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sábado, 2 de octubre de 2010

Armando Hart en sus 80 años: un político martiano

Lo singular en Armando Hart es su voluntad de hacer expresa esa referencialidad martiana y de insistir, en discursos y en escritos, en introducir la voz del Maestro en el debate político contemporáneo tanto ante los asuntos nacionales, como internacionales.
Pedro Pablo Rodríguez / LA JIRIBILLA
En más de una ocasión he escuchado afirmar a Armando Hart que él no es un estudioso de Martí, sino un político que se vale de sus ideas para impulsar la lucha revolucionaria.
Quizá en el más estricto sentido académico sean ciertas sus palabras: sus numerosas páginas no han pretendido hurgar en zonas desconocidas de la obra del Maestro ni tampoco han buscado fijar una novedosa perspectiva de análisis. Los planteos de Hart, además, tampoco se han atenido a las normas y procedimientos habituales de la rigurosa exposición científica. Sin embargo, la revisión del impresionante número de sus escritos en torno a Martí —que pasan ya de un centenar— no desmerece en modo alguno su importancia para la vida intelectual cubana y, de cierto modo, hasta para el campo particular de los estudios martianos.
Formado, como buena parte de los jóvenes de su tiempo, en la crítica a la sociedad en que nació desde el verbo del Maestro, Hart destacó pronto entre los revolucionarios de la generación de los 50 por sus preocupaciones intelectuales y por su deseo de basar su conducta en sólidos y argumentados ideales políticos, sociales y económicos, como lo demuestran sus escritos de aquella época.[1] Puede afirmarse que el núcleo esencial de su formación intelectual y política se afincó en el examen del ideario martiano asumido sistemática y conscientemente de modo natural a lo largo de su práctica revolucionaria hasta nuestros días.
Desde luego que Hart es expresión de una generación y de una época que mantuvo semejante relación con el legado martiano, al extremo que se autodenominó como la generación del centenario del nacimiento del Apóstol. Mas, quizá, lo singular en Hart es su voluntad de hacer expresa esa referencialidad martiana y de insistir, en discursos y en escritos, en introducir la voz del Maestro en el debate político contemporáneo tanto ante los asuntos nacionales, como internacionales. Y lo ha hecho así con tal persistencia, que no es descartable su significación para la indudable presencia martiana en el imaginario cubano actual.
Si esa labor de Hart, que va más allá de la promoción, aunque la contenga en sí, no puede olvidar su propia ejecutoria como dirigente de la Revolución Cubana —desde la pelea contra la tiranía batistiana hasta el desempeño de sus cargos en el estado y en el Partido Comunista—, lo decisivo probablemente sea su constante actuación como ideólogo, sobre todo durante los últimos años en que sus textos no han dejado de aparecer una y otra vez en los más diversos medios de difusión y en publicaciones de corte académico. Por ello Hart puede considerarse hoy como una de las voces más genuinas de la experiencia revolucionaria cubana, imprescindible cuando se trata de entender la ideología de este proceso.
Él es uno de los mejores ejemplos de esa antigua afirmación de la Cuba revolucionaria, desde que esta enrumbó por los caminos del marxismo, en cuanto a que no había contradicción en afiliarse a aquella postura sin abandonar sus fundamentos martianos. Sin estridencias ni taxativas declaraciones huecas, cuidando evitar los análisis forzados, Hart ha ido redondeando este gran asunto a lo largo de su vida, mientras ha madurado sus juicios y los ha renovado a la luz de los acontecimientos históricos que ha ido experimentando.
La premura con que escribo me impide ahora extenderme en detallar minuciosamente los pasos de ese proceso del pensamiento de Hart, pero solo quiero llamar la atención acerca de su discurso en Dos Ríos el 19 de mayo de 1975, notable pieza de síntesis evaluativa de la personalidad del Maestro y de su significación para aquel presente en la construcción socialista.[2]
Entonces, más de uno entre nosotros, influido por el marxismo a la soviética, se proclamaba martiano siguiendo la línea oficial de la dirigencia cubana, pero, cuando menos, eludiendo admitir o incorporar los principios fundamentales de su ideario y de su acción en la ideología del socialismo nacional. En verdad, ello era parte del cierre del juicio a la formulación de un socialismo nacional, y, desde luego, Martí resultaba particularmente enojoso para un modelo único y estimado perfecto por y para siempre.
El discurso de Dos Ríos fue un aldabonazo contra la marea dogmática que trataba de arrastrar los fundamentos de autenticidad de la Revolución Cubana, y así fue asimilado por buena parte de los revolucionarios y particularmente por la intelectualidad socialista. Quien sabe si hoy algunas de sus frases serían matizadas o explicadas con mayor precisión por su autor. Lo valioso de aquel discurso, no obstante, descansa en esa significación que tuvo en aquel contexto y en su permanente lección de lucidez.
Los textos publicados por Hart durante los últimos diez o quince años parten y a la vez redondean aquella lectura magistral. Se ha dedicado el dirigente revolucionario a explicar la vigencia martiana en las nuevas condiciones del capitalismo globalizado y del fin del socialismo “real”, cuando el mundo atraviesa por una tremenda crisis civilizatoria, que incluye en destacado lugar la crisis de valores, paradigmas y utopías, y el desastre acelerado en que se sume el entorno.
Si para los cubanos Martí siempre ha sido un símbolo necesario de eticidad, patriotismo e identidad, tal parece que en el orbe de estos tiempos su ideario constituye uno de los cuerpos fundamentales para afrontar esa crisis tan abarcadora, que se sostienen entre otros elementos, en el escepticismo más absoluto, la desconfianza en la solidaridad y la filosofía del sálvese quien pueda a costa de los demás.
Hart ha intentado durante todos estos años sostener las tesis de que el socialismo no es un camino errado aunque sus prácticas equivocadas hayan desnaturalizado su imagen y su teoría, de que Cuba y nuestra América tienen un gran acervo de pensamiento propio de hondo carácter liberador en lo social y lo individual que se torna imprescindible para el resto del planeta, de que la ética humanista y de servicio proclamada y ejecutada por Martí es elemento indispensable para asumir los graves desafíos del presente, y de que toda sociedad moderna requiere de un estado de derecho, no de las clases opresoras sino de las grandes mayorías populares, como quería José Martí. Y como avezado político no ha dejado de señalar frecuentemente el gran aporte del liderazgo martiano al conducir a los patriotas cubanos por los caminos de la unidad, tan necesaria en los procesos sociales liberadores del presente.
Quede claro que con este rápido inventario no pretendo agotar todas las ideas expresadas por Hart en sus abundantes publicaciones: solamente deseo destacar aquellas que me parecen esenciales y que constituyen puntos nodales de sus reflexiones, las que suelen volver recurrentemente a esos temas y que, como el mejor periodismo de opinión, machacan sobre tales puntos.
Entonces el ideólogo, el político, se está valiendo del ejercicio de la opinión a través del periodismo, por cierto vehículo expresivo de la intelectualidad cubana, transitar lamentablemente abandonado en los últimos decenios.
Hay que agradecerle, pues, al político Armando Hart esta particular campaña martiana en que está metido hace tantos años, cuya aportación no parece medible tanto mediante conceptos, sino por hacer a andar a Martí en estos difíciles tiempos actuales. Esa entrega quién sabe si es su mejor contribución a la conciencia cubana.
28 de septiembre de 2010
Notas:
[1] Véase su libro Aldabonazo, La Habana, Editorial de Letras Cubanas, 1997.
[2] Publicado en muchas ocasiones, quiero recordar que el discurso fue incluido en uno de los primeros libros del Centro de Estudios Martianos, Siete enfoques marxistas sobre José Martí, que cuenta con varias ediciones luego de la primera de 1978.

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