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sábado, 23 de octubre de 2010

Centroamérica y la revolución guatemalteca de 1944

¿Estamos condenados los centroamericanos a no poder ir más allá que lo que el dictum de Imperio establezca? ¿Impulsar las transformaciones que necesitan nuestros países, para estar a la altura del siglo XXI, requiere pagar el precio que paga hasta hoy Cuba?
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
El 20 de octubre de 1944 tuvo lugar, en “la pequeña y dulce Guatemala”, una revolución que pretendió abrir las puertas anquilosadas de su universo político, a los vientos de cambio democráticos que se respiraban en el mundo hacia finales de la Segunda Guerra Mundial. El resultado fue la llamada Revolución de Octubre, liderada por jóvenes militares, profesionales y estudiantes que echaron por tierra la dictadura de Jorge Ubico, quien había sido presidente de puño de hierro 14 años (1931-1944).
La Revolución de Octubre guatemalteca hizo cosas que, en otras partes, serían las normales de un país civilizado: creó legislación para normar las relaciones laborales entre patronos y trabajadores, dio autonomía a la universidad, creó la seguridad social, intentó una reforma agraria. Fueron “diez años de primavera” en el país de la eterna tiranía, pues en 1954 el experimento democrático guatemalteco fue cortado de tajo por la invasión de fuerza mercenarias desde Honduras, con apoyo de la CIA norteamericana.
De ahí en adelante reinó el terror: para reprimir cualquier intento de protesta u oposición a la imposición contrarrevolucionaria, se construyó un Estado contrainsurgente, expresión local de la política de seguridad nacional concebida e impulsada desde los Estados Unidos de América para toda la región latinoamericana.
Los avances logrados entre 1944 y 1954 fueron desmantelados y todo aquel que hubiera estado ligado a su implementación, o fuera su simpatizante, fue perseguido y asesinado, entre ellos, lo más granado de la intelectualidad y de los artistas de la época, personalidades de resonancia en el ámbito de la cultura latinoamericana que se vieron compelidos al exilio, la mayoría en México. Allá fueron a dar Augusto “Tito” Monterroso, Carlos Mérida, Rina Lazo, el mismo Miguel Ángel Asturias quien, años más tarde, sería Premio Nobel de Literatura.
Época nefasta aquella, en la que el “hágase” de los Estados Unidos prácticamente no encontraba oposición, más aún en una región como la centroamericana, ubicada en su mismo patio trasero. Era casi imposible vencer al destino geoestratégico que establecía un cerrojo de hierro casi infranqueable, y que solo la radicalidad de la Revolución Cubana logró quebrar en 1959, aunque a un precio altísimo que el Imperio aún le está haciendo pagar con el bloqueo al que la tiene sometida.
Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente. En 1979, por ejemplo, triunfó la Revolución Sandinista en Nicaragua. Fueron otros diez años de intensa construcción revolucionaria, aunque en un nuevo contexto mundial que le permitió proponer e impulsar cambios más radicales. Lo que permaneció inmutable fue la acérrima oposición norteamericana que sometió al país a una guerra que lo desangró. Puestos contra la pared, los sandinistas perdieron las elecciones de 1990.
Más recientemente, Honduras asomó tímidamente las narices al concierto de naciones que, en la región, intentan construir proyectos vinculados a lo nacional-popular. No le dieron el más mínimo chance de avanzar y los militares patearon el tablero en contubernio con los sectores más retrógrados del país, bajo la aquiescencia de una administración norteamericana que, apenas unos meses antes, había despertado esperanzas de relaciones más equitables con América Latina entre ciertos sectores latinoamericanos.
¿La timidez por llevar a cabo transformaciones más contundentes en El Salvador, por parte del gobierno del FMLN, responde al temor de seguir el destino de Guatemala, Nicaragua y Honduras? ¿Estamos condenados los centroamericanos a no poder ir más allá que lo que el dictum de Imperio establezca? ¿Impulsar las transformaciones que necesitan nuestros países, para estar a la altura del siglo XXI, requiere pagar el precio que paga hasta hoy Cuba?
Como dicen los mexicanos: ¡qué desgracia estar tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!

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