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sábado, 24 de julio de 2010

La búsqueda de enemigos

Acusar a los vecinos de Colombia de mantener nexos con las guerrillas ayuda a demonizar a algunos de los gobiernos que no se dedican a tiempo completo a la defensa de los intereses norteamericanos en la región, y le da más peso a la tesis de la regionalización del conflicto colombiano.
Guillaume Long / el Telégrafo (Ecuador)
El rompimiento de relaciones entre Colombia y Venezuela se venía perfilando desde hace varios días. Chávez ya había sentenciado que podría ocurrir si Uribe seguía acusando a Venezuela de apoyar a las FARC. Algunos hemos venido argumentando que los más perjudicados por el conflicto colombiano han sido justamente los países vecinos, que han visto incrementar sus preocupaciones de seguridad y debilitarse su soberanía, por lo que alimentar a un conflicto que les es desestabilizador no tiene mucho sentido. ¿Cuáles son, desde esa perspectiva, los motivos de Colombia y de EE.UU. para seguir insistiendo sobre un supuesto nexo entre Venezuela (y antes Ecuador) y las FARC?
Desde la perspectiva de Uribe, es evidente que le conviene que las FARC sean percibidas como fuerzas terroristas potentes, es decir apoyadas por oscuros diseños extranjeros (Moscú jugó ese papel en su momento). Eso incrementa la legitimidad de Uribe como líder indiscutible de un pueblo colombiano asediado por enemigos internos y externos. Además, el supuesto apoyo extranjero ayuda a explicar por qué las FARC no han sido derrotadas hasta ahora. Cabe recordar que esto ha sido una estrategia recurrente de muchos países con conflictos internos (Israel por ejemplo).
Desde una perspectiva estadounidense, el culpar a los vecinos de Colombia cumple, además, con dos propósitos adicionales. En primer lugar, ayuda a demonizar a algunos de los gobiernos que no se dedican a tiempo completo a la defensa de los intereses norteamericanos en la región. El nexo Chávez-FARC reproduce imaginarios sobre Venezuela que son ampliamente difundidos por medios de comunicación serviles a los intereses de Washington. En segundo lugar, esta estrategia sirve para darle más peso a la tesis de la regionalización del conflicto colombiano; una tesis que sostiene que el conflicto colombiano no es un problema político doméstico, sino que es de carácter regional y vinculado al problema del narcotráfico. Es una tesis absolutamente anti-histórica dado que las FARC surgieron mucho antes del narcotráfico en Colombia, y tomando en cuenta que las raíces del conflicto están íntimamente vinculadas al tema agrario. Pero es una tesis útil desde el punto de vista de Washington, ya que ayudó a reemplazar al peligro “rojo” de la Guerra Fría por el peligro “narco” actual. Es gracias a esta tesis que se logró implantar una base militar norteamericana en Manta, un año antes de la retirada de las tropas estadounidenses del Canal de Panamá.
A la final, no importa tanto si la información entregada por Colombia sobre supuestas bases guerrilleras en Venezuela sea veraz y comprobable (hace unos años, coordenadas entregadas por Colombia resultaron ser absolutamente engañosas). Lo importante aquí es hacer ruido mediático sobre el nexo Chávez-FARC. Si luego Venezuela comprueba que las acusaciones son falsas, el desinterés de los medios hará todo por silenciar su versión.
Por lo demás, no le conviene a Uribe que Santos se vuelva el campeón del nacionalismo colombiano. Santos, en sus primeros meses en la presidencia, tendrá que lidiar con la realidad de relaciones muy desgastadas con sus vecinos, y con un grupo de empresarios colombianos bastante molestos por la pérdida de gran parte del mercado venezolano. Deberá, por lo tanto, empezar su mandato con una política exterior más flexible. Esto, a su vez, le permite a Uribe despedirse con gran estruendo, lo que podría contribuir a asegurarle su continua relevancia y futura participación en el escenario político colombiano.

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