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sábado, 25 de septiembre de 2010

Cuba: el país más seguro del mundo

Cuba no será un paraíso seguramente, pero al menos está más lejos del infierno que todos los otros países hermanos de la región. Sus índices de criminalidad lo dicen.
Marcelo Colussi / Especial para CON NUESTRA AMÉRICA
Desde Guatemala
Introducción
Comencemos por decir que “el único paraíso… es el paraíso perdido”. O sea: la vida de los seres humanos, por lo menos hasta ahora en estos dos millones y medio de años que llevamos como especie desde que nuestros ancestros descendieron de los árboles, no ha sido precisamente un paraíso. Como van las cosas, nada autoriza a pensar que el paraíso está a la vuelta de la esquina.
Pero sin proponernos algo tan inalcanzable como “paraísos”, por el contrario buena parte de la población mundial –de la actualmente viva y de la que ya no está– tiene una experiencia más cercana a lo que podríamos decir “infierno”: la pobreza y la violencia, la pura sobrevivencia a los golpes con todo el rigor que ello implica, la guerra y los efectos de sociedades estructuradas en torno a la detentación del poder como eje fundamental –con todos los desastres que ello trae aparejado– son el pan nuestro de cada día de la mayor parte de la humanidad. Entre paraíso e infierno, la gran mayoría está por lejos más cerca del segundo.
Amén de la pobreza crónica con que muy buena parte de los humanos vive, la violencia en sus distintas formas es otra de las lacras que marcan nuestras vidas. Violencia, por cierto, que asume una muy amplia variedad de expresiones: pero las diferencias socioeconómicas irritantes –el 20% más rico del mundo dispone de 80 veces más recursos que el 20% más pobre, por ejemplo– ¿no son acaso una forma de violencia? En general, según los (discutibles) criterios dominantes, la violencia implica la agresión directa contra el otro, el ataque físico, el paso a la acción concreta. En ese sentido, la guerra por un lado, o la criminalidad, son sus modelos por excelencia.
Entran en esta última una serie amplia de elementos: el homicidio, el robo, el asalto, cualquier daño a la propiedad ajena, la violación sexual, el secuestro de personas, el tráfico de sustancias prohibidas. Existe cierta tendencia a identificar “violencia” con “criminalidad”, con lo que se invisibilizan/naturalizan otras formas de violencia: el autoritarismo, el machismo, el racismo, por ejemplo. Se mide así con sofisticadas tasas la criminalidad, pero no el racismo o la vanidad. ¿Se imaginan un “índice de vanidad”?, ¿y uno para medir la “soberbia”? ¿Y por qué no un “índice de irresponsabilidad medioambiental?” ¿Cuándo Naciones Unidas se va a atrever a medir la injusticia llamándola por su nombre y no con subterfugios tecnicistas?
Lo cierto es que la criminalidad –entendida como cualquier delito que contraviene la normal convivencia social– es algo instalado en la dinámica humana y que se liga, confundiéndose, con la inseguridad ciudadana. Ha existido desde siempre, en toda sociedad conocida, pero algo sucede en nuestra historia que en estos últimos años tiende a crecer.
En las últimas décadas la criminalidad ha sido un fenómeno en alza en prácticamente todas las regiones del planeta. De 1980 a 1997 las denuncias de actos criminales aumentaron en un 131% en el ámbito global, lo que equivale a una tasa promedio de crecimiento anual de casi el 8 por ciento. En vez de crecer la felicidad global, crece el crimen. ¿Qué está pasando? LEER AL ARTÍCULO COMPLETO...

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