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sábado, 9 de octubre de 2010

Las amenazas a la democracia en América Latina (I parte)

Cuando prima el bien común; cuando gana el interés nacional y se propone con honestidad y compromiso un proyecto de país más incluyente, es cuando realmente iniciamos el camino de la recuperación y resurgimiento de nuestras organizaciones políticas, y el de nuestras naciones.
Martín Torrijos* / La Estrella de Panamá
(Agradecemos al señor Nils Castro Herrera por el envío del artículo)
La democracia en peligro
La democracia en América Latina, como sistema político, aún transita en medio de serios riesgos y amenazas. Sus enemigos y los peligros cambian con las nuevas formas y el entramado de intereses que surgen en el tiempo. Antes, fueron intereses políticos que se encubrían como movimientos sociales, iglesias, medios de comunicación y hasta con la fachada de organizaciones de la sociedad civil.
Hoy en día es, por ejemplo, el narcotráfico y el crimen organizado, que penetran no sólo las organizaciones políticas, sino también las estructuras financieras, empresariales, policiales y jurídicas. Tenemos que admitir que este poderoso mal ha penetrado el tejido social en América Latina y corrompido instituciones de nuestros Estados.
La violencia e inseguridad que genera el narcotráfico constituyen amenazas para la convivencia pacífica y democrática de nuestra región.
El doloroso drama social que genera cobra miles de vidas humanas y a veces nos hace olvidar otros dos elementos que, a mi juicio, están interrelacionados y que también son parte de las nuevas amenazas a nuestras democracias latinoamericanas.
Me refiero, primero, a la débil institucionalidad democrática que, en muchos casos, proviene de la actuación de los propios políticos y los partidos; y, segundo, que además hay quienes, bajo el disfraz de anti-políticos, se dedican a la descalificación de la política.
Se desconoce así que la institucionalidad y la política son insustituibles para la existencia misma del estado democrático.
Con frecuencia, en nuestros países el tema del deterioro de la política, los partidos y los sistemas políticos está asociado a la idea de que en nuestro Continente se vive un constante proceso degenerativo de la política.
Y la verdad es que estos señalamientos no han surgido sin sustento. Sin pretender justificar a los partidos y a nosotros, los políticos, solo quiero recordar: que los partidos son organizaciones sociales, estructuras vivas que canalizan el rumbo a seguir de una sociedad.
Es cierto que, en el ejercicio político, los partidos pasan por períodos de crisis, pero también es verdad que ellos son capaces de experimentar etapas de readaptación y relanzamiento.
Su reactualización y resurgimiento depende de la capacidad que posean de adecuarse a los cambios sociales, culturales, económicos y políticos que viven nuestros pueblos, y a las nuevas exigencias y desafíos de un mundo que cambia todos los días.
Si estos cambios pasan desapercibidos para los dirigentes y partidos políticos, éstos terminan perdiendo representatividad y confianza ante la sociedad.
Por eso, cuando aparecen nuevos actores desde fuera del sistema político establecido —y que incluso desplazan del poder a nuestros partidos—, surgen muchas preguntas como: ¿Dónde fue que nos perdimos? ¿Qué nos impulsó a mirar más al interior de nuestras organizaciones, en lugar de enfocarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Qué hicimos para desilusionar a nuestros electores al punto que perdieron la confianza en la democracia misma?
Y lo más importante: ¿Qué debemos y tenemos que hacer para recuperar esa confianza de nuestros compatriotas y fortalecer la institucionalidad democrática?
Muchas de las respuestas a estas interrogantes son incómodas y motivan debates que no pocas veces provocan luchas internas. ¡Créanme que de eso algo sé!
Permítanme explicarles, para quienes no están en la política, que en la clasificación de los contrincantes, uno primero encuentra a los adversarios, después a los enemigos, y al final nos enfrentamos con los críticos más hostiles que, para asombro de muchos, son los mismos compañeros de nuestros propios partidos.
Aún así, cuando prima el bien común; cuando gana el interés nacional y se propone con honestidad y compromiso un proyecto de país más incluyente, es cuando realmente iniciamos el camino de la recuperación y resurgimiento de nuestras organizaciones políticas, y el de nuestras naciones.
Antipolíticos y antidemocráticos
En América Latina no son pocos los ejemplos de partidos que han perdido el atractivo, el poder e incluso hasta la razón de ser. Eso abre la oportunidad a los anti-políticos, que muchas veces después acaban siendo los actores más intolerantes y más antidemocráticos, causándole enormes costos y retrocesos al sistema democrático.
Hoy observamos cómo surgen alternativas, de distintos signos ideológicos y hasta sin ningún signo ideológico que, en el espacio que el agotamiento deja en la política, llegan al poder sin planes ni proyectos definidos. En algunos casos ellos desconocen lo básico; por ejemplo, que el derecho público es muy diferente del derecho privado.
Desconocen que para gobernar se requiere de una constante disposición y una capacidad de formar espacios convergencia; que gobernar implica una permanente búsqueda de consensos y coincidencias en los propósitos compartidos y plurales. Y así se convierten en expertos en destruir y no en construir.
Pero lo peor es que con frecuencia ellos se obstinan en politizar la justicia y judicializar la política, para arrollar a sus críticos y a sus competidores, de forma que el estado de derecho termina siendo vulnerado.
Así, se debilitan la seguridad jurídica, la confianza de los ciudadanos y de los inversionistas, que ven con recelo cómo la política se vive de confrontación en confrontación, y cómo eso incrementa la incertidumbre, mientras los problemas se siguen acumulando y no se construyen soluciones.
A esto hay que sumarle la incapacidad de algunos actores políticos que conforman alianzas que van contra su propia historia, contra su ideología y hasta contra su identidad. Alianzas que, por lo general, terminan minando aún más la credibilidad del propio sistema democrático. Abundan los ejemplos donde la dura realidad que viven nuestros países aconseja construir acuerdos nacionales de largo plazo.
Basta un mínimo de voluntad para comprender que nuestras acciones, si no son responsables, hacen fracasar no solo a los gobiernos sino incluso a nuestros Estados. Pero con todo y estos peligros, hay quienes piensan que es más importante generar el desgaste político del adversario que comprender las necesidades de nuestros conciudadanos.
En algunos países incluso se niega hasta la posibilidad a unas tímidas reformas fiscales, necesarias para poder brindar servicios básicos como salud, educación, infraestructuras o mejorar la seguridad de una población que cada día vive más atemorizada, y que, en consecuencia, pierde más libertad.
Ese efecto de debilitamiento institucional también ocurre cuando alguien ostenta el poder porque se hizo de una mayoría pero luego considera que la consulta y la formación de consensos son una pérdida de tiempo.
Imponerse resulta la forma más eficiente y expedita para gobernar, y así las constantes imposiciones terminan causando confrontaciones innecesarias, y desestimulando la participación de los ciudadanos en la política.
Además, las arbitrariedades y el desconocimiento de la necesaria separación de los poderes del Estado se vuelven algo cotidiano.
En adición a esto, en algunos de nuestros países los medios de comunicación quedan atrapados en la paradoja de definir si defienden el estado de derecho y libertades, que algunos han propiciado, o si optan por defender sus propios intereses.
En ocasiones los dueños de medios forman parte de intereses económicos tan diversos y concretos que así resultan vulnerables y conviven con un debilitamiento del sistema democrático. O también ocurre que optan por hacerse parte activa de una compleja realidad política, que al final termina por convertirlos en actores políticos más que en informadores.
Los ciudadanos muchas veces no logran percatarse por sí mismos del complejo entramado del que son parte algunos de los medios de comunicación y, en ocasiones, reciben información que puede ser sesgada o condicionada.
(Continuará)
*El autor es ex Presidente de la República de Panamá y actual Presidente del Comité de la Internacional Socialista para América Latina y el Caribe.

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