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sábado, 17 de julio de 2010

Estados fallidos: las nuevas fronteras entre civilización y barbarie

La geografía de los Estados fallidos traza nuevas fronteras geopolíticas y culturales: determina los límites materiales y simbólicos de la “civilización”, y define dónde empieza la “barbarie” que debe ser civilizada.

Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
“Tomad esta carga del hombre blanco,
sus guerras ensañadas por la paz…”.
Rudyard Kipling
(La carga del hombre blanco / The white man’s burden)
¿Centroamérica y el Caribe van camino a convertirse en una región de Estados fallidos? Para el presidente de República Dominicana, Leonel Fernández, tal parece que sí. Según lo consignó la agencia EFE (13/07/2010), durante su reciente visita a Washington, donde se entrevistó con el presidente Barack Obama y la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, Fernández afirmó que la inseguridad es el principal problema de América Latina y el Caribe, y que la lucha contra el narcotráfico, la violencia y el crimen trasnacional debería ser una prioridad.
“Podríamos tener Estados fallidos en la región debido al crimen trasnacional y después de eso (...) puedes tener un objetivo para el terrorismo”, dijo el mandatario, quien también advirtió que el auge de la narcoviolencia en México, Centroamérica y el Caribe "podría ser un tema importante para la seguridad nacional de EE.UU.".
Inscrito en el discurso político dominante de la guerra contra el narcotráfico y el terrorismo, con el que actualmente se traduce la geopolítica estadounidense para nuestra América, las declaraciones del presidente Fernández hacen eco de los argumentos –y temores- con los que, por ejemplo, la clase política costarricense y las autoridades del gobierno de Laura Chinchilla pretenden justificar la presencia militar norteamericana en el país (46 naves de guerra y más de 10 mil marines), recientemente autorizada por la Asamblea Legislativa.
Tal y como lo hemos señalado en otros artículos, el artefacto político-ideológico del Estado fallido sirve, en no pocas ocasiones, como avanzada de las líneas estratégicas de la geopolítica norteamericana, es decir, de su cartografía imperial.
Enunciado siempre desde el poder hegemónico, o invocado por los grupos dominantes que ven amenazado su control en estados periféricos y tradicionalmente subordinados a los intereses de los Estados Unidos, el concepto encierra una poderosa carga semántica, tras la que se escudan intenciones de todo tipo y que permite “legitimar” distintos niveles y formas de intervención.
Así, lo que en décadas pasadas se excusó bajo el intervencionismo anticomunista, hoy, sin abandonar ese estandarte, se despliega por la vía de la lucha contra el narcotráfico. Pero, como bien lo explica el analista John Saxe-Fernández, “la campaña antinarco en México, Colombia, Centroamérica y el Caribe, no ataca las raíces ni los pilares de la criminalidad y del tráfico de drogas: o los deja intactos o los acicatea. Eso sí, los utiliza como excusa para intervenir en tierra, aire y mar, junto al despliegue de bases, esquemas portuarios y empresariales de dominio económico-territorial sobre recursos humanos y materiales” (Semanario Universidad, 14-20 / 07 /2010).
Como se ve, el valor instrumental del concepto de Estado fallido es incalculable: no solo permite encubrir aspectos de la realidad que podrían ser problemáticos, como el impacto de la acción colonialista e imperialista de las potencias europeas y de EE.UU. sobre muchos Estados del llamado Tercer Mundo (entre ellos, los de América Latina), o las estructuras sociales de exclusión y desigualdad que operan en nuestros países, sino que permite resaltar aquellas deficiencias funcionales al proyecto hegemónico: la inseguridad, la violencia o la inestabilidad política e institucional –mucha veces inducida desde el exterior- de los países más débiles. Es decir, los objetivos de la intervención.
La geografía de los Estados fallidos traza nuevas fronteras geopolíticas y culturales: determina los límites materiales y simbólicos de la "civilización", y define dónde empieza la "barbarie" que debe ser civilizada.
Lo que viene después es previsible: la entonación de la carga del hombre blanco, mientras los ejércitos se aprestan a llevar a esos “sufridos y atrasados pueblos” la histórica benevolencia del Destino Manifiesto.

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