dejar de reconocer la inevitabilidad del enlace cultural nunca ignorado ni rechazado por él de América y Europa. También precisa valorar las raíces indígenas de la cultura e historia latinoamericanas, y en consecuencia, enarbolar la autoctonía de la América indígena y la originalidad de una civilización que otros aquilataron de barbarie. De ahí que postulara en su ensayo Nuestra América que “no hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”. (6)
No puede obviarse que en esta misma época el argentino Domingo Faustino Sarmiento se debatía entre una alternativa optimista de la educación popular y una concepción fatalista acerca de la incapacidad natural de los americanos del sur para el trabajo industrial, ante lo cual optó por entronizar una educación utilitaria, cuyo fin esencial era la economía, y suplir las deficiencias de la población nativa con la atracción de inmigrantes de países desarrollados. Finalmente el sistema educativo, aunque cobró impulso, no contribuyó efectivamente con la economía debido a que ésta, basada en la explotación agropecuaria extensiva y el incipiente desarrollo industrial, no necesitaba personal técnico capacitado; además, los inmigrantes cubrían las necesidades surgidas de la modernización, y esta falta de vinculación entre la educación y la economía contradijo las concepciones que habían mantenido las élites ilustradas de Argentina.
Por tanto, en el período que se interpreta como antecedente de lo que hoy conocemos como posmodernidad, se inscribe la crítica de Martí a la delimitación y diferenciación de los proyectos educativos que conoce y analiza en su tránsito por países del subcontinente, donde ocurrían importantes reformas articuladas funcionalmente al proyecto de creación de Estados capitalistas, que participaban del comercio internacional a través de la exportación de materias primas semielaboradas y de la importación de productos manufacturados.
Consecuentemente, en el centro de las formulaciones martianas acerca de la educación estuvo la defensa de nuestra identidad cultural, como afirmación de su soberanía y libertad desde la esfera económica hasta la cultural, sin cabida para localismos estrechos ni asimilaciones miméticas del acervo universal. El modelo humano, educado y formado en nuestros pueblos a partir de su propia realidad, en un proceso de asimilación creadora de lo universal, debía dar sentido al destino integrador de Nuestra América, y a una concepción del desarrollo que se afirma precisamente en nuestras condiciones históricas.
José Martí supo comprender que la incapacidad del hombre natural de nuestras tierras no estaba en el mundo naciente que traería la modernidad, “sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de otras realidades; que el “problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”, y que entre los grandes yerros de nuestra América estaban “la importación excesiva de las ideas y fórmulas ajenas” y el “desdén inicuo e impolítico de la raza aborigen”(7). Estas concepciones lo llevaron como es lógico, a tomar posición del lado del indio mudo, el negro oteado, el campesino creador, en fin, de aquellos que se alzaron para lograr la independencia y libertad del continente.
De estas apreciaciones se deriva la dimensión histórico–cultural del concepto naturaleza que aparece en Martí diáfanamente vinculado al tema de la liberación nacional, de la autoctonía y la soberanía nacional, y de modo muy especial a los sectores populares, con lo cual trasciende el discurso liberal que predominaba entonces en la región.
Estas distinciones son fundamentales para comprender sus propuestas acerca de una formación integral del hombre que se naturaliza en su unidad sistémica con la naturaleza y la sociedad, del mismo modo que llega a humanizarse la naturaleza.
Así, el llamado del hombre que quiso salir del mundo por la “puerta natural” a hacer causa común con los oprimidos de la tierra, y a proclamar un concepto de “Naturaleza” integrado a un sentido de totalidad trascendente, constituye uno de los capítulos de más esperanzadora y extraordinaria trascendencia que puede aportar al mundo lo real maravilloso latinoamericano.
Notas
(1) Ver: Pedro Pablo Rodríguez. De las dos Américas. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, p.71
(2) Ver: Mirta Pernas Gómez. “Natualeza, poesía y lenguaje en los Versos Sencillos”. En: Anuario del centro de estudios Martianos, La Habana, No 19, 1996, p. 186-188.
(3) El verso al cual se hace referencia es el que sigue: Mi verso es de un verde claro/Y de un carmín encendido:/Mi verso es un ciervo herido/Que busca en el monte amparo. En: José Martí. Obras Completas Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2007, p. 307.
(4) José Martí, Ob Cit, p. 297
(5) José Marti. “Congreso de Washington”3 de mayo de 1890. En: OC, Tomo 6, p. 104
(6) José Martí. “Nuestra América”. En Obras Completas, Ob Cit, Tomo 6, p. 17
(7) Ibídem, p. 16 y 19

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